El advenimiento de la oscuridad
Crítica ★★★★ de El vacío (The Void, Jeremy Gillespie, Steven Kostanski, Canadá, 2016).
Más de un año después de su paso por el Festival de Sitges de 2016, donde se ganó no pocos defensores entre crítica y público, al fin se estrena en España, casi de tapadillo y sin el respaldo publicitario del que gozan los productos de terror llegados de Hollywood, la cinta canadiense El vacío (The Void). Una producción modesta, de bajo presupuesto, que venía firmada por Jeremy Gillespie y Steven Kostanski, una pareja de realizadores (provenientes, además del campo del maquillaje de efectos especiales y el diseño visual de algunos blockbusters americanos, a la par que actores de sus propias obras) que se había especializado, a través de su productora independiente Astron-6, en un tipo de cine de género divertido y honesto, cargado de homenajes y guiños a los títulos más emblemáticos del terror y la ciencia ficcion de los 70 y 80, con pastiches tan curiosos como Manborg (2011) o Father´s Day (2011), comedia de terror co-producida junto a la inefable Troma y confeccionada como homenaje a uno de sus títulos más salvables: El día de la madre (Charles Kaufman, 1980). Semejantes credenciales no hacían albergar demasiadas esperanzas en que El vacío fuese lo que finalmente acabó siendo: una de las películas de terror más rompedoras, alucinantes y, digámoslo ya, espeluznantes de verdad, que se han visto en los últimos años. Y es que, en esta ocasión, Gillespie y Kostanski, en su doble faceta de directores y guionistas, han sabido rentabilizar su minúsculo presupuesto al máximo para entregar un producto visualmente impecable y que ha acertado a asimilar con acierto las múltiples influencias clásicas que les sirven de referentes, para, con mucho ingenio, elaborar una historia con entidad propia, que sale victoriosa de su particular mezcolanza de géneros. Este es el filme que, finalmente, les ha confirmado como dos nombres a tener en cuenta en el cine fantástico de los próximos años.
El vacío comienza por todo lo alto, con una escena muy potente y cargada de violencia. Un hombre y una mujer tratan de huir de una casa de campo, perseguidos por dos tipos armados. Mientras él logra escapar, ella cae víctima de un disparo por la espalda y, acto seguido, es quemada viva. Un policía recoge en su coche al chico huido, que se encuentra malherido, y lo lleva al hospital local, semiabandonado después de un incendio y con muy pocas personas en su interior –el doctor, tres enfermeras (una de ellas en prácticas), un joven encamado, un anciano y su nieta adolescente embarazada conforman la galería humana del lugar–, para que atiendan sus heridas. La noche se complica desde el instante en que el recinto es rodeado por unas inquietantes figuras vestidas con túnicas blancas y capuchas en las que se aprecia un triángulo negro, y en el interior del hospital la gente comienza a comportarse de un modo extraño. La película de Gillespie y Kostanski no se preocupa en indagar demasiado en el origen de esta especie de secta adoradora de un ser que parece estar por encima de Dios y el Diablo. Sencillamente, se entrega a crear una atmósfera enrarecida y desasosegante, que va adueñándose, escena tras escena, de este festival del horror diseñado para hacer gozar a los fans del género, a los que hace cómplices de las numerosas referencias a clásicos mayores que acumula a lo largo de su viaje. Los directores beben sin disimulo de maestros como George A. Romero y su célebre La noche de los muertos vivientes (1968) –filme que, en un momento dado, está viendo en la televisión uno de los personajes, por si el guiño no era suficientemente obvio– o el John Carpenter de Asalto a la comisaría del distrito 13 (1976), que también jugaron con el suspense encerrando a un grupo variado de personas en un espacio cerrado asediado por temibles amenazas externas. Un tipo de cine de terror, de la vieja escuela, que parece resurgir con muchísima fuerza gracias a notables propuestas de serie B como Last Shift (Anthony DiBlasi, 2014) o la turca Baskin (Can Evrenol, 2015), títulos con los que El vacío comparte no pocos puntos en común.
«Por su descaro y valentía El vacío ya merece figurar entre las citas obligatorias para los amantes del terror más directo y en estado puro, ese que no necesita más que un único escenario (ese destartalado hospital transmutado en improvisada entrada al averno), pocos personajes y mucho afán transgresor para conseguir su objetivo e instalarse, desde ya, como título de culto».
Poco importan los conflictos dramáticos de los personajes, con traumas del pasado y parentescos entre ellos que se van desvelando conforme avanza la acción. Aquí, policías, delincuentes, personal médico y pacientes intercambian sus roles con facilidad, pasando de héroes a villanos (y viceversa), funcionando como piezas necesarias de un juego diabólico de espíritu lovecraftiano. Un enfermizo descenso a los infiernos y a la locura, plagado de transformaciones monstruosas de encantador regusto artesanal –con La cosa (John Carpenter, 1982) y los cenobitas de Hellraiser (Clive Barker, 1987) como principales modelos a seguir en sus escenas más sanguinolentas, aquellas en las que proliferan los tentáculos y el gore más feroz–, con elaborados maquillajes y espectaculares diseños de sus criaturas, que evitan con inteligencia el uso (y abuso) de efectos visuales digitales. El vacío no teme incurrir en todos los tópicos y lugares comunes –la figura del médico loco, el ritual profano ante el advenimiento del Mal, inquietantes imágenes oníricas, portales hacia dimensiones desconocidas que nunca deberían abrirse y mucho de la "nueva carne" del compatriota Cronenberg– con tal de hacernos pasar un buen mal rato, y lo hace, además, esquivando la previsibilidad y sorprendiendo con interesantes giros en su trama. El principal mérito de ello reside en que el resultado final es, hasta cierto punto, original. Llama poderosamente la atención cómo se utiliza la música y los efectos de sonido como contundentes herramientas para generar verdadera angustia en una pesadilla dotada de un ritmo endiablado, ya que sus responsables pisan el acelerador desde la misma apertura y no levantan el pie del mismo hasta que los créditos finales hacen acto de presencia. Si hay algo que no se le puede discutir a la película es que rezuma verdadero cariño y admiración por el género en cada fotograma, y que no se avergüenza en ningún instante de su condición de simpática celebración de la viscosidad y la hemoglobina, en la que la monster movie de toda la vida se combina con el terror místico, sin un ápice de prejuicio. Solo por su descaro y valentía El vacío ya merece figurar entre las citas obligatorias para los amantes del terror más directo y en estado puro, ese que no necesita más que un único escenario (ese destartalado hospital transmutado en improvisada entrada al averno), pocos personajes y mucho afán transgresor para conseguir su objetivo e instalarse, desde ya, como título de culto a descubrir. | ★★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Canadá. 2016. Título original: The Void. Directores: Jeremy Gillespie, Steven Kostanski. Guion: Jeremy Gillespie, Steven Kostanski. Productores: Jonathan Bronfman, Casey Walker. Productoras: Cave Painting Pictures / JoBro Productions,Film Finance. Fotografía: Sammy Inayeh. Música: Joseph Murray, Menalon Music, Lodewijk Vos. Montaje: Cam McLauchlin. Diseño de producción: Henry Fong, Jeremy Gillespie. Reparto: Ellen Wong, Kathleen Munroe, Aaron Poole, Kennethe Welsh, Art Hindle, Daniel Fathers, Stephanie Belding.