Madre sin frutos
Crítica ★★ de Una especie de familia (Diego Lerman, Argentina, 2017).
Si rebuscamos un poco las lecturas, podemos postular a la nueva obra del argentino Diego Lerman como una road movie revertida. Las imágenes más denotativas de giros psicológicos en su protagonista, Malena tienen lugar, en su mayoría, dentro de o junto a su coche. Mientras que el propio avance narrativo se estructura en torno a un viaje, de Buenos Aires al interior rural, de Malena, encarnada por una solvente Bárbara Lennie con acento argentino. La cuestión es que, en esas imágenes, el vehículo tiende a aparecer parado, y el gran conflicto argumental radica en que ese viaje de ida no consigue la vuelta deseada por ella. Esto es, conseguir la adopción de un niño de una familia sin recursos que ya había tramitado, pero al que el mercadeo ilegal con el que se ha llevado a cabo complica hasta límites insospechados. Una especie de familia es, de este modo, una road movie que convierte a las carreteras no en el elemento de avance físico de la trama, sino en escenarios contenedores de su estancamiento. En una escena, Malena tiene un accidente con su coche en mitad de una de las carreteras de tierra que atraviesa en su periplo. Tras pedir ayuda en una granja, cae dormida dentro del vehículo. Cuando llega un amigo, avisado por ella, a rescatarla y la encuentra así, comienza a aporrear los cristales temiéndose lo peor. No logra despertarla. Ante lo cual decide empuñar un extintor y romper la ventana para rescatarla. En ese momento, Malena despierta de su sueño y le mira extrañada. En esta escena, como en alguna más, Lerman juega a sugerir arranques de revelación vital que al momento son negados. Porque Malena, además de encarar una meta frustrada, es personaje que arrastra un trauma capital, tanto que aún es incapaz de verbalizarlo.
La tensión latente indefinible que acompaña a la mayoría de las imágenes de Una especie de familia se libera en sucesivos estallidos, incluido el de la ventana de un coche, que nunca llegan a ser curativos. Solo a poner de manifiesto un dolor interno incontenible. A la vez, esta dimensión íntima de la tensión que Malena traslada a las imágenes se ve acompañada por múltiples tensiones externas: en otra escena desde el interior del coche, esta idea se metaforiza con la irrupción de una plaga de langostas que se estrella contra el vehículo. Pero, a un nivel más concreto, lo que hace Lerman no solo es dibujar una historia de convivencia con el trauma, sino también de choque entre privilegiados y pobres, a la vez que entre individuo y sistema. Respecto a esto último, la odisea de Malena por adoptar al niño de una mujer empobrecida en el campo argentino construye un relato que convierte al instinto maternal en una actitud antisistema. La corrupción y los rigores de la ley no dejan de poner piedras en el camino de la maternidad tan anhelada de Malena, y un plano de un hogar social lleno de niños desamparados termina por expresar lo absurdo de estas cortapisas.
«Las recurrencias a los planos de Malena en su coche, como refugio del exterior y a la vez cárcel de su pena interior, junto a algunas elecciones fotográficas muy elocuentes, conviven con cierta sensación de incongruencia en la estructura relacional de personajes».
Por otro lado, Lerman amplifica las ramificaciones explorando la corrupción local (el mercantilismo con los recién nacidos) como consecuencia inevitable del empobrecimiento, y el sometimiento a esta corrupción de Malena como única alternativa al laberinto burocrático. La familia pobre se permite romper el trato que tenía con ella para pedirle más dinero apelando a sus estrecheces económicas. ¿Este proceder, los convierte en explotadores según una lógica mercantil, o en unos explotados por una lógica mercantil previa que no tienen otro remedio que replicar para salir adelante? La respuesta a estas tiranteces clasistas se halla en una intensa escena en la que la protagonista se enfrenta a la madre biológica del niño por un detalle en apariencia mínimo: la rica y la pobre pasan del empujón al abrazo para volver a empezar el ciclo (otra negación de la catarsis curativa), porque el conflicto es irresoluble, y porque además de a cuestiones económicas, pone en danza a necesidad propia y empatía para trazar la imposibilidad de la armonía entre ambos conceptos. Ahora bien, llegados a este punto conviene aclarar que Una especie de familia muestra su mejor cara con el tratamiento indirecto (visual o ambiental) de esta mezcla de conflictos. Las recurrencias a los planos de Malena en su coche, como refugio del exterior (contra un mundo hostil que incluye plagas y aguaceros) y a la vez cárcel de su pena interior (la presencia del coche abre y cierra la cinta, primero en plano cerrado y finalmente en un plano general igual de abierto que las consideraciones que deja el desenlace), junto a algunas elecciones fotográficas muy elocuentes, conviven con cierta sensación de incongruencia en la estructura relacional de personajes. Con imprecisiones y comportamientos inexplicables que tienden a sugerir el mero capricho del guion para hacer avanzar la historia, la cinta termina por convertirse en un cuerpo extraño que marca una distancia emocional anticlimática ante sus imágenes. | ★★ |
Miguel Muñoz Garnica
© Revista EAM / San Sebastián
Ficha técnica
Argentina, 2017. Una especie de familia. Director: Diego Lerman. Guión: Diego Lerman, María Meira. Compañías productoras: El Campo Cine, 27 Films Production, Bellota Films, Bossa Nova Films, Productora MG, Red Rental, Snowglobe Films, Staron Film, Televisión Federal (Telefe). Presentación oficial: Festival de San Sebastián 2017 (premio al Mejor Guión). Productores: Nicolás Avruj, Diego Lerman. Fotografía: Wojciech Staron. Música: José Villalobos. Montaje: Alejandro Brodersohn. Dirección artística: Marcos Pedroso. Vestuario: Valentina Bari. Reparto: Bárbara Lennie, Daniel Aráoz, Claudio Tolcachir, Yanina Ávila, Paula Cohen. Duración: 95 minutos.