Autoficción có(s)mica
crítica ★★★ de Guardianes de la galaxia. Vol. 2 (Guardians of the Galaxy, Vol. 2, James Gunn, Estados Unidos, 2017).
De pronto un pulpo gigante irrumpe por uno de los laterales de la pantalla y se abalanza sobre una plataforma en la que lo esperan (contando ya los segundos) Peter Star Lord Quill, Gamora, Drax, Rocket y la versión en miniatura de Groot. Los Guardianes llevan consigo unos altavoces, también minúsculos, que amenizan con música una batalla que se presume rápida y sin embargo muy violenta. En la que todos lamentan sus fallos y tuercen el gesto de dolor y nadie muere del todo porque el objetivo es morirse de la risa; no morir jamás. Groot baila en primer término mientras sus compañeros, en segundo, intentan frenar el aluvión de golpes y rayos mortíferos que les dedica ese calamar morado. Un recurso cómico punteado por el vaivén de diálogos que casi interrumpen a Groot, quien —baile por aquí, baile por allá— no pierde la oportunidad de correr detrás de unos monstruos con aspecto de zarigüeyas radiactivas, completando así una escena-prólogo de aliento evocadoramente nostálgico: el slapstick de este siglo, a caballo entre el ruido y su ausencia por indecisión. Este recurso lo utiliza James Gunn más que nunca. Ya asistimos a un gag semejante en la primera entrega de lo que promete ser una/otra saga con el carrete de los pescadores generosos. Dividida en volúmenes, como aquellos viejos cassettes que reunían los grandes éxitos del verano, o cualquier mezcolanza maximalista, embrutecedora, de un tiempo en particular; «lo mejor de los setenta», «grandes clásicos de la música disco», «las mejores canciones de los ochenta». Guardianes de la galaxia Vol. 2 baila al son de una cinta cuyo propietario es el melómano Peter Quill. Suya es la letra pero no la cuota de pantalla, pues esta vez el verdadero protagonista es Drax. Repentinamente le ha salido al E.T. de Pachá una vis cómica que la película exprime con cierta gracia, como un padre que presumiera de los cíclicos hallazgos de su bebé y no dejara de repetírselos y enviárselos por WhatSapp a sus contactos. Porque es tan bonito. Quién no se reiría con y de un bebé de un metro noventa y cinco que bien podría haber surgido de una nota al pie de las Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Drax también representa a esos marcianos psicoanalistas que no admiten una verdad hasta que la ven reducida a su detritus, a una proyección subjetiva que no es sino un delirio del viaje. No basta con tenerlo delante, no. Hay que asumirlo: Dave Bautista se hace muy bien el tonto. Sus carcajadas desafían las leyes de la gravedad. Disfruta sufriendo a lo grande. Disfruta muriéndose de la risa él solo.
«Un filme complaciente con el espectador que se mira al espejo entre secuencias y que no duda en, nuevamente, reconocerse como alguien ingenioso que no se toma en serio. Así funciona Guardianes de la galaxia Vol. 2, en el terreno de la autoparodia y la incesante producción de golpes de efecto pop».
No aconsejo verla en 3D. Los errores de escala son continuos. Pongamos un ejemplo: un plano general muestra una carretera perdida de Estados Unidos rodeada por verdes, estimulantes campos como salidos de una pintura de Hopper. Un coche ¿descapotable? avanza hacia nosotros, o somos nosotros quienes avanzamos hacia él, da igual. La cámara se mueve de arriba abajo. De izquierda a derecha. A través de las gafas activas uno tiene la sensación de estar observando más bien una maqueta con MicroMachine incluido, una chuchería en manos de Kurt Russell, que conduce y sonríe rejuvenecido y rodea con el brazo a una mujer visiblemente feliz en el asiento del copiloto. Cualquiera no diría que es un nuevo modelo de Terminator, Kur T-Ego Russell. Su expresión justifica el nombre con que han bautizado a este dios benéfico. Y, al tiempo, esa misma condición no justifica su presencia en un filme complaciente con el espectador que se mira al espejo entre secuencias y que no duda en, nuevamente, reconocerse como alguien ingenioso que no se toma en serio. Así funciona Guardianes de la galaxia Vol. 2, en el terreno de la autoparodia y la incesante producción de golpes de efecto pop. El guionista y director James Gunn acusa por momentos la necesidad de que sus personajes, no poco simpáticos, nos recuerden los tópicos del cine de aventuras y el subgénero espacial. No le importa, no parece, que a la historia se le noten las tuercas y las sucesivas capas de amianto con que la han parcheado durante su escritura y subsiguiente rodaje. Una idea destaca por encima del resto, y es que si algo funciona bien, ¿por qué cambiarlo? Es este un cine hiperdemocrático, viscoso y juguetón, que no se opone a ningún modelo, ni contemporáneo ni pasado. Surge por entusiasmo y nervio adolescente, sin deudas posteriores. Su máxima aspiración es la de concitar al público —sin descargo de espíritus cascarrabias— en una misa frenética que ya dejó de apoyarse en el texto y la viñeta, para cristalizar en un neolenguaje cuyos referentes son otros. Ni mejores ni peores, si bien cada vez menos elásticos. Los Guardianes de la galaxia aspiran a una cosa tan básica como hallar estilo en la repetición de unos esquemas fundamentales en nuestra formación cinematográfica. Recuperemos si no me creen una imagen descrita al principio de este artículo (un árbol danzarín que capta, como buen prestidigitador del Tormes intergaláctico, nuestra atención gracias a su nada inocente forma de escaquearse) y crucémosla con otra aún más definitoria: la del pulso que mantienen hoy la ficción y esa cosa publicitaria (ha existido siempre) llamada autoficción, sobre todo en el mercado editorial. Esta vez, auto-ciencia-ficción. Kurt Russell y MicroMachines y superproducciones 2D convertidas a tres dimensiones que evocan —entre otros hitos— a La guerra de las galaxias e Indiana Jones y el stevensoniano tratado de amistad (insobornable, dicen) de Los Goonies. Diversas y marcianas formas de no tomarse en serio, pues todo conduce indefectiblemente al mismo lugar; al estímulo del yo, al cameo del mito en formol, al guiño «friki», a la grasilla de la nostalgia ochentera. Algunos los hay, fieles a su (des)memoria, que se conforman con visitar de tarde en tarde las inverosímiles ruinas del pasado sin pasear luego a los zombis de los que fueron, son y serán siempre nuestros héroes en el tiempo detenido del cine. Gente aburrida, y muy respetuosa con los suyos. | ★★★ |
Juan José Ontiveros
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos, 2017. Guión y dirección: James Gunn. Fotografía: Henry Braham. Música: Tyler Bates. Reparto: Chris Pratt, Zoe Saldana, Dave Bautista, Bradley Cooper, Vin Diesel, Michael Rooker, Karen Gillan, Kurt Russell, Glenn Close, Sylvester Stallone, Elizabeth Debicki, Tommy Flanagan, Sean Gunn, Pom Klementieff, Chris Sullivan. Productora: Marvel Studios. Distribuidora: Walt Disney.