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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Por trece razones

    Sociedad de acosadores

    crítica ★★★ de la primera temporada de Por trece razones.

    Netflix | 13 Reasons Why | EE.UU., 2017. 1 temporada / 13 episodios. Creador: Brian Yorkey. Directores: Tom McCarthy, Gregg Araki, Carl Franklin, Jessica Yu, Kyle Patrick Alvarez y Helen Shaver. Guion: Brian Yorkey, Elizabeth Benjamin, Diana Son, Thomas Higgins, Nathan Jackson, Nathan Louis Jackson, Nic Sheff, Hayley Tyler. Fotografía: Ivan Strasburg y Andrij Parekh. Montaje: Leo Trombetta, Daniel Gabbe y Matthew Ramsey. Música: Eskmo. Reparto: Dylan Minnette, Katherine Langford, Christian Navarro, Alisha Boe, Brandon Flynn, Justin Prentice, Miles Heizer, Ross Butler, Devin Druid, Amy Hargreaves, Derek Luke, Kate Walsh, Michele Selene Ang, Brian d'Arcy James, Sosie Bacon, Steven Weber, Mark Pellegrino, Ajiona Alexus, Henry Zaga, Steven Silver, Tommy Dorfman, Robert Gant, Keiko Agena, Uriah Shelton, Brandon Larracuente, Timothy Granaderos y Josh Hamilton.

    La historia, las matemáticas y la lengua se encuentran entre las materias cursadas por los niños y los adolescentes de todas las escuelas. No así la empatía, que va más allá del respeto, término a su vez bastante más apropiado que el manido “tolerancia”. En casi todas las instituciones educativas se insta a los estudiantes a venerar a los mayores y cuidar de los pequeños, a odiar la guerra y amar la paz, a condenar la pobreza y aplaudir a quienes luchan contra ella. En casi ninguna se enseña empero a comprender de verdad a los propios compañeros, a abrazar a quienes son diferentes o a defender a aquellos que sufren las consecuencias de serlo entre la desavenencia. No lo suficiente, al menos. Todos estos conceptos se mencionan de pasada, con el castigo como amenaza, pero sin llegar a ahondar en ellos. Así, los profesores se sienten tranquilos en las aulas por haber explicado la «teoría tolerante» y los padres hacen lo propio en sus casas a sabiendas de que sus hijos están siendo debidamente educados en otra parte. Entretanto, el ambiente de los pasillos estudiantiles es algo que sólo conocen de primera mano los niños y no tan niños que los recorren, quienes los perciben como un microcosmos único y personal donde forjarse la personalidad… o morir en el intento. «¿Qué hacen nuestros hijos cuando no miramos?», se pregunta la mayoría de los padres. Y probablemente nunca sepan la respuesta, porque sus hijos, por queridos que sean, dejan de ser suyos en el momento en que ponen un pie en el colegio por primera vez: entonces, las prioridades cambian y los padres pierden poco a poco el estatus de figuras de referencia, el cual pasan a ocupar los compañeros de clase hasta el punto de que importe poco el afecto del que se goza en casa si este no se traslada a esa vida paralela asumida en el entorno escolar. Una vida paralela donde, aunque nos cueste creerlo, hay amor, compasión y altruismo, sí, pero también crueldad, maldad y egoísmo; desde nuestra más tierna infancia. Esto es algo que los padres intuyen pero rara vez llegan a comprender, convencidos como están de que, por el motivo que sea, sus hijos son diferentes. Una mezcla de ingenuidad y egolatría es lo que lleva a esta conclusión, así como lo que dificulta enormemente el apoyo a los más pequeños por parte de sus profesores y progenitores, a quienes aquellos aprenden pronto a no arrastrar a determinada clase de problemas, avergonzados como están por padecerlos.

    La guerra y la pobreza son cuestiones serias. El acoso escolar, no. Eso percibe quien sufre este último, avergonzado, no ya por quejarse por “nimiedades” mientras en la otra esquina del mundo hay niños pasando hambre, sino directamente por sufrir ataques que considera merecidos. Eso padece Hanna Baker, protagonista de Por trece razones (más conocida como 13 Reasons Why, como obra millennial que es), hasta el punto de no poder aguantarlo más, de optar por el suicidio como única solución a un problema que se ha vuelto más grande que ella misma. Quizá la adolescencia sea una edad durante la que todo se magnifica, pero el sufrimiento padecido por alguien para optar por tan innatural acto es algo que, afortunadamente, pocos pueden comprender. Bien encarnada por la debutante Katherine Langford, quien envuelve al personaje en la debida mezcla de compasión y misterio, Hanna Baker —nombre que difícilmente se borrará de la cabeza de los espectadores dado el número de veces que es pronunciado… y la cadencia con que lo es— decide darse de baja del mundo, mas no sin antes explicar el motivo de ello; o, mejor dicho, los trece motivos, presentados en forma de trece cintas donde, poco a poco, aparecen los culpables, la mayoría de los cuales no hizo nada ilegal o criminal, siquiera demasiado grave, y sin embargo influyó decisivamente en la muerte de la chica: «entre todos matamos a Hanna Baker», afirma el latino Tony Padilla (perfecto Christian Navarro), quien, sirviendo de voz de la conciencia, se convierte en uno de los personajes televisivos homosexuales menos tópicos que se recuerdan. El suicidio —el fin— marca así un nuevo comienzo para que todos aquellos que la rodeaban en vida se percaten definitiva y tardíamente de la (triste) existencia de la chica y empiecen así a replantearse las suyas propias. Mediante la sugerente dosificación de la información, harto fiel a la novela homónima de la que parte (publicada con gran éxito de crítica y público por Jay Asher en 2007, o sea, hace exactamente una década), la serie logra hacernos partícipes de la magnitud de actos aparentemente pequeños que, sumados los unos a los otros, terminan convertidos en una imparable bola de nieve. Bueno, eso y enganchar a un espectador que rara vez terminará un capítulo sin florecientes ganas de más.

    «Por trece razones trata a su público con inteligencia, evitando giro tramposo alguno pese a ser bien consciente de tenerlo en vilo».


    En el 2011 Universal Studios adquirió los derechos del popular libro con la intención de convertirlo en una película protagonizada por Selena Gómez, pero cuatro años más tarde, en plena revolución del panorama televisivo, se anunció que Netflix la tornaría en una serie y que la actriz y cantante se limitaría a coproducirla (y a aportar el emotivo tema “Only You”). Ciertamente la decisión no podría haber sido más acertada, ya que, no sólo el material escrito tiene el perfecto efecto de enganche que busca Netflix (plataforma que, a diferencia de las demás, despliega las temporadas enteras de forma que sea cada espectador quien decida cómo y cuándo consumirlas en función de su apetito), sino que además el tema desarrollado se presta a ser expandido sin necesidad de excesiva paja. Y es que, aunque la serie tiende hacia la parsimonia y la reiteración, lo cierto es que todas y cada una de las escenas sirven para acercar tanto al espectador como a su protagonista (quien, por cierto, no es Hanna, como se pasará a explicar a continuación) a la resolución. Rehuyendo el efectismo de Pequeñas mentirosas (2010-2017), que requirió 7 temporadas y 160 episodios para desembocar prácticamente en el punto de partida, Por trece razones trata a su público con inteligencia, evitando giro tramposo alguno pese a ser bien consciente de tenerlo en vilo. Clave de esto es el desarrollo del protagonista, quien, como acaba de afirmarse, no es Hanna Baker, sino Clay Jensen —el encantador Dylan Minnette, popular de la noche a la mañana gracias a Pesadillas (2015) y No respires (2016)—, el típico estudiante / hijo / compañero / novio “perfecto” que, sin presumir en exceso de popularidad o admiración, es querido y respetado a partes iguales por todos los que lo rodean a raíz de ese carácter eminentemente “normal” que casi todo adolescente envidia. Así, conforme los secretos de Hanna se revelan, los sentimientos de Clay experimentan una verdadera montaña rusa que termina poniendo patas arriba la realidad tal y como él la conocía. «Nos han convertido en una sociedad de acosadores», reza una de las cintas, cuyos crudos mensajes se clavan poco a poco en el corazón del chico. Cada vez más consciente del papel que jugó (o, mejor dicho, podría haber jugado) en la afligida vida de alguien a quien, habiendo dado por sentado, nunca llegó a valorar del todo, el chico vive un sugestivo arco emocional que justifica por sí solo las casi trece horas de visionado.

    Los mentados Langford, Navarro y Minnette encabezan un plantel de intérpretes eminentemente desconocidos que cumplen con creces su labor sin buscar en ningún instante el brillo personal, conscientes de que no debería ser ninguno de ellos, sino el bullying, el protagonista de la función. Parte de la justa mezcla de naturalidad y carisma de las interpretaciones se debe a los seis realizadores, entre quienes se cuentan tres versados talentos televisivos —Carl Franklin (House of Cards, The Affair, The Leftovers), Jessica Yu (Anatomía de Grey, Scandal, American Crimen) y Helen Shaver (The Unit, Castle, Orphan Black)— y tres recientes revelaciones del cine independiente —Tom McCarthy (receptor del Óscar a mejor guion original por la también polémica Spotlight, 2014)—, Gregg Araki (quien ya ahondó en la tenebrosidad de la adolescencia en Oscura inocencia, 2004) y Kyle Patrick Álvarez (artífice del thriller psicológico Experimento en la prisión de Stanford, 2015)—, todos ellos con créditos a sus espaldas de los que se hace eco la serie. De hecho, la conjugación de talentos televisivos y cinematográficos es clave de la puesta en escena, la cual se caracteriza por el extenso arco emocional de los protagonistas, la proliferación de personajes secundarios que tarde o temprano tienen su intervalo de gloria, una constante sensación de cierre —al finalizar cada cinta o capítulo— y reapertura —al introducir cada nueva cinta en el casete— , una realización poco arriesgada pero efectiva, el sugerente empleo de la voz en off de Hanna Baker y la abundancia de primeros planos que llaman a la misma empatía que se negó a la pobre chica. De hecho, la serie consigue que el espectador empatice, no ya con Hanna, Tony o Clay, sino con la mayoría de personajes, muchos de los cuales actúan mal por el mero hecho de verse atrapados por un contexto que sencillamente no les ha enseñado a hacerlo mejor. Los jóvenes pagan el pato, pero gran parte de la culpa reside en sus padres y profesores, quienes son a su vez víctimas de un sistema enfermo que, lejos de alejar la responsabilidad de cualquiera de ellos, la expande hasta volverse colectiva: mientras asistimos al desarrollo de Por trece razones desde la comodidad de nuestro sofá, de alguna forma, nosotros también matamos a Hanna Baker.

    «Conforme el drama estudiantil al más puro estilo Las ventajas de ser un marginado (novela: 1999, película; 2012, ambas de Stephen Chbosky) da paso al thriller, quizá crezca la intriga, pero la naturalidad y la identificación se disipan. No por ello deja Por trece razones de ser una obra notable: pocas series tan adictivas provocan al tiempo tal grado de necesario debate».


    Sin embargo, el llamamiento a la empatía de Por trece razones no es tan revolucionario como pretende (o como el inesperado impacto social que está teniend0 parece reflejar). Porque todo comienza con una pequeña gran mentira que gana a Hanna una fama inmerecida de “chica fácil”. ¿Qué habría pasado si aquello no fuera un rumor, si Hanna realmente fuera la persona de la que se habla? Pues que todo se habría desencadenado de la misma forma: ella no se habría convertido en el blanco de todas las pullas por una mentira, sino por una realidad. Y esa realidad sería el machismo imperante que aún domina la sociedad en todos los ámbitos, sin ser el escolar en absoluto una excepción: porque tener contacto sexual en una primera cita sigue viéndose como un triunfo para ellos y una deshonra para ellas. Vamos, que si Hanna Baker realmente se hubiera dejado llevar por el deseo y hubiera sido tachada de facilona por ello, la identificación con ella por parte de todos aquellos que han sufrido bullying por algo que han hecho o, peor aún, por algo que son sin remedio (homosexuales o foráneos, por ejemplo, como es el caso de varios de los personajes secundarios de una serie que ofrece un microcosmos sexual y cultural encomiable), sería completa. Tal y como novela y serie fueron concebidas, se alcanza el impacto pero no en el centro de la diana. A fin de cuentas, el complejo de culpabilidad que suele acarrear el acoso («como soy gordo / feo / gay / negro / diferente, me lo merezco») pierde bastante sentido en el momento en que es una falacia lo que lo desencadena, de forma que el guion tiene que recorrer caminos más oscuros y hasta delictivos para que todo parezca grave y el suicidio quede “justificado” —que no glorificado, como insisten en leer algunos—, lastrando así los efectos del propio bullying. Conforme el drama estudiantil al más puro estilo Las ventajas de ser un marginado (novela: 1999, película; 2012, ambas de Stephen Chbosky) da paso al thriller, quizá crezca la intriga, pero la naturalidad y la identificación se disipan. No por ello deja Por trece razones de ser una obra notable: pocas series tan adictivas provocan al tiempo tal grado de necesario debate; pero tampoco se puede ignorar el hecho de que este último surge más bien por la presentación de la problemática que por un tratamiento verdaderamente afinado de la misma. A fin de cuentas, ¿quién necesita violaciones y muertes cuando pocas cosas hay más terribles que la desazón padecida por un adolescente a quien la sociedad no es capaz de transmitir suficiente seguridad en sí mismo para que crecer tenga sentido? | ★★★ |


    Juan Roures Rego
    © Revista EAM / Madrid


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