Una carta de amor
Crítica ★★★★ de Loving Vincent (Dorota Kobiela, Reino Unido-Polonia, 2017).
La complejidad de editar una película en stop motion estriba, principalmente, en la obtención primera del grueso de instantáneas que serán proyectadas a gran velocidad para crear la sensación de movimiento. Imaginemos ahora por un momento que cada una de esas instantáneas hubiera de ser pintada imitando el estilo de Vincent Van Gogh; un compendio de obras de arte de gran complejidad para reunir un total de 65.000 cuadros minuciosamente elaborados por 120 artistas con el objetivo de hacer hablar a Joseph Roulin, a su hijo Armand, a Père Tanguy, al doctor Paul Gachet, a Adeline Ravoux y hasta al Anciano en pena. Todos los personajes que, hasta ahora, formaban parte exclusiva del imaginario del difunto Van Gogh, han logrado escapar del estatismo pictórico gracias a Dorota Kobiela y a Hugh Welchman quienes, con este ejercicio de iconografía cinematográfica, han logrado dar vida a algunos de los personajes y los escenarios más representativos del arte contemporáneo. La primera toma de contacto con esta película nos hará percatarnos de que está diseñada para sorprender más con la estética que con la narrativa. Algo que, tratándose del biopic de un artista pictórico parece, de hecho, la manera más oportuna de proceder. Al enfrentarse al drama biográfico de un genio, es muy difícil separar la genialidad implícita en la legendaria figura de su protagonista de los aciertos que pueda tener la producción cinematográfica de manera independiente; por este motivo, asumiendo que la historia nunca podrá superar a la obra, Loving Vincent consigue un ensalzamiento romántico de cada uno de los cuadros recreados —94 completos y más de 30 parciales—, al tiempo que crea un intrigante soporte argumental en torno al artista y deja la urdimbre narratológica en un segundo plano, con una trama muy sencilla y un guion deliberadamente modesto.
El filme comienza con un plano detalle del celebérrimo The Starry Night. La cámara se aleja poco a poco del centelleante firmamento o, al menos, ésa es la impresión que tenemos al apreciar cómo los surcos de la pintura varían, esa inestable noche estrellada cobra vida, respira y se aleja para ofrecernos una panorámica nocturna de Saint-Rémy-de-Provence, en la que los astros titilan e irradian una desconcertante luz trémula, como si estuvieran sumergidos en ese mar turbulento que representa la inestable mente del artista. Poco a poco la cámara irá descendiendo a lo largo del eterno ciprés fantasmagórico hasta dejarnos en las calles de la ciudad, frente a una taberna donde, por fin, hallamos justificación al abatimiento mostrado por El zuavo sentado, quien más bien resulta estar derribado, a causa de un puñetazo propinado por el joven Armand Roulin, el protagonista de una historia que mostrará los esfuerzos del hijo del cartero por entregar la última carta escrita por el, ya entonces, difunto artista a su hermano, Theo. Esta tarea sumergirá al joven en una investigación en la que nada parece tener sentido, y le llevará a pensar que lo que se consideró un vaticinado suicidio fue, en realidad, un asesinato. Siguiendo una estructura muy similar al film noir clásico, los directores presentan dos líneas narrativas muy bien diferenciadas que mostrarán, por un lado, un punto de vista externo, mediante flashbacks de la vida del pintor, utilizando para ello un estilo visual más suave en blanco y negro, y por otro, el punto de vista del propio van Gogh a través de sus cuadros, sus personajes, sus violentos colores y sus escenarios de perspectivas delirantes. Éste resulta, además, un recurso que separa la obra artística de la exclusivamente cinematográfica, así como la recreación de la figuración.
Cromática de una vida: Con amor, Vincent. Primera imagen: Jerome Flynn. Segunda imagen: Saoirse Ronan en un boceto. Tercera imagen: Saoirse Ronan como «Marguerite Gachet al piano». Cuarta imagen: Douglas Booth.
«El cierre de una carta de amor y pasión al arte, pero, sobre todo, es un sentido y prodigioso homenaje a la dramática figura que inició lo que hoy consideramos como arte moderno».
Es, asimismo, la emulación de esos escenarios que desafían toda lógica lo más insólito del filme, ya que, para su creación, los artistas no pudieron usar atrezo real, sino que tuvieron que deformar la óptica de cada plano para llegar a una representación fidedigna de, por ejemplo, El dormitorio en Arles, el cual sería dibujado por el artista, en 1888, mediante un empleo caricaturesco de la fuga de las ortogonales. El pintor neerlandés rechazó la armonía clásica del impresionismo y utilizó el cubo perspectivo como una solución naif evocadora de la nostalgia implícita en la forma básica, algo que se aprecia en la manera con la que las líneas de los objetos: la cama, la ventana o los cuadros de la pared, ascienden a la superficie y se encuentran en lugares discordantes, sin la coherencia interna que pretendía la pintura del mundo moderno. De esta corriente estilística creada en Francia, a finales del XIX, van Gogh sí tomaría, no obstante, la separación de la pincelada, una de las tendencias imprescindibles para jugar con la luz y la textura de los cuadros. Pese a una ausencia formativa explícita como la que pudieron tener otros consagrados artistas de la época, el controvertido, e ignorado por sus contemporáneos, van Gogh, hizo evolucionar esta técnica mediante una combinación del impresionismo y las estampas japonesas que tanto le sorprendieron en su juventud, haciendo gala de un trazo muy ágil y una interpretación artística que ponía de manifiesto la eficacia emocional de la acentuación de la pincelada y de la armonía y el deleite resultantes de la proximidad entre colores intensos; el postimpresionismo era ya una realidad.
A pesar de ello, Vincent seguía siendo pobre y miserable, la sociedad todavía no llegaba a entender su visión del arte, y sus piezas seguían sin despertar el mínimo interés. Atormentado pero con un infatigable deseo por componer, seguía recorriendo palmo a palmo todas las proximidades de Arles y dibujando cada uno de sus rincones. El sonido de un disparo alteraría la apacible calma del pueblo, e instantes después, aparecería malherido el pintor declarando que había intentado suicidarse para, tres días después, fallecer a consecuencia de esa herida. En ese punto es donde Armand recoge el testigo y comienza a recomponer a la inversa cada paso del artista. Sus pesquisas pronto lo llevarán a la opinión de que nada tiene sentido en la historia oficial y, con un astuto juego de declaraciones e interrogatorios, la película acompañará al improvisado detective hasta, puede que no la verdad absoluta sobre la muerte del gran amigo de su padre, pero sí a la comprensión de una de las mentes más geniales y complicadas de la contemporaneidad. A lo largo de este proceso que, como ya se ha mencionado previamente, no generará, a causa de su sencillez narrativa, una intriga excesiva en el espectador, el filme logrará un impacto visual inusitado e inédito hasta la fecha, pues consigue hacer de cada fotograma una obra de arte en sí mismo, hasta completar la galería vangoghiana más abundante jamás realizada. Loving Vincent es, como refleja el propio título, el cierre de una carta de amor y pasión al arte, pero, sobre todo, es un sentido y prodigioso homenaje a la dramática figura que inició lo que hoy consideramos como arte moderno. | ★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / Dublín
Ficha técnica
Polonia, 2017. Título original: Loving Vincent. Director: Dorota Kobiela, Hugh Welchman. Guion: Dorota Kobiela, Hugh Welchman, Jacek Dehnel. Duración: 95 minutos. Fotografía: Tristan Oliver y Lukasz Zal. Música: Clint Mansell. Productora: Coproducción Polonia-Reino Unido; BreakThru Productions / Trademark Films / Silver Reel / Odra Film / Centrum Technologii Audiowizualnych / Polski Instytut Sztuki Filmowej. Edición: Dorota Kobiela y Justyna Wierszynska. Diseño de vestuario: Dorota Roqueplo. Diseño de producción: Varios. Intérpretes: Animation, Douglas Booth, Helen McCrory, Saoirse Ronan, Aidan Turner, Eleanor Tomlinson, Chris O'Dowd, Jerome Flynn, John Sessions, Holly Earl, Robert Gulaczyk, James Greene, Bill Thomas, Martin Herdman, Josh Burdett, Richard Banks, Shaun Newnham. Presentación oficial: Festival internacional de cine de animación de Annecy.