La rebeldía silenciosa de la doncella
Crítica ★★★★★ de la primera temporada de El cuento de la criada.
Estados Unidos. 2017. Título original: The Handmaid's Tale. Creador: Bruce Miller. Episodios: 10. Duración: 60 minutos. Directores: Reed Morano, Mike Barker, Kate Dennis, Floria Sigismondi, Kari Skogland. Guion: Bruce Miller, Ilene Chaiken (Novela: Margaret Atwood). Fotografía: Colin Watkinson. Música: Adam Taylor. Productora: Emitida por Hulu; MGM Television / Hulu. Productores: Joseph Boccia, Elisabeth Moss. Montaje: Wendy Hallam Martin, Christopher Donaldson, Julian Clarke, Aaron Marshall. Dirección artística: Evan Webber, Nicolas Lepage, J. Ryan Halpenny. Reparto: Elisabeth Moss, Yvonne Strahovski, Joseph Fiennes, Max Minghella, Samira Wiley, Alexis Bledel, Madeline Brewer, Ann Dowd, O.T. Fagbenle, Amanda Brugel, Nina Kiri, Jordana Blake, Tattiawna Jones, Jenessa Grant.
Los buenos libros, como las buenas películas, nunca envejecen. Por el contrario, resulta sorprendente cómo grandes historias que fueron ideadas hace décadas logran mantenerse tan terroríficamente vigentes en los tiempos actuales. Uno de estos ejemplos lo encontramos en El cuento de la criada, una de las novelas más premiadas y reconocidas de la escritora canadiense Margaret Atwood, una mujer que siempre se ha caracterizado por su activismo en defensa de los derechos humanos, la libertad de expresión y la preservación del medio ambiente (temas, todos ellos, plasmados con acierto en ese libro). A su primera obra, La mujer comestible (1969), siguieron otros títulos tan premiados como Nada se acaba (1979), Ojo de gato (1988), La novia ladrona (1993) o Penélope y las doce criadas (2005), además de una amplia variedad de incursiones en poesía, ensayos, guiones, etc. Con El cuento de la criada (1985), la novelista se adentró en el género de la ciencia ficción distópica, siguiendo la senda marcada por otras obras de similar corte como Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932), 1984 (George Orwell, 1949) o Fahrenheit 451 (Ray Bradbury, 1953), que también presentaban sociedades futuras aparentemente perfectas, que escondían trastiendas de lo más oscuras. Sin alcanzar el reconocimiento de aquellos, el libro de Atwood mantiene intacta su contundente carga feminista y una demoledora crítica social sobre el tratamiento que se le da a la mujer en un mundo controlado por hombres. En 1990, Volker Schlöndorff, realizador de la memorable El tambor de hojalata (1979), llevó a la gran pantalla una adaptación cinematográfica de la novela, El cuento de la doncella, que, a pesar de contar en su reparto con nombres del calibre de Faye Dunaway o Robert Duvall, pasó sin pena de gloria, siendo considerada un acercamiento fallido. Veintisiete años después, supone todo un acierto que MGM Television y Hulu se decidieran a poner en marcha su propia versión en formato serie, creada por Bruce Miller (también guionista y productor ejecutivo) y emitida por la prestigiosa HBO. La primera temporada de El cuento de la criada (a la vista del éxito ya ha sido renovada para una segunda tanda) consta de diez capítulos de unos 50 minutos cada uno que, sin duda, nada tienen que envidiar en, cuanto a calidad y medios, al mejor producto cinematográfico, haciendo, al fin, justicia a la obra de Atwood.
La historia de El cuento de la criada nos sitúa en un futuro no demasiado lejano, con una humanidad que corre serio riesgo de extinguirse a causa de los desastres medioambientales y una decreciente tasa de natalidad que llega a ser alarmante. Por alguna circunstancia (tal vez como un castigo divino sobre unos humanos entregados al pecado), las mujeres han dejado de ser fértiles y, de los escasos embarazos que surgen, pocos llegan a buen puerto –anécdota argumental que también comparte con la novela de P. D. James The Children of Men (1992), que fuese llevada a la gran pantalla por Alfonso Cuarón en la deslumbrante Hijos de los hombres (2005)–, haciendo que la llegada de cada nueva vida al planeta sea tomada por todos poco menos que como un milagro. Estados Unidos ya no es el país que conocemos. Después de que un golpe terrorista llevado a cabo por políticos teócratas acabase con la vida del presidente y con la cúpula del Congreso, se ha eliminado la Constitución y se ha instaurado una sociedad totalitaria, denominada República de Gilead. Escudándose en la necesidad de erradicar la violencia, los derechos sociales (la homosexualidad o el adulterio pasan a ser delitos castigados con la pena de muerte) y la libertad de prensa se han visto mermados hasta el extremo de que las mujeres han acabado perdiendo sus derechos (entre ellos la independencia económica) para terminar viviendo a la sombra de sus maridos. Las pocas féminas que aún son capaces de quedarse embarazadas son esclavizadas y formadas como doncellas por severas guardianas para su posterior incorporación a hogares de familias poderosas, en los que son forzadas a mantener relaciones sexuales con los "dueños", con la finalidad de servir como vientre de alquiler de sus estériles esposas. Este ritual pseudoreligioso se celebra una vez al mes, siendo la doncella violada por el marido en el propio lecho matrimonial, mientras que la mujer sujeta sus manos. Un sobrecogedor panorama en el que el papel de la mujer ha quedado tristemente relegado al de engendradora de vida, residiendo en la capacidad de sus ovarios la suerte de su destino dentro de la sociedad.
Elisabeth Moss realiza la interpretación de su vida, inyectando fuerza, sensibilidad e incluso algo de sarcasmo (algunas líneas de guion, casi siempre en sus pensamientos, están impregnadas de un atravesado humor negro) a su complicado rol de Offred.
El cuento de la criada sigue la narración, en primera persona, de Offred (Elisabeth Moss) –nombre impuesto a la protagonista por el hombre a quien le ha tocado servir–, una mujer a la que, de la noche a la mañana, le fue arrebatado todo lo que tenía en la vida para ser feliz: un marido, una pequeña hija, un trabajo y, sobre todo, un espíritu libre al que debe renunciar para adoptar una postura de obediencia y sumisión, al igual que otras muchas mujeres fértiles que, como ella, dejaron de tener vidas propias para convertirse en doncellas. Offred es apresada, adiestrada y, posteriormente, conducida a la mansión de Fred (Joseph Fiennes), uno de los más influyentes comandantes del régimen. Es allí donde da comienzo su calvario, ya que, además de las forzadas relaciones sexuales que debe mantener con el hombre, Offred tiene que soportar las constantes humillaciones a las que es sometida por la esposa de aquel, Serena Joy (Yvonne Strahovski), una persona triste y resentida –también ella fue una mujer independiente, con ideales, reconocida escritora antes de que los libros fuesen prohibidos y destruidos, en la mejor tradición de Fahrenheit 451–, que se ha obsesionado con la idea de darle a su marido un bebé con el que espera reverdecer un matrimonio que yace estancado en el sopor y la rutina, con él inmerso en sus ocupaciones políticas mientras ella vaga por la casa como un alma en pena. Asistimos así a la rutina diaria de Offred, sus labores en el hogar, sus miedos, la desconfianza hacia quienes le rodean dentro de la casa –por todas partes hay "ojos", infiltrados en el servicio con la misión de vigilar a las doncellas y asegurarse de que estas cumplen las normas a rajatabla, con el consiguiente riesgo de ser denunciadas a las autoridades y acabar sus días limpiando basura tóxica en colonias–, su relación con otras chicas que se encuentran en sus mismas circunstancias y una incipiente atracción hacia Nick (Max Minghella), el chófer del comandante y posible "ojo" del lugar.
Nos hallamos ante la que posiblemente sea la serie más completa de las que han aterrizado este año en la parrilla televisiva –en una temporada no exenta de excelentes productos como Westworld, Stranger Things, Big Little Lies o Feud: Bette and Joan–, bendecida por un sobresaliente guion de Bruce Miller e Ilene Chaiken, que sabe captar a la perfección la esencia del libro, y una puesta en escena absolutamente primorosa y elegante. La historia, muy introspectiva, está estructurada sobre continuos flashbacks que muestran la vida de Offred (y otros personajes, como los del comandante y su esposa) anterior al golpe de estado, estando estos insertados en el presente con la suficiente inteligencia como para no confundir al espectador ni marearle con más saltos temporales de los necesarios. Al contrario, estas escenas enriquecen y ayudan a entender el carácter y la personalidad de cada una de las criaturas de la historia. Así, por un lado asistimos al amor infinito de la protagonista hacia su marido, Luke (O.T, Fagbenle), y su hija Hanna (Jordana Blake) –a la que no renuncia a recuperar algún día– y su estrecha amistad con la leal Moira (Samira Wiley), una chica lesbiana de fuerte carácter que también se ve obligada a ejercer de doncella. Por otra parte, también se le hace justicia al complejo personaje de Serena Joy, ofreciéndonos su lado más romántico y soñador junto a su esposo, antes de que la ambición, el poder y la nueva situación política corrompiesen su relación hasta el extremo de congelar sus sentimientos. Es El cuento de la doncella una obra que otorga una importancia primordial a sus personajes, algo que se traduce en el hecho de que hasta el último secundario es capaz de brillar con luz propia. Es cierto que lo de Elisabeth Moss es para quitarse el sombrero. La actriz de Mad Men realiza aquí la interpretación de su vida, inyectando fuerza, sensibilidad e incluso algo de sarcasmo (algunas líneas de guion, casi siempre en sus pensamientos, están impregnadas de un atravesado humor negro) a su complicado rol de Offred. Pero sería injusto no reconocer que Yvonne Strahovski realiza un trabajo de orfebrería al hacer que el público sienta por su Serena Joy odio y lástima a partes iguales. Las confrontaciones en pantalla entre ambas actrices son memorabes, con dos personajes femeninos muy fuertes y antagónicos. La suya es una relación contradictoria, ya que mientras que, al mismo tiempo que necesita de los servicios de Offred para ser madre, Serena Joy no puede evitar sentir envidia y celos hacia esa extraña que comparte intimidad con su hombre, viéndola también como una rival.
«Asumiendo estos riesgos, una vez más, HBO ha dado en la diana y nos ha entregado una primera temporada de El cuento de la criada tan redonda que roza la perfección, con un final que deja muchísimas incógnitas en el aire y ganas de conocer el destino de su sufrida heroína».
Como obra eminentemente feminista que es, en El cuento de la doncella son ellas las que tienen mejores oportunidades de lucimiento. Entre las secundarias, sorprenden muchísimo en sus papeles de doncellas amigas de la protagonista la encantadora Samira Wiley, Alexis Bledel –desgarradora, totalmente alejada de lo que le conocimos en Las chicas de Gilmore– y Madeline Brewer, que carga sobre sus hombros con uno de los personajes más trágicos de la función, el de la enajenada (y mutilada) Janine. Lo de Ann Dowd –la Patti de The Leftovers– es caso aparte, brillante en su temible encarnación de Tía Lydia, la guardiana superiora de las chicas. En lo que respecta a los roles masculinos, Joseph Fiennes está muy acertado a la hora de otorgarle a su comandante la necesaria ambigüedad, siendo sus momentos íntimos con Offred (los que tienen lugar en el despacho de él, fuera de las miradas de la esposa, o en las salidas de ambos a un local de sexo clandestino) verdaderamente fascinantes, con ella ganándose los favores de su señor, a base de utilizar sus armas de seducción, y él encaprichándose cada vez más con su criada. Menos favorecido sale Max Minghella como Nick, el inesperado interés amoroso (y posible válvula de escape) de Offred, tal vez un tanto insulso en medio de semejante nivel actoral, pero, aun así, defendiendo su papel con corrección. Con una magnífica labor fotográfica de Colin Watkinson en la que el color rojo de los hábitos de las criadas se adueña de la pantalla; la prodigiosa dirección artística en la que la estética dickensiana convive en anacrónica comunión con el mundo "moderno", y una extraordinaria banda sonora de Adam Taylor, la serie es un placer audiovisual de altura, pero, ante todo, encuentra su mayor baza en su alto contenido crítico, mostrando el fanatismo religioso –las bases de la nueva forma de reproducción se toman "prestadas" del cuento bíblico de Jacob, Lea y Raquel; las lapidaciones públicas como medida de ajustamiento– en toda su crudeza, como uno de los mayores peligros que acabarán destruyendo la sociedad; las diferencias de clases en las que los que tienen más dinero pisotean a los más desfavorecidos (en este aspecto todo sigue igual, siempre habrán privilegios); la doble moral –las mismas personas que crean las nuevas leyes son las primeras en saltárselas a las espaldas– o la misoginia, el machismo y la homofobia alcanzando unas cotas de retroceso terroríficas. Muchísimos temas, siempre candentes, que son tocados con contundencia, sin temor a que esta terrorífica (por cercana y reconocible) distopía acabe siendo cruel y descarnada en exceso. Asumiendo estos riesgos, una vez más, HBO ha dado en la diana y nos ha entregado una primera temporada de El cuento de la criada tan redonda que roza la perfección, con un final que deja muchísimas incógnitas en el aire y ganas de conocer el destino de su sufrida heroína. Una verdadera joya televisiva que, de momento, ha sido reconocida con 8 nominaciones a los próximos Emmy. | ★★★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid