Edwards & Gilroy, la intendencia a su servicio
crítica ★★★ de Rogue One: Una historia de Star Wars (Rogue One: A Star Wars Story, Gareth Edwards, Estados Unidos, 2016).
Conviene advertirle de primeras al potencial espectador de Rogue One: Una historia de Star Wars, no sólo al fan histórico de la perdurable saga que alumbró George Lucas en 1977, de la cortedad de miras con que cierto sector del periodismo cultural ha saludado y recibirá durante las próximas semanas esta nueva incursión en el universo de La guerra de las galaxias. Ya hubo quienes ondearon, y no sin razones, la bandera blanca en tanto leían casi transidos los créditos finales del Episodio VII, a buen seguro (y así lo señalé en estas mismas páginas) la más inútil devaluación de un mito popular. Y los hay, ahora, que no admiten siquiera el mínimo esbozo de crítica rigurosa a propósito de esta franquicia interminable, pues de alguna manera viven su militancia como un acto de fe susceptible, eso sí, de ser negado por tal o cual divulgador de la gramática parda hollywoodense. Es el comentario que sigue, a continuación, un ejercicio de funambulismo entre dos sensibilidades unidas por una bocanada de aire turbio; que intentan separar en primer término el recuerdo (es decir, lo que permanece atrás en el cable, justo donde visionamos por vez primera unos rótulos que anunciaban: «Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana...») de la realidad aquí y ahora (esto es, la higiénica y tal vez pormenorizada revisión que merece el conjunto enfrentándolo a éste, su séptimo vástago por orden de estreno). Así, retorna la polémica a nuestros cines y, con suerte, habrá quien no haya tenido noticia de que la producción —como casi todas las que llegan con el prefijo súper— atravesó momentos de gran efervescencia. Es notorio que el inglés Gareth Edwards (Monsters) fue sometido al equivalente cinematográfico del tormento de la maroma en su adaptación más industrial; de suerte que nadie sabrá a quién transmitir los halagos o, cuando menos, una cierta gratitud por haber rebasado sutilmente los contornos de la plantilla tipo que imponen los estudios, y que lastró hace ahora un año las aspiraciones revisionistas y no poco cicateras de J. J. Abrams.
Se nota a veces el corte, inelegante, aun cuando las secuencias pedían una inspiración dramática; pero nadie advertirá desagravio alguno en el brío con que la cámara y su metrónomo solventan por lo general el baile de la flota de cazas rebeldes intercambiando flechas fosforescentes con los murciélagos orejudos del Imperio. Edwards nutre con estilo las tripas de una historia-bisagra que, si bien no refunda ciencias ya pretéritas, al menos logra recuperar algo de crédito con aciertos tales como el reparto, con Felicity Jones y Forest Whitaker y Diego Luna en vanguardia, y el buen atavío de los estereotipos clásicos (véase el monótono pero necesario androide K-2SO; o algunos secundarios catalizadores de la acción, en donde sobresale la excéntrica dupla que forman un ciego visionario de la Fuerza y su lazarillo con rifle de rayos iónicos; o ese inicio en el que Mads Mikkelsen, aquí Galen Erso, a la sazón un prófugo al que intenta dar caza el advenedizo Orson Krennic, en cuerpo y timbre del siempre ligeramente húmedo Ben Mendelsohn, queda enmarcado en un fastuoso plano general a ras del verde mientras los soldados imperiales caminan hacia él mecidos por la ventisca, barruntando un duelo al sol) en combinación con una herencia a menudo inelástica, pero francamente útil, cuya línea argumental zurce los episodios III y IV. El ínterin que sirve a la Alianza para robar los planos de la Estrella de la Muerte y estirar sin disimulo la alfombra ante la inminente llegada de Leia, Hank Solo, Chewie y Luke Skywalker. No el Luke crepuscular, devastado por las cicatrices, al que vimos fugazmente en El despertar de la fuerza; sino el joven que repara máquinas en Tatooine.
«Como película bélica, Rogue One tiene joyas enterradas. Con sus animadversiones y sus muchas controversias, el realizador inglés (habitante secular del Mondo Star Wars) borra de un plumazo cualquier atisbo de fraude que pudiera comprometer la película artísticamente».
Ni rastro de antihéroes con traumas a lo Hermano Mayor en Rogue One. Edwards y sus guionistas, liderados por Tony Gilroy, quien, según cuentan, (re)filmó varios segmentos del filme; sabían que la clave estaba donde siempre: en la respiración. Incluso en la propia de los escenarios, cuya geografía en permanente transición pocas veces había mostrado un esplendor y un realismo, si cabe utilizar este término, semejantes. Pero sobre todo las respiraciones de unos viejos conocidos, ya sean resucitados digital (¿dónde estuviste todo este tiempo, Peter Cushing?) o metafóricamente, para goce y pasmo de innumerables cinéfilos. Los mismos espectadores ya talludos que verán Rogue One y, probablemente, salgan del cine diciendo y repitiendo: «Está bien, sí, pero no tan bien como El imperio contraataca». Como si aquélla fuese —qué sé yo— Metrópolis o El Quijote con espadas láser, en vez de una revisión sui géneris del tránsito al Imperio romano. No en balde «recordar» es mentirse a uno mismo, pues en nuestra memoria habita entre otras cosas la ficción. Cuarenta años después, lo hemos visto todo varias veces seguidas. Somos inmunes a la pirotecnia del efecto visual. Y por ello conviene bajar de vez en cuando del cable arriba sostenido y discriminar, en fin, la expectativa nostálgica del valor intrínseco. Porque como película bélica, refiero bien, Rogue One tiene joyas enterradas. Con sus animadversiones y sus muchas controversias, el realizador inglés (habitante secular del Mondo Star Wars) borra de un plumazo cualquier atisbo de fraude que pudiera comprometer la película artísticamente. Y quizá sin proponérselo, imparte una lección —narrativa, pero también de forma— a los mandarines que, como Abrams o George Lucas, siempre juegan con material remendado aunque pretenden venderlo sin el oportuno aviso. | ★★★ |
Juan José Ontiveros
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos, 2016. Título original: Rogue One: A Star Wars Story. Director: Gareth Edwards. Guión: Chris Weitz, Tony Gilroy (Argumento: John Knoll, Gary Whitta). Fotografía: Greig Fraser. Música: Michael Giacchino. Reparto: Felicity Jones, Mads Mikkelsen, Diego Luna, Ben Mendelsohn, Donnie Yen, Jiang Wen, Forest Whitaker, Alan Tudyk, Riz Ahmed, Jonathan Aris. Productora: The Walt Disney Company / Lucasfilm. PÓSTER OFICIAL.