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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Kong: La isla calavera

    Kong: Skull Island

    Monstruos de tiempos remotos

    crítica ★★★ de Kong: La isla calavera (Kong: Skull Island, Jordan Vogt-Roberts, Estados Unidos, 2017).

    Han pasado la friolera de 84 años desde que Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack alcanzaran una de las cumbres de la Historia del Cine con King Kong (1933), una maravillosa revisión del mito de la bella y la bestia en clave de cine de aventuras y fantasía. Por mucho que ha avanzado la tecnología en el campo de efectos especiales, nada ha podido superar la capacidad de fascinación de esta versión en la que Fay Wray se convertía en el amor imposible del gigantesco gorila Kong creado por Edgar Wallace. Secuencias como la del mono acribillado por los aviones en lo alto del Empire State asombraron a distintas generaciones de cinéfilos gracias a su espectacularidad y dramatismo. Desde entonces, el personaje se convirtió en todo un fenómeno sociológico que dio lugar a una inmediata secuela –El hijo de Kong (Ernest B. Schoedsack, 1933)– y puede considerarse un claro antecedente del género kajiu eiga (filmes protagonizados por monstruos gigantes), cuyo máximo exponente sería el no menos mítico Godzilla. En 1976, el productor Dino de Laurentiis y el realizador John Guillermin entregaron un aparatoso remake que sexualizaba el personaje de la rubia heroína (encarnada por una Jessica Lange despampanante) y que, sin abandonar del todo la historia de amor de fondo, ha resistido fatal el paso del tiempo a causa de unas características demasiado deudoras del cine catastrofista que hacía furor en aquella década. Solo Peter Jackson consiguió (en parte) devolver la dignidad a la figura de Kong con su mastodóntica superproducción de 2005, de nuevo ambientada durante la Gran Depresión, en la que supo aunar el sentido de la maravilla del mejor cine de aventuras –gracias a unos magníficos efectos digitales que brillaban en las vibrantes escenas de acción– con la poesía del clásico original, con una Naomi Watts que, de alguna manera, recuperaba la dulzura clásica de Fay Wray en su encarnación de la dueña de "la belleza que mató a la bestia".

    Kong: La isla calavera nos devuelve a aquel icono del siglo XX, dejando a un lado la vertiente romántica del relato original para volcarse de lleno en otra no menos interesante que también subyacía de fondo: la violencia y ambición inherentes al hombre y su afán por convertirse en amo y señor de una naturaleza que no le pertenece. Es de agradecer que no nos traten de vender la misma historia por enésima vez y que, lejos de ser un remake o una secuela, esta superproducción de casi 200 millones de presupuesto venga a funcionar como una reinterpretación ambientada durante la década de los 70, con la guerra de Vietnam como telón de fondo, y la isla calavera como escenario único de toda la acción, sin necesidad de trasladar sus peligros a la gran ciudad. Así, aquel lejano pedazo de tierra perdido en medio del Pacífico, olvidado por la mano de Dios, se convierte en el auténtico protagonista de una aventura marcadamente pulp en la que King Kong es tan solo la punta del iceberg de una generosa fauna de animales prehistóricos que parece surgida de las páginas de El mundo perdido, de Arthur Conan Doyle. Arañas gigantes capaces de empalar a personas con sus enormes patas; pulpos gigantes que emergen, voraces, desde el fondo del mar, o una suerte de dinosaurios voladores que atacan en grupo, son algunos de los alucinantes seres que comparten hábitat con Kong, cuya figura representa al rey del lugar y encargado de defender sus dominios de cualquier tipo de invasión externa. Esta llegará en forma de una expedición de exploradores liderada por Randa (John Goodman), un ambicioso investigador que persigue demostrar la existencia de criaturas olvidadas por el tiempo. Un guía (Tom Hiddleston), una fotógrafa periodista (Brie Larson) y un pelotón de ex-combatientes de Vietnam, comandado por el belicoso teniente coronel Packard (Samuel L. Jackson) completan el grupo de humanos que se verá envuelto en una lucha sin cuartel por la supervivencia en medio de un territorio tan hostil.

    Kong: Skull Island

    «Si no nos dejamos llevar por falsas expectativas de trascendencia que nunca se cumplen, la película se disfruta con facilidad y es cumplidora como monster movie con alma de serie B y presupuesto de serie A».


    El filme comienza de forma muy prometedora, con un vibrante prólogo –esos ecos spielbergianos casi nos retrotraen a las trepidantes peripecias del arqueólogo Indiana Jones– que nos traslada a la Segunda Guerra Mundial y que muestra a dos combatientes (uno norteamericano y otro japonés) que acaban náufragos en la isla calavera –anécdota argumental ya vista en el clásico del cine antibelicista Infierno en el Pacífico (John Boorman, 1968)– y enfrentados a la impactante primera aparición de King Kong. En este sentido, sorprende la rapidez con la que se muestra a la estrella de la función en todo su esplendor, dejando bien claro que el desorbitado presupuesto ha sido bien aprovechado en unos efectos especiales impecables. A continuación, una rutinaria presentación de los personajes (humanos) principales deja entrever el que, sin duda, es el punto más flojo de la cinta: su guion. Monigotes estereotipados –el científico obsesivo, el héroe valiente, la chica empática y contraria al conflicto bélico, el militar perturbado y destructivo– que desperdician el talento de unos actores de calidad incuestionable que, sin embargo, no parecen cómodos en este blockbuster. Especialmente, Tom Hiddleston y Brie Larson adolecen de una ausencia de carisma alarmante, ensombrecidos por unos secundarios con más ocasiones de lucimiento que ellos –mientras que Samuel L. Jackson ejemplifica con acierto la monstruosidad que provoca la guerra, John C. Reilly carga con el contrapunto cómico de la historia en un personaje que parece una mezcla imposible entre el Marlon Brando de Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) y el Robin Williams de Jumanji (Joe Johnston, 1995)– y la unidimensionalidad de sus roles. Nada de esto parece importar a los creadores de una aventura que parece más preocupada en no bajar en ningún instante el listón del espectáculo visual, consciente de su condición de avanzadilla –al igual que la más errática Godzilla (Gareth Edwards, 2014)– ante el colosal choque de titanes que se avecina y que ya vaticinó Ishîro Honda en la demencial King Kong contra Godzilla (1962).

    Irreprochable en lo tecnológico, con ritmo desigual pese a que las escenas de acción son abundantes (y muy bien resueltas) y no dan tregua al espectador y con algunos golpes de humor que no terminan de encajar con demasiada armonía dentro del conjunto, la película retiene poco del espíritu de los anteriores Kongs cinematográficos para dejarse llevar por un espíritu lúdico y autorreferencial. En otras palabras, Kong: La isla calavera es a King Kong (1933) lo que Jurassic World (Colin Trevorrow, 2015) fue a Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993): una grandilocuente banalización de sus aciertos, diseñada al milímetro para cautivar a las nuevas audiencias, pero sin auténtica magia ni facultad para sorprender alguna. Esto, lejos de ser tomado como algo negativo, debería avisar a quienes esperen encontrar en esta cinta algo que no sea dos horas de puro entretenimiento cargado de testosterona. Los constantes guiños a Apocalypse Now se extienden también al aspecto visual –el brutal pasaje del derribo de Kong a los helicópteros, en el que parece que en cualquier momento van a resonar los acordes de Wagner y su Cabalgata de las valkirias; la incendiaria imagen de Samuel L. Jackson dejándose llevar por los efectos destructivos del napalm–, algo que otorga a la obra una atractiva personalidad (prestada) que se ve potenciada con una excelente labor de Larry Fong en la fotografía, su conseguida estética setentera (esas imágenes documentales intercaladas) y el uso de clásicos del rock de la época en su banda sonora. Por todo ello, si no nos dejamos llevar por falsas expectativas de trascendencia –alimentadas, tal vez, por el hecho de tener detrás de las cámaras a alguien como Jordan Vogt-Roberts, realizador de una pequeña perla indie como fue The Kings of Summer (2013)– que nunca se cumplen, la película se disfruta con facilidad y es cumplidora como monster movie con alma de serie B –durante su visionado asoman a nuestro recuerdo aquellas entrañables producciones de Kevin Connor adaptando, a su aire, a Edgar Rice Burroughs– y presupuesto de serie A. El alcance de su calado en el espectador será, en este caso, directamente proporcional a los prejuicios con los que este se acerque a ella. | ★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Estados Unidos. 2017. Título original: Kong: Skull Island. Director: Jordan Vogt-Roberts. Guion: Dan Gilroy, Max Borenstein (Remake: Merian C. Cooper, Edgar Wallace). Productores: Alex Garcia, Jon Jashni, Mary Parent, Thomas Tull. Productoras: Warner Bros. Pictures / Legendary Pictures. Fotografía: Larry Fong. Música: Henry Jackman. Montaje: Richard Pearson. Diseño de producción: Stefan Dechant. Reparto: Tom Hiddleston, Brie Larson, Samuel L. Jackson, John Godman, John C. Reilly, Corey Hawkins, John Ortiz, Tian Jing, Miyavi, Toby Kebbell, Jason Mitchell, Shea Whigham, Thomas Mann. PÓSTER OFICIAL.

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