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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Lo and Behold, Reveries of the Connected World

    Lo and Behold, Reveries of the Connected World

    En las redes de Herzog

    crítica ★★★★ de Lo and behold, reveries of the connected world (Werner Herzog, Estados Unidos, 2016).

    En las antípodas de la manida figura del intelectual rodeado de libros que enjuicia el mundo sin abandonar la comodidad de su estudio, el germano Werner Herzog ha logrado explorar, con su personal visión cinematográfica, las fronteras físicas y espirituales del ser humano a lo largo y ancho del globo, con la temeridad de los descubridores de otros tiempos. No en vano, varios de sus protagonistas destacan por la lunática determinación con la que intentan alcanzar sus irrealizables sueños, visionarios por lo general alienados de la sociedad, que podemos ver como un reflejo del propio Herzog y su febril perseverancia por hacer cine. Desde trabajar en la cadena de montaje de una fundición para financiar su primer cortometraje, hasta su tormentosa relación profesional con el controvertido actor Klaus Kinski, en la carrera de Herzog no encontraremos lugares comunes, influencia de corrientes artísticas pasajeras o atisbo de domesticación de su arte por parte de la industria. A sus 74 años y con una larga lista tras de sí de películas, montajes de teatro y ópera y algún que otro diario de rodaje convertido en indómita prosa alucinada —como el volumen Conquista de lo inútil, publicado en castellano por Blackie Books—, es en el terreno de la no ficción donde ha dejado una impronta más relevante. De hecho, en la filmografía de Herzog hay más de cuarenta documentales, realizados para cine y televisión, que dan pie a pensar que no existe un ámbito de la sociedad o sus individuos en el que no nos podamos sumergir a través de la singular mirada del viejo alemán, humanista y poética, siempre incisiva. De sus producciones más recientes destacan poderosamente Grizzly Man (2005), La cueva de los sueños olvidados (2010) o Into the Abyss (2011), tres filmes magistrales, de visión obligada, que disuelven los límites entre los hechos y la verdad y dilatan el arte cinematográfico convirtiéndolo en algo tangible, orgánico, existencial. Estrenada en el Festival de Sundance, la película Lo and Behold, Reveries of the Connected World (2016) recuerda por su estructura episódica al mencionado largometraje Into the Abyss. Aunque donde más coinciden ambas obras es en el empleo del estilo paradigmático del relato documental (esto es, entrevistados que responden en primer plano a la voz en fuera de campo del entrevistador), distorsionado por una inusual prolongación del tiempo interno del encuadre, que le imprime una sensación ambivalente, entre satírica e inquietante. En la cinta que nos ocupa, el autor nacido en Múnich ha elaborado un oportuno estudio sobre el ayer, el hoy y el mañana de Internet. Un montaje en diez partes breves y fragmentarias que, sin pretender abarcar la descomunal información existente sobre el tema, sin embargo logra enfrentar cumplidamente al espectador con los dilemas que la alta tecnología nos impone en el presente.

    Ya al comienzo del documental, que el realizador narra con su característico y marcado acento alemán, descubrimos a Ted Nelson, creador de algunos de los conceptos que dieron origen a Internet y trasformado aquí en arquetípico personaje herzogiano. Nelson, fiel a su filosofía de cómo deberían ser las redes que conectaran el mundo, jamás aceptó el camino que la restante comunidad de especialistas en ciencias de la información tomaron para crear la actual Internet. Como nos tiene habituados, el director acerca su cámara a los Don Quijotes que quedan apartados en las cunetas o se niegan a circular por las autopistas del éxito a costa de traicionarse a sí mismos. Por otro lado, los logros tecnológicos que parecían ciencia ficción en el ayer más cercano son ahora una realidad, aunque la conectividad continua que domina las relaciones interpersonales pueda tener innumerables consecuencias negativas. Tras la muerte de una joven en un accidente automobilístico, y la propagación en la Red de las fotografías del cadáver, sus padres sufrieron el cruel acoso de correos electrónicos anónimos que mostraban las imágenes y celebraban la tragedia. A pesar de ser uno de los segmentos más breves del documental, su capacidad para instar al debate es abrumadora. La sorprendente puesta en escena de la entrevista a la familia, lúgubre y de afectada solemnidad, como si de una antigua pintura de la aristocracia se tratara, y la comprensible estigmatización de Internet por parte de la madre de la fallecida —expresada con palabras de religiosidad arcaica— plasman la desvirtuada percepción que se puede tener de las otras personas si las observamos en el interior de una pantalla. Un recuerdo desconcertante de cómo Internet, al igual que el revolucionario invento de Johannes Gutenberg, puede ofrecer herramientas poderosas a los individuos de escasa capacidad de empatía y nulo comportamiento ético. En contraposición a esto último, el realizador nos muestra la disposición de la Red para unir mentes anónimas, de cualquier edad o lugar, en pos de un bien común, con el ejemplo de un juego en línea sobre la intrincada arquitectura de las moléculas de ARN, que sirve de ayuda a los investigadores cuyo propósito es erradicar todo tipo de enfermedades, entre ellas el cáncer o el VIH/sida.

    Lo and Behold, Reveries of the Connected World

    En una entrevista concedida a Miguel Ángel Villena en 1999, Werner Herzog ya afirmaba: «Instrumentos como los teléfonos móviles, Internet o el correo electrónico reducen nuestro aislamiento en la misma proporción que aumenta nuestra soledad. El siglo XXI va a ser el siglo de las soledades».


    Otro de los capítulos está protagonizado por Green Bank, una pequeña localidad estadounidense donde no existen instalaciones o aparatos que propaguen ondas electromagnéticas, ya que perjudican los estudios que los astrónomos practican en el gigantesco radiotelescopio ubicado en el lugar. Debido a la burbuja libre de ondas en la que se encuentra el pueblo, muchas personas que sufren electrosensibilidad han encontrado un sitio donde vivir sin sentirse enfermas y angustiadas. En un lugar así los vecinos se conocen en persona e interactúan como en otras épocas. Herzog utiliza la población a modo de símbolo de cómo pueden cambiar las relaciones humanas si en ellas predominan la cercanía y la espontaneidad. De nuevo, como contraste al oasis que pudiera parecer Green Bank, el autor bávaro sitúa en primer plano las terribles experiencias de los que padecen adicción a los videojuegos o son incapaces de abandonar los mundos virtuales donde logran ser otras personas, experimentar otras vidas. En ocasiones estos enfermos alcanzan trastornos físicos y mentales de niveles tan terribles como los de la anorexia nerviosa. Asimismo, en el apartado titulado “El final de la Red”, el director establece un debate entre astrónomos, cosmólogos y estudiosos de Internet sobre el miedo latente en el inconsciente colectivo acerca de un posible fin de la civilización —tan recurrente en el género fantástico de mayor consumo— y la incertidumbre ante la desaparición de los privilegios que las altas tecnologías nos aportan. Las erupciones solares de tamaños colosales, ya registradas en siglos pasados, o los cataclismos meteorológicos cada vez más frecuentes a causa del cambio climático podrían colapsar las transmisiones e incluso hundir la Red a nivel global. El ciudadano medio desconoce en gran medida las cuantiosas pérdidas de vidas humanas que acontecerían en estas circunstancias. ¿Sería equiparable esa realidad a las hecatombes mundiales que estuvieron a punto de provocar la extinción de la raza humana en sus comienzos? ¿Tienen en cuenta los gobiernos tales posibilidades o tan solo centran sus esfuerzos en la nueva guerra fría por el control de la información?

    En esta línea, el escenario geopolítico internacional se ha transformado drásticamente tras la denuncia de Edward Snowden sobre el potencial espionaje en la Red que el gobierno estadounidense ejerce sobre cualquier ciudadano del mundo, las filtraciones de WikiLeaks y los ataques informáticos organizados por hackers que operan al margen de la ley, como el colectivo Anonymous. En consecuencia, la privacidad de las personas va camino de convertirse en algo inusitado, en gran parte por la necesidad compulsiva de muchos usuarios de compartir cualquier aspecto de su vida privada en las redes sociales. Aquí resulta agudo e interesante el comentario, no exento de sarcasmo, que el propio Herzog expresa en la escena donde varios monjes budistas no apartan la mirada de sus smartphones: «¿Acaso los monjes dejaron de meditar? ¿Dejaron de rezar? Parecen estar todos tuiteando...» Llegados a este punto, y ante las abrumadoras perspectivas que el crecimiento exponencial de las altas tecnologías nos depara, el documental hace hincapié en el incierto mañana de las personas nacidas en la Era Digital, acostumbradas a vivir siempre como monarcas de sus propios reinos de comodidades individualistas. ¿Hasta qué nivel es irreversible la peligrosa pérdida de autoexigencia, criterio y escepticismo que podría afectar a los ciudadanos del futuro? Con la innata inclinación del cineasta a comprender las diversas idiosincrasias humanas y el humor marca de la casa, desdramatizador y sazonado con matices irreverentes no apto para mentes indolentes o necesitadas de maniqueísmo, la película no podría tener un resultado global más fiel a la personalidad creativa de su autor. Como si de una necesaria versión actual de El Elogio de la locura (1511) de Erasmo de Róterdam se tratara, la atrevida ironía que desborda la cinta no es otra cosa que un acicate contra la estrechez de miras, la acomodaticia insensatez imperante y la estulticia que gobierna en este mundo de tecnologías futuristas y consumidores amaestrados. Sin llegar a caer en un discurso afectado por el "Síndrome de Casandra", Lo and Behold, Reveries of the Connected World aboga por educar a las nuevas generaciones en la defensa del libre albedrío de los individuos, siempre que se vea enriquecido por el autoconocimiento personal y el desarrollo individual, que confluirían en un avance social necesario ante un horizonte tecnológico tal vez no distópico pero innegablemente inquietante. La travesía hacia las próximas décadas ya ha comenzado y en ese impredecible porvenir se responderán algunas de las preguntas que el documental sugiere... ¿Sabremos utilizar la omnipresente Red en aras de un progreso colectivo inspirado en las ideas del bien común o nos diluiremos en la apatía, nos precipitaremos hacia la deshumanización? En una entrevista concedida a Miguel Ángel Villena en 1999, Werner Herzog ya afirmaba: «Instrumentos como los teléfonos móviles, Internet o el correo electrónico reducen nuestro aislamiento en la misma proporción que aumenta nuestra soledad. El siglo XXI va a ser el siglo de las soledades». | ★★★★ |


    Egon Blant
    © Revista EAM / Barcelona


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2016. Título original: Lo and Behold, Reveries of the Connected World. Presentación: Festival de Sundance 2016 Director: Werner Herzog. Productores: Werner Herzog, Dave Arnold, Rupert Maconick, Jim McNeil, David D. Moore, Tennille Teague. Fotografía: Peter Zeitlinger. Música: David Byrne, Lisa Germano, Mark De Gli Antoni, Colin Stevens. Montaje: Marco Capalbo. Reparto: Werner Herzog, Leonard Kleinrock, Ted Nelson, Lucianne Walkowicz, Lawrence Krauss, Kevin Mitnick, Elon Musk, Sebastian Thrun. PÓSTER.


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