Stray cat strut
Crítica ★★★★ de Kedi (gatos de Estambul) (Kedi, Ceyda Torun, Turquía, 2016).
En la relación entre lo urbano y lo salvaje, la figura del gato constituye uno de los puntos de unión más ambiguos. El cambio constante en esta relación, a marchas forzadas por los cada vez más imparables procesos de expansión de las grandes urbes, tiende a generar sentimientos de pérdida. Cada metro cuadrado de naturaleza inalterada que claudica bajo el cemento puede ser percibido como un nuevo paso que nos aleja cada vez más de una armonía antigua. Quizá Pompoko de Isao Takahata sea una de las obras fílmicas que mejor recoja este tropo. La lucha de sus mapaches protagonistas por evitar la expansión de Tokio a sus verdes montañas contiene de forma clara la pugna (con la derrota prefijada) entre un Japón tradicional y mitológico y un nuevo Japón moderno y materialista. Ambos mundos se definen por infinidad de signos japoneses, pero la retórica de opuestos es universalmente reconocible. Los mapaches de Takahata, asumida la pérdida de su hábitat, solo disponen de dos opciones: el transformismo como forma de infiltración entre los humanos o la búsqueda de nuevas tierras aún no alteradas por ellos. La integración de las dos especies, como animales salvajes que son los mapaches, no es una posibilidad. Ahí radica, decíamos, lo especial del caso de los gatos. A priori, encajan en la categoría del animal doméstico. Esto es, aquel que ha adaptado su comportamiento a la vida urbana y sus normas. Pero la domesticación implica un proceso de sometimiento a dichas normas que termina convirtiendo al animal en dependiente de lo humano. Y ese es un proceso que el gato nunca termina de completar, ni en consecuencia de fijar en su genética: este pequeño felino tiene una capacidad única para convertir la ciudad y sus dinámicas internas en su propia jungla, en un ecosistema propio en el que el contacto con los humanos no es evitado sino integrado según sus propias reglas.
Es decir, que el gato (y en especial el callejero) cuenta con el suficiente instinto cazador como para sobrevivir de forma independiente, pero a la vez con una capacidad para ahorrarse el molesto trabajo de conseguir alimento mediante la explotación del humano, como si el minino fuera consciente de su capacidad para fascinar a esa especie que dedica numerosas horas de su vida a la contemplación de vídeos protagonizados por sus sus congéneres (hay una lógica hilarante en que YouTube, la mayor canalizadora de la pasión por los vídeos de gatitos, sea una de las distribuidoras de Kedi). Y es la peculiaridad de esta relación humano-animal la que el documental que nos ocupa explora con una dedicación extraordinaria. Inspirada por los propios recuerdos de su infancia en Estambul, la directora Ceyda Torun nos presenta la capital turca como una ciudad en la que el fenómeno de los gatos callejeros, por su número y su perfecta integración en los barrios populares, supone una parte vital de la idiosincrasia del lugar. En su afán por trascender la mera condición de anecdotario, Kedi apuesta por la coralidad narrativa y por la supeditación de su fotografía a la perspectiva felina. Respecto a esto último, la cinta despliega su faceta más resultona en un logrado trabajo de cámara conducida por numerosos travellings de seguimiento a la altura del paso de los gatos e incluso una escena en la que se graba bajo el alcantarillado los (perezosos) intentos de caza de ratas de uno de sus protagonistas. Estos viajes entre los zapatos estambulíes se intercalan con amplios planos de drone que, ejerciendo como puntuaciones entre las diferentes microhistorias, recorren otro de los escenarios predilectos de los mininos: los tejados de la ciudad. Además, dan cuenta de la voluntad de Torun por elevar la entidad de sus imágenes a retrato social. Ahí entra en juego la coralidad que mencionábamos. Kedi se limita, libre cual felino, a deambular por la ciudad saltando de relato en relato, observando cómo, mientras sus protagonistas cuadrúpedos ensayan poses de eficaz indiferencia, sus contrapartes humanas proyectan sobre ellos inquietudes, afectos, necesidades de autoestima e incluso reflexiones teológicas. He ahí lo que hace de la experiencia de Kedi algo con mucha más sustancia que el vídeo de gatitos de ochenta minutos que puede parecer. Más allá de los momentos «ooooooh» (que los hay, inevitablemente), su interés radica en cómo descubre a los animales como extensiones de la personalidad de los humanos a la vez que en personalidades fuertes por sí mismas, una faceta que extrae de su observación detenida, tanto a través de sus planos como a través de los testimonios que recoge de sus diversos padrinos, hábiles conocedores de sus costumbres y maneras. Retratos felinos como el de la madre coraje, la celosa dominante o el pedigueño orgulloso son magnéticos, entre otras cosas, porque no resuelven el eterno dilema de hasta qué punto las personalidades (la propia raíz de la palabra ya es elocuente) de los gatos son auténticas expresiones de carácter o proyecciones de formas humanas de entender los comportamientos. O, como parece más posible, ambas cosas a la vez dada la propia integración del gato en los dominios humanos.
«Kedi se limita, libre cual felino, a deambular por la ciudad saltando de relato en relato, observando cómo, mientras sus protagonistas cuadrúpedos ensayan poses de eficaz indiferencia, sus contrapartes humanas proyectan sobre ellos inquietudes, afectos, necesidades de autoestima e incluso reflexiones teológicas».
Por último, lo que termina de redondear la cinta no es solo su capacidad para crear (o recrear, si nos contagiamos del convencimiento de la película en su fidelidad a la esencia de Estambul) un pequeño mundo valioso, sino su testimonio de un tiempo que se desvanece. Si los mapaches de Takahata contienen en su historia el paso de la naturaleza idílica a la fría megalópolis, los gatos de Estambul más bien nos hablan de una evolución dentro de la propia forma de experimentar lo urbano. Sobre las historias planea la amenaza de desaparición de esa armonía entre gatos y humanos, que se manifiesta de la forma más directa cuando un pescador habla del nuevo proyecto gentrificador de turno: un proyecto de zona de oficinas que acabará con los oficios más tradicionales y negocios humildes del barrio. «Nos preocupa el futuro de los gatos más que el nuestro», afirma el hombre. Si escarbamos un poco más en la ternura de la frase, el temor que esconde es ese porvenir de rascacielos y trajeados sin tiempo para detenerse a observar gatos, a su vez expresión de especial viveza de lo que ocultan las mieles del nuevo capitalismo y las economías globalizadas. Al fin y al cabo, no solo los gatos son las potenciales víctimas de este nuevo paradigma que ya no es que amenace a la diversidad natural, sino a la propia diversidad humana. Este leve sabor elegíaco de Kedi nos recuerda, en fin, que la figura del gato callejero (la misma que las políticas «civilizadas» consideran algo a erradicar) es también la expresión de una vivencia de lo urbano libre, relajada y abierta. | ★★★★ |
Miguel Muñoz Garnica
© Revista EAM / Londres
Ficha técnica
Turquía, Estados Unidos; 2016. Kedi. Documental. Directora: Ceyda Torun. Compañía productora: Termite Films. Productores: Ceyda Torun, Charlie Wuppermann. Fotografía: Alp Korfali, Charlie Wuppermann. Música: Kira Fontana. Montaje: Mo Stoebe. Duración: 79 minutos.