La llamada del océano
crítica ★★★ de Vaiana (Moana, John Musker, Ron Clements, Don Hall, Chris Williams, Estados Unidos, 2016).
Blancanieves y los siete enanitos (David Hand, 1937), La Cenicienta (Clyde Geronimi, Hamilton Luske, Wilfred Jackson, 1950) o La bella durmiente (Clyde Geronimi, 1959) acostumbraron al gran público a un tipo de princesas ancladas en el pasado, piezas pasivas de sus circunstancias y sus destinos, dependientes de que un valeroso príncipe azul llegase a lomos de su caballo para despertarlas de su sueño profundo a través de un beso de amor o ajustara en su pie un zapato de cristal que acabaría con una vida de explotación y pobreza. Los tiempos cambian y la productora Disney supo adaptarse a las nuevas corrientes dibujando a una generación de princesas con carácter, más independientes y con la capacidad de tomar ellas mismas las riendas de sus vidas sin necesidad de que viniese un hombre a sacarles las castañas del fuego. En este sentido, La sirenita (John Musker, Ron Clements, 1989), basada en el cuento de Hans Christian Andersen, supuso un antes y un después dentro de la factoría de sueños más famosa del cine, presentando a una princesa Ariel rebelde y soñadora, que desobedecía las órdenes de su padre para disponerse a conocer el mundo fuera del mar. Aquel clásico fue un enorme éxito de taquilla que resucitó a una compañía que llevaba más de una década en horas bajas. Tras él llegaron La bella y la bestia (Gary Trousdale, Kirk Wise, 1991), Pocahontas (Mike Gabriel, Eric Goldberg, 1995), Mulan (Barry Cook, Tony Bancroft, 1998), Tiana y el sapo (John Musker, Ron Clements, 2009), Enredados (Nathan Greno, Byron Howard, 2010), Brave (Mark Andrews, Brenda Chapman, Steve Purcell, 2012) –el Pixar más disneyano hasta la fecha– o Frozen: El reino del hielo (Chris Buck, Jennifer Lee, 2013), todo un fenómeno que recaudó más de 1.200 millones de dólares en todo el mundo. La última aportación a este nutrido grupo de atribuladas princesas Disney se llama Moana (bautizada en algunos países europeos como Vaiana, entre ellos España, por problemas de copyright), y llega para demostrar que la fórmula continúa funcionando con la precisión del primer día.
La cinta nos traslada a la remota isla polinesia Motonui, en el sur del Pacífico, hace dos mil años. Allí vive Vaiana Waialiki, la única hija del jefe de su pueblo de antiguos navegantes y descubridores de muchas de las islas de Oceanía, resignados a vivir en los últimos tiempos de lo que pescan en las cercanías del arrecife, teniendo totalmente prohibida la salida al inmenso océano. Sin embargo, la pequeña siempre ha sentido la llamada del mar, así como si una potente fuerza la empujase a descubrir un secreto que ha permanecido oculto durante siglos y que solo ella, como si de una elegida divina se tratase, puede sacar a la luz para enmendar un error del pasado y salvar a su pueblo de la amenaza de extinción. Cuando alcanza los dieciséis años, con el único apoyo de su abuela Tala, la loca cuentacuentos de la región, Vaiana desobedece el mandato de su padre y abandona sus obligaciones como princesa para embarcarse en un peligroso viaje que tiene como objeto la búsqueda del semidiós Maui, que, según una leyenda ancestral, robó el corazón de la diosa Te Fiti, despertando su ira, por lo que hizo caer sobre el mundo una maldición que solo se apaciguará cuando la piedra sea devuelta. Estamos ante un producto que, si bien se ciñe a los patrones tradicionales por todos conocidos de este género, continúa ahondando en el mensaje feminista que subyacía en la incomprendida Brave: de nuevo, no existe interés romántico de ningún tipo, limitándose a ser un relato de autodescubrimiento en el que la protagonista termina conociéndose a sí misma y encontrando su lugar en el mundo. Una vez más tenemos a un personaje femenino fuerte, impulsivo y muy cabezota, empeñado en explorar lo que hay fuera de sus fronteras –algo en lo que coincide con La sirenita, también dirigida por John Musker y Ron Clements–, contrapuesto con el carácter fanfarrón y pasota de Maui (doblado en la versión original por Dwayne Johnson), quien, provisto de un ancla mágica que le permite adoptar múltiples apariencias diferentes y unos tatuajes que recorren su cuerpo, provistos de vida propia y que describen cada una de sus gestas, no parece estar por la labor de ayudar a Vaiana en su objetivo. Los constantes tiras y aflojas entre ambos personajes convierten a esta divertida pareja de viajeros en el auténtico motor de un filme calculado al milímetro para satisfacer a niños y mayores.
«Su falta de verdadera innovación le impide trascender más allá de su condición de título menor diseñado para cumplir esa función para la que parece haber sido creado: llenar las arcas de la productora a golpe de merchandising y una taquilla envidiable».
Vaiana es una película deliciosa desde el plano estético, con una animación espectacular y muy colorista que aúna las más avanzadas técnicas de CGI –las escenas que transcurren en el mar tienen la belleza de los mejores momentos de Avatar (James Cameron, 2009) o La vida de Pi (Ang Lee, 2012)– con el estilo más clásico de Disney en lo que concierne al trazo de la fisonomía de sus personajes. La música, otro de los ingredientes indispensables en este tipo de propuestas, también brilla con fuerza en esta ocasión, gracias al trabajo de Lin-Manuel Miranda, aclamado letrista de un suceso de Broadway tan premiado como Hamilton, y Mark Mancina, con canciones tan chispeantes como You´re Welcome o Shiny, que tienen la difícil misión de hacernos olvidar el memorable Let it Go de Frozen, ayudados por los atractivos sonidos étnicos de Oceanía y el Pacífico aportados para la ocasión por Opetaia Foa'i. Con estos mimbres, Vaiana se revela como un sano regreso a aquellos títulos de Disney de los 90, con un espíritu aventurero que es muy de agradecer, con una fauna de secundarios muy acertada, desde esa abuela entrañable, toda sabiduría y bondad, que funciona como brújula para los pasos a seguir por su nieta (las escenas que ambas comparten destacan por su emotividad), a ese característico contrapunto cómico que, en esta ocasión, toma la forma del desastrado gallo Heihei, uno de los hallazgos más hilarantes del cine animado de los últimos años –en dura pugna con la ardilla Scrat de la saga Ice Age–, responsable de los gags más celebrados de la función. Entre los enemigos de los protagonistas encontramos a los Kakamora, una flota de cocos salvajes piratas que más bien parecen una versión animada (e infantilizada) de los bárbaros de Waterworld (Kevin Reynolds, 1995), o el malvado cangrejo gigante Tomatoa, que protagoniza el número musical más sicodélico. Vaiana ofrece entretenimiento de calidad, técnicamente irreprochable, que realiza una mixtura perfecta entre cine de aventuras, comedia y bastante corazón, siendo además muy respetuosa con los cuentos y leyendas de la cultura de la Polinesia en que se basa. Con un poco más de originalidad en el tratamiento de su historia, deudora en exceso de los aciertos de clásicos anteriores como La sirenita o Pocahontas, estaríamos hablando de una gran obra del género a la altura de Miyazaki o la reciente Kubo y las dos cuerdas mágicas (Travis Knight, 2016), pero su falta de verdadera innovación le impide trascender más allá de su condición de título menor diseñado para cumplir esa función para la que parece haber sido creado: llenar las arcas de la productora a golpe de merchandising y una taquilla envidiable. | ★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2016. Título original: Moana. Directores: John Musker, Ron Clements, Don Hall, Chris Williams. Guion: Jared Bush (Historia: John Musker, Ron Clements, Don Hall, Chris Williams, Pamela Ribon, Aaron Kandell, Jordan Kandell). Productor: Osnat Shurer. Productoras: Walt Disney Animation Studios / Walt Disney Pictures. Fotografía: Rob Dressel, Adolph Lusinski. Música: Opetaia Foa'i, Mark Mancina, Lin-Manuel Miranda. Montaje: Jeff Draheim. Diseño de producción: Ian Gooding. Reparto de voces: Auli'i Cravalho, Dwayne Johnson, Rachel House, Temuera Morrison, Jemaine Clement, Nicole Scherzinger. PÓSTER OFICIAL.