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    Cine Alemán Siglo XXI

    Berlinale 2017 | Día 7. Críticas: Colo, Return to Montauk, El bar, Casa Roshell, I am not your negro, Autumn, Autumn

    Nina Hoss

    Gris inerte

    Crónica de la séptima jornada jornada de la 67ª edición del Festival de Berlín.

    En la anterior crónica, Miguel Muñoz Garnica cuestionaba la presencia de un documental como Beauys en la sección oficial de la Berlinale. Una pregunta convertida ya en pauta dentro de los festivales de cine europeo en la última década. La primera respuesta que se nos viene a la mente es sencilla: es una creación local. Pero, ¿y qué hay de la calidad de estas propuestas? El curso pasado, durante la celebración de la 73 entrega de la Mostra de Venecia, la prensa italiana criticó con virulencia la escasa relevancia artística de las películas nacionales proyectadas a concurso. Un contraste que se hizo más evidente al compartir dicho hueco con casi una decena de producciones norteamericanas, algunas incluso de gran presupuesto. «El cine italiano da la espalda a la Biennale», publicábamos en uno de los artículos dedicados ese septiembre. Pese a que la Berlinale tiene muy en cuenta su cine, no hay que bucear demasiado en su parrilla para encontrar una sección dedicada a este, no parece que los autores teutones lo tengan tan claro. El objetivo primordial, como venimos subrayando en los últimos días, es Cannes y el resto del circuito resulta bastante secundario. Autores como Kaurismäki o Sang-soo, primeros espadas de esta 67ª edición, se pueden permitir estrenar en cualquier plaza; su crédito sigue y seguirá intacto. Sin embargo otros títulos tendrán aquí el comienzo y final de su recorrido. Y, viendo la propia acogida de la platea, la factoría alemana tiene su destino marcado. Las opciones de distribución, por ejemplo, del citado documental de Andres Veiel son nulas, y su futuro parece centrado en la televisión. En cuanto a ficción se refiere, la creación de Thomas Arslan, Bright Nights, un drama sobre las relaciones paterno-filiales con ecos del cine de Kelly Reichardt y el paradigmático nuevo cine islandés, no debe sobrepasar tampoco sus fronteras. Es el precio de lo anodino, de lo simple. Mucho más cuerpo tiene la última película de Volker Schlöndorff, todo un veterano –que ganó el Óscar extranjero con El tambor de hojalata en 1979 (ya ha llovido)— que ha presentado Return to Montauk, un trabajo de clara vocación comercial diseñado para el lucimiento de Stellan Skarsgård y Nina Hoss, pero que, más allá de ciertas referencias germánicas, es un largometraje cuya trama se desarrolla en Brooklyn, captando la esencia de la gran urbe estadounidense. Atendiendo al nivel general de la Berlinale, no desencaja, pero fuera de contexto es un filme solo decoroso que de nuevo pone sobre el tapete la reciprocidad entre industria y evento. Cabe recordar que la ganadora de los Lola Awards, los premios de la Academia, en 2013 fue una cinta como Oh Boy, que cuatro meses antes había pasado por pena ni gloria por el apartado deutsche. ¿Falta de criterio? O, ¿Falta de fe? Aun con todo esto, no descarten que Beuys se lleve el Gran Premio del Jurado. Con o sin cine, a los jurados no hay quién los entienda.

    Colo

    COLO

    Teresa Villaverde, Portugal / COMPETICIÓN.
    por Luis Enrique Forero Varela.

    La degeneración es un proceso por lo general lento, cuya observación solo puede realizarse a medio-largo plazo, tomando registros periódicos para poder establecer una comparación, una progresión del estado original hacia la ruina. Es decir: quien no ha conocido más que la miseria o vive en el entorno artificial de la élite no conoce la angustia de caída paulatina en el abismo. Quien lo pierde todo es víctima y, peor aún, regular observador impotente de su propia destrucción. Cada paso parece acrecentar exponencialmente el determinismo hacia el fin. Esta tremenda y abrumadora constatación viene sacudiendo el continente europeo desde hace casi una década. La virulencia de una crisis económica comparable al crack del 29 supuso el ocaso de la clase media tal y como la conocíamos —la superación de la carestía de la generación anterior, asolada por la guerra, la postguerra, la hambruna—, y, sin embargo, la consolidación de aquel sector de la banca que supo esquivar la tímida persecución judicial. Teresa Villaverde se sumerge en un conflicto macro desde la intimidad del entorno micro. Toma el proverbio —por cierto, cuestionable—, según el cual el artista debe hablar especialmente de lo que conoce, y se atreve a plantear algo así como un tratado científico de la crisis económica desde lo empírico. Como bien se sabe, esta metodología de investigación está compuesta por la observación, formulación de hipótesis, experimentación y emisión de conclusiones. En este caso, cede amablemente la segunda y la cuarta fase al espectador, a quien se encuentra al otro lado de la cuarta pared y —tal vez— llega a notar cómo resuena en su interior esa voraz incertidumbre que ha sustituido a aquel pasado conjunto de certezas, otrora tan confortable. La brutalidad de Colo (Regazo, en portugués) radica en esta lenta progresión, hacia la que parece imposible rebelarse. Los protagonistas, una familia-modelo de estructura nuclear, son capaces de verse a sí mismos perdiendo lentamente el control sobre la situación, sucumbiendo a las estadísticas del aumento alarmante del desempleo, la inflación, el desasosiego, sin poder hacer más que mantener una distancia prudencial hasta que les llegue a ellos el momento. El padre —fabuloso João Pedro Vaz— arrastra una pesadumbre depresiva tras la pérdida de trabajo, mientras que la madre (Alice Albergaria Borges) se aferra a lo poco de lo que está agradecida, y duplica, triplica los turnos por encima de sus posibilidades, llevando la pesada responsabilidad de todo —incluida la hija adolescente, incapaz siquiera de comprender la dimensión del asunto— sobre sus hombros desnudos. La manifestación de estos síntomas resulta en la pantalla tan sutilmente orgánica, tan bien ejecutada en su contención, que casi es posible hallar un ritmo, un patrón muy tenue de acontecimientos que disparan los siguientes, llevando la terrible situación hacia una caída inevitable. Una cámara paciente —obra de Acácio de Almeida— y una deliberada ausencia de elementos accesorios, música, giros inverosímiles, despliegues visuales, causan que el desarrollo corroa muy lentamente cualquier tipo de expectativas de futuro, de paliativos posibles. La gravedad es tan real, que una mirada de sala autopsias causa más impacto que cualquier complicada construcción artificial de emociones. Esta es una muy acertada exploración en el abismo de la sociedad española, la sociedad griega, la sociedad portuguesa; de todo aquel individuo o colectivo que tema perder lo que cree inalienable. (77/100)

    Return to Montauk

    RETURN TO MONTAUK

    Volker Schlöndorff, Alemania / COMPETICIÓN.
    por Miguel Muñoz Garnica.

    El veterano Schlöndorff vuelve a acercarse a la narrativa del fallecido Max Frisch para adaptarla, como ya hiciera veintiséis años atrás con El viajero. El cariz de reflexión sobre lo literario que toma Return to Montauk se explicita ya en su escena de apertura, donde el escritor protagonista, también llamado Max (Stellan Skarsgård), hace una lectura del inicio de su nuevo libro. Esta propone la idea de que lo único que acaba teniendo verdadera importancia en la vida son dos errores universalmente cometidos: algo que lamentamos no haber hecho cuando tuvimos la oportunidad, y algo que hicimos y de lo que nos arrepentimos. Max propone esta tesis como planteamiento inicial de una novela de inspiración autobiográfica, escrita desde la perspectiva del hombre al borde de la retirada que echa la vista atrás. No obstante, la película funciona justo al contrario que el libro de su ficción. No es una idea que dé paso a una serie de flashbacks rememorantes, sino un punto de partida puesto ahí para ser negado. La llegada de Max a Nueva York para publicitar su obra le impulsa a volver a encontrarse con la personificación uno de esos errores: Rebecca (Nina Hoss), amor perdido de juventud, con la que viaja durante un fin de semana al cercano pueblo de Montauk buscando evocar el recuerdo de su plenitud sentimental perdida.

    Esa es, al menos, la intención de Max. Pero Schlöndorff hace girar su relato en torno a la complejidad del recuerdo en cuanto que proyección subjetiva de cada uno de sus ejecutantes. La voluntad de Max, espoleada por su memoria, choca con un proceso similar, aunque en sentido contrario, en Rebecca: el ajuste de cuentas en lugar de la recuperación. Tras esto parece subyacer una cuestión circular, como si el relato negara a su protagonista el don de la sabiduría de la vejez. No se trata solo de que percepción de nuestra vida presente se base en esos dos errores universales que mencionábamos. Sino que esos errores no son siempre los mismos. El reconcome por la oportunidad perdida, o desaprovechada, varía el momento vital concreto del que alimentarse, convirtiéndolo casi en una cuestión de supervivencia. Refrescar la capacidad de equivocarse para sentirse vivo. Return to Montauk, en fin, interesa en su aproximación reflexiva a un espacio y la (re)configuración de un recuerdo. Es difícil, eso sí, que consiga poco más que interesar, dado su carácter de obra convencional. Serenamente convencional. (60/100)

    El bar

    EL BAR

    Álex de la Iglesia, España / FUERA DE COMPETICIÓN.
    por Víctor Blanes Picó.

    Álex de la Iglesia lleva años invitándonos a mirarnos al espejo para descubrir nuestras miserias y debilidades. En sus mejores películas, siempre hay un elemento intrínsecamente ligado a la cultura popular de nuestro país que juega un papel importante en la trama: la religión en El día de la bestia, una comunidad de vecinos en La comunidad, la Guerra Civil y sus heridas en Balada triste de trompeta o la telebasura y el mundo del espectáculo en Mi gran noche. En todas ellas, las referencias culturales no es que aparezcan de manera anecdótica para complementar un chiste, es que son la espina dorsal de cada propuesta. En la premisa de El bar se respira el tufo cañí de la costumbre española: ¿qué ocurriría si nos viéramos forzados a no poder salir de un bar de esos de toda la vida? Ese lugar sagrado de reunión, de amistad, de comprensión… todo aniquilado por una extraña circunstancia que no solo nos obliga a quedarnos dentro, sino a luchar por nuestra supervivencia. Como nos tiene acostumbrados el director bilbaíno, en esta ocasión encuentra de nuevo buenas maneras de comenzar y presentar a los personajes que acabará torturando. Desde el primer fotograma el ritmo es impecable. Pocos directores imprimen tanta soltura en escenas ya de por sí abotargadas con diálogos, personajes, temas y cambios de plano. Es el universo de De la Iglesia. Un espacio donde todo se lleva siempre al límite pero que nunca pierde le compás y la garra.

    Pese a lo anterior, algo se tuerce a medio camino. El exceso y la locura sin control de su cine han colocado en muchas ocasiones sus desenlaces contra las cuerdas. Siempre y cuando este crescendo no pierda el hilo conector con la subcapa de significado cultural que comentábamos anteriormente, el conjunto final no resulta insatisfactorio. Sin embargo, en El bar nos encontramos a un de la Iglesia menos inspirado que de costumbre para resolver la espiral de conflictos de sus personajes. Así, el reflejo emocional de una sociedad y sus miedos, capaces de sacar lo peor de uno mismo ante una situación de vida o muerte, se va diluyendo a favor del horror y la acción para terminar dando vueltas sobre sí misma durante demasiados minutos. El guion va perdiendo sus golpes de humor negro y lo que empezaba como una verdadera comedia de terror donde la tensión se podía cortar en cada mirada acaba pareciéndose más a una gamberrada slasher con psicópata incluido. Lo que mantiene a flote a El bar son los destellos de oficio de sus actores (Carmen Machi, Terele Pávez, Secun de la Rosa, Jaime Ordoñez…) y el hecho de que, al fin y al cabo, el imparable frenesí rítmico al que somete de la Iglesia a sus historias acaba resultando entretenido. (65/100)

    Casa Roshell

    CASA ROSHELL

    Camila José Donoso, México / FORUM.
    por VÍCTOR BLANES PICÓ.

    No es la primera vez que Camila José Donoso se acerca al tema de la transexualidad. En su estupenda primera película, Naomi Campbel, retrataba el proceso de transformación y formación de Yermén Paula Dinamarca, una mujer transexual a punto de culminar su operación genital. La directora chilena recala ahora en México para capturar lo que acontece dentro de Casa Roshell, un espacio de libertad donde un grupo de hombres pueden expresar sin miedo sus deseos de transexualidad y travestismo. La cámara de Donoso no sale en ningún momento del interior del local, cobijándose como sus protagonistas bajo el candor y la familiaridad que se regalan entre ellas. El exterior solo se nombra, se hace referencia a él como un lugar opresivo para muchas, un lugar donde esconderse, obligadas a ser lo que no son. Como señala una de las protagonistas, en Casa Roshell puedes «dejar de ser hombre y convertirte en Pina.»

    Los colores y brillos de los vestidos y el intenso rojo apagado de las paredes dotan a la imagen de una textura mágica y misteriosa. Para Donoso, lo importante no es solo el tema, sino la atmósfera que lo rodea. Por ello, al principio sigue de manera minuciosa el acto de transformación y aprendizaje de muchas de las mujeres que acuden. Pero conforme avanza, su mirada se centra más en el microcosmos que florece: no solo encontramos a travestis y transexuales, sino también a hombres que se sienten atraídos por ellas. También este lugar es para ellos un refugio. En el exterior, deben esconder esta atracción, pero aquí, tanto unos como otros se sienten libres para entrar en el juego del cortejo y la seducción, para encontrar a la otra mitad que les entienda y les pueda dar un poquito del amor que están buscando. De ahí que el ambiente sea fiel testigo de pactos de secreto, besos furtivos, caricias, encuentros… En Casa Roshell la vida puede transcurrir con normalidad dejando a un lado el escrutinio de la intransigencia. (75/100)

    I am not your negro

    I AM NOT YOUR NEGRO

    Raoul Peck, Estados Unidos / PANORAMA DOKUMENTE.
    por Luis Enrique Forero Varela.

    Cuán difícil es no olvidar las zonas oscuras de la Historia reciente. Aquellas atrocidades perpetradas por imperios extintos resuenan lejanas y parecen pertenecer casi al distrito de la mitología; sin embargo, algunos los episodios más deshonrosos del siglo XX han sido sepultados bajo una cortina de normalidad, de extraño autoengaño colectivo, como si la democracia y la multiculturalidad pacífica nos hubiesen llegado transmitidas gracias a algún profético súper ente de tolerancia. Craso error. Conviene mantener muy presente que la autodenominada Capital del Mundo Libre fue, durante un tiempo vergonzosamente largo, el gran ejemplo internacional de subyugación instrumental. Los efectos son visibles para cualquiera que preste un poco de atención y no se deje embelesar con quimeras. Acaso, ¿cómo negar su impronta, después de tantos años de negación? Por lo tanto, ejercicios de confrontación con la realidad tan brutalmente honestos como I am not your negro no solo se tornan necesarios, sino urgentes. Raoul Peck, muy conocedor del enorme potencial del formato documental, ha parido una de las más reivindicativas y, no por ello, elegantes piezas cinematográficas vistas hasta ahora en el 67º Festival de Berlín. La premisa narrativa-discursiva es, como el poema, muy compleja y muy sencilla: el racismo en Estados Unidos; así de ambiciosa. Semejantes magnitudes asoman sin la grandilocuencia del tratado histórico, sin la trivialidad del reportaje de investigación. La metodología aúna dos propuestas a priori contradictorias. El montaje, por una parte —y ya desde los títulos de crédito, donde ni siquiera la tipografía escogida es accidental— irrumpe como una piedra contra un ventanal, con la contundencia que merece seriedad de la denuncia; idea que se refuerza con la inclusión de fotografías de archivo y fragmentos de videos de una violencia tan explícita como real y cotidiana en los años 50. Y, curiosamente, el contrapunto llega, por otra parte, de la mano de la suavidad, la cadencia de la voz de Samuel L. Jackson. El texto que narra pertenece a una obra —al proyecto de una gran obra inconclusa— del genial James Baldwin, cuya literatura y actividad extraliteraria —de hecho, consecuencia natural de la creación artística— diseccionó con sofisticación y afilada crudeza a partes iguales la “cuestión racial”. Resulta un shock brutal escuchar la manera en la que el presentador televisivo, en una entrevista realizada en los años 70, se dirige constantemente al autor de La habitación de Giovanni con el apelativo “negro” (en original en inglés), una demostración inadmisible hoy en día. ¿O tal vez no? Porque, si bien la estructura del filme se sustenta en la descripción del paisaje de devastación emocional provocado por la muerte de Medgar Evers, Malcolm X y Martin Luther King como puntos de anclaje, el lirismo de Baldwin en la voz de Jackson cuestiona cuál es la situación de ahora, poniendo sobre la mesa terribles casos de violencia policial como los hechos acaecidos hace un par de años en la ciudad de Ferguson, Missouri. El imperio sociopolítico más poderoso del mundo está construido sobre una explotación centenaria inigualable. I am not your negro nos recuerda lo ambiguo de referirse al tema como algo superado por el progreso de las libertades sociales. (90/100)

    Autumn, Autumn

    AUTUMN AUTUMN

    Jang Woo-jin, Corea del Sur / FORUM.
    por Miguel Muñoz Garnica.

    La mantis religiosa es una especie adaptable al cambio estacional, cuenta uno de los personajes de Autumn, Autumn. Cuando la vegetación pasa a los tonos de marrón otoñal, este insecto cambia también el color de su piel para sobrevivir a los ataques de los depredadores. En esta pequeña anécdota se puede encontrar el sentido de que una película tan preocupada por la reflexión sobre el espacio dedique no obstante su título a una referencia temporal. El segundo largometraje de Jang Woo-Jin (tras su opera prima A Fresh Start) nos presenta a una muy interesante apuesta de futuro. La película desdobla su relato para seguir primero a un joven y después a una pareja de mediana edad que visitan el paraje natural de Chuncheon, un popular destino turístico. En ambos casos, se trata de explorar la relación personal con el espacio a partir de los recuerdos y perspectivas que se proyectan sobre él. Para el joven, se trata de un lugar indicador de su estancamiento vital, de unas perspectivas de futuro poco halagüeñas para quien tiene ambiciones de salir de su pueblo natal y cumplir objetivos. Para la pareja, que resulta no ser pareja sino dos personas que se han conocido por internet, es un lugar cargado de recuerdos que empujan a la reflexión sobre una situación actual, de nuevo, de estancamiento. Como la mantis, son dos criaturas que han mutado su piel para adaptarse a su otoño vital desengañado.

    Jang filma una larga escena de conversación entre dicha pareja en la que esas tensiones salen a la luz gracias al efecto de dilatar los tiempos. Con plena naturalidad, se pasa de la charla banal a la expresión de memoria acerca de relaciones amorosas pasadas en las que el verano aún invitaba al optimismo. En esta escena, el director introduce además un juego de luces naturales que roza la genialidad. Sus dos personajes hablan mientras, sobre el patio semicubierto en el que conversan, pasan las nubes. El encuadre se ensombrece y reilumina continuamente con ello, dándole un juego de confrontaciones tonales que carga de connotaciones toda la secuencia. Es precisamente en sus dos escenas de conversaciones, muy prolongadas, donde el surcoreano muestra una mirada dotada de sensibilidad, de capacidad para evocar el interior de sus personajes a partir de la liberación de sus palabras. Así sucede también con el protagonista de la primera historia, que cierra el segmento con una charla por el móvil (liberadora de su nostalgia contenida) con un antiguo amigo. La ausencia del plano-contraplano convencional deja paso a un plano fijo picado, caracterizado por la luz nocturna, en el que la contraparte no es más que un aparato con altavoz. La lejanía física, la artificialidad social y la nostalgia de tiempos mejores se dan así la mano con inspiración. Quizá en otros aspectos hablemos de una cinta con desajustes. Jang muestra una voluntad de indagar en nuevos caminos expresivos que no siempre le sale bien. Algunos usos del sonido directo, la cámara lenta o el detenimiento en metáforas visuales no encajan del todo bien. Pero estén seguros de que nos encontramos ante un realizador que, sobre el camino de la depuración estilística, puede dar mucho que hablar. (70/100)

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