I will not let you go into the unknown alone
crítica ★★★★★ de la primera temporada de Taboo.
BBC | Reino Unido, 2017. 1 temporada/ 8 episodios. Creador: Steven Knight. Director: Kristoffer Nyholm, Anders Engström. Guion: Steven Knight, Tom Hardy, Chips Hardy. Fotografía: Mark Patten. Montaje: Serkan Nihat, Matt Platts-Mills, Guy Bensley, Beverley Mills, Katie Weiland, Jason Krasucki, Mark Davis. Música: Max Richter. Reparto: Tom Hardy, Oona Chaplin, Leo Bill, David Hayman, Michael Kelly, Jonathan Pryce, Richard Dixon, Edward Hogg, Jessie Buckley, Stephen Graham, Franka Potente, Tom Hollander.
Bajo la indolente virulencia de una tormenta de intensidad nunca antes registrada, aparecía en el puerto de Whitby, un 8 de agosto en las postrimerías del siglo XIX, una misteriosa goleta rusa de la que escapó, según cuentan las confusas voces de los abrumados testigos, un perro que comparado en envergadura dejaría al sabueso de los Baskerville reducido a un inofensivo Yorkshire. No era la primera vez que un suceso de semejante tenebrosidad rompía la apacible monotonía de las costas inglesas; casi un siglo antes, en unas condiciones meteorológicas de idéntico vigor y anomalía, un enigmático encapuchado llegaba a Londres recorriendo océanos de tiempo y tomaba tierra, a lomos de un caballo blanco, para ratificar la veracidad de las numerosas leyendas que recaían sobre su hermética figura que, con pesada agilidad, iba sembrando sangre donde hasta entonces sólo habían murmuraciones y patrañas. Los cuerpos destripados arrojados como mensajes autoritarios en medio de la ciudad por James Delaney certifican, como posteriormente lo harían la sangre y la virginidad de Lucy Westenra arrancadas por el Conde Drácula, la llegada de un nuevo orden jerárquico dispuesto a derribar del ignominioso trono de libertades e impunidades a la infame East India Company. Steven Knight presenta con su nueva serie de BBC, Taboo, a su vampiro particular bajo un marco histórico mucho más apologético que el usado por Bram Stoker. Todavía con un presunto vínculo con la mortalidad, Delaney regresa de un dilatado y escabroso periplo africano a su tierra natal, donde ya se le daba por muerto, con los ecos del fallecimiento de su padre. El conocimiento de esta funesta noticia es el principal misterio que plantea una trama llena de ritualidad, brujería, ocultismo, superstición y nigromancia. Encontramos en las confesiones del protagonista a Brace, el servicial lacayo de la familia Delaney, la confirmación de que, pese a su prolongada ausencia, las conversaciones con su padre se dieron de manera regular por medio de una vía de comunicación espiritual. “La noticia de su defunción la supe de inmediato por el fuego”, estas palabras habrán de cobrar en el desenlace una importancia primordial para valorar la posible continuación de la trama y la implicación de otros personajes que pueden o no haber sido suprimidos: “si estuviera en el agua, yo lo sabría”.
Horace Delaney ha fallecido en misteriosas circunstancias, y no menos enigmática es la aparición de su primogénito de entre los muertos —“Creí que estabas muerto.” “Lo estoy”— para conocer las causas de su reciente orfandad. Entonces comienza a surgir una abrumadora cantidad de personajes que puede aturdir con prontitud al espectador en contacto con este entramado de acciones y relaciones, tanto por su cantidad como por las diferentes posiciones políticas que mueven a cada uno de ellos. En primer lugar conocemos a Zilpha Geary, de quien intuimos tuvo una relación sentimental con el héroe por las breves palabras que cruzan ambos en su reencuentro. Sin embargo, poco después de establecerse esa evidente tensión erótica, se confirma que Zilpha es, a su vez, hija de Horace, habiendo cambiado su apellido al contraer matrimonio, por lo que el enredo se hace patente al desmantelarse la relación incestuosa mantenida por los hermanos (de diferente madre). Tras el entierro se presentará el elemento narrativo principal sobre el que girará desde entonces todo el eje de la acción: la isla de Nutka. James es, por testamento, el único heredero de las posesiones de su padre, entre las que se encuentra un pequeño territorio, en apariencia inservible, habitado por peligrosas tribus indígenas. Como medida de prevención, el abogado familiar le recomienda que ceda ese terreno para evitar cualquier problema futuro. Pero el protagonista parece conocer algo acerca de esa isla que se nos escapa al resto, algo que será desvelado, al final del primer capítulo, con un magistral razonamiento estratégico, cuando James se entreviste con los dirigentes de la poderosa East India Company quienes, por muy empeñados que se muestren en resaltar la invalidez de la mencionada zona geográfica heredada, no podrán esconder unas evidentes ansias de ser los propietarios legales de la misma, por lo que sospechamos que el valor de esa isla es lo suficientemente elevado para hacer que los burgueses luchen por ella. En principio, parece la ubicación de Nutka, como punto conflictivo entre Estados Unidos y el imperio británico, lo que mueve a La Compañía a desear su adquisición cuanto antes, y así se lo hacen saber al “ignorante” James quien, después de tanto tiempo fuera del país, es posible que ande desinformado sobre la guerra imperante que esos dos bandos llevan a cabo desde hace dos años, la guerra anglo-estadounidense. No obstante, tras aguardar con cinismo un período prudencial de silencio, regocijándose en su superioridad hasta que Sir Stuart Strange y sus hombres terminaran la infantil explicación sociopolítica, el protagonista manifiesta su conocimiento, no sólo sobre la contienda vigente, sino también acerca del acuerdo de paz que se ha fijado, y la intención de ambos bandos de delimitar la frontera canadiense a la espera de lo que ocurra con Nutka, una isla insignificante que, por su situación, puede otorgar al propietario la legítima propiedad de todo Vancouver. Esto supone, a su vez, la principal vía de comercio con China. Con todas las cartas puestas en orden encima de la mesa, James rechaza la oferta sellando un claro tratado de guerra con La Compañía y con la corona británica, quienes pondrán precio a su cabeza.
«El personaje a quien da vida un asombroso Tom Hardy en una de sus ya habituales actuaciones de genio, logrará hallar secuaces en los dos principales bandos que, enfrentados de forma inexorable, encuentran en la insólita figura de James un enemigo común a quien odiar y, al mismo tiempo, a quien proteger como el mayor de sus tesoros por el bien de sus propios intereses».
Knight plantea un pleonasmo de siniestralidad atmosférica, para el cual hace uso de un contexto histórico-bélico donde la tenebrosidad se da por supuesta, tanto en los rostros mortecinos de los hombres, que por posición social, por condición médica o por traición quedaron alejados del campo de batalla, como de las mujeres, quienes enterraron, por cada hijo o marido llamado a filas, un ataúd vacío, por el despiadado peso del azar y la funesta estadística del combatiente, con más temor por el posible reencuentro con un fantasma devuelto con desagrado a la vida, que por recibir la luctuosa noticia con la que cerrar un período de angustiosa y constante expectación. Por si toda esta miseria no fuera suficiente para oscurecer la imagen de decadencia y languidez, el creador de la serie ennegrece cada fotograma con la ceniza cabalística de las ceremonias vudús donde la sangre del cerdo, o la del cordero, es sustituida sin vacilación por los humores humanos que tiñen con letra escarlata los contratos escritos sobre los tiznados cuerpos de esos peones que, escapando de una violenta guerra reglamentada, se encontraron en un infierno ingobernable donde un hombre, equiparado en encanto, maldad, ingenio e invulnerabilidad al propio Mefistófeles, se pasea impartiendo la justicia que cree más conveniente mientras crea alianzas con las que derrocar al gran enemigo del pueblo, inmune a chantajes, extorsiones, agresiones y torturas, tan resolutivo como obstinado. Con Brace como brazo izquierdo, honesto, servicial y de apoyo incuestionable, y Zilpha motivando su empresa desde el lado emocional, más próximo al corazón que al cerebro, aparecen Atticus y Lorna; el primero para posicionarse en el lado derecho del héroe, el ejecutor, aportando músculo y logística a una misión suicida; y la segunda como voz de la conciencia, conteniendo toda la brutalidad irascible de James y dosificándola de forma ordenada para obtener un aprovechamiento óptimo de los recursos.
Lorna es la tercera mujer conocida de Horace, junto a la madre de James y la madre de Zilpha. Su aparición se justificó por el simple interés económico, al reclamar la parte de la herencia que, como viuda oficial del difunto, le correspondía por ley. Sin embargo, con el paso del tiempo, James y ella entablaron un vínculo afectivo, puede que fortalecido por esa conexión materno-filial que les unió de manera muy accidental, y entre ambos formaron un equipo de incuestionable efectividad. Además, el personaje a quien da vida un asombroso Tom Hardy en una de sus ya habituales actuaciones de genio, logrará hallar secuaces en los dos principales bandos que, enfrentados de forma inexorable, encuentran en la insólita figura de James un enemigo común a quien odiar y, al mismo tiempo, a quien proteger como el mayor de sus tesoros por el bien de sus propios intereses. Con un sagaz movimiento testamentario, el protagonista se asegura de que, aun con irrefrenable aversión hacia su persona, ambos bandos se vean en la obligación de velar por su vida. Esto le garantiza una cláusula de inmortalidad mientras continúa con su estrategia para poner punto final al reinado del terror con el que La Compañía se ha apoderado del poder ejecutivo de Gran Bretaña e Irlanda.
«Ausente en todo el metraje, el poder de la religión se intuye en las conversaciones y en acciones secundarias que esconden significados metafóricos de gravedad extrema y criticidad».
La narración cambia de perspectiva en función del capítulo representado, desde la omnisciencia hasta la visión en primera persona, pasando por la relación epistolar, estableciendo saltos temporales y espaciales por medio de esos encuentros telepáticos con los que el protagonista alardea de ubicuidad y consigue ir siempre un paso por delante de cualquier ataque de su enemigo. La primera parte del plan desarticulador es el atraco a uno de los almacenes de la East India Company, su propósito es conseguir el último ingrediente que necesitan para hacer funcionar la escatológica fórmula del químico George Cholomondeley, un mago mujeriego con pretensiones de estrella del rock, mediante la cual crearán pólvora a partir de desechos orgánicos. En este punto surgirá otro de los grandes enemigos ocultos de la serie: la iglesia. Ausente en todo el metraje, el poder de la religión se intuye en las conversaciones y en acciones secundarias que esconden significados metafóricos de gravedad extrema y criticidad. Ante los contactos extrasensoriales de James y Zilpha, el marido de ésta la obliga a someterse a un exorcismo que, en su intrusiva y brutal práctica, llega a insinuar que las, por entonces tan frecuentes almas poseídas, no eran más que mujeres víctimas de los abusos sexuales de hombres poderosos tratando de defenderse —con contorsiones satánicas e insultos demoníacos— a los manoseos de un cura que se esforzaba en expulsar al demonio de su cuerpo mediante vejaciones repugnantes. Este fanatismo religioso es astutamente criticado, mediante la sátira, en un diálogo entre James y el espía americano Dumbarton, sobre la simulación de un brote de cólera como perfecta tapadera para evitar redadas policiales: “—El cólera parece que no se transmite por el aire o miasmas, solo por falsos rumores. —Como la religión o el patriotismo.”
Todas las piezas de este tablero han sido distribuidas por James, de manera telegráfica, siguiendo los preceptos de Sun Tzu. Cada uno de los aliados que el protagonista ha ido reclutando con mucho esmero, a lo largo de los ocho capítulos de esta primera temporada, está apostado en el lugar indicado a la espera de recibir la orden de acción. Además, George Chichester, de la organización Hijos de África, aparece en escena como otra de las piezas imprescindibles para el hundimiento de La Compañía. Tratando de que el rey de Inglaterra lo escuche, acerca de la más que posible intencionalidad del hundimiento de un barco con 280 esclavos a bordo, Chichester lleva 9 años enviando una carta anual para que se abra una investigación oficial. Gracias a las tensiones producidas, éste puede ser su año de suerte pues, aunque motivados por fines ajenos al incidente, los mandatarios reales por fin otorgan al representante de los afroamericanos fallecidos vía libre para investigar. Algo que será aprovechado por James quien, casualmente, parece tener información de primera mano sobre el maltrecho velero naufragado, y obtiene ventaja gracias al poder político del activista británico en beneficio de su arriesgada misión, para la que ya comenzamos a presagiar un apoteósico desenlace. Cuatro bandos enfrentados por un trozo de terreno que, lejos de funcionar como un mero enclave estratégico en la contienda, supone la puerta de acceso a un negocio comercial redondo, que ofrece la posibilidad a su poseedor de controlar el monopolio del té, algo de incuestionable valor para un país que organiza sus períodos de descanso laboral en función de la hora idónea para el consumo de la estimada infusión.
«Al soberbio equipo conformado por Hardy y Knight, se les une un elenco de magníficos secundarios gracias a los cuales, un contexto que daba para poco más que para un melodrama bélico de época, es transformado en uno de los ejemplos narrativos de acción histórica más sorprendentes y bien trazados que hemos visto, no sólo en el mercado televisivo, sino en cualquier obra cinematográfica del nuevo milenio».
Así, mientras el imperio británico recuperaba toda su artillería, tras la caída de Napoleón, para enfrentarse con exclusividad a los Estados Unidos en el ocaso —pero también la etapa más sanguinaria— de la Guerra de 1812, la East India Company se esforzaba por zanjar la otra batalla que disputaba Inglaterra en ese momento: la batalla geográfica. Stuart Strange, socapa de la lealtad al Rey —un esperpéntico príncipe regente que sería pronto proclamado Jorge IV— y para evitar en la medida de lo posible la pérdida de territorio canadiense, logra que la Corona fije como máximo enemigo a James; de esta manera puede arrebatarle ese monopolio tan suculento que aguarda en Nutka y concederle a Gran Bretaña la victoria de Vancouver. Por su parte, el gobierno estadounidense también situó espías en posiciones estratégicas con la intención de adelantarse a la ofensiva enemiga. Unos espías, bajo las órdenes de un enigmático Carlsbad, que pronto empezaron a sospechar del propio protagonista, haciendo de éste el centro de todas las disputas. Al soberbio equipo conformado por Hardy y Knight, quienes ya demostraron su solvencia trabajando de forma conjunta en la fantástica Locke (2013), se les une un elenco de magníficos secundarios gracias a los cuales, un contexto que daba para poco más que para un melodrama bélico de época, es transformado en uno de los ejemplos narrativos de acción histórica más sorprendentes y bien trazados que hemos visto, no sólo en el mercado televisivo, sino en cualquier obra cinematográfica del nuevo milenio. | ★★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / Dublín