Avanzar a contraviento
Crítica ★★★★ de Una mujer fantástica (Sebastián Lelio, Chile, 2017).
Tras su presentación oficial en el Festival Internacional de Cine de Berlín el pasado mes de febrero, Sebastián Lelio apuntaba que Marina, protagonista de Una mujer fantástica, «está totalmente preparada para el mundo, pero el mundo no está preparado para ella». Bien podría servir esta afirmación para condensar la paradoja a la que se enfrenta esta mujer, que es también la encrucijada en la que se encontraba la Gloria interpretada por Paulina García en su anterior película. Se trata de dos mujeres que tanto en alma como en cuerpo se han reafirmado en su libertad como individuos, pero que la sociedad rechaza desde una posición conservadora inamovible. Es justo la metáfora visual que utiliza Lelio en un momento del filme, en el que una ventolera huracanada impide a Marina continuar avanzando por la calle, que lucha por continuar erguida paso a paso. Si en la excelente Gloria el director chileno se recreaba más en la intimidad de esa mujer madura y sus andanzas en busca de la felicidad tal y como ella la entendía, en Una mujer fantástica hace más patente la vertiente social y onírica de esta lucha en la piel de una joven transexual. Y lo hace, ante todo, sin perder de vista esos elementos más íntimos que definen la titánica lucha de Marina. En la búsqueda de su rostro en los espejos se ejemplifican las distintas capas discursivas que explora. En cada reflejo de sí misma que escruta, en cada mirada que se lanza, Marina intenta descifrarse, entenderse, quererse, hacerse fuerte. Ya sea al final del día tras darse un baño y colocar un pequeño espejo circular en el pubis o al cruzarse en plena calle con un enorme espejo. Desde el espacio más íntimo y seguro hasta el más abierto y desprotegido, en cualquier lugar surge esa necesidad de mirarse, de fortalecer el convencimiento de que una es la que es le pese a quien le pese. Pero es difícil esquivar el insulto y mantener la frente alta; es difícil correr a contraviento.
Como decíamos, Lelio vuelve a escoger a un personaje femenino puesto contra las cuerdas. Así, nos presenta a Marina, una mujer a quien la vida le cambia la noche en que su pareja, 20 años mayor que ella, fallece en sus brazos tras una noche de fiesta. A partir de ese momento, Marina se enzarza en una lucha constante contra los prejuicios y la legalidad de una sociedad que le cierra todas las puertas negando cualquier atisbo de empatía, dispuesta a noquearla. Más aún cuando lo que pretende Marina (interpretada de manera magistral por Daniela Vega, un descubrimiento que rebosa al mismo tiempo fuerza y fragilidad) es despedirse de la persona a la que ha amado durante el último año. La familia de Orlando la margina e insulta. La burocracia alimenta su maquinaria para señalar al individuo más débil y anularlo. Los miedos de toda una sociedad, fruto del desconocimiento, alimentan el odio hacia lo que se nos aparece como diferente, extraño, nuevo. La intransigencia campa a sus anchas. Pero Marina siempre busca la forma de que los problemas no le afecten, de saltar por la ventana y salir volando, de mirar hacia adelante, al fin y al cabo.
«En esa lucha contaste por resistir y mantenerse en pie, el realizador encuentra la excusa perfecta para hacer una delicada y certera radiografía de Marina a la vez que salpica la historia de pequeñas pinceladas que, desde lo humano y lo cotidiano, apuntan a un problema de intolerancia que no debería entenderse como algo exclusivo de la capital chilena, sino como un mal global de la sociedad actual».
La naturalidad y honestidad con que presenta a Marina y el modo en el que desvela su condición son simplemente unos de los pocos ejemplos de la delicadeza y el cariño con los que Lelio cuida a sus personajes. La cámara busca constantemente su rostro, la interroga para descubrir detrás de sus ojos la tristeza y la incomprensión de una persona que, como cualquier otra, lo único que busca y reclama es afecto. De la misma manera, cuando la presión es demasiado fuerte y Marina empieza a tocar fondo, Lelio consigue levantarla mediante la fantástica resolución de la escena en la discoteca: una mirada hacia el interior del personaje a la que no renuncia en ningún momento. De este modo, entre la pausa de lo íntimo y la violencia de lo público, el director chileno deja escapar momentos imprevistos de fuga. Los instantes de evasión a los que somete sus películas encuentran en Una mujer fantástica un elemento cercano a la comedia del arrebato imprevisto que, por un lado, liberan la narrativa de las ataduras del melodrama y, por otro lado, subrayan su carácter de película de personaje. Lelio consigue escapar de la simple (aunque necesaria) visibilización de un colectivo para realmente ofrecernos a una Marina llena de matices más allá de su transexualidad. Es, sin duda, la mejor manera para abrir los ojos a realidades distintas y representar las continuas dificultades que encuentran en su día a día. En esa lucha contaste por resistir y mantenerse en pie, el realizador encuentra la excusa perfecta para hacer una delicada y certera radiografía de Marina a la vez que salpica la historia de pequeñas pinceladas que, desde lo humano y lo cotidiano, apuntan a un problema de intolerancia que no debería entenderse como algo exclusivo de la capital chilena, sino como un mal global de la sociedad actual. | ★★★★ |
Víctor Blanes Picó
© Revista EAM / Berlín
Ficha técnica
Chile. 2017. Título original: Una mujer fantástica. Director: Sebastián Lelio. Guion: Sebastián Lelio, Gonzalo Maza. Productoras: Fabula / Komplizen Film / Setembro Cine. Fotografía: Benjamín Echazarreta. Música: Matthew Herbert. Montaje: Soledad Salfate. Dirección artística: Estefanía Larrain. Reparto: Daniela Vega, Francisco Reyes, Luis Gnecco, Aline Küppenheim, Amparo Noguera, Antonia Zegers. Presentación oficial: Berlinale 2017. Duración: 104 minutos.