Tras dos años deambulando por el circuito de certámenes, paso por la competición de la 63ª edición del Festival de San Sebastián incluido, por fin llega a nuestras carteleras Los demonios (Les démons, 2015), primera película del cineasta canadiense Philippe Lesage que se adentra en el tenebroso territorio de la infancia.
«Los demonios» ha tenido un buen recorrido internacional, pero, ¿cree que le perjudicó que fuera programada tan tarde en el Festival de San Sebastián y pasara desapercibida para la prensa?
No diría que pasó desapercibida para la prensa internacional. Durante el Festival de San Sebastián, Variety y The Hollywood Reporter publicaron críticas increíbles, lo que no está nada mal. Por supuesto, no ayudó en absoluto que el filme se estrenara el último a la hora de crear un mayor impacto mediático. Antes de nuestra selección en el certamen, no teníamos un agente de ventas para negociar un mejor lugar en el programa. Aprendí de mis errores y ahora contamos con él. La película ha viajado a sesenta festivales por todo el mundo y ha sido vendida a muchos países. No me puedo quejar, este es mi primer largometraje de ficción. La premiere en San Sebastián fue estupenda, a pesar no de no saber a ciencia cierta si, en ese momento, las personas que nos aplaudían en las escaleras del Kursaal lo hacían solo por educación. Posteriormente, «Los demonios» fue bien recibida en todos los lugares donde se exhibió, especialmente en los países anglosajones. En Estados Unidos y Reino Unido tanto la crítica como el público fueron muy entusiastas.
¿Cómo nace el filme? ¿Cuáles fueron los primeros pasos?
Quería volver al oscuro período de mi infancia, donde vivía constantemente con miedo, torturado por mis demonios internos. Para ello, necesitaba reconciliarme con mi Yo infantil, porque estaba avergonzado de algunos aspectos de mi vida de por aquel entonces y tenía que volver atrás para revivirlos. Al igual que cualquier niño, yo era capaz de alcanzar altas cotas de crueldad; los chavales no son tan inocentes, no son esos puros y lindos cachorros que aparentan ser a primera vista. Ellos son egoístas y su comportamiento, en situaciones concretas, está cercano al de un psicópata. En la película, Félix es capaz de ser despiadado solo como salida del aburrimiento –el aburrimiento puede ser la puerta de la Maldad—, pero tras ello él es consciente de su sentimiento de culpabilidad y, también, como me ocurría a mí, de vergüenza. En el filme asistimos al despertar de un yo reflexivo, producto de la maduración de su conciencia. En la edad donde algunas personas comienzan una terapia psicoanalista, yo hice una película sobre mi infancia. Esto me ha salido más caro, pero en parte está financiado por el estado. Tengo la creencia de que la cinta es otro tipo de terapia. Explorar las neurosis de mi infancia a través de la ficción ha sido un lujo del que me siento afortunado de haber disfrutado.
¿Se basó solo en sus propias experiencias o en teorías educacionales y psicopedagógicas?
Todo procede directamente de mi propia infancia. No hay lugar para las teorías, para la investigación o cosas similares. Esto sería terrible y extremadamente aburrido para mí. No estoy intentado demostrar precepto o pensamiento alguno. El arte no debería ser así, y yo sigo creyendo que el cine es una de las grandes expresiones del arte. Incluso cuando hago películas documentales no realizo una gran investigación previa. Mi investigación surge durante el propio proceso, eso es todo. Tampoco soy un periodista o un académico. Solo estoy intentando compartir una experiencia humana con honestidad a partir de mi propia percepción y sensibilidad. Yo indago dentro de mí. Tengo una rica vida interior que no me permite la posibilidad de aburrirme. Mediante esta, yo espero que el público también alcance una experiencia personal con la película. Y, cuando hablo de experiencia, no estoy hablando de solo entretenimiento. Estoy hablando de ser transformado, desafiado y estar profundamente involucrado en la trama. Amo ese tipo de cine donde siento que se me cede un espacio para ser creativo como espectador, para rellenar los huecos de mi propia vida, para ser, al fin al cabo, un protagonista de la ficción, no un elemento pasivo. Hable con varias personas tras las proyecciones, y muchos de ellos se veían reflejados en Félix; se sintieron, viendo «Los demonios», como si estuvieran sentados en el diván, es una especie de terapia. Esto es un ejemplo de lo poderoso que puede ser el cine y el mejor cumplido que puede obtener un cineasta. No hay números en taquilla que igualen esto.
¿Cómo recuerda usted su infancia? ¿Y su primer amor?
La forma en la que recuerdo ahora mi infancia es diferente a hace dos años y será diferente dentro de dos años también. La memoria es compleja, está en constante movimiento y transformación. Es gracioso que me preguntes sobre mi primer amor porque este es el tema de mi próximo filme. El primer amor en un adolescente: normalmente un desastre.
¿Cómo fue el proceso de casting para el personaje de Félix?
Quién mejor que un chico imaginativo y sensible para encarnar el papel de un chico imaginativo y sensible. Conocí cerca de mil niños en audiciones y, finalmente, encontré a mi joven álter ego. Edouard seguirá siendo Félix en mi próxima película. Él resultó ser mucho más de lo que pudiera imaginar en un principio.
Philippe Lesage en el Congress Hall del Festival de Karlovy Vary.
¿El filme pasa del coming of age al thriller en su segunda parte? ¿Es su visión de la infancia y de la adolescencia?
Lo primero de todo, yo considero a Félix en «Los demonios» un niño, no un adolescente. La diferencia entre diez, once o trece, catorce es enorme; no es la misma configuración mental. Pero sí, la infancia y la adolescencia son períodos extremos, emocionalmente intensos. La tranquilidad narrativa del comienzo del filme es el reflejo de la visión del niño de la propia infancia, el tiempo parece que camina despacio debido a esa intensidad. Un año en la vida de un niño equivale a diez de la de un adulto. En la segunda parte de la cinta quería derrumbar la estructura fílmica anterior para poner un zapato al espectador. Las películas de hoy en día me aburren. Odio lo convencional, por lo que no quiero incurrir en los vicios del cine actual. Así pues, es un placer ese cambio de atmósfera con respecto a lo narrado en primer lugar: una bonita y agradable historia sobre un niño al que le atemorizan muchas cosas deviene en un escenario oscuro donde estos miedos que están tomando una forma extraña y muy real surgen. Paralelamente, por otro lado, un personaje secundario está secuestrando al público durante veinte minutos. Algo que no es trivial, y que está conectado de manera intrínseca al relato de Félix.
Se le ha relacionado con Haneke, aunque personalmente creo que está más cerca de la mirada de Céline Sciamma («Tomboy», «Ma vie de courgette»). ¿Cuáles son sus referentes?
Un periodista escribió en San Sebastián que la película se asemejaba a un verano brillante diseñado por Haneke; y todo el mundo en España repitió esa comparación. Hay muchos homenajes y guiños a directores en mi película, era una gran oportunidad para mi lado cinéfilo, pero ninguno procede de la ficción de Haneke a pesar de que me gustan sus películas. Si existe una influencia no creo que esta sea consciente. Yo creo que tengo mi propio estilo y como la mayoría de la prensa no ha visto mis obras anteriores es normal que busquen un referente inmediato. Nadie se ha dado cuenta que «Los demonios» homenajea a escenas de propuestas como «Cría cuervos» (Carlos Saura, 1975) o «Fresas salvajes» (Smultronstället, Ingmar Bergman, 1957), un hecho que sí me ha sorprendido.
¿Cuál es el siguiente paso en su carrera?
Rodaré mi próxima película, titulada «Genèse», este verano. Es un drama épico sobre el primer amor. Con mi enfoque minimalista, por supuesto. Como realizador, estoy intentando hallar lo épico en aspectos que parecen banales, mundanos. Los personajes se encuentran entre los 15 y los 18 años. Amar siendo tan joven es duro y cruel. Yo he encontrado la paz y la felicidad en el amor recientemente, en la franja de los 30. Por lo que ahora puedo volver atrás y explorar con algo más de distancia sobre la dificultad de amar sin defensas, de forma apasionada e ingenua. Al final, la ironía es que no existe edad para estar ciegamente enamorado, para cometer errores, para acabar siendo heridos y perder esa ilusión. Esto le pasa a cualquiera en cualquier instante de su vida.