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    Cine Alemán Siglo XXI

    Cine online: Z. La ciudad perdida, de James Gray

    No era ambición, era inmortalidad.

    Crítica ★★★★★ de Z. La ciudad perdida (The Lost City of Z, James Gray, EE.UU., 2016).

    Resulta sorprendente leer tantos comentarios acerca del supuesto clasicismo de James Gray. Se aferran a esa remota posibilidad de encontrarse con un cine antiguo, prueba irrefutable de que nos esforzamos en pedirle a las imágenes una dependencia con el pasado que no siempre existe. Hay que decir que esta mirada de Gray, al mismo tiempo extemporánea y a su vez atemporal, nos regala a un cineasta excelente dotado de una sensibilidad muy espiritual, y por ende una mirada muy cercana a la muerte. Nunca olvidaré la primera vez que vi en una sala de cine El sueño de Ellis (2013). Los que estaban conmigo aquella tarde saben perfectamente lo que supuso esa película para muchos de nosotros. Gray durante horas retuvo el tiempo, asomándose a un abismo próximo a la muerte. Las escenas que ocurren en la isla de Ellis estaban filmadas como eslabones perdidos en un purgatorio lleno de almas marchitas. Sentíamos el dolor, pesaba la tristeza. Llorábamos sin consuelo. No cabe duda, Gray como cineasta piadoso y compasivo explora las huellas centenarias del cine, pero esa inspección, sugestionada, incluso lánguida, engloba un misterio abisal. Vemos en él una frágil línea entre la vida y la muerte. Un limbo de imágenes forjadas de dolor, orilladas, expuestas, desnudas ante el desembarco. El cineasta parece renunciar al tiempo de los vivos porque todo lo mostrado proviene de la ultratumba.

    Z. La ciudad perdida, establece un nuevo punto de vista del director con respecto al dramatismo de la imagen, en el que acentúa la dimensión metafórica y estilizada de su pensamiento fílmico. Basándose en un libro del periodista de la revista The New Yorker, David Grann, la cinta relata la búsqueda desesperada del británico Percy Fawcett por hallar su particular El Dorado a través de la densidad de la selva amazónica. Fawcett (Charlie Hunnam) penetra en el corazón de la jungla para corroborar la existencia de una antigua civilización. Siendo conscientes de la voluntad realista del filme podemos hasta cierto punto entender un acercamiento analítico hacia el clasicismo de un cine en el que la imagen se sabe y reconoce como gesto irrepetible, que no necesita todavía transgredir a tardías lecturas posmodernas. La imagen en términos estrictos torna decisiva en Z. La ciudad perdida más como final que como principio. El estilo de James Gray puede conducirnos de una manera indirecta, y casi siempre subjetiva, a materiales y visiones de cineastas del pasado. El mismo Gray ha tenido en cuenta esas virtuales aproximaciones dirigidas a remotas esferas del gran espectáculo cinematográfico, tanto mirándose en los delirios colosales de David Lean, como gestando envejecidas poéticas de autor. En el propósito evidente de resucitar la admiración absoluta por la imagen majestuosa. Pero dudamos que esta impresión se ajuste realmente al verdadero sentimiento, aliento de la película. Sidney Lumet decía: “A mi entender el buen estilo no se ve. El estilo se siente. El estilo de Ran es totalmente distinto del de Los siete samuráis o Los sueños. Y, sin embargo, todas son en verdad películas de Kurosawa. Estilísticamente, Apocalypse Now y El padrino I, y II no tienen nada en común. Y con toda claridad son obra de Francis Ford Coppola”. Quiero acogerme a estas palabras de Lumet como ejemplo de la cuestionable licencia que podemos atribuirle a unas estampas que no necesitan de reflejos para eternizarse en nuestro imaginario, para ser quizá un recomienzo o una extremaunción acorde al sentido que queramos darle a la existencia, a la vida en sí misma. Lo que articula Gray es un viaje a contracorriente. Un universo que renuncia definitivamente al dialogo para acompañar imágenes convertidas en música, o música convertida en imágenes. Porque su estilo, si nos acogemos de nuevo a la idea de Lumet, es un estilo que se siente, y se escucha, para dejarse ver finalmente en una cascada de láminas geológicas, flotantes, orilladas a la supervivencia del más allá.

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    Solo Gray puede convertir un vals brillante en uno triste. Atraído por el desplazamiento, el director recala en la mirada decaída de Fawcett, relegando a un segundo plano la escena en el salón de baile e invitando a practicar el dolor del protagonista; un hombre que soporta la herencia de sus antepasados, el temblor de la sangre, el ardor de un linaje contaminado por herejes sociales que como vampiros adoptan rostros diabólicos en una mascarada trágica y danzante (toda ese atavismo familiar engloba la mayor parte de la filmografía del director, a su vez, confiesa su pasión por las deudas históricas de la sangre). La omisión intermitente de la música, doblegada al sufrimiento, insta a capturar detalles más profundos y oscuros. Parece haberse convertido en un solista sumamente melodramático y escénico. El uso de música clásica es representante de una teatralidad arqueológica. En The immigrant y Two Lovers (2008), canalizaba la terrible catástrofe del relato mediante óperas para hacerse eco de una mundología decadente. Numerosas teorías subrayan una conciencia clásica del filme, exigiéndole a Z. La ciudad perdida el constructo de una banda sonora heroica o aventurera, con enfoques orientados a la emoción básica del espectador, cuando posiblemente Gray bascule en las afueras de la épica. Algunos críticos incluso han puesto en duda el inteligente uso que hace el realizador de la música preexistente al insinuar la grandeza que estas mismas imágenes hubieran poseído con una música por ejemplo del fallecido Maurice Jarre, en la obstinación por acoplar las imágenes de David Lean a la traumática narrativa del creador de La noche es nuestra (2007). Además, omiten la visión histórica de una película que cuestiona deliberadamente el pasado. Una estremecedora metáfora del tiempo consumido, de la reproducción del pasado, muy pareja a los discursos acerca de la figuración de la imagen que hemos visto estos dos últimos años en títulos sobresalientes como Aliados, Loving, La la land o La excepción a la regla (cuestionarse una y otra vez la herencia del cine y articular lecturas que nos inquieten como espectadores activos del peregrinar que todavía sufre el audiovisual contemporáneo). La cinta que nos ocupa, derriba el gran muro de la ficción. Se acoge al estilo de Gray con una angustia si cabe mayor que la de sus anteriores trabajos. Es muy difícil elegir una sola imagen o secuencia puesto que toda ella está repleta de planos intensos, de escenas concebidas en torno a la grandiosidad que hay en el hombre por vencer, por descubrir, por ser reconocido y amado. Nos quedamos con la imagen de un padre abrazado a su hijo, puede que uno de los momentos cumbres de la película; en sincronía con el dolor, Gray los filma juntos como uno solo, dejando que se diluyan en el plano mediante un bellísimo fundido encadenado. Es la imagen del lamento, del amor puro, padre e hijo abismándose a la muerte, emprendiendo juntos un viaje sin billete de vuelta. Créanlo, Z. La ciudad perdida es una de las obras más interesantes y enigmáticas del año. | ★★★★★ |


    David Tejero Nogales
    © Revista EAM / Badajoz


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2016. Título original: The lost city of Z. Dirección: James Gray. Guión: James Gray, David Grann (libro). Fotografía: Darius Khondji. Música: Christopher Spelman. Duración: 141 minutos. Productora: Keep Your Head / MICA Entertainment / MadRiver Pictures / Plan B Entertainment / Sierra / Affinity. Montaje: John Axelrad, Lee Haugen. Diseño de producción: Jean-Vincent Puzos. Vestuario: Sonia Grande. Intérpretes: Charlie Hunamm, Robert Pattinson, Sienna Miller, Tom Holland, Edward Ashley, Angus Macfayden, Ian McDiarmid, Clive Francis, Pedro Coello, Matthew Sunderland, Johann Myers, Aleksandar Jovanovic, Elena Solovey, Franco Nero. Presentación oficial: New York Film Festival, 2016.


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