Volver sobre los pasos
crítica ★★★★ de El hijo de Jean (Le fils de Jean, Philippe Lioret, Francia, 2016).
No deja de resultar curiosa la coincidencia de varios títulos en la cosecha de 2016 que hablaron de jóvenes que, tras crecer en hogares apacibles, se ven obligados a hacer frente a la realidad de descubrir sus verdaderos orígenes, aceptando la existencia de otros progenitores, los verdaderos, de los que, por una razón u otra, fueron separados. Así, a la celebrada Lion (Garth Davis), que nos enseñó la dramática odisea real de un niño desaparecido en las calles de Calcuta y adoptado por una familia australiana que, de mayor, decide buscar a su madre y hermanos verdaderos, y a la brasileña Madre sólo hay una (Anna Muylaert), la historia de un niño que fue robado y criado por una falsa madre, hay que añadir otra estupenda cinta, El hijo de Jean, octavo trabajo del director Philippe Lioret, todo un especialista en desentrañar secretos familiares en obras tan interesantes como El extraño (2004) o Je vais bien, en t'en fais pas (2006) –aunque su obra más conocida sea Welcome (2009), premiada en Berlín–, que llega avalado por dos nominaciones a los Premios César a mejor actor (Pierre Deladonchamps) y actor secundario (Gabriel Arcand). Una película que, de nuevo, habla de la necesidad vital que tienen las personas de completar el puzzle de su árbol genealógico para dar respuesta a muchas preguntas sobre quiénes son, libremente basada en la novela Jean-Paul Dubois Si ce livre pouvait me rapprocher de toi, publicada en 1999. Lioret, ante la imposibilidad de obtener los derechos de la obra, ha salido llevar a su terreno los elementos básicos de la historia para edificar un excelente drama familiar tocado por una afortunada aura de misterio durante buena parte de su metraje.
La acción de El hijo de Jean da comienzo en París, donde Mathieu, ejecutivo en una multinacional de pienso para animales con inquietudes como escritor de novela negra, de unos treinta años, recibe una enigmática noticia vía telefónica desde Canadá. La voz al otro lado del hilo le informa de que su padre biológico, ese que según su madre había sido la aventura de una noche que acabó en embarazo, ha fallecido y que tiene dos hermanos. El chico, seducido por la idea de indagar en las circunstancias de su pasado, emprende un viaje (físico y emocional) a Quebec, donde es recibido por Pierre, anciano amigo de su padre, que le aloja en su casa durante los días previos a la ceremonia del entierro y se convierte en el mejor guía para emprender esa investigación acerca de la rama familiar paterna. Durante este periplo, Mathieu no solo descubre que su progenitor, un cirujano adinerado y mujeriego, ha desaparecido en un lago sin dejar un cuerpo que velar. También que le ha legado un valioso cuadro –macguffin de todo enigma que se precie– y que esos hermanos a los que ansiaba conocer (uno abogado; campeón de motocross el otro) son radicalmente opuestos a él en personalidad y motivaciones, ya que se llevan a matar y parecen más preocupados en encontrar el cadáver de su padre para poder obtener la generosa herencia que les saque de sus apuros económicos. El guion de Natalie Carter y el propio Lioret es fabuloso, embarcando al protagonista –muy acertado el contenido trabajo de Pierre Deladonchamps, la inolvidable revelación de El desconocido del lago (Alain Guiraudie, 2013)– en una suerte de atípico thriller que, pese a contar con todos los elementos propios del polar francés clásico (un gélido lago como escenario de una muerte; un cuerpo que no está; identidades ambiguas), solo los utiliza como aderezos de una historia más centrada en la búsqueda de las raíces por parte de Mathieu y la recuperación de los años perdidos, ya que este, lejos de tener ningún tipo de prejuicio o rencor, ha acudido a la llamada de la sangre con intenciones puras, con la mente limpia y la firme decisión de comprender el desentendimiento de su padre durante tantos años y, así, no cometer él los mismos fallos con su propio hijo, al que no ve tanto como debería desde el divorcio.
«Todo el pasaje que transcurre durante la despedida de Mathieu de sus anfitriones logra que el espectador sienta un nudo en la garganta, asistiendo emocionado a un ejemplo de gran cine, auténtico en sentimientos y desprovisto de artificio, que convierte a El hijo de Jean en una de esas pequeñas joyas que no deberían pasar desapercibidas por los amantes del mejor cine europeo».
Tras ese primer tercio con los tres supuestos hermanos enfrascados junto a Pierre en el rastreo del cuerpo en el lago, con sus consiguientes tensiones y el sentimiento de frustración (y decepción) que se adueña de Mathieu, el filme se instala en unos terrenos más costumbristas y convencionales, con las relaciones que este último establece con la familia de Pierre (la interpretación de Gabriel Arcand en este papel es sublime, todo un prodigio de humanidad y sabiduría en cada gesto, estableciendo una química muy genuina con su compañero de reparto). La entrada en escena de la amable esposa de este, una mujer que vale más por lo (mucho) que calla que por lo que habla, y su guapa hija (estupenda Catherine de Léan), sirven como nexos que acercan a estos dos hombres, amigos en ciernes. Si bien la subtrama de inicio de romance entre Mathieu y la chica, madre soltera, aporta poco al relato, rápidamente Lioret la deja a un lado y encarrila su película hacia un tercio final que eleva de forma enorme la intensidad emotiva de una historia que, hasta el momento, se había mantenido dentro de unos parámetros de distanciamiento emocional que la hacían algo fría. Es entonces cuando las respuestas a todas las preguntas son resueltas casi sin palabras, utilizando como principal herramienta la fuerza de las miradas de sus poderosos actores y no cayendo en ningún instante en el melodramatismo fácil (pese a tener ingredientes más que suficientes para convertir a la película en un culebrón lacrimógeno) o en el subrayado innecesario. Así, todo el pasaje que transcurre durante la despedida de Mathieu de sus anfitriones (la escena en en el coche, con ese juego de imágenes reflejadas en los espejos retrovisores; los últimos minutos en el aeropuerto, apurados al máximo, con muchas cosas que decirse entre los personajes que corren el peligro de quedar en el tintero) logra que el espectador sienta un nudo en la garganta, asistiendo emocionado a un ejemplo de gran cine, auténtico en sentimientos y desprovisto de artificio, que convierte a El hijo de Jean en una de esas pequeñas joyas que no deberían pasar desapercibidas por los amantes del mejor cine europeo. | ★★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Francia. 2016. Título original: Le fils de Jean. Director: Philippe Lioret. Guion: Natalie Carter, Philippe Lioret. Productores: Marielle Duigou, Philippe Lioret. Productoras: Coproducción Francia-Canadá; Fin Août Productions / Item 7. Fotografía: Philippe Guilbert. Música: Flemming Nordkrog. Montaje: Andrea Sedlácková. Vestuario: Ginette Magny. Reparto: Pierre Deladonchamps, Gabriel Arcand, Catherine de Léan, Marie-Thérèse Fortin, Pierre-Yves Cardinal, Patrick Hivon.