Los trapos sucios se limpian en casa
Crítica ★★★ de La cena (The Dinner, Oren Moverman, Estados Unidos, 2017).
El director israelí Oren Moverman lleva casi una década labrándose una filmografía irregular, pero siempre comprometida, conformada hasta el momento por la premiada The Messenger (2009), donde indagó en las consecuencias de la guerra de Irak sobre los soldados; el seco thriller Rampart (2011), que recreó un caso real de corrupción dentro de la policía de Los Ángeles; e Invisibles (2014), comprometida pieza de cine social que daba voz a los “sin techo”, con Richard Gere dando vida a un indigente de Nueva York. Para su cuarto trabajo tras las cámaras, ha escogido una adaptación de la novela La cena, de Herman Koch, que ha sido llevada a la gran pantalla, nada más y nada menos que en tres ocasiones en los últimos cuatro años. Así, después de la holandesa Het Diner (Menno Meyjes, 2013) y la italiana I nostri ragazzi (Ivano de Mateo, 2014), vistas en Toronto y Venecia, respectivamente, ha llegado el turno de que el cine americano entregue su versión de la historia, la más comercial, dado el cuarteto protagonista de lujo que la protagoniza. Una vez más, tenemos una historia sumamente interesante, que plantea no pocos encendidos debates y dilemas morales, con unos personajes llenos de fuerza y unos actores de probada eficacia puestos al servicio de ellos, pero algo debió fallar en el camino para que la película, pese a no ser nada desdeñable, se quedara en una frustrante tierra de nadie. Así lo sentenció la crítica en el Festival de Berlín, donde pasó con más pena que gloria por la competición. Una pregunta que nos asalta a la cabeza irremediablemente sería la de si era necesaria una nueva traslación de la obra de Koch al cine en tan escaso margen de tiempo y, ya puestos a ello, si de verdad había algo nuevo que aportar a lo ya contado en las anteriores versiones. Ya sabemos que Hollywood tiene un ojo privilegiado para detectar historias ajenas con potencial y rehacerlas a su antojo, y algo debieron ver en La cena para que se propusieran volver a plasmarla en imágenes, pero cambiando (en palabras de un disconforme escritor) el cinismo del material original por una fábula de marcado carácter moral.
La película es, a grandes rasgos, la crónica de una accidentada cena en un elitista restaurante de lujo en el que los hermanos Lohman pretenden tener una velada lo más civilizada posible, superando la mala relación que mantienen desde la infancia. Se trata de hombres antagónicos, de personalidades completamente dispares. Por un lado, tenemos a Stan (Richard Gere), que representa la figura del hermano triunfador en lo profesional, acaparador desde niño de los afectos de los padres y con un intachable sentido del deber y de la honestidad que le han llevado a ser un exitoso político, a un paso de convertirse en gobernador. Al otro lado del ring de esta lucha de egos estaría Paul (Steve Coogan), un fracasado profesor de Historia, aquejado de problemas mentales que le llevan a sufrir continuos cambios de humor, enfadado con el mundo, en general, y con su hermano, en particular, ya que le hace culpable de su infelicidad. Junto a ellos, asisten sus respectivas esposas, en principio como convidadas de piedra, pero, finalmente, partícipes del conflicto familiar. Katelyn (Rebecca Hall), la mujer de Stan, es una persona ambiciosa que ha tenido que lidiar con el recuerdo de la anterior esposa del político y sustituirla como madre de dos hijos adolescentes (uno de ellos, un chico negro adoptado), mientras que Claire (Laura Linney) ha superado una grave enfermedad y es una mujer entregada en cuerpo y alma al cuidado de Paul y de un hijo conflictivo al que no duda en encubrir en sus deslices. Las tensiones que existen entre los cuatro personajes se hacen evidentes desde la primera escena en que coinciden en la mesa del restaurante y, a medida que se suceden los distintos (y muy exóticos) platos, iremos conociendo el delicado motivo de la reunión. Un acto abominable cometido por los respectivos hijos de ambos matrimonios debe ser puesto a debate para decidir cómo manejar la situación. La cabeza enfrentada con el corazón. El difícil dilema entre proteger a lo que más quieren o hacer lo que es justo y políticamente correcto. A la cuestión de si denunciarías a tu propio hijo a la policía si supieses que ha asesinado a sangre fría a alguien, viene unida la especial circunstancia del personaje de Gere, en vísperas de unas elecciones políticas que le darían, con toda seguridad, por ganador, pero que correrían el peligro de venirse abajo si se desvelara un escándalo familiar de semejante calibre.
«Aun con sus desajustes, The Dinner consigue salvar los muebles gracias a la entrega de sus actores, todos impresionantes, y a la fuerza intrínseca de la historia original de Herman Koch, pese a que el guion del propio Moverman no sepa hacerle justicia en ningún momento».
The Dinner es un filme maravillosamente interpretado por todo el elenco, empezando por un descomunal Steve Coogan en el rol más desagradable y nihilista de la trama, y continuando por un Richard Gere a quien le sienta como un guante su papel de único miembro del clan capaz de mantener la cordura y la honestidad en este conflicto. Laura Linney y Rebecca Hall les arropan con convicción y acaparan un mayor protagonismo en el tramo final de la historia, cuando todas las máscaras son arrancadas y los reproches y rencores del pasado son utilizados como afiladas armas arrojadizas. Un relato de estas características, con dos parejas condenadas a enfrentarse alrededor de una mesa, podría haber discurrido por los terrenos de sátira mordaz de Un Dios salvaje (Roman Polanski, 2011), pero ha optado por tomar un tono mucho más serio, que trata de mostrar la cara más hipócrita de la sociedad norteamericana –en la línea del american way of life reflejado en títulos mayores como La tormenta de hielo (Ang Lee, 1997) o American Beauty (Sam Mendes, 1999)–, con una fauna de personajes, en apariencia, de moralidad intachable, que no dudan en mirar hacia otro lado cuando la violencia les toca de cerca. El mayor problema del filme de Moverman reside en querer abarcar demasiados temas en sus dos horas de metraje. Mientras que algunos de ellos, como la inestabilidad emocional de Paul y la eterna rivalidad con su hermano, son abordados con solidez, otros elementos, como la omnipresente sombra de la batalla de Gettysburg en la historia (como metáfora de un pasado que se trata de olvidar a toda costa) o ese cansino muestrario gastronómico propiciado por tanto ir y venir de camareros, no hacen más que entorpecer el ritmo de la narración. Tampoco ayudan en absoluto el abuso de flashbacks (rodados, además, con una estética poco acertada) o el exceso de hincapié en la trama juvenil, demasiado obvia y burda, algo que juega en contra de la pretendida ambigüedad del relato. Aun con todos estos desajustes, The Dinner consigue salvar los muebles gracias a la entrega de sus actores, todos impresionantes, y a la fuerza intrínseca de la historia original de Herman Koch, pese a que el guion del propio Moverman no sepa hacerle justicia en ningún momento. | ★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2017. Título original: The Dinner. Director: Oren Moverman. Guion: Oren Moverman (Novela: Herman Koch). Productores: Caldecot Chubb, Lawrence Inglee, Julia Lebedev, Eddie Vaisman. Productoras: ChubbCo Film / Blackbird Films / Code Red. Fotografía: Bobby Bukowski. Música: Elijah Brueggemann. Montaje: Alex Hall. Dirección artística: Gonzalo Cordoba. Reparto: Steve Coogan, Laura Linney, Richard Gere, Rebecca Hall, Chloë Sevigny, Charlie Plummer, Michael Chernus.