«Auteur, oui; con dos cojones»
Crítica ★★★ de El autor (Manuel Martín Cuenca, España, 2017).
La palabra «autor», en coordenadas cinéfilas, arrastra tal amplitud de connotaciones que pasa por el blanco, el negro, y toda la gama posible de grises. El cine, como medio de representación que dio sus primeros pasos en barracas de feria, ha generado una especial necesidad de proclamar la autoría de determinados realizadores para superar la marca de este pecado original de populacherismo y afirmar con orgullo sus capacidades artísticas. Pero lo apremiante de esta necesidad tiende a provocar reacciones extremadas. Es decir, que lo último de, pongamos, un Godard, puede ser la nueva manifestación de un dios en la tierra a la que acudir con actitud reverente o la nueva entrega de trascendencia impostada de un farsante al que lapidar. Las dos actitudes, por supuesto, son demasiado hiperbólicas para ser reales; pero son representativas en cuanto que existen en la mente de quien la atribuye al pensamiento contrario. El cuñadista o el gafapasta son, por encima de todo, el enemigo imaginario de quien se toma el cine con la seriedad de una contienda. Lo que no quita que determinadas poses propias de cada bando se den, de hecho, en el fenómeno de la recepción fílmica. Y la percepción de autoría es algo especialmente delicado, dado que conlleva una asunción de pretensiones por parte del correspondiente autor. Pretensiones que, si se quedan en mera expresión de las mismas, mueven a un rechazo visceral que nunca sufriría, vayámonos al caso extremo, el creador de Sharknado. El «autor», proclamado o autoproclamado, nunca está del todo a salvo de la acusación de impostura. El propio Bazin, gran promotor del término aplicado al cine, matizó su fundacional «politique des auteurs» con la frase lapidaria que cerraba uno de los textos más conocidos de Cahiers: «Auteur, oui, mais de quoi».
Aunque somos conscientes de que lo que planteamos es una cuestión abstracta y muy recurrente, viene bien retomarla al enfrentarnos a El autor, ya solo por la excusa que nos brinda el título. Su protagonista, Álvaro (Javier Gutiérrez) es el paradigma andante de este deseo de autoría per se. Un oficinista apocado que lleva años asistiendo a talleres de escritura creativa para aprender a parir literatura «de verdad». Léase ese «de verdad» con la entonación de chulería castiza que Javier Gutiérrez ha convertido ya en marca de estilo, con esa forma de transmitir al interlocutor que lo de menos es la frase sentenciosa de turno, sino el «con dos cojones» que queda tácito: «Auteur, oui; con dos cojones» (no es una licencia poética: el filme llega a hacer literal esa impresión que tenemos ante determinados autores, casi automática, de que crean sus obras plantando sus gónadas sobre la mesa). La cuestión es que, según ha comentado Martín Cuenca, hay mucho de autoparodia en el personaje de Álvaro (aunque la historia esté tomada de una novela corta de Javier Cercas), mucha mala baba contra ese afán narcisista por crear obras trascendentes que precede a toda concreción sobre el papel. Casi podríamos hablar de una salida por la tangente de Martín Cuenca, de una huída burlona (en la línea del Bruno Dumont más reciente) de la rígida austeridad formal de Caníbal, su anterior largometraje, que no se libró de las acusaciones de auteurismo relamido (acusaciones que, todo sea dicho, no compartimos).
«El autor va virando de comedia profundamente española a base de golpes de ironía hacia una suerte de thriller de intriga que no pierde de vista su dimensión lúdica».
Así, la congelación estética a la que Caníbal sometía al género del terror queda en El autor revertida, en este caso con el género de la comedia, en un ejercicio de juguetona calidez que funde toda atadura de seriedad. Lo interesante es que, con un tratamiento tan opuesto, los dos protagonistas comparten una base muy similar: la conjunción de psicopatía y vocación artística. Si en Caníbal el personaje de Antonio de la Torre le daba rienda suelta mediante su meticulosidad al cocinar a las mujeres que asesinaba, aquí Álvaro (que muta ante nuestros ojos de oficinista timorato a demiurgo retorcido) no duda en manipular las vidas de sus vecinos hacia la calamidad para que sus sufrimientos le proporcionen material con el que escribir su ansiada «gran novela». Lo que, en el fondo, no es más que la única vía de creatividad posible del psicópata, que al carecer de empatía carece igualmente de imaginación. La voluntad creativa del autor psicopático (espoleada al inicio del filme por el éxito de su mujer como escritora de un nuevo best-seller), pues, es voluntad de poder, no de conocimiento del mundo. O, lo que es lo mismo, de convertirse en dios y no en poeta.
Martín Cuenca crea un juego de asociaciones muy potente en su trazo de Álvaro frente a los vecinos a los que convierte en sus personajes: la oronda portera (que protagoniza un desnudo extrañamente fascinante), una familia de inmigrantes mexicanos y un anciano que lleva el «con Franco se vivía mejor» escrito en la frente. Por una parte, hace del piso que alquila nuestro protagonista al comienzo del metraje una manifestación física de su mente. Desamueblado y bañado de blanco. Por el contrario, introduciendo una serie de ingeniosos contraplanos de detalles de atrezo, crea sendos espacios contenedores de la España más cañí en las viviendas de la portera y el anciano, llenando las paredes y muebles de la primera con cristos, vírgenes y cuadros horteras y las del segundo con calaveras disecadas de piezas de caza. Mientras que opta por la representación indirecta del hogar de la familia mexicana, a la postre la gran conductora del relato de Álvaro, convirtiendo sus discusiones en un juego de sombras chinescas proyectado sobre la pared del patio vecinal. En el fondo, la sequedad de estas decisiones de puesta en escena y los lacónicos encuadres no se distancian tanto del estilo visual riguroso de Caníbal, pero sí en sus resultados. El autor va virando de comedia profundamente española a base de golpes de ironía hacia una suerte de thriller de intriga que no pierde de vista su dimensión lúdica. Con lo que su gran logro es tejer una fábula sobre la creación y el talento como deseo de poder hilando su estilo, precisamente, a partir de la huida de grandes lecturas. | ★★★ |
Miguel Muñoz Garnica
© Revista EAM / 65º Festival de San Sebastián
Ficha técnica
España, 2017. El autor. Director: Manuel Martín Cuenca. Guión: Manuel Martín Cuenca, Alejandro Hernández. Compañías productoras: Icónica Producciones, Alebrije Cine y Video, Canal Sur Televisión, Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA), Junta de Andalucía, La Loma Blanca, Lazona Producciones, Lazonafilms Televisión Española (TVE). Presentación oficial: Festival de San Sebastián 2017. Productores: Mónica Lozano, Manuel Martín Cuenca, David Naranjo, José Nolla, Gonzalo Salazar-Simpson, Alex Zito, Jaime Ortiz de Artiñano. Fotografía: Pau Esteve. Montaje: Ángel Hernández Zoido. Dirección artística: Sonia Nolla. Vestuario: Pedro Moreno, Esther Vaquero. Reparto: Javier Gutiérrez, María León, Antonio de la Torre, Adriana Paz, Tenoch Huerta, Adelfa Calvo, Rafael Téllez, Craig Stevenson, Miguel Ángel Luque, Carmelo Muñoz Adame, Domi del Postigo. Duración: 114 minutos.