La infancia es un thriller psicológico
crítica ★★★★ de Los demonios (Les démons, Philippe Lesage, Canadá, 2015).
El pequeño Félix, protagonista de Los demonios, aparece sentado ante la mesa de una fiesta de cumpleaños, con los invitados al fondo desenfocados. Al cortar al contraplano, la cámara, situada a la altura del niño sentado, panea con cautela siguiendo los movimientos del ritual de entrega de regalos. Dado que se trata de una fiesta adulta, rigen las normas de cordialidad distendida en el intercambio de gestos y palabras. Pero la perspectiva es la de alguien que no termina de comprender esas normas. La vista en leve contrapicado, sumada a las continuas irrupciones de movimientos en primer plano que imposibilitan cualquier equilibrio en el encuadre, denota pues lo ajena que resulta para Félix la situación filmada. Él se encuentra, literalmente, a otra altura y nivel. Escenas similares, descriptivas y alejadas de cualquier trazo de conflicto argumental, abundan en la primera mitad de Los demonios, dedicada a exponer el estado de confusión inherente a la infancia que vive nuestro protagonista. Lo vemos, por ejemplo, acompañar en una quedada a su hermano mayor y sus amigos. Siguiendo en silencio la conversación de los mayores e hilando lo que capta con algo que ha oído antes en clase, llega a la conclusión de que haber jugado a los novios con un compañero le convierte en homosexual y, en consecuencia, en afectado por el VIH. O lo vemos mediar, junto a sus dos hermanos mayores, en una pelea entre sus padres que amenaza con tornarse violenta. En ambos casos, y aunque Félix nunca la manifieste, somos conscientes de su incapacidad para entender del todo lo que pasa a su alrededor, de su carencia de un esquema mental que le permita distinguir la gravedad de una crisis conyugal de la de unos prejuicios de adolescentes.
Viene bien tener en mente este estado mental de su protagonista para enfrentarse a Los demonios esquivando las expectativas de género, que con esta película llevan sin remedio a la frustración. Dado que el maridaje entre coming of age y thriller con asesino incluido con el que podríamos clasificarla atendiendo a su sinopsis está lejos de abarcar la riqueza que contiene la ópera prima de Philippe Lesage. El segundo componente, de hecho, no sirve en absoluto en términos de recepción, pero sí en términos de psicología del personaje. Es Félix, y no nosotros, quien vive todo lo narrado como un espectador de thriller. Esto es, como alguien capaz de intuir en la atmósfera que le rodea una amenaza que espolea miedos no demasiado definidos, pero incapaz de discriminar entre toda la información que procesa cuál es aquella que realmente constituye una amenaza. El miedo de Félix, pues, es el más inevitable de todos: aquel al que no se le puede poner nombre. ¿O acaso, cuando mirábamos debajo de la cama temerosos de los monstruos, teníamos la mínima idea del aspecto que podían tener? Así, la división de Los demonios en dos episodios claramente diferenciables (aquel en el que se describe la rutina de Félix plagada de miedos inconcretos, y aquel en el que aparece la amenaza real y definible) existe solo ante nuestros ojos, no ante los de un Félix para el que las leyendas urbanas sobre el VIH y la existencia de un asesino de niños en su vecindario son asuntos igual de preocupantes. De hecho, el mayor arrebato de alegría catártica, de liberación de uno de esos miedos para nuestro protagonista (una escena arrebatadora al son de Miriam Makeba), se inserta en el montaje justo antes de la escena en la que la amenaza real se manifiesta por primera vez de manera directa y muy próxima a él.
«La mirada que propone Lesage, en fin, tiene algo de dolida en su concepción de la infancia como una mala cosecha, un campo lleno de posibilidades de crecimiento mal sembradas por la ineptitud (inevitable) del cultivador».
La idea que queda planeando, no poco perturbadora, es la de una infancia perlada de temores yuxtapuestos, que sin embargo no sirven como mecanismo para evitar el peligro real. Que sea otro muchacho y no Félix la víctima de ese peligro depende únicamente del azar, como subraya una escena que convierte el ritual de escoger miembros del equipo en una cuestión mucho más inquietante. Félix, ese hombre a futuro que vemos tomar forma ante nuestros ojos, se va definiendo en torno a inseguridades de raíz familiar (la mala situación de sus padres) o afectiva (una curiosidad sexual que deviene culpabilizada) mientras observamos, con un deje de impotencia, cómo toda esa confusión le convierte en un niño apocado, frustrado en su curiosidad natural ante la vida. Y, lo que es peor, en protagonista de thriller indefenso ante el auténtico monstruo. La mirada que propone Lesage, en fin, tiene algo de dolida en su concepción de la infancia como una mala cosecha, un campo lleno de posibilidades de crecimiento mal sembradas por la ineptitud (inevitable) del cultivador. Pero tampoco termina de explicar todas las virtudes que el cineasta canadiense demuestra, y que tienen que ver con ese duende para llenar de vida la pantalla mediante simples cuestiones de posicionamiento de cámara (esa estética de la confusión sutil que describíamos en el primer párrafo), de precisión en los detalles de caracterización, de fluidez en la cadencia narrativa. Los demonios tampoco renuncia al rescate de cuestiones más esperanzadoras como la solidaridad que se crea entre Félix y sus dos hermanos, cuya belleza percibida radica en la naturalidad con la que transcurre ante la cámara. Después de todo, lo mejor que se puede decir de ella es que se desata en una capacidad privilegiada para que sus imágenes resulten magnéticas sin importar demasiado lo que cuenten o dejen de contar. | ★★★★ |
Miguel Muñoz Garnica
© Revista EAM / 63ª edición del Festival de San Sebastián
Ficha técnica
Canadá, 2015. Les démons. Director: Philippe Lesage. Guión: Philippe Lesage. Productora: Les Films de L'Autre. Presentación oficial: Festival de San Sebastián 2015. Productores: Philippe Lesage, Galilé Marion-Gauvin. Fotografía: Nicolas Canniccioni. Música: Pye Corner Audio. Montaje: Mathieu Bouchard-Malo. Vestuario: Caroline Bodson. Diseño de producción: Marjorie Rheaume. Dirección artística: Marcel Coulombe. Reparto: Edouard Tremblay-Grenier, Pier-Luc Funk, Yannick Gobeil-Dugas, Vassili Schneider, Sarah Mottet, Mathis Thomas, Victoria Diamond, Laurent Lucas, Alfred Poirier, Milya Corbeille-Gauvreau, Rose-Marie Perreault, Pascale Bussieres, Theodore Pellerin, Jean-Luc Terriault, Benedicte Decary. Duración: 118 minutos.