A puñetazos con la madurez
Crítica ★★★★ de The Meyerowitz Stories (Noah Baumbach, Estados Unidos, 2017).
Si queremos buscar constantes definitorias del cine de Noah Baumbach, una muy clara la encontramos en la postergación eterna del consolidar la madurez. Lo más parecido a una epifanía contundente en el cine del neoyorquino está en el final de Una historia de Brooklyn: el adolescente protagonista, encarnado por Jesse Eisenberg, cuaja el acto de «matar al padre» (en sentido figurado, entiéndase) mediante la reconciliación con la figura de la madre, contenida en un recuerdo de la infancia redescubierto. Se trata, pues, del remate del coming of age, el mismo armazón narrativo que el propio Baumbach se ha dedicado a negar una y otra vez a posteriori, personificando la versión masculina de dicha negación en Ben Stiller y la femenina en Greta Gerwig. En Greenberg y Mientras seamos jóvenes, los protagonistas encarnados por Stiller funcionan como versiones ácronas del adolescente que, vehemencia ególatra mediante, rechaza formar parte de las falsedades del mundo adulto. Mientras que en Frances Ha y Mistress America, Gerwig da una versión más entrañable de la misma resistencia a aceptar los roles atribuidos por convención al estadío vital vivido. En las cuatro películas citadas, lo paternofilial apenas interviene, quedando como mucho en una raíz intuible del ser de sus protagonistas. En The Meyerowitz Stories, en cambio, Baumbach vuelve a hacer central esta relación, trazando un relato que podemos leer como la resaca de la frustración por el coming of age nunca consolidado. Por la figura del padre nunca rematada.
Así, casi podemos ver en Danny Meyerowitz (sensacional Adam Sandler) el fantasma de una vida posible del Jesse Eisenberg de Una historia de Brooklyn. En sus pantalones cortos y chaqueta de piel raída, en el deje de implorancia aniñada en su forma de mirar, en sus estallidos repentinos de rabia caprichosa. O, sobre todo, en su relación con su padre, Harold Meyerowitz (Dustin Hoffman): un escultor olvidado por las modas, presa de un ensimismamiento amargo. Ante él, vemos a Danny tratando de arrebatarle continuamente gestos de aprobación, compensaciones afectivas a una infancia marcada por la negligencia paterna. Baumbach trocea la historia en varios fragmentos a los que da nombre cada uno de los hijos de Harold. Introduciéndolos con una primera frase de intertítulo, que describe una acción muy concreta del personaje, Baumbach remite a la estructura del cuento corto americano: el comienzo in medias res, la acotación temporal estricta. El primer fragmento, protagonizado por Danny, arranca con la frase «Danny Meyerowitz intentaba aparcar», pasando al momento a la exposición visual de la acción verbalizada. El final de este segmento es, sin embargo, una negación del desenlace habitual del género del cuento, de esa sutil epifanía chejoviana que de hecho sí que intervenía en Una historia de Brooklyn: Baumbach, llevando más lejos que nunca los cortes de montaje inesperados que ya empleó como excelente recurso rítmico en Frances Ha, da fin a la historia de Danny repitiendo la situación de partida: éste intenta aparcar sin éxito, y el corte que da paso al siguiente fragmento lo deja a medias de otro de sus estallidos de ira. Otro intento fallido de catarsis violenta.
«Matthew funciona como la presa más evidente de la pulsión edípica, de la figura marcada por la necesidad de superar al padre y el inevitable contrapeso que hay en su incapacidad de dejarle del todo atrás: un cárcel de competitividad freudiana a la que a Danny y Jean no se les ha brindado siquiera la oportunidad de entrar».
Mientras que Danny y su hermana Jean (Elizabeth Marvel), hijos del primer matrimonio de Harold, son víctimas de una negligencia paterna pasada; Matthew Meyerowitz (Ben Stiller), hijo de su segundo matrimonio, arrastra también conflictos internos de una raíz opuesta: la sobreatención de Harold, con su componente de autoritarismo. Matthew funciona como la presa más evidente de la pulsión edípica, de la figura marcada por la necesidad de superar al padre y el inevitable contrapeso que hay en su incapacidad de dejarle del todo atrás: un cárcel de competitividad freudiana a la que a Danny y Jean no se les ha brindado siquiera la oportunidad de entrar. Justo después del corte final del segmento de Danny, la historia de Matthew aparece con el rostro de éste emergiendo de entre la polvareda de una demolición. Es decir, sugiriendo en él la misma capacidad de consumar el ejercicio de destrucción que acaba de negársele a su hermano mayor. Si los pantalones cortos de Danny remiten al candor de una infancia arrastrada, el traje y corbata de Matthew subrayan el poder de control sobre el entorno (o al menos el deseo de aparentarlo). La misma dicotomía es legible en el conflicto que, en cierto modo, centraliza las distintas historias: la voluntad de Matthew de vender la casa del padre con toda su obra, frente al deseo de Danny de conservar todo ese patrimonio. Si para el primero es el recuerdo hogareño de una infancia traumática con un padre controlador, para el segundo implica la breve memoria de convivencia con el mismo padre (dado que apenas pasó tiempo en esa casa). Sus respectivas posturas, pues, parecen lo más consecuente: el deseo de destruir la raíz del trauma, frente al deseo de construir una raíz personal que nunca existió realmente.
«Una tierna voluntad de dejar que sus personajes sean inmaduros, contradictorios, o directamente idiotas para demostrar que son precisamente esas imperfecciones la fuente más genuina de los afectos familiares».
Ahora bien, lo que Baumbach termina por plantear es una narrativa que huye del tópico posmoderno de la ridiculización del patriarca. El propio Harold Meyerowitz, pese a que sus defectos quedan más que patentes tanto en presente fílmico como en sus efectos residuales sobre su progenie, está trazado desde una empatía sincera hacia su patetismo. Como si se le quisiera vaciar de toda la carga de figura fálica dominante a la que combatir, mediante la exposición de un personaje que se muestra igual de perdido que el resto. Así, Baumbach no propone una trama de reencuentro familiar en sentido vertical, sino horizontal. Los ansiados ejercicios de catarsis (o lo más parecido a ellos) llegan de la mano de los tres hermanos y el entendimiento al que les fuerza la situación presente del padre. Pero éste, significativamente, no llega a intervenir más que como detonante indirecto. Así, la expresión de un recuerdo especialmente traumático de Jean viene a desmontar por reducción al ridículo la lógica de choque de cornamentas que mueve a sus parientes masculinos. Este proceso de desmontaje termina de quedar patente en dos escenas de arrebato violento protagonizadas por Danny y Matthew, la primera en cooperación y la segunda en contienda. Ambas, expuestas en su más evidente puerilidad, contienen acaso una de las ideas más bellas que Baumbach desliza: la pelea no es un mecanismo adulto para desatar la catarsis emocional (algo que vuelve a hacer patente el corte marca de la casa que finiquita la segunda escena), sino un método infantil para crear pequeños lazos a partir de los momentos de estupidez compartida. He aquí una buena condensación de los logros de The Meyerowitz Stories. Una tierna voluntad de dejar que sus personajes sean inmaduros, contradictorios, o directamente idiotas para demostrar que son precisamente esas imperfecciones la fuente más genuina de los afectos familiares. | ★★★★ |
Miguel Muñoz Garnica
© Revista EAM / Venecia
Ficha técnica
Estados Unidos, 2017. The Meyerowitz Stories: New and Selected. Director: Noah Baumbach. Guión: Noah Baumbach. Compañías productoras: Gilded Halfwing, IAC Films, Netflix. Presentación oficial: Festival de Cannes 2017. Productores: Noah Baumbach, Eli Bush, Scott Rudin, Lila Yacoub. Fotografía: Robbie Ryan. Música: Randy Newman. Montaje: Jennifer Lame. Diseño de producción: Gerald Sullivan. Dirección artística: Nicolas Locke. Vestuario: Joseph G. Aulisi. Reparto: Ben Stiller, Adam Sandler, Elizabeth Marvel, Emma Thompson, Dustin Hoffman, Adam Driver, Grace Van Patten, Candice Bergen, Sakina Jaffrey, Rebecca Miller, Danny Flaherty, Mickey Sumner, David Cromer, Andre Gregory, Annabelle Dexter-Jones, Adam David Thompson, Matthew Shear, Sigourney Weaver. Duración: 112 minutos.