El fin de la inocencia
Crítica ★★★★★ de Brigsby Bear (Dave McCary, Estados Unidos, 2017).
Las aventuras de Brigsby Bear es un programa televisivo infantil, de cutre estética ochentera y grabado en gastado formato VHS, protagonizado por un enorme oso de peluche que vive mil aventuras viajando a través de diferentes dimensiones, enfrentándose a muchísimos peligros, entre ellos, su gran enemigo, el supervillano Sun Snatcher, un sol que siempre acaba venciendo en todos los episodios. Efectos especiales cochambrosos, que harían pasar por buenos a los de cualquier película perpetrada por Ed Wood, profusión de cartón piedra en sus escenarios y, sobre todo, muchas lecciones didácticas camufladas en sus surrealistas guiones, son los ingredientes básicos de un serial al que James lleva enganchado toda su vida. Es mucho más que un fan (ha visto varias veces los centenares de capítulos que componen la serie y se conoce cada línea de diálogo de memoria), ya que podría decirse que el oso Brigsby es una parte importantísima de su vida (y de su educación), que le ha curtido como persona y le ha enseñado lo poco que sabe sobre el mundo. Y es que, a sus veinticinco años, James sigue conservando una inocencia y un candor propios de un niño de 10 años, ya que no ha salido jamás de su casa. Sus padres le han sobreprotegido de los (supuestos) peligros del mundo exterior, confinándolo en una especie de búnker decorado con todo tipo de merchandising del programa, desde el que solo tiene acceso con su viejo ordenador a unos foros de internet desde donde comenta las hazañas de su héroe favorito con otros usuarios. Así, su vida está libre de las obligaciones o preocupaciones propias de alguien de su edad. Este es el curioso punto de partida de una película muy singular. Una de esas rarezas que, cuando menos lo esperamos, emergen de la nada y son capaces de acariciarte el corazón. Y es que, bajo su apariencia de comedia absurda y de premisa marciana, Brigsby Bear es una maravillosa película que habla del síndrome de Peter Pan y las dificultades para dejar atrás la inocencia y entrar en la etapa de la madurez. Una ópera prima sorprendente, que viene firmada por Dave McCary, un realizador y guionista curtido en el popular show de humor Saturday Night Live.
Conviene no conocer demasiados detalles acerca de la trama para poder llegar lo más virgen posible a su visionado y así dejarse seducir por la sorprendente odisea de James, el encantador personaje encarnado por Kyle Mooney, también coguionista del guion. Una historia bastante dura como telón de fondo –con ecos de la sobrecogedora La habitación (Lenny Abrahamson, 2015), pero tratada con un tono y aspiraciones completamente opuestos– que sirve para colocar en el mundo exterior al protagonista, enfrentado, de la noche a la mañana, a una sobredosis de informaciones y descubrimientos que desestabilizarían a cualquiera, pero a quien lo que más parece preocupar es qué va a pasar con Las aventuras de Brigsby Bear. James es capaz de aceptar que su vida familiar ha sido una farsa; que tiene que convivir bajo el mismo techo junto a personas desconocidas que dicen ser su verdadera familia e, incluso, entablar amistades y comenzar a llevar una rutina más o menos normal en un chico de su edad, pero no se resigna a que Brigsby deje de formar parte de su existencia. Al menos, sin que antes tengan sus peripecias el final apoteósico que merecen, ese en el que el oso derrote, de una vez por todas, a Sun Snatcher. Brigsby Bear no es solo una comedia muy divertida sobre la adaptación de un héroe desfasado y excéntrico al mundo real, tan alejado de su hábitat natural, sino que, además, habla de temas tan universales como los lazos afectivos (ya sean consanguíneos o no), el despertar sexual o la lucha obstinada por la consecución de los sueños. Si hay algo que caracteriza a la cinta de McCary es el dibujo entrañable que el guion realiza de todos y cada uno de sus personajes –incluso siendo tan controvertidos como los de Jane Adams y un magnífico Mark Hamill, que confirma un gran año junto a su retorno como Luke Skywalker en Star Wars: Los últimos Jedi (Rian Johnson, 2017), sus guionistas no se detienen a juzgarles– , que conforman una preciosa fauna que se une para contribuir a hacer realidad el deseo de James, el de rodar ese largometraje de despedida para Brigsby.
«Una celebración de la tolerancia y de lo que supone ir a contracorriente de las encorsetadas convenciones sociales, que no pierde la ocasión para hacer una inteligente sátira sobre la facilidad con la que se construye un fenómeno viral en tiempos de redes sociales».
Esta salida definitiva del oso de la vida del protagonista funciona como metáfora de su ruptura con el pasado y una aceptación completa de su nueva condición de adulto libre y con un camino por delante que seguir lejos de la influencia de peluches de hortera estética pop. Este personaje central podría haber caído en la caricatura fácil pero Kyle Mooney sabe llevarlo de forma que su fantasía desbordante y su contagiosa pasión por las cosas sean lo suficientemente poderosas como para sacar del ostracismo a quienes le rodean, entre ellos unos padres que solo piensan en recuperar el tiempo perdido, realizando todo tipo de (superfluas) actividades con su hijo; una hermana que sufre la "carga" de tener que servir de puente para la integración de James en su grupo de amistades, aun cuando su comportamiento infantil la avergüenza en algunos momentos; y, sobre todo, ese policía encarnado por el estupendo Greg Kinnear –impagable esa escena en la que aparece caracterizado de una suerte de Obi-Wan Kenobi–, en quien el joven despierta unos viejos sueños que tenía casi olvidados, los de ser actor. Todos ellos son arrastrados en la delirante empresa de reunir todo el atrezo original de Brigsby para hacer una película. El amor por el cine y el alto contenido de frikismo del asunto nos remite directamente a otros ingeniosos acercamientos al proceso creativo como abstracción de la realidad, como son la underground Cecil B. Demente (John Waters, 2000) o aquella Rebobine, por favor (Michel Gondry, 2008) que también reunía a un grupo coral de personajes, esta vez implicados en recrear, de manera artesanal, todas las películas míticas destruidas por accidente en una tienda. Brigsby Bear tiene el enorme mérito de trascender sobre una historia que, sobre el papel, podría parecer ligera o demasiado absurda, haciéndola cálida, cercana y muy emotiva, siempre desde la sinceridad. Una celebración de la tolerancia y de lo que supone ir a contracorriente de las encorsetadas convenciones sociales, que no pierde la ocasión para hacer una inteligente sátira sobre la facilidad con la que se construye un fenómeno viral en tiempos de redes sociales. No estamos, por desgracia, ante una película destinada a ser un éxito de taquilla. Muy pocos la descubrirán, pero quienes tengan la fortuna de acercarse a ella, quedarán atrapados sin remedio por la simpatía de este singular realizador amateur de Utah y su emocionante obsesión por el osito Brigsby. Una de las joyas ocultas de 2017. | ★★★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2017. Título original: Brigsby Bear. Director: Dave McCary. Guion: Kevin Costello, Kyle Mooney. Productores: Will Allegra, Al Di, Phil Lord, Christopher Miller, Mark Roberts, Billy Rosenberg, Andy Samberg, Akiva Schaffer, Jorma Taccone. Productoras: 3311 Productions / Kablamo! / Lord Miller. Distribuida por Sony Pictures Classics. Fotografía: Christian Sprenger. Música: David Wingo. Montaje: Jacob Craycroft. Dirección artística: Andy Eklund. Reparto: Kyle Mooney, Greg Kinnear, Mark Hamill, Jane Adams, Matt Walsh, Michaela Watkins, Ryan Simpkins, Jorge Lendeborg Jr., Claire Danes.