Un hombre solo
crítica ★★★★★ de La tortuga roja (Michaël Dudok de Wit, La tortue rouge, Francia, 2016).
Con el rugido de un mar embravecido cuyas olas parecen tragarse en su furia al propio espectador, La tortuga roja (La tortue rouge, Michaël Dudok de Wit, 2016) comienza con una sinfonía sobrecogedora en la que contemplamos atónitos cómo entre las montañas de agua de continuo cambiantes se debate un hombre. Entrevemos también en un instante su barca destrozada. El océano en todo su poder y esplendor resonando y reverberando en nuestros oídos y desbordando nuestra mirada. El título del filme dejará paso en una previsible elipsis al náufrago tumbado en la playa de lo que pronto descubriremos que es una pequeña isla, una enorme roca circundada por el bosque y las arenas de su playa. El protagonista no tardará en conocer los contornos de su prisión y saboreará el dolor de la soledad más extrema, pero también sacará todas las fuerzas de su interior para aprender a construir una balsa y así poder huir. Una y otra vez lo intentará, en cada ocasión montando con palos de bambú una balsa de mayor tamaño, y una y otra vez verá sus esfuerzos anulados por la misteriosa intervención de un animal que bajo el agua golpea y destruye sus embarcaciones. Dudok de Wit entremezcla detalles de humor con la despiadada lucha por la supervivencia con un cuidado, una atención al detalle y una elegancia narrativa admirables. El tono medido y perfecto de la película nos sumerge en su fantasía y su poesía ínfima compuesta de pequeños gestos, miradas y actos crea una música que impregna cada escena de una emoción intensa. El náufrago solitario tendrá sueños de gran viveza que expresarán en algún momento lo más profundo de sus pensamientos y deseos, de modo que cuando lo increíble y lo fantástico se implanten de verdad en el relato ni él ni los espectadores tardarán en aceptar lo imposible como algo real. En estas ensoñaciones tomarán forma tanto su anhelo de escapar, de liberación, como la evanescente belleza del mundo perdido en forma de un cuarteto de músicos que interpretan una melodía clásica en el entorno solitario de la playa. La monotonía de los días solo es rota por sus esfuerzos en la construcción de las balsas con las que se ilusiona en su deseo de huir. La soledad y el aislamiento se transmiten con una fuerza incontenible que devendrán en un gesto cruel hacia ese animal que ha hecho inútiles sus esfuerzos por abandonar la isla. Y su despiadado proceder tendrá como respuesta el más sublime acto de comprensión y compasión: ese hombre abandonado por el destino ya nunca más estará solo. El relato se impregna así de una atmósfera poética y fantástica que en ningún momento entrará en conflicto con la realidad cotidiana de la isla. Lo increíble deviene posible y cotidiano con una naturalidad sobrecogedora.
De forma contenida, como si nos susurrara el viento o nos cantara una invisible ave extraña y exótica, La tortuga roja se desarrolla entre el asombro continuo por su belleza y la sencillez incontenible de sus formas. Elipsis admirables que hacen sentir el paso del tiempo con una poderosa elegancia encumbran el relato transformándolo en una metáfora de la vida, allí donde el hombre nace, vive, buscará el sentido a su existencia y culminará con la muerte. Una madre que con su mano cubre la de su hijo dándole protección, pero que este apartará para tomar entre la suya la de ella: ahora le corresponde a él tomar su lugar, ser la persona que, asumiendo el relevo vital y natural, cuidará de quien durante su infancia lo ayudó a crecer y convertirse en quien es. Miradas y gestos que explican más que todas las palabras del mundo, la de ese hijo que posa sus ojos en sus padres y no necesita más para hacerles entender que ha llegado el momento de marchar, de emprender por sí mismo el aprendizaje de la vida. El sonido de la naturaleza, calmada y violenta, hermosa y aterradora, es la música de fondo de una historia que crece a cada plano utilizando los elementos narrativos más esenciales, aquellos que nos conforman como seres humanos capaces de amar y de entregar nuestras vidas a aquellos que amamos. Y también de cómo pueden hacerlo con la misma pasión y fuerza cada animal, cada caña de bambú y cada hoja arrastrada por el vendaval como una sinfonía donde la humanidad pareciera no estar solo conformada por nosotros: de cómo el amor y el perdón no son cualidades exclusivas de los hombres.
«Diez años después de su último cortometraje Dudok de Wit ha regresado a la dirección de ficción animada con una película que recoge todo lo expuesto en estos trabajos: una exquisita delicadeza narrativa, el uso de la música como motor de la acción (nunca hay diálogos en sus obras) acompañando los movimientos y emociones de los personajes y una sencillez poética desarmante».
Promocionada sobre todo por ser la primera película no japonesa coproducida, junto a Francia y Bélgica, por la prestigiosa compañía nipona Studio Ghibli, La tortuga roja posee todo el espíritu sencillo y poético de las cintas nacidas en el corazón de esta casi ya mítica productora. Quizá que el director Isao Takahata, autor de entre otras de joyas de la animación como La tumba de las luciérnagas (Hotaru no haka, 火垂るの墓, 1988), El cuento de la princesa Kaguya (Kaguyahime no monogatari, かぐや姫の物語, 2013) y las series Heidi (Arupusu no shôjo Haiji, アルプスの少女ハイジ, 1974) y Marco (Haha wo tazunete sanzemi, 母をたずねて三千里, 1976), en estas dos últimas con Hayao Miyazaki formando parte del equipo artístico, figure como productor artístico tenga su influencia en ello. Sin embargo, La tortuga roja es de manera evidente producto de la personalidad y sensibilidad de su director (y coguionista junto a Pascale Ferran) Michaël Dudok de Wit, y en lo que a su aspecto visual se refiere, de manera especial en lo concerniente al diseño de los personajes, heredero adelantado de la línea clara, un estilo de cómic nacido en el seno de la escuela franco-belga que tendría como padre natural a Hergé (el creador de Tintín) y como progenitor adoptivo a Edgar P. Jacobs (colaborador de Hergé y autor de las fascinantes aventuras de Blake y Mortimer). Dudok de Wit ya había destacado como director en la realización de cuatro cortometrajes y en diversos anuncios en los cuales, de manera admirable, había mantenido siempre la esencia de su estilo de narración amable y diseño de personal belleza. En Tom Sweep (1992) nos contaba la simpática historia de un barrendero siempre pendiente de que nadie tire la basura fuera del contenedor, un pequeño episodio que iba a formar parte de una serie que jamás se concretó. En Le moine et le poisson – The Monk and the Fish (1994) será un monje el que nos muestre su obsesivo empecinamiento en pescar un esquivo pez. El maravilloso Father and Daughter (2000) es una hermosísima metáfora de la vida narrada a través del sentimiento de añoranza por un ser querido, contada en apenas nueve minutos, de una profundidad emotiva prodigiosa y quizá un pequeño crisol de lo que La tortuga roja nos contará de una forma absolutamente distinta. Su corazón, sin embargo, es el mismo: la vida es aprender a vivir con la certeza de que nuestros seres queridos alguna vez partirán dejándonos su recuerdo y la nostalgia de su presencia. Y The Aroma of Tea (2006) es un elegante ejercicio al ritmo de la música de Arcangelo Corelli. La tortuga roja podría ser un epítome de todo esto, pero es en realidad mucho más. Diez años después de su último cortometraje Dudok de Wit ha regresado a la dirección de ficción animada con una película que recoge todo lo expuesto en estos trabajos: una exquisita delicadeza narrativa, el uso de la música como motor de la acción (nunca hay diálogos en sus obras) acompañando los movimientos y emociones de los personajes y una sencillez poética desarmante. La culminación de un estilo y una forma de hacer cine tan personal que pareciera trasladarnos a otra época, cuando la voz no era necesaria para reflejar la profundidad de los deseos humanos, cuando lo esencial era un rostro mirando con cariño y compasión a quien con él compartirá sus sueños y su existencia. | ★★★★★ |
José Luis Forte
© Revista EAM / 64º Festival de San Sebastián
Ficha técnica
Francia, Bélgica, Japón, 2016. Título original: La tortue rouge. Director: Michaël Dudok de Wit. Guion: Michaël Dudok de Wit y Pascale Ferran, según un argumento de Michaël Dudok de Wit. Productoras: Studio Ghibli, Prima Linea Productions, Why Not Productions, Wild Bunch, CN4 Productions, Arte France Cinéma y Belvision. Productores: Isao Takahata, Toshio Suzuki, Grégoire Sorlat, Vincent Maraval y Pascal Caucheteux. Productor artístico: Isao Takahata. Estreno: 18 de mayo de 2016. Música: Laurent Pérez del Mar. Montaje: Céline Kélépikis. Departamento de arte: Julien de Man, Sebastien Dunon, Alexis Liddell y Emma McCann. PÓSTER OFICIAL.