En primera persona
Crónica número II del D'A 2017 por VÍCTOR BLANES PICÓ.
¿Cómo se enfrenta un director a su primer largometraje? ¿Qué contar y cómo hacerlo? Puede que estas sean dos de las preguntas que más quebraderos de cabeza provocan en muchas escuelas de cine. Respuestas hay muchas, y ninguna mejor que otra, pero lo cierto es que en el D'A podemos rastrear algunas pistas gracias a secciones como Talents, donde participan realizadores con menos de tres películas en su haber, o Un impulso colectivo, una muestra de nuevos directores que producen sus películas de forma independiente. Este año, encontramos a dos jóvenes directoras catalanas que nos muestran un camino. Por un lado, y como clausura de esta edición, la maravillosa Estiu 1993, triunfadora en la pasada Berlinale, en la que Carla Simón pone en imágenes un hecho que marcó su infancia: con tan solo seis años queda huérfana, debe ir a vivir con sus tíos y acostumbrarse no solo a una nueva vida, sino a una nueva familia. Apunten esta película, porque su emotiva honestidad dará mucho que hablar este verano. Por otro, en Júlia ist, que analizaremos detenidamente unas líneas más abajo, Elena Martín dirige y protagoniza el año de Erasmus de una joven arquitecta basándose, en gran parte, en su propia experiencia personal. Dos realizadoras que han encontrado en sus propias vivencias las mejores historias para trasladar al público. Y en ese ejercicio, nos ofrecen retratos reales, plagados de detalles y destellos de vida que son verdaderos milagros cinematográficos. Disfrútenlas.
Júlia ist | ★★★★
Elena Martín, España 2017 | Sección Un impulso colectivo 2017.
En la primera clase a la que asiste Júlia en su periplo berlinés, el profesor de arquitectura reflexiona sobre distintas ciudades. Capitales como Roma o París son urbes que miran al pasado, que se asientan sobre toda la historia que ha acontecido en sus calles. Nueva York, sin embargo, fue diseñada mirando al futuro, pensando en lo que el hombre podría conseguir, hasta dónde podría llegar. Pero, ¿y Berlín? Berlín es una ciudad que se pensó para el presente. Tras ser destruida durante la guerra, la tuvieron que reconstruir pensando en las imperiosas necesidades de los habitantes de entonces, sin tiempo para pensar en lo que vendría ni muchas ganas de asomarse al pasado. La idiosincrasia de la capital alemana bien podría extrapolarse a muchos estudiantes universitarios que acaban de cumplir la veintena y que emprenden el ansiado viaje de Erasmus. La vida se conjuga en presente, carpe diem se convierte en el mantra a seguir, el pasado ya ni importa y pensar en el futuro se convierte en el ejercicio preferido de procrastinación. Así, Júlia se encuentra en Berlín una ciudad como ella, inmersa en un presente que hay que exprimir. Y en ese tiempo se da de bruces con la vida; la realidad siempre acecha a la vuelta de la esquina.
El debut en el largometraje de Elena Martín (la Ágata de la sensación del cine catalán de hace un par de años, Les amigues del Ágata, y que ahora se pone delante y detrás de las cámaras) es un fiel reflejo de lo que supone realizar el famoso intercambio. Sin idealizar ni un ápice la experiencia, pero tampoco dejándose llevar por un tono derrotista y victimista, Martín compone en Júlia ist una película de su tiempo, intensamente personal, donde las luces y las sombras de cambiar de vida, país e idioma van dejando latente el choque que supone salir del nido protector, por muchas ganas que se tengan de romper con él. El tema Erasmus se ha tratado más bien poco en la cinematografía europea (dejando de lado la famosa Una casa de locos, de Cédric Kaplisch, en las antípodas de esta propuesta). Y lo cierto es que la joven directora catalana consigue exprimir la compleja red de situaciones y sentimientos a los que se enfrenta cualquier estudiante: la inesperada soledad inicial, la incesante búsqueda de afinidades, la curiosidad por conocer gente en un entorno donde todo es extraño... y al fin, cuando empiezas a disfrutar, es hora de terminar. Y la vuelta puede ser tan dura como esos primeros días en Berlín, puede que te invada la sensación de sentirte ajena hasta en tu propia casa. Con una mirada pausada y un guión certero y preciso en lo que quiere plasmar, Martín consigue desmitificar una época crucial para todo aquel que la ha vivido, que te marca como pocas, pero que requería de una realizadora joven y sensible, que hablara en primera persona, para construir en imágenes ese pequeño gran paso hacia la madurez.
El futuro perfecto | ★★★
Nele Wohlatz, Argentina 2016 | Sección Talents.
El debut de la realizadora argentina Nele Wohlatz (ganadora del premio a la Mejor ópera prima en el pasado festival de Locarno) resulta una tanto escurridizo a la hora de catalogarlo. El futuro perfecto, título con una buena dosis de mala baba, nos presenta a la joven inmigrante china Zhang Xiaobin que acaba de llegar a Buenos Aires, donde residen sus padres y hermanos. Pronto descubre la necesidad de aprender español, y son justo las clases y los ejercicios que realiza con otros compatriotas los que vertebran la cinta. La idea de la película surge de la experiencia como profesora de la directora en el Centro Universitario de Idiomas, donde imparte clases de español para inmigrantes.
Allí donde otros recurrirían al drama social de cámara al hombro para retratar las soledades de una recién llegada, Wohlatz prefiere liberarse de prejuicios formales y temáticos para, a través de la comedia y una puesta en escena sencilla sin florituras, apuntar y sugerir la incertidumbre a la que se enfrenta Xioabin. Una incertidumbre que no solo se verbaliza en forma de paradoja en el título, sino que también se pone en imágenes mediante un final que juega con el futuro como si de un trozo de plastilina se tratase. Y es que todos aquellos que han sufrido en sus carnes las clases de idiomas reconocerán en sus ejercicios cierta inclinación a la hipótesis, a la ensoñación, a alejarse de la verdad para construir tiempos verbales que parece imposibles y utilizar un vocabulario ajeno. Y ahí es donde la brillante sencillez de El futuro perfecto puede incluso jugar en su contra. Su corta duración (apenas supera la hora de metraje) y su rotunda adhesión a este planteamiento formal deja una sensación de simplicidad que no hace justicia a su voluntad de apelar a la complejidad existencial del personaje principal. Pese a todo, la cinta se disfruta e incluso resulta entretenido y curioso descubrir los recovecos narrativos por los que se adentra, pero puede que su excesiva levedad le impida dejar el poso que la frescura de su propuesta requería.
L’indomptée | ★★
Caroline Deruas, Francia, 2016 | Sección Talents.
La representación en el cine de la relación entre el arte y el artista siempre es un tema delicado. ¿Cómo puede el cine, un arte en sí mismo, reflexionar sobre la creación artística sin caer en lugares comunes? En muchas ocasiones, se deja llevar por la idealización de las musas, el éxtasis de ciertos alucinógenos, la caricatura bohemia y desinhibida del creado, la inherente frustración salvaje del día a día... Lo cierto es que, a primera vista, la ópera prima de la realizadora francesa Carolina Deruas propone una visión nueva e interesante sobre el proceso de creación. En L'indomptée, un grupo heterogéneo de artistas (distintas edades, disciplinas e intereses) viajan a Roma para disfrutar de una beca en la Villa Médici, que desde 1803 alberga la Academia Francesa en la capital italiana. Durante un año, tendrán a su disposición un antiguo palacio renacentista en plena ciudad eterna para desarrollar su especialidad.
La cinta se centra en dos personajes femeninos. Por un lado, Camille, una escritora que se muda con su familia, intenta dejar atrás un bloqueo creativo que ya dura tres años tratando de construir un relato sobre la figura de la primera mujer que disfrutó de la beca a principios del siglo pasado. Su experiencia representa la presión externa por triunfar, por conseguir reivindicarse como una autora con voz propia, fuera de la sombra de su marido, un reputado escritor. (Paradójico paralelismo el que se puede establecer entre este personaje y el de la propia directora, pareja de Philippe Garrel, más sabiendo que la película es fruto de la estancia de Deruas en la villa). Por otro, Axèle se interesa por la fotografía y en ella vemos el tormentoso proceso interno para establecer un diálogo artístico con su entorno. El juego de fantasmas que propone con los antiguos ilustres habitantes de la villa y cómo se le aparecen en su tránsito creativo es, sin duda, lo más interesante del film. Pero este diseño de personajes se ve eclipsado por las idas y venidas amorosas a las que se ven sometidas ambas mujeres. Lo que empezaba siendo una exploración de un grupo de artistas va quedando poco a poco de lado para dar más importancia al enésimo relato sobre las pasiones entre hombres y mujeres bajo la lupa convencional del cliché de género: ellos las abandonan, las engañan, las maltratan y ellas sufren intensamente los rechazos, se pelean entre ellas. Una lástima que esta deriva al más puro estilo garreliano desluzca un comienzo prometedor.