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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Sicixia

    Sicixia

    El mar, que es el morir

    crítica ★★★ de Sicixia (Ignacio Vilar, España, 2016).

    La Mitología, la Literatura —dos asuntos que, de hecho, son la misma cosa— y la Muerte, como entidad, guardan una relación extremadamente estrecha. La frontera última con lo desconocido, con el miedo más profundo, ha ofrecido inspiración en un sinfín de colaboraciones conjuntas, lo cual ha modelado el desarrollo de la Historia del Arte y la Antropología, modificándose inclusive los significados de los propios conceptos operantes. ¿Qué habría sido de la Épica sin la constante inminencia del fallecimiento de Ulises y la paciente angustia de Penélope? ¿Cuál habría sido acaso el poder de dominación de las iglesias —sobre todo la Católica— sin la instrumentalización del Más Allá como mecanismo de control? En las Artes Plásticas, las trazas de esta alegoría de la finitud se encuentran en multitud de representaciones, directas o veladas. Encontramos, por ejemplo, la simbología del contacto con la muerte en la representación del agua. No en vano, la misma sensibilidad de John Everett Millais retratando a su particular Ofelia la encontramos en el poema indagativo por antonomasia, los versos en los que el maestro Jorge Manrique asegura que “Nuestras vidas son los ríos […]”. El resto, lo conoce sobradamente el lector. Si, como asegurábamos unas líneas más arriba, el concepto de la Muerte ha modelado durante siglos la cultura popular, el proceso inverso también existe: la cultura popular, o más bien, la Cultura a secas, ha modelado la concepción que se tiene sobre la Muerte. A pesar de las sospechas de Platón,—quizás llevado por la perfección de la figura geométrica—, no fue hasta los eruditos musulmanes de Edad Media cuando se extendió finalmente la teoría de la Tierra como cuerpo esférico. Sin embargo, hubo un tiempo en el que se manejó con asiduidad la sospecha del planeta como un tablero de ajedrez —para deleite nostálgico de la Flat Earth Society—. ¿Y dónde terminaba? ¿Dónde estaban las angulosidades superiores? Pues, cómo no, en Finisterre, actual Galicia. Esta serie de creencias configuraron una mitología propia muy fecunda en la región costera noroccidental de la Península Ibérica. Y es precisamente hasta este entorno hacia donde el director Ignacio Vilar (Petín, 1951) ha volcado su mirada; una aproximación con algunos elementos atípicos, francamente estimulantes.

    El inicio de Sicixia (2016) toma prestado el recurso del formato documental para establecer el precedente claro de lanzar un polo a tierra como declaración de intenciones. Tras un prólogo subacuático, la cámara inquieta enfoca, en los primeros minutos, la celebración de “A rapa das bestas”, aquella ceremonia de enaltecimiento de la “valentía” y “fuerza” del Hombre —que no la Mujer— sobre el brío del caballo, con una posterior entrevista improvisada a algunos de los participantes. El espectador repara en que por momentos la cámara otorga inusual importancia al técnico de sonido, lo cual finalmente revela a aquél como el protagonista de esta ficción cinematográfica. De antemano ha de destacarse este trabajo del director con actores no profesionales o, más bien, con personas de carne y hueso. Gran acierto que enriquece el producto final. El protagonista responde al nombre de Xiao (Monti Castañeiras) y se dedica a registrar el ruido —en el mejor de los sentidos— de los distintos entornos, a lo largo y ancho de Galicia. Traza mapas sonoros del habla de la gente local, la respiración de los animales, las máquinas industriales y el mar, por supuesto. El mar, que es el morir, como decía Manrique. La asociación simbólica hace acto de presencia en todo el metraje del filme y juega un rol muy importante para la intencionalidad del discurso. El azar lleva a Xiao a toparse con Olalla (Marta Lado), cosechadora de algas y guía accidental, con la que recorrerá la Costa da Morte, atrapando en la máquina cada uno de los pequeños registros auditivos. Por el camino —en caso de tratarla como una road movie—, se gesta una tensión afectiva entre ambos que repercutirá en las habladurías locales y traerá a la mente aquel proverbio popular que reza “pueblo chico, infierno grande”. “Estoy casada” confiesa ella, ebria; a lo que él replica “yo también”.

    Sicixia

    «Un filme que se disfraza bajo la sencillez, tal vez huyendo de la grandilocuencia, y, sin embargo, no aparta el orgullo de su interesante y destacable contenido. Otro gran ejemplo del talento de Vilar».


    Si el aparato argumental pudiese parecer a priori un lugar común, el tratamiento de la forma ofrece un renovador conjunto, plagado de interreferencialidad y metadiscurso. No nos encontramos ante un despliegue de pirotecnia visual ni acrobacias cinematográficas. La cámara en mano aprovecha al máximo la economía de recursos, el montaje está bien ejecutado y el sonido tiene un valor muy particular: la música es escasa y contextual; de este modo, el espectador recibe la misma información que los oídos de los personajes y de los aparatos medidores. Por encima de estos elementos, destaca además un aparato discursivo que, enlaza, por una parte, el Mar y la Muerte —por lo tanto, la toma final ofrece un retorno circular al prólogo—; pero además conecta la mitología popular con la inevitabilidad del desarrollo argumental. Si mencionábamos la obra de Homero, no lo hemos hecho con intenciones vanas. Sicixia toma la épica del viaje hacia lo desconocido, desde la más honesta y reivindicable cotidianidad que supone el oficio de marinero en el litoral norte: todos aquellos Ulises que tardaban días, semanas, meses en regresar al hogar. ¿Y las Penélopes? He aquí otro acierto de la cinta: mediante el mismo recurso del falso documental, además, claro, de la propia construcción del personaje de Olalla, Vilar exhibe y cuestiona asuntos tan serias como la tradición patriarcal y la condición de la Mujer como el eterno reposo del guerrero, el puerto seguro y subyugado. La rebelión moral de Olalla resulta entonces un acto heroico, dentro de la mediocre rutina social. La muerte es la aceptación del statu quo. Tal sincronía formal-discursiva solo ha sido posible gracias a un guion propio bien pulido, coherente, tras del cual que casi en ningún momento se observa una intencionalidad explícita. Todo ocurre de manera orgánica, en consonancia con la lógica presentada. Sicixia es una propuesta muy bien ejecutada. Un filme que se disfraza bajo la sencillez, tal vez huyendo de la grandilocuencia, y, sin embargo, no aparta el orgullo de su interesante y destacable contenido. Otro gran ejemplo del talento de Vilar. | ★★★ |


    Luis Enrique Forero Varela
    © Revista EAM / 54º Festival de Gijón


    Ficha técnica
    España, 2016. Título original: Sicixia. Dirección: Ignacio Vilar. Guión: Ignacio Vilar, Diego Romero. Fotografía: Diego Romero. Sonido: Bernat Fortiana, Pablo M. Lloret. Duración: 98 minutos. Productora: Vía Láctea Filmes. Montaje: Fernando Alfonsín. Diseño de produccion: Laura Fernández. Dirección artística: Patricia Constenla. Intérpretes: Marta Lado, Monti Castañeiras, Artur Trillo, Daniel Trillo, Arantxa Vilar, Tamara Canosa. Presentación Oficial: Gijón International Film Festival, 2016. PÓSTER OFICIAL.

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