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    Cine Alemán Siglo XXI

    Especial LesGaiCineMad 2017

    Especial LesGaiCineMad 2017

    Las 10 mejores películas.

    En su vigésimo segunda edición, el encuentro de cine LGTB más importante de los países de habla hispana ha vuelto a llenar las calles de Madrid del mejor cine de temática gay, lésbica, bisexual y transexual —con pequeños retazos del resto de identidades sexuales— presentado durante el año. En esta ocasión, la Sección Panorama, destinada a acercar el certamen al siempre esquivo gran público, ha dejado bastante que desear (no es nada fácil, eso sí, conciliar a críticos y espectadores cuando se tiene poco donde elegir y escasos medios para luchar por lo que se desea), pero la Sección Oficial ha revelado una cosecha de la que bien podrían tomar nota varios festivales de clase A. Y, además, con cine venido de todos los rincones del mundo —sí, incluyendo África y Asia, los enclaves más complicados para este tipo de producciones dado el fuerte carácter heteronormativo que aún domina la mayoría de sus regiones— y creado a partes iguales por hombres y mujeres. Algunos de los títulos presentados cuentan ya con fecha de estreno comercial dentro de nuestras fronteras, como es el caso de las multipremiadas La herida y 120 pulsaciones por minuto, que llegarán de la mano de Surtsey Films y Avalon, respectivamente, entre finales de año y principios del próximo, dispuestas a aprovechar el “Oscar buzz”, o de la más humilde Tierra de Dios, que lo hizo el pasado viernes de la mano de Karma Films, una de las distribuidoras que más apuestan por el cine LGTB independiente. Los demás, como ya es habitual en el LesGaiCineMad, quedarán tristemente relegados al ámbito festivalero aun cuando una buena —y, claro, valiente, algo que rara vez se premia en nuestro país— campaña de marketing podría perfectamente dar con ese público que sin duda poseen. A continuación, los diez largometrajes de ficción más interesantes del certamen.

    10. The Misandrists

    Bruce LaBruce, Alemania, 2017

    Trabajos como No Skin Off My Ass (1993), Hustler White (1996) o Gerontophilia (2013) han permitido al realizador canadiense Bruce LaBruce explorar la (homo)sexualidad de todas las formas posibles, llegando incluso a adentrarse —sí— en el erotismo zombie en un par de ocasiones (Otto; or Up with Dead People, 2008; L.A. Zombie, 2010), ejemplo perfecto de su turbulenta mirada. Siempre polémico, el cineasta dio en The Raspberry Reich (2004) el protagonismo a un grupo terrorista de apariencia y roles similares a los del Ejército Rojo alemán cuya misión era la revolución gay. En la misma línea, The Misandrists nos presenta a una célula terrorista feminista que planea una revolución desde un remoto convento dirigido por Big Mother (una potente Susanne Sachsse que pronuncia cadenciosamente la memorable frase “Nobody fucks with a nun”) donde se sigue un estricto orden que una de las féminas pone patas arriba al aceptar dar refugio a un joven del género prohibido. El atrevido guion está repleto de diálogos explosivos a los que la teatralizada puesta en escena da un giro de tuerca extra, no temiendo el cineasta mostrar porno real sin tapujos (incluyendo su ya característico beso negro) o hacer uso de recursos desagradablemente gráficos a la hora de plasmar uno de los mayores temores de todo hombre. Pero las decisiones formales de LaBruce no buscan incomodar sin más, sino también invitar a la reflexión sobre los extremismos y, sobre todo, plantar cara a las pautas masculinas, egocéntricas y unidireccionales de una industria que sigue siendo marcadamente heteropatriarcal. Aun cuando el endiablado vocablo “feminazi” vendrá con facilidad a la mente, lo cierto es que The Misandrists otorga al feminismo un merecido primer plano con un envoltorio tan indigesto como hipnótico que quizá sea el mejor modo de dejar sin palabras a quienes siguen sin tener clara la importancia de un movimiento que, lejos de ser el espejo femenino del machismo, es realmente su antítesis. Presentada en la pasada Berlinale y ambientada en 1999 “en algún lugar de Ger(wo)many”, esta sátira camp teñida de serie B insta a plantearse el propio concepto de mujer de la forma más alborotadora.

    09. Sin vagina, me marginan

    Wesley Verástegui, Perú, 2017

    Una de las revelaciones del 2015 fue el filme independiente estadounidense Tangerine, sorprendente debut de Sean Baker (uno de los realizadores del año gracias a la inmensa The Florida Project) que, filmado nada más y nada menos que con un iPhone, seguía a dos mujeres trans por las calles de Hollywood en la víspera de Navidad. Así, nada más salir de prisión, una prostituta escuchaba de boca de su mejor amiga que su novio había estado engañándola, dando comienzo una pequeña odisea callejera donde la lealtad es puesta a prueba y la amistad se revela como el final y único consuelo de quienes todo lo han perdido. Ahora, Wesley Verástegui hace algo parecido en su Perú natal, tornando a las inexpertas pero geniales Javiera Arnillas y Marina Kapoor en dos mujeres trans dispuestas a todo para que la primera pueda disfrutar de la operación de cambio de sexo con la que siempre ha soñado. Tan poco ortodoxos como la propia filmación (realizada, también, con un móvil, mas con menos medios aún que la cinta recién mentada), los métodos seleccionados por ambas para obtener sus propósitos son un verdadero sinsentido que insta a reír por no llorar, culminando en el secuestro de la hija de un Ministro tránsfobo como última alternativa para obtener los 30.000€ anhelados. Como siempre, que el dinero no dé la felicidad no significa que no ayude, aunque sólo sea para toparse con un triste desenlace que haga sentir que nada ha servido verdaderamente para nada. Vamos, como la vida misma. Pese a su apariencia absurda y estridente, impulsada por el desenfado con que se abordan cuestiones como la transfobia callejera e institucional o el pasotismo político y religioso, Sin vagina, me marginan conlleva una crítica mordaz e inteligente que no dejará a nadie indiferente, así como un canto de amor al poder de la amistad como único sentimiento plenamente desinteresado al que aspirar en un mundo donde hasta la pasión parece tener precio.

    08. Signature Move

    Jennifer Reeder, EE.UU., 2017

    La película más hilarante del 22º LesGaiCineMad es una comedia ambientada en la multicultural Chicago, donde dos mujeres muy diferentes, procedentes ambas de países y ambientes opuestos —el distendido y exuberante México en el caso de Alma (Sari Sanchez) y el conservador y opresivo Pakistán en el de Zayab (Fawzia Mirza)— inician un complicado romance en forma de “lío de una noche”. La segunda, innegable estrella de la función (y encarnada con carisma por una popular cómica que además firma el libreto junto a Lisa Donato) tiene en casa a una madre que, no sólo se niega a salir, asida como está a las costumbres de su país, sino que tiene en la potencial vida matrimonial (con un hombre, por supuesto) de su hija el único sentido vital. La veterana actriz india Shabana Azmi colma de gracia al simpático personaje sin caer en el fácil estereotipo, aun cuando la vemos probando escépticamente el maquillaje americano u oteando la calle con prismáticos en busca de pretendientes. Y es que ni Alma es enteramente mexicana ni Zayab, enteramente pakistaní, dificultando sus sendos cruces de culturas más todavía la relación aun cuando la tierra de oportunidades habría de servir de nexo de unión. «Yo no doy marcha atrás por nadie», sentencia Alma, quien, habiendo salido ya del armario, no concibe cambiar su libertad por romance alguno. Dirigida por la artista Jennifer Reeder (Accidents at Home and How They Happen, 2008) y producida, entre otros, por el actor Michael Shannon, Signature Move es humilde tanto a nivel temático como formal, habiendo poco que destacar de su sencilla puesta en escena más allá del ingenioso guion y las frescas interpretaciones; pero lo cierto es que tampoco le hace falta otra cosa. En la línea del Appropriate Behaviour (2014) de Desiree Akhavan, el filme nos acerca con descaro a la vida de una mujer situada entre dos mundos y, si bien se echa en falta mayor riesgo y brío, el resultado es un pequeño gran triunfo del cine comercial LGTB. ¿Que su única conquista reside en ofrecer lo de siempre en el ámbito lésbico? Quizá; pero eso, a día de hoy, sigue siendo más de lo que muchas obras pueden decir. A fin de cuentas, hablamos de una de las producciones del LesGaiCineMad más idóneas para acercar la realidad LGTB al gran público, algo de vital importancia en un mundo donde el progresismo sigue siendo un asunto relativo.

    07. Screwed

    Pihalla, Nils-Erik Ekblom, Finlandia, 2017

    Aunque, como la mayoría de festivales, el LesGaiCineMad trata de rehuir los clichés que suelen adherirse al cine LGTB, nunca puede faltar el clásico relato de autodescubrimiento juvenil a través de la aceptación de la homosexualidad y el abrazo del primer amor. Tras una fiesta que deja su casa destrozada, Miku (Mikko Kauppila) está condenado a pasar el resto del verano en la casa de campo familiar, donde sus padres evitan lidiar con su crisis de pareja. La aburrida rutina se desvanece con la aparición de Elías (Valtteri Lehtinen), un atractivo joven procedente también de una familia disfuncional que, al contrario que él, no teme a su propia sexualidad. Ambos son como la noche y el día —inexperto y sencillo, el primero; perspicaz y gamberro, el segundo—, pero, precisamente por eso, o quizá porque hay poco más que hacer, brota el deseo... Y, con él, el amor, si bien de distinta manera para cada uno: así, lo que para el inocente Miku es toda una explosión de romanticismo, para el más experimentado Elías representa tan sólo otra aventura estival. Con suma sensibilidad, el realizador Nils-Erik Ekblom y su coguionista y productor Tom Norrgrann (a quien pertenece la idea originalidad) plasman ese bello contraste entre la idealización del primer amor y la constatación de que la ilusión de él desprendida no es más que un espejismo. Mas no todo es blanco y negro, residiendo en el fondo en Miku un deseo de experimentar que con probabilidad le llevará tarde o temprano a pedir más y en Elías un ansia de cariño que podría perfectamente desembocar en la clase de enamoramiento que pierde a uno para siempre. No importa, empero, el desenlace: es pronto para pensar en él; pero la extraordinaria química compartida por los dos jóvenes intérpretes garantiza un viaje emotivo en el que nos acompañan también los complejos sentimientos atravesados por los familiares de ambos chicos, quienes, a modo de apoyo secundario, aportan los elementos más dramáticos pero también los más cómicos, instando a los protagonistas a competir por ver quién parte del contexto más destartalado. Como se afirmaba al principio, Screwed —literalmente, “jodido”, en los dos sentidos del vocablo— presenta todos los tópicos del cine gay, pero los trasciende con su inusual pureza.


    06. Maybe Tomorrow

    Baka Bukas, Samantha Lee, Filipinas, 2016

    En su primer largometraje, la realizadora filipina Samantha Lee parte de la clásica historia de la chica enamorada de su mejor amiga heterosexual para ofrecer un perceptivo retrato de madurez en lo que al amor respecta: como tantos otros antes que ella, la joven protagonista cree que en el afecto profesado hacia un imposible radica el único camino hacia la felicidad, y, como tantos antes que ella, comprobará que la clave tan sólo reside dentro de sí misma. Colmado de frescura y humor, el guion de la propia Lee traspira, pese al toque de cursilería, una honestidad que da a entender que la jovencísima cineasta conoce de primera mano los temas explorados (algo que de hecho ella misma ha afirmado). Aun cuando las diametralmente opuestas personalidades de sus personajes dificultan creer en su relación (sea de amistad o de algo más), Jasmine Curtis y Louise delos Reyes están perfectas como la peculiar pareja protagonista, con fantástico apoyo secundario de Kate Alejandrino en representación de todos esos examores que nunca se superarán del todo y Nel Gomez y Gio Gahol como el simpático contrapunto masculino. Todos ellos poseen una belleza de revista, a lo que contribuye una hermosa fotografía en melosos tonos pastel que nos presenta una Manila muy moderna y atractiva donde la realidad LGTB está sorprendentemente bien aceptada. Pero que la estética no engañe: tras los perfectos estilismos, los planos de videoclip y el montaje popero hay enorme honestidad en el tratamiento de las relaciones de amistad y amor de la reflexiva generación millennial, como prueba el alto grado de desarrollo de la personalidad de protagonistas tan seductores como imperfectos. Y es que, aunque estas decisiones estéticas pueden antojarse relamidas en Occidente, lo cierto es que son por completo naturales en Filipinas, uno de los países donde mayor libertad disfrutan aquellos (y aquellas) categorizados como “diferentes”.

    05. Corpo Elétrico

    Marcelo Caetano, Brasil, 2017

    Elias (magnífico intérprete primerizo Kelner Macêdo) acaba de llegar a Sao Paolo, donde trabaja en una fábrica de telas. Ni el trabajo ni sus compañeros están mal en términos objetivos, pero sencillamente no le llenan, lo que lo lleva a buscar consuelo en una activa vida sexual que incluye incluso a su expareja (Ronaldo Serruya). A sus veintitrés años, el joven está perdido en la vida. Vamos, como lo está la mayoría de veinteañeros hoy en día. Y el debutante Marcelo Caetano capta esa situación con sensibilidad y comprensión, conociendo el lado positivo que tal apertura de caminos conlleva. A fin de cuentas, pese a la inevitable angustia, pocas cosas hay más emocionantes que un libro en blanco, al ofrecer este la posibilidad de empezar literalmente por cualquier palabra. Cualquier destino. Para ello, el cineasta y la directora de fotografía Andrea Capella observan al protagonista desde la máxima intimidad, recurriendo a planos cerrados para remarcar la camaradería de los encuentros sexuales (que, aunque harto sensuales, anteponen la complicidad al erotismo) sin temer tampoco a encuadres más amplios con los que contextualizarlo en la desmotivadora fábrica o los alocados encuentros de amigos. Estos últimos, que incluyen fabulosas Drag Queens, podrían tornarse en su única familia, pero lo cierto es que Elias, aunque atento y apreciativo con todos y todas, guarda la lealtad para sí mismo, consciente de que la vida es un sendero que, en el fondo, se recorre solo. Corpo Elétrico es, sin lugar a dudas, la mejor película que se ha quedado fuera del palmarés del 22º LesGaiCineMad, contando a sus espaldas con un rico recorrido festivalero que no debería centrar tanto sus esfuerzos en el contexto LGTB dada la internacionalidad de su propuesta. Y es que, aunque protagonizada por un joven homosexual (al que, por cierto, se retrata sin cliché alguno), esta sorprendente ópera prima es todo un homenaje a esa juventud contemporánea para la que la falta de sentido no es tanto un bloqueo como una oportunidad.

    04. Tierra de Dios

    God’s Own Country, Francis Lee, Reino Unido, 2017

    Receptora de la mejor dirección (Word Cinema) de Sundance, así como de once nominaciones a los British Independent Film Awards, Tierra de Dios es una de las óperas primas más aclamadas del año, toda una sorpresa por parte del joven Francis Lee, quien nos traslada a una granja de Yorkshire dirigida por una familia cuyo único hijo (Josh O'Connor) trata en vano de evadirse de la crisis de identidad que acarrea su escondida sexualidad con el alcohol y el sexo. Cuando la primavera trae al pueblo a un inmigrante rumano (Alec Secareanu) para trabajar en la cría de ovejas, el hasta entonces contenido universo del chico da un vuelco, ofreciendo el gusto del amor un camino tan inesperado como inexplorado que forzará a ambos a replantearse la propia rudeza que la tradición ha implantado en sus corazones. Todo esto recuerda, por supuesto, al filme gay por excelencia: el Brokeback Mountain (2005) de Ang Lee, donde también asistíamos al autodescubrimiento de dos toscos hombres en crudo terreno campestre (Heath Ledger y Jake Gyllenhaal), pero en aquel caso el contexto vaquero comprometía aún más la situación. Sin mujeres de por medio ni progenitores demasiado entrometidos, la crisis principal se halla en el interior de los protagonistas. Homofobia interiorizada, ni más ni menos. Entretanto, Gemma Jones e Ian Hart encarnan a la pareja de granjeros que, consciente de que su hijo es, como mínimo, diferente, prefiere mirar para otro lado mientras afronta sus propios problemas, relacionados con el destino de la granja ahora que ambos están ya mayores y él se enfrenta a una difícil enfermedad (cuya crudeza ambos intérpretes afrontan a la perfección). Cierto es que falta algo de originalidad y sorpresa en la propuesta, resultando la denominación «el Brokeback Mountain británico» al tiempo el mejor de los halagos y el peor de los ataques, pero la suma sensibilidad desprendida por todos sus elementos la convierten en uno de los descubrimientos del momento. Suyos fueron, por cierto, los laureles del LesGaiCineMad relativos a mejor dirección (Lee) y mejor interpretación (O’Connor); y con pleno merecimiento.

    03. La herida

    Inxeba (The Wound), John Trengove, Sudáfrica, 2017

    Preseleccionada por Sudáfrica para luchar por el próximo Óscar a mejor filme en lengua no inglesa, La herida (más conocida por su título en xhoba: Inxeba) es un rarísimo caso de cine LGTB proveniente del continente africano. Con ella, John Trengove retoma un tema que ya exploró en su último cortometraje (iBhokhwe, 2014): el del contacto sexual entre varones nacido del dolor provocado por un rito iniciático de circuncisión del que supuestamente se sale como hombre tras entrar como niño. Que Kwanda (Niza Jay), un joven procedente de una familia acomodada de Johannesburgo, es homosexual no es ningún misterio, pero la relación entre su maestro (Nakhane Touré) y otro de los cuidadores (Bongile Mantsai) sí que lo es; y, aunque Sudáfrica ofrece uno de los pocos rincones africanos donde la comunidad LGTB puede vivir relativamente sin miedo, hay cosas que es mejor mantener en secreto. Cruda de principio a fin por las heridas figuradas y literales que refleja, esta cinta es un valiente estudio de la identidad en materia de raza, género y clase social, a la par que un impactante reflejo del contraste entre la aversión a lo que se es y la aceptación de uno mismo en un contexto de dualidades en perenne tensión: lo urbano y lo rural, lo antiguo y lo moderno, la riqueza y la pobreza, el brío y la debilidad. A priori, la homosexualidad y la masculinidad constituyen también elementos opuestos, pero, conforme el elegante —y premiado por el jurado del LesGaiCineMad— guion de Malusi Bengu, Thando Mgqolozana y el propio Trengove avanza, ambos términos se desprenden de los tópicos y los prejuicios que los atañen, revelándose Sudáfrica como un mundo todavía harto exótico (para bien, como muestra el deslumbrante plano visual, pero también para mal) cuya legislación parece ir por delante de sus habitantes. Es curioso, por cierto, que haya que adentrarse en la selva para explorar la homosexualidad allí cuando hablamos del que fuera el quinto país del mundo en aprobar el matrimonio igualitario.

    02. Close-Knit

    Naoko Ogigami, Japón, 2017

    Yasujirô Ozu y Hirokazu Koreeda representan lo mejor de la cinematografía japonesa de ayer y de hoy. El cine de ambos se caracteriza por una representación apacible y rutinaria, mas no exenta de drama, de la existencia cotidiana en la nación nipona, probablemente una de las más particulares del mundo. Basta una escena para identificar, no ya al país, sino también a los dos cineastas, cuya sensibilidad a la hora de retratar la vida familiar es sublime. Poco puede reprocharse a priori a su obra, pero lo cierto es que esta cae en la más estricta heteronormatividad, preocupándose por todos los conflictos de jóvenes y mayores, pero siempre dentro de los límites del patriarcado. Resulta, por consiguiente, maravilloso, toparse con una cineasta como Naoko Ogigami, cuyo cine bebe de la tradición japonesa sin dejarse arrastrar por su conservador carácter. La conmovedora Close-Knit aborda una cuestión harto explorada por el mentado Koreeda (Nadie sabe, 2004; Kiseki, 2011): la del abandono (literal y figuradamente) de los hijos por parte de sus progenitores, pero lo aprovecha para lidiar con una cuestión por completo marginada por la industria nipona: la transexualidad. Lo hace, además a través de la inocente mirada de una niña de once años (perfecta Rin Kakihara) que queda a cargo de su tío (Kenta Kiritani) tras la desaparición repentina de su madre. Y por partida doble: no sólo la pareja de aquel resulta ser una mujer transexual (gran labor de Tōma Ikuta, aun siendo un actor cisgénero), sino que además un compañero de colegio (Kaito Komie) decide convertirla en su confidente en lo que a su recién descubierta identidad respecta. De esta forma, ella se convierte en nexo de unión entre una persona acostumbrada ya a sufrir el rechazo y otra que se topa con él por primera vez, pudiendo incluso traspasar la sabiduría de la primera a la segunda, aun cuando esta se base en paliar las frustraciones del mundo haciendo punto. Quizá ahora ser trans sea motivo de congoja, pero no lo será siempre, nos dice una cinta que, además de abordar el tema con máxima sensibilidad, nos sume en la vida diaria del Japón contemporáneo con el cariño ya reflejado por Ogigami en cintas como Restaurante Kamone (2003), Glasses (2007) o Rent-a-Cat (2012). Nos hayamos, sin duda, ante el gran hallazgo del certamen, lo que vuelve su doble triunfo entre el jurado y el público harto entendible.

    01. 120 pulsaciones por minuto

    120 Battements par Minute, Robin Campillo, Francia, 2017

    Candidata al EFA a mejor filme europeo y seleccionada por Francia para luchar por el próximo Óscar foráneo, 120 pulsaciones por minuto comenzó su previsiblemente larga carrera de premios alzándose con el Gran Premio del Jurado del último Festival de Cannes, donde se ganó las lágrimas del presidente del mismo, nuestro Pedro Almodóvar. Y lo cierto es que nadie debería sorprenderse tras visionarla: pocas películas se han acercado al ya manido tema del SIDA con tanta honestidad, revelando sus innegables horrores sin dejarse arrastrar por el melodrama, de forma que sean sus víctimas, y no sus síntomas, quienes se lleven el protagonismo. Tras Chicos del Este (2013), aguda mirada a la prostitución masculina, Robin Campillo vuelve a dedicarse al mundo gay, en esta ocasión trasladándonos al París de principios de los años 90, donde un grupo de jóvenes activistas de Act Up intenta generar conciencia sobre el SIDA, una enfermedad que, pese a seguir arrebatando millones de vidas en el mundo entero, ha perdido impacto entre las nuevas generaciones gracias a los avances en su tratamiento y curación. Pero, claro, no siempre fue así: en sus inicios, muchos perdieron la vida en la flor de la misma sencillamente porque este veneno surgió de la nada sin saber nadie siquiera por qué. Relacionada injusta pero incomprensiblemente con la comunidad homosexual —nunca está de más repetirlo: no es que el SIDA se contagie con mayor facilidad entre gais, sino que, por motivos obvios, son estos quienes menor uso hacen del preservativo—, esta enfermedad se tornó en una verdadera pesadilla que quienes, como Almodóvar, vivieron aquel momento jamás podrán olvidar. Y 120 pulsaciones por minuto ofrece un homenaje perfecto a todos ellos en forma de canto de amor por la vida, con un reparto inmejorable liderado por Nahuel Pérez Biscayart y Adèle Haenel que saca máximo partido de los honestos y naturales diálogos de un realizador cuyo trabajo más representativo sigue siendo el cuasidocumental guion de La clase (2008) de Laurent Cantet. Y es que, pese al erotismo bañado en tristeza de los encuentros sexuales y el impacto de las febriles escenas sobre el terror del VIH (impulsadas por un portentoso montaje y una taladrante banda sonora), es en la franqueza con que se presentan los debates entre los activistas, en cuyo seno surge todo tipo de posiciones ideológicas, donde se halla la joya de la corona de este clásico instantáneo del cine LGTB. En reconocimiento a todo ello, en el LesGaiCineMad se le hizo entrega del Premio Especial del Jurado, quizá porque otorgarle el galardón principal se antojaba demasiado obvio.


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