Derrumbe conmovedor, mirada implacable
crítica ★★★★★ de El viajante (البائع, Forushande, Asghar Farhadi, Irán, 2016).
Por su forma de hundir el escalpelo en las emociones cotidianas y su manera de mirar el mundo (el suyo, el de Irán, concretamente) le han comparado con Antonioni y Haneke; pero en realidad Asghar Farhadi no es epígono de nadie. A poco que uno se fije o se anime a explorar la filmografía de este impagable cineasta, verá que su estilo es de una sofisticación narrativa inalcanzable para cualquiera de los autores con los que se le compara, por aquello de las influencias. Seguramente, ese dominio del silencio estrepitoso que revela en películas como Nader y Simin, una separación o su última película, El viajante, sea resultado de un carácter analítico que mantiene firme la tensión entre el ciudadano Farhadi, concernido por la sociedad que lo forjó como artista, y sus pulsiones familiares, que escapan a cualquier interpretación definitiva sobre el Asghar íntimo y contradictorio. El mismo que al principio de A propósito de Elly presenta a unos personajes más o menos felices, padres sonrientes deseosos de compartir un fin de semana con sus amigos, fumar de una cachimba por la noche y cenar sin mirar nunca el reloj porque mañana no hay que levantarse temprano y esos platos se fregarán solos mientras los chicos juegan al voleibol y uno de los críos desaparece entre las olas. Y justo ahí todo empieza a tambalearse, pues nadie sabe adónde demonios ha ido Elly. Qué esconde. Quién es esa profesora a la que nadie en el grupo, salvo la madre del chaval que recién ha desaparecido, conoce pero a la que todos conceden el beneficio de las buenas impresiones: es guapa, educada, sabe encajar una broma e incluso un proyecto de marido —guapo y educado, por supuesto— que quieren endosarla porque así funciona a veces el decoro de las relaciones en Teherán. Sobre todo entre amigos con ganas de pasarlo bien. Así, en un parpadeo, se acaban las sonrisas. Farhadi llega como un buldócer a remover las conciencias de sus personajes. Uno a uno quedan retratados en una coreografía que ya entonces, hacia 2009, antes de recibir el oropel de los grandes premios, incluido el Óscar a mejor película de habla no inglesa por Nader y Simin, mostró la habilidad del director iraní para moverse en espacios reducidos, reduciendo a su vez a sus criaturas a la condición primaria de humanos que reaccionan, si bien con distinta entereza, a la violencia de las situaciones que Farhadi propone sin asideros.
Esta vez, inicia su película con una premonitoria metáfora visual: Enad y Rana, una joven pareja a la que tardamos en ver respirar tranquila, tienen que salir corriendo del piso en que viven porque éste amenaza con derrumbarse de un momento a otro. Es de noche, y alguno hay que lleva la marca de la almohada en el carrillo. El alboroto no es pequeño. Farhadi, que agita subrepticiamente la cámara (imagino que es un detalle tan sutil que sólo se apreciará en una pantalla XXL), mostrará las grietas más tarde. Cuando recupere su metáfora para recordarnos que, sí, al fin y al cabo no es más que eso: un giro de la realidad capaz de llevarnos por delante, sin tomar rehenes y sin leernos la cartilla. Pues no es su intención última, acaso consigue disimularla, la de un autor impelido por su metralla ética a deslizar un mensaje incómodo o didáctico, fatuo o moralizante. Conceptos como el de «justicia» y «venganza» son aquí resbaladizos, y conviene dejarlos en cuarentena por dos horas: ellos solos volverán para inquietarnos a la salida del cine. Y seguirán haciéndolo mucho tiempo después. Enad y Rana son actores y preparan el estreno de Muerte de un viajante, la obra de Arthur Miller que apunta a la molicie del sueño americano y sus desvíos en forma de alienación sentimental. Él da clases de Literatura a un grupo de adolescentes que no han leído a ninguno de los dos Miller. No hay prisa. Entre tanto leen poemas iniciáticos. Todo llegará, o no, como la mudanza que obliga a Enad y Rana a instalarse en un piso cuya anterior inquilina aún no ha pasado a recoger los muebles que dejó en una de las habitaciones, cerrada con llave. Una premisa ésta que en Hollywood habría cosechado cinco películas de no-terror y sus respectivos remakes. Por suerte Farhadi es más aficionado al «susto» cavernario, a la violencia terrenal, por así decirlo, de esos otros demonios que ni siquiera necesitan sofisticados apodos, ni máscara, ni ouijas para quitarnos el sueño y derrumbar, al fin, la fachada que ilusoriamente nos protegía del exterior. El viajante muestra de nuevo la aparente sencillez con que este director construye historias, casi siempre brutales, desde una falsa normalidad rota por la impudicia de un entorno hostil, que advierte en la mujer su instrumento de catarsis. Los dos actores protagonistas, Shahab Hosseini y Taraneh Alidoosti, ya viejos conocidos de Farhadi, firman sendas interpretaciones a un nivel extraordinario. Sus reacciones, sus silencios, sus miradas otorgan expresividad y no poca mesura a unos personajes que no admitían más gestualidad que la imprescindible. Reflejan el derrumbe y, algo más significativo aún, la caída minuto a minuto, marcada por la sintaxis de un relato que puntúa con silencios impotentes, vergonzantes, no tanto la ausencia de respuestas como del mismo aire con que uno respira. O quizá una certidumbre que se repite en todas las cintas del iraní: la expectación ante la banalidad de la violencia. La insignificancia, en definitiva, de vivir aquí y ahora y hacer esto y no lo otro; asumiendo las consecuencias. | ★★★★★ |
Juan José Ontiveros
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Irán, 2016. Título original: «Forushande, البائع». Guion y dirección: Asghar Farhadi. Fotografía: Hossein Jafarian. Música: Sattar Oraki. Reparto: Shahab Hosseini, Taraneh Alidoosti, Babak Karimi, Mina Sadati. Productora: Coproducción Irán-Francia; Arte France Cinéma / Farhadi Film Production / Memento Films Production. Distribuidora: Golem Films. PÓSTER.