En el olvido está la muerte
Crítica ★★★★ de Coco (Lee Unkrich, Adrián Molina, Estados Unidos, 2017).
¿Sabían que, cuando un niño abandona su habitación, los juguetes cobran vida y comienzan a vivir mil aventuras? ¿Tenían idea de que los monstruos utilizan los gritos de los niños como fuente de energía principal para abastecer su ciudad? ¿Se han parado a pensar que los sentimientos, ya sean de alegría, tristeza o asco, puedan ser pequeños seres que habitan nuestro cerebro y controlan nuestros estados de ánimo? A lo largo de los 22 años transcurridos desde el estreno de su primer largometraje animado, el revolucionario Toy Story (John Lasseter, 1995), la compañía Pixar, primero en solitario y, a partir de 2006, al amparo de Disney, ha fabulado sobre estas y otras cuestiones no menos ingeniosas, alimentando la imaginación de niños y mayores y convirtiéndose en todo un referente del cine de animación de calidad. Sin perder de vista en ningún momento sus aspiraciones comerciales, los estudios se han movido entre las aventuras familiares con alma de franquicia –Monstruos, S.A. (Pete Docter, Lee Unkrich, David Silverman, 2001), Buscando a Nemo (Andrew Stanton, Lee Unkrich, 2003), Cars (John Lasseter, Joe Ranft, 2006)– y proyectos más complejos y maduros como los de dos obras maestras tan incuestionables como Wall-E (Andrew Stanton, 2008) –chaplinesca fantasía de ciencia ficción que regalaba auténtica poesía sin necesidad de diálogos durante gran parte del metraje– o Up (Pete Docter, Bob Peterson, 2009) –con una emocionante historia de amor condensada en sus maravillosos primeros diez minutos–, y, en menor medida, Del revés (Pete Docter, Ronnie del Carmen, 2015). Tras este último título, Pixar parecía haber caído en un pequeño bache creativo, ya que ni la, por otro lado, apreciable El viaje de Arlo (Peter Sohn, 2015), ni las secuelas Buscando a Dory (Andrew Stanton, Angus MacLane, 2016) y Cars 3 (Brian Free, 2017) estuvieron al nivel de sus mejores logros, por lo que la llegada de la reciente Coco a las carteleras debería ser saludada como ese nuevo impulso necesario para que la compañía comience a recuperar de nuevo el brillo.
Para la ocasión, los responsables del proyecto se han documentado al máximo para plasmar en la gran pantalla una celebración tan emblemática y arraigada en México como es el Día de los Muertos, ya tratada con anterioridad en otra estupenda cinta de animación, El libro de la vida (Jorge R. Gutiérrez, 2014), producida por Guillermo del Toro. Ese ha sido el secreto del desbordante éxito de Coco en aquel país, donde ya se ha convertido en la película más taquillera de la historia: el respeto y la autenticidad con los que se aborda dicha festividad. Con este telón de fondo, Pixar se ha lanzado a la difícil empresa de abordar un tema tan poco infantil como el de la muerte, acercándolo a todos los públicos y alejándose del habitual dramatismo que rodea a esta fatal circunstancia. Para ello, se contagia de todo el folclore y la cultura mexicana, de esa alegría y amor infinitos con los que, un día al año, familias enteras se reúnen al calor del hogar para rendir homenaje a sus difuntos, recordando tiempos pasados y reviviéndolos para mantener sus figuras vivas. Una jornada en la que las calles se llenan de luz y color, música y flores, y, sobre todo, ofrendas con fotos de esas personas fallecidas, que indican que no han sido olvidadas, y que facilitan que estas puedan traspasar el umbral que separa el Más Allá del mundo de los vivos para visitar a esos descendientes que les añora. La historia de Coco transcurre durante este festejo y tiene como protagonista a un niño de 12 años, Miguel, que ha crecido en una familia, los Rivera, dedicada al arte de hacer zapatos pero que siente una irrefrenable vocación hacia el mundo de la canción. El problema es que, en su casa, gobernada por la abuela Elena, la música está totalmente prohibida desde hace varias generaciones, remontándose el origen de este odio a cuando la tatarabuela de Miguel, Mamá Imelda fue abandonada por su esposo músico y tuvo que sacar ella sola adelante a su hija, la pequeña Coco. Mientras que toda la familia se dispone a festejar el Día de los Muertos, la aspiración del pequeño es presentarse a un concurso de talentos que se celebra en la plaza del pueblo, por lo que trata de robar del mausoleo la guitarra de Ernesto de la Cruz, toda una estrella del espectáculo en su país, que había muerto aplastado por una campana. Esta acción provoca que Miguel acabe viajando a la Tierra de los Muertos y tenga que recibir la ayuda de sus antepasados difuntos para regresar a la vida antes de que sea demasiado tarde.
«Puede que no estemos ante una de las obras mayores de Pixar pero es indudable que sí se trata de uno de los mejores filmes animados del año y, con diferencia, el que tiene más corazón, que apuesta con entusiasmo por la diversidad cultural y temas tan universales que son capaces por sí solos de que su mensaje llegue con la misma contundencia a todos los pueblos, sin distinción de razas o idiomas».
Coco es, posiblemente, la obra más sentimental de Pixar en muchos años. Es una historia que, bajo su abrumadora animación llena de imágenes preciosas (esos alebrijes mitológicos con sus apabullantes coloridos; el magistral diseño de esa urbe que es el Mundo de los Muertos, habitada por simpáticos esqueletos) y una aventura un tanto convencional, que bascula entre temas tan recurrentes en la compañía como la persecución de los sueños a toda costa –aquel roedor Remy que quería ser chef francés en Ratatouille (Brad Bird, 2007)–, dos mundos separados por una leve barrera –los armarios de Monsters, S.A.– o la importancia de la unidad familiar –Buscando a Nemo–, entrega un rico relato lleno de ternura y unos valores nada impostados que, por desgracia, poco abundan en un cine actual demasiado dominado por el cerebro. Esta profunda carga emotiva es especialmente cautivadora en las escenas que muestran la entrañable relación que mantienen Miguel y Mamá Coco, único personaje que, bajo el cruel silencio forzado por sus más de 90 años de vida, conoce toda la verdad del misterio que rodea a la figura de su padre, ese que su bisnieto descubrirá en su odisea a través de un inframundo por el que pululan personalidades tan ilustres de la Historia mexicana como son Frida Kahlo (presentada de forma divertidísima, en toda su egolatría, en una de las escenas más artísticas a nivel visual) o el actor y cantante Pedro Infante. La banda sonora es otro de los puntos fuertes de la cinta, ya que, junto a la maravillosa música de Michael Giacchino, oímos temas tan inmortales como esa La llorona que entona Mamá Imelda en una de las escenas más enternecedoras de una función cargada de personajes secundarios memorables, como ese Ernesto de la Cruz que pasa de ídolo a villano; el perro vagabundo Dante, reconvertido en fiel guía espiritual; la temperamental (y símbolo del matriarcado del país en el que se verán reflejadas muchas abuelas) Mamá Elena; o el embaucador Héctor, un alma en pena que ayuda a Miguel en su periplo y que esconde más de un secreto. Puede que no estemos ante una de las obras mayores de Pixar pero es indudable que sí se trata de uno de los mejores filmes animados del año y, con diferencia, el que tiene más corazón, que apuesta con entusiasmo por la diversidad cultural y temas tan universales que son capaces por sí solos de que su mensaje llegue con la misma contundencia a todos los pueblos, sin distinción de razas o idiomas. Un emotivo y bello canto al valor de la familia. | ★★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2017. Título original: Coco. Directores: Lee Unkrich, Adrián Molina. Guion: Adrián Molina, Matthew Aldrich (Historia original: Lee Unkrich, Jason Katz, Matthew Aldrich, Adrián Molina. Productora: Darla K. Anderson. Productoras: Pixar Animation Studios / Walt Disney Pictures. Fotografía: Animation, Matt Aspbury, Danielle Feinberg. Música: Michael Giacchino. Montaje: Steve Bloom, Lee Unkrich. Dirección artística: Tim Evatt. Reparto (voces): Anthony Gonzalez, Gael García Bernal, Benjamin Bratt, Alanna Ubach, Renee Victor, Jaime Camill, Alfonso Arau, Herbert Siguenza.