Adopción de un género abandonado
crítica ★★★★ de La luz entre los océanos (The Light Between Oceans, Derek Cianfrance, 2016).
En los últimos años se está viviendo en el cine una curiosa regeneración nostálgica. Ante la incertidumbre que nos depara el mundo actual, muchos recurren al pasado para reconfortarse en esos tiempos mejores, aquellos en que el color y la alegría aún no habían dado paso a la oscuridad y el pesimismo. Ningún género como el musical permite hacer esa abstracción de la realidad, transitando siempre por la línea que lo separa de la ensoñación. Estamos hablando de un cine en peligro de extinción, que alcanzó su auge como otros muchos en la edad de oro hollywoodiense, pero que ha intentado recuperar la recién estrenada La La Land (Damien Chazelle, 2016), haciendo gala de toda su parafernalia. Incluso se la ha comparado con The Artist (Michel Hazanavicius, 2011), la cual se atrevió a resucitar nada menos que la tragicomedia muda. A menor escala y remontándonos no tan atrás, aunque con dosis parecidas de ilusión juguetona, tenemos ejemplos de cine ochentero sui generis renacido para la causa, en general cercanos al terror. Al margen de la serie Stranger Things, hay una cinta muy recomendable que en nuestro país apenas tuvo repercusión, llegando directamente a nuestras pantallas televisivas, titulada Las últimas supervivientes (The Final Girls, Todd Strauss-Schulson, 2015). Pero aquí nos interesa otro camino que ha tomado esta vuelta atrás cinematográfica, la que ha recorrido el sendero del melodrama al estilo del que rodaron décadas atrás directores como Douglas Sirk, aprovechando también su contexto posbélico. Hace un par de meses se estrenó con esta analogía bien presente Aliados (Allied, Robert Zemeckis, 2016), cuyo principal referente era de hecho Casablanca (Michael Curtiz, 1942), aunque estas aspiraciones no se correspondieron con el resultado, por perder en la traslación una identidad propia. Este problema lo ha evitado La luz entre los océanos (The Light Between Oceans), que en comparación con los títulos mencionados hasta ahora no hace tan visible su categoría nostálgica, si bien ésta se percibe desde su esencia.
Para esta nueva película, tras las memorables Blue Valentine (2010) y Cruce de caminos (The Place Beyond the Pines, 2012), Derek Cianfrance se apoya en la novela de M. L. Stedman sobre un veterano de la Primera Guerra Mundial, Tom Sherbourne (Michael Fassbender), que es enviado a una remota y desierta isla australiana para encargarse de su faro, acompañándole luego la mujer local con la que se casa, Isabel Graysmark (Alicia Vikander). Su convivencia es pacífica y armoniosa hasta que dos embarazos suyos acaban en aborto espontáneo, justificando con esta triste circunstancia la decisión que marca el conflicto y devenir de la trama: cuando ella convence a su marido para quedarse con el bebé al que se encuentran en una barca a la deriva, junto a su fallecido padre. La trascendencia del hecho se anuncia desde la metáfora del título y se corresponde con la naturaleza del género en cuestión, caracterizado a menudo por bordear la inverosimilitud, algo por lo que sus primeros estudiosos no habrían pensado en criticarlo, mientras que ahora se observa con más recelo. Esta sería la razón principal del retraso de esta cinta hasta encontrar distribución, topándose luego con una acogida entre tibia e indiferente. En otras palabras, la credibilidad narrativa de una película debe juzgarse en el marco particular que establece, algo que por cierto no suele discutirse en lo que respecta al musical o al terror, mientras que en el melodrama suscita mayor controversia. Empero el material controvertido es el que lo define, y cuando en esas coordenadas la historia transcurre con lógica inherente, debe ser aceptada sin problemas. Esto es lo que ocurre en La luz entre los océanos, ya que una vez superada la presentación del ambiente y los personajes e introducido el increíble suceso al que nos referíamos, el resto de la narrativa sigue una mera cadena de causa y efecto, sin apenas incorporar nuevos hitos que trastoquen la parquedad y a la vez la profundidad de su premisa.
«La labor en cada uno de los departamentos del filme es de una calidad poco frecuente, propia de los que apuestan por un género en desuso y a la vez procuran actualizarlo de alguna forma».
Dicho esto parecería que el filme de Cianfrance apenas aporta nada nuevo. No es así ya que en toda valiosa reformulación de un registro retrospectivo hay un aire de modernidad, y esta no es una excepción. El clasicismo, acentuado eso sí con la insistente partitura dominada por el piano de Alexandre Desplat, se combina entonces con algunas señas del cine más reciente, en particular gracias a la fotografía de Adam Arkapaw, responsable el año pasado de la impactante Macbeth (Justin Kurzel). El manido adjetivo malickiano es el que mejor definiría aquí su trabajo, basado en la cámara móvil y angulada en un marco de potente luz natural, reflejando con las inclemencias naturales el tempestuoso ánimo de sus personajes. Además el citado calificativo trae causa del elíptico montaje de Jim Helton, ya que en una historia ocupada con frecuencia por los dos únicos protagonistas, con apenas un puñado de escenarios y como decíamos escasos puntos de giro, el dinamismo externo lo imprime la manipulación visual. En este sentido, para huir de la inercia que por fuerza acosa la reiterativa existencia de Tom e Isabel, las secuencias de montaje cobran un gran relieve, destacando los saltos temporales desde su primer encuentro hasta que su hija adoptada sin papeles cumple tres años. Todo ello dota a la cinta de un ritmo algo irregular, pero encendido y elocuente. Esta intensidad termina de manifestarse mediante las sentidas interpretaciones de Fassbender y Vikander, acompañados en un papel más secundario pero igual de apasionado por la siempre fiable Rachel Weisz. En cualquier caso el esfuerzo más llamativo es el de la sueca, alternando con facilidad pasmosa la alegría espontánea y el tormento lacrimoso. En suma, la labor en cada uno de los departamentos del filme es de una calidad poco frecuente, propia de los que apuestan por un género en desuso y a la vez procuran actualizarlo de alguna forma. La mezcla no permite una sencilla armonía, y esta en su plenitud es muy difícil de conseguir: en este grado La luz entre los océanos no alcanza la altura de otros títulos que persiguen una finalidad similar, pero sale bien parada del intento. | ★★★★ |
Ignacio Navarro Mejía
© Revista EAM / Madrid
Puro cine
crítica ★★★★ de La luz entre los océanos (The Light Between Oceans, Derek Cianfrance, 2016).
¿Cuántas veces nos han contado ya esa historia de amor con paisajes vívidos y huerfanito/a de por medio que llega como elixir a los brazos de una familia en construcción? ¿Cuántas veces hemos visto, o más bien padecido esa película que recoge lo mejor —y lo peor— de la narrativa realista moderna con un toque genuinamente british, aunque sus coordenadas sentimentales a menudo no coincidan con las de otras geografías en las antípodas? ¿Cuánto tiempo pasará y cuántas veces seguiremos agradeciéndoles a los autores que, como el romanticida Derek Cianfrance en La luz entre los océanos, (sí) saben ponernos contra las cuerdas y un nudo en el estómago? Y todo, sin necesidad de trampear el camino de lo dramáticamente tolerable, es decir, urdiendo la trama con dos pulsiones artísticas sobre la encimera: sentido (para gestionar las emociones más ramplonas) y sensibilidad (libre de la cursilería que suele escurrirse por las películas «de época» que intentan convencernos de que entonces todo era más crudo, y por tanto auténtico e incluso distinguido). Aquí no hay mucho más que un faro y agua, un océano de hecho, rodeando a los protagonistas. De un lado, un forastero que llega a un pueblecito solemne, de calceta y mecedora y bibliotecas personales cuyos libros aguardan la llegada del invierno para ser desempolvados y finalmente releídos; y del otro, una joven no tan joven que le observa sonriente mientras lanza guijarros o migas de pan, quién sabe, a la bahía. A él, Tom Sherbourne, lo esperan porque debe hacerse cargo del faro de un pequeño islote a unas cuantas millas de allí. Es un veterano de la Gran Guerra. Y no hay nada más que añadir: ni el director con su disposición escenográfica ni los diálogos explicitan quién es, o, mejor dicho, quién era antes de entrar en combate. Porque tampoco nos importa. Él solo se (des)escribe caminando, callando y accediendo a lo que no debería haber accedido nunca. Y ya lo vemos en sus ojos, conque ese autoexilio quizá no sea tan mala idea al fin y al cabo. Tiene además Sherbourne eficaces referencias y un bigote reglamentario de perito de seguros con afición a las novelas de aventuras. Habla poco, no obstante. Lo suficiente para no resultar antipático o grosero. Ese rincón de Australia acoge con gusto a los tipos como él: un melancólico sin fecha de caducidad. Hombres inverosímiles a los que concedemos el beneficio de la duda, de la existencia siempre y cuando los actores que los emulen, un inapelable Michael Fassbender en este caso, y el director que los dirija, aquí un extraordinario Derek Cianfrance, logren administrar la tensión junto con actrices del calibre de Alicia Vikander, quien apenas si encuentra réplica a su eminente magisterio. Tan sólido es el conjunto que la caligrafía desaparece al tiempo que la cámara describe sutiles panorámicas de relación, dibujando los contornos de unos encuadres que condensan el aire de una época gris que lentamente estrangula al público, obligado a hacerse interrogantes no ya complejos sino devastadores, y que consiguen dejarlo a uno en la picota moral. En ese faro cuya luz, a modo de metáfora última, parece centrifugar también nuestros remordimientos, iluminados a fogonazos que van y vienen y aun así dotan a los escenarios de un aura romántica sin espacio para la molicie. | ★★★★ |
Juan José Ontiveros
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Reino Unido, Nueva Zelanda & Estados Unidos, 2016. Título original: The Light Between Oceans. Presentación: Festival de Venecia 2016. Dirección: Derek Cianfrance. Guion: Derek Cianfrance (basado en la novela de M. L. Stedman). Productoras: Heyday Films / LBO Productions / DreamWorks / Participant Media / Amblin Entertainment / Reliance Entertainment / Touchstone Pictures. Fotografía: Adam Arkapaw. Montaje: Jim Helton & Ron Patane. Música: Alexandre Desplat. Diseño de producción: Karen Murphy. Dirección artística: Sophie Nash. Vestuario: Erin Benach. Reparto: Michael Fassbender, Alicia Vikander, Rachel Weisz, Florence Clery, Jack Thompson, Thomas Unger, Jane Melenaus, Garry McDonald, Anthony Hayes. Duración: 133 minutos. PÓSTER OFICIAL.