Edición 65 aniversario de A contracorriente Films. Máster restaurado por StudioCanal.
Audio: Dolby Digital 2.0 Mono.
Imagen: 4/3 – 1.37:1. 1080p.
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Para muchos la gran obra maestra de Jacques Becker, París, bajos fondos (Casque d’Or, 1952) se abre con una de las escenas que quizá más recuerde a Jean Renoir, de quien Becker fuera ayudante de dirección en ocho películas en la década de los 30 como ya se ha comentado, de toda su filmografía: un grupo de hombres y mujeres descienden por un río en barca, llegan a la orilla, tocan tierra y se dirigen a un merendero donde se sientan en la terraza. Una banda de música desgrana tonadas populares y todos los presentes bailan, ríen y aspiran la vida a borbotones en una nube casi irreal de felicidad. Solo nos ha sorprendido que con la irrupción de nuestro grupo algunas señoras se han mostrado escandalizadas y no han dudado en definir a las recién llegadas como fulanas, y que una de las jóvenes, Marie (una deslumbrante como nunca Simone Signoret), no anda a buenas con su pareja, el chulesco Roland (William Sabatier). Ellos conforman una banda de delincuentes, de apaches como se los conocía en el París de principios del siglo XX que tan bien reflejara Louis Feuillade en su serial Fantomas (Fantômas, 1913-14). El vértigo del momento irrepetible pero también la fugacidad de una mirada que puede marcar el destino son retratados al detalle. En apenas diez minutos Becker nos ha presentado a un buen montón de personajes y ha establecido las relaciones de amistad y servidumbre, de amor y conveniencia que existen entre todos ellos. Un joven carpintero, Manda (Serge Reggiani), es reconocido por un miembro del pequeño clan, Raymond (Raymond Bussières en una magnífica caracterización, mostrando en cada gesto el cariño que siente por su pasado compañero de aventuras), un antiguo amigo de tiempos más salvajes. Ambos se muestran un afecto sincero fruto de haber compartido días difíciles. El lacónico Manda pronto fija su vista en Marie y esta corresponde en una hermosa escena que Becker rueda girando la cámara al compás de la joven que baila con Roland, a cada vuelta ella volviendo sus ojos a Manda. Sin que apenas hayan cruzado aún una sola palabra ya han comenzado a hacerse el amor.
Nace así una historia de un romanticismo exacerbado, dulcificando la algo sórdida historia real en la cual se basa el filme, insuflando su relación de un aliento poético que se mantendrá irreductible hasta el dramático final. El bueno de Manda se verá implicado en una serie de intrigas amorosas en la que no solo Roland se interpondrá entre él y Marie, sino el sardónico Leca (Claude Dauphin), el jefe de los apaches, que también la desea. Personajes arrastrados por sus pasiones, egoísta la de Roland, posesiva la de Leca y pura la de Manda, que llevará a que este deba enfrentarse en una pelea barriobajera con el engreído Roland. Manda es callado y siempre mantiene su pose de hombre tranquilo que ya ha abandonado la mala vida, pero a poco que se le empuja sale de él ese tipo peligroso e irreductible que fue. Becker parece moverse dentro de un clasicismo elegante en la realización, pero es a la hora de mostrar los breves instantes de felicidad que podrán vivir Marie y Manda cuando rompe con la tradición y subvierte el ritmo narrativo tradicional para detenerse en los plácidos meandros de los encuentros furtivos de los amantes parando el tiempo, delectándose en los cuerpos de los jóvenes abrazándose junto a un río o amándose en una cabaña alejada del bullicio de las calles de París. No solo para ellos parece que el tiempo se toma un respiro, sino que Becker nos hace partícipes de esa burbuja temporal en la que las horas se suceden al ritmo de los amantes y todo lo que sucede fuera de su mundo no importa, ni tan siquiera existe en el paraíso de los enamorados. Pero el mundo no muestra piedad. Leca buscará la manera de apartar a Manda de Marie, y para ello acusa de un crimen, el de Roland, a Raymond, y Manda no podrá resistirse a acudir en su ayuda pues el asesino no es otro que él. La amistad, la fidelidad, la complicidad entre hombres que se respetan y que se admiran por encima de cualquier otra consideración, una constante temática que se repetirá en otras obras de Becker, cobran una fuerza y una intensidad incontenibles pues Manda renunciará a su felicidad para asistir a su amigo. El encanto romántico se rompe con la desesperación del mal inevitable. Manda se enfrentará a Leca persiguiéndolo desde la calle hasta el mismo corazón de una comisaría de policía donde se refugia el cobarde jefe apache. Becker va aislando a Leca en el plano cada vez en espacios más pequeños en su huida, de una habitación a otra, encuadrando desde el marco de una ventana asfixiándolo, arrinconándolo contra la pared sin espacio donde huir acosado por el implacable Manda. La oscuridad cae sobre un final que anega todo resquicio a la prometida dicha de una vida mejor. La guillotina implacable caerá sobre el cuello de quien soñó con el amor y con ella el rostro de Marie anegado en lágrimas.
Edición & Extras
No hay nada más difícil que ser sencillo. Con esta sentencia, Alain Jessua, asistente no acreditado del director en París, bajos fondos, resume la esencia del cine de Jacques Becker, una propuesta fílmica donde los patrones estéticos sobresalen, si atendemos a su anatomía semántica, muy por encima de una narración cercana al convencionalismo. Aun con ello, el aparente simplismo al que aboga Jessua se acaba convirtiendo en uno de sus principales aciertos: dando protagonismo a la imagen, limpiando la exposición argumental de lecturas innecesarias. Un estilo que encontró su punto álgido en su última película, la archinombrada La evasión (Le Trou, 1960). Un referente al que el documental «En el corazón de los sentimientos. La leyenda de París, bajos fondos» (Jérôme Wybon, 2012), añadido más importante de la estupenda edición en blu-ray de A contracorriente, salta de forma honesta para centrarse en el complicado génesis de un filme que encontró numerosos obstáculos. Los complejos rodajes que acompañaban a Becker, debido a una meticulosidad cuasi enfermiza, situaron su apellido como última opción para los productores, siendo la primera Julien Duvuvier, director estrella del momento por sus colaboraciones con Fernandel. Por suerte, y tras una serie de cambios en la preproducción, André Paulve y los hermanos Hakim se decantaron por el cineasta parisino en este clásico que, como han podido leer líneas más arriba, es considerado como el magnum opus de su filmografía. Un hito que ha encontrado en esta restauración de StudioCanal una nueva y hermosa vida. Si bien se echan de menos los numerosos contenidos que conforman la edición de Criterion Collection, en especial la batería de documentales y audiocomentarios que copan los extras, en esta edición de A contracorriente destaca una calidad de imagen primorosa –alguna pega sí que se podría poner a la pista de audio en castellano—, que resalta la maestría de Becker con la cámara y que justifica el visionado de un disco parco en material pero de notable valor artístico, que nos presenta como nunca antes una de las cintas capitales de un cine francés al que le esperaba un nuevo nacimiento una década después. (EL & JLF)
Francia, 1952. Casque d’Or. Director: Jacques Becker. Guion: Jacques Becker, Jacques Companéez, Annette Wademant y Romi. Productoras: Speva Films y Paris-Films Production. Fecha de estreno: 13 de marzo de 1952. Productores: Robert Hakim, Michel Safra y André Paulvé. Fotografía: Robert Lefebvre. Música: Georges Van Parys. Montaje: Marguerite Renoir. Diseño de producción: Jean d’Eaubonne. Intérpretes: Simone Signoret, Serge Reggiani, Claude Dauphin, Raymond Bussières, William Sabatier, Gaston Modot, Odette Barencey, Loleh Bellon, Daniel Mendaille, Dominique Davray, Paul Barge, Pâquerette, Maurice Marceau.