Prueba vital
crítica ★★★★ de Los exámenes (Bacalaureat, Cristian Mungiu, 2016).
Este año el festival de Cannes contó en su selección oficial con dos películas rumanas, una de las cuales, Sieranevada (Cristi Puiu), fue objeto de un preestreno hace unos meses en los cines Golem, y gracias a ese evento tuvimos ocasión de reseñarla (crítica). Entonces comentábamos la moda que representa en los últimos años el cine de este país, sobre todo en los certámenes de élite donde gusta mucho su tendencia hacia un nuevo neorrealismo, que sirve tanto para dramatizar como para describir con pretensión de imparcialidad las dificultades que aún atraviesa su sociedad. Han transcurrido casi treinta años desde el derrumbe de la Dictadura y su constitución como república independiente del yugo comunista, pero sus habitantes siguen mirándose en el espejo de sus generaciones pasadas. En la susodicha cinta de Puiu era claro este dilema intergeneracional, al reunir a los distintos miembros de una familia en el piso del fallecido patriarca, para afrontar sus diferentes puntos de vista sociopolíticos y morales. E igual de meridiano se manifiesta este diálogo histórico en el nuevo filme de Cristian Mungiu, probablemente la punta de lanza del prestigio del que goza ahora la cinematografía de su nación, desde la Palma de Oro que cosechó en la Croisette por 4 meses, 3 semanas, 2 días (4 luni, 3 saptamini si 2 zile, 2007). En ésta se retrotraía a los últimos años de Ceaucescu donde narraba las penurias de dos mujeres para que una de ellas pudiera abortar ilegalmente; mientras que en su siguiente obra tras las cámaras, Más allá de las colinas (Dupa dealuri, 2012), ganadora de los premios al mejor guión y mejor interpretación femenina en Cannes, se quedaba en el presente pero siempre con ecos de tiempos anteriores, y con perspectivas de futuro fuera de una Rumanía decadente en su ortodoxia. El contraste entre esta última y la esperanza de una vida mejor es también el que sirve de eje a Los éxamenes (Bacalaureat), presentada de nuevo en el certamen galo con galardón incluido, esta vez a la dirección, aunque hay que adelantar que la tríada formada por ésta, el guion y la interpretación funciona con admirable armonía, y cualquiera de sus apartados podría haber sido premiado.
La premisa es sencilla: un doctor afincado en una ciudad periférica con su mujer y su hija quiere que esta última acabe con buena nota su bachillerato, para confirmar una beca que le han ofrecido en una universidad inglesa. Es capital que ella salga del mundo en el que vive ahora y tenga mayores oportunidades que sus compatriotas, para lo cual sus padres la han mimado y educado desde joven, con clases particulares, actitud pedagógica y en general una gran dosis de proteccionismo familiar. Empero esta protección no impide que desde el comienzo se altere su comodidad de clase media alta, arrancando el metraje con una piedra anónima lanzada desde la calle que rompe la ventana de su salón. A este hecho aislado le sucederán otros, y en particular un intento de violación de la joven a punto de graduarse, crimen que pondrá en marcha un elaborado plan por parte de su padre para asegurarse de que, pese a ello, aquella pueda alcanzar su mentado objetivo. La trama agrupa entonces unos pocos días, los que duran los exámenes del título, en los que seguimos cada paso que da este hombre al que poco a poco se le desmorona el bienestar que con tanto sufrimiento pasado ha construido. En efecto, como hemos apuntado el panorama inicial es el de una familia acomodada y sin problemas aparentes, pero lo cierto es que éstos son numerosos: bien estando ya presentes, como el adulterio e incluso un hijo ilegítimo; bien siendo inminentes, como la separación, el acoso y la pertinente investigación criminal que en lugar de dirigirse hacia el causante de aquel, acaba implicando a sus propias víctimas. Sin adelantar más acontecimientos, es oportuno describir así los principales puntos del guion para revelar la sabiduría con la que Mungiu lo ha diseñado, aunando una constante verosimilitud con un suspense y una fatalidad propios del relato que, como decíamos al principio, no se contenta con dibujar un paisaje gris y conocido, sino que lo estiliza de forma casi imperceptible.
Todos los elementos expuestos permiten trazar, en unas limitadas coordenadas espaciotemporales, toda una metáfora de un país desde el prisma de unos individuos con una personalidad y unas interacciones propias y bien definidas, aun cuando en su conjunto quizás no nos esté contando nada nuevo.
En este sentido, sorprende para bien que una historia con vocación tanto de melodrama como de denuncia huya de los golpes de efecto. En otras palabras, con todos los males que aquejan al protagonista, su tortura podría haber acabado siendo la única fuente de conflicto, y no escasean los momentos en los que podría haberse derrumbado y habernos contagiado su pesar con más claridad. Sin embargo, en consonancia con su estilo sobrio, el cineasta rumano se cuida siempre de no caer en esa tentación, evitando tales desenlaces aun contando con todos sus ingredientes. Por ejemplo, hacia el final de la película la mujer de un paciente recién fallecido, sobre el que gira ahora la apuntada pesquisa policial en perjuicio de su médico, visita a éste en su hospital, y en lugar de añadir cizaña y tormento, asume su mala suerte e incluso le da las gracias al cirujano por haber cuidado hasta donde pudo de su viejo marido. Lo hace por cierto en forma de compensación económica, detalle frecuente que es una de las costumbres de esta sociedad en la que acecha aún su falta de desarrollo. Mayores ejemplos encontramos en las confrontaciones entre este personaje principal y su sumisa mujer o el novio de su hija, resueltas con escasa hostilidad o pronto olvidada. Al mismo tiempo, la inmersión dramática es constante gracias a esos otros dos soportes de la cinta, como son por un lado las interpretaciones, destacando la del estoico Adrian Titieni al frente del reparto; y por otro la dirección de Mungiu, orquestada en torno a planos secuencia carentes de exceso y repletos de organicidad, aumentando la credibilidad y el empaque de la narración. En síntesis, estos elementos permiten trazar, en unas limitadas coordenadas espaciotemporales, toda una metáfora del país desde el prisma de unos individuos con una personalidad y unas interacciones propias y bien definidas, aun cuando en su conjunto quizás no nos esté contando nada nuevo. En cualquier caso, su suma conforma un memorable mosaico con fondo trágico, y a la vez con cierto optimismo que sale a flote a duras penas entre la resignación generalizada. | ★★★★ |
Ignacio Navarro Mejía
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Rumanía, Francia & Bélgica, 2016. Título original: Bacalaureat. Presentación: Festival de Cannes 2016. Dirección: Cristian Mungiu. Guion: Cristian Mungiu. Productoras: Les Films du Fleuve / Mobra Films / Why Not Productions. Fotografía: Tutor Vladimir Panduru. Montaje: Mircea Olteanu. Diseño de producción: Simona Paduretu. Decorados: Anca Perja. Vestuario: Brandusa Ioan. Reparto: Adrian Titieni, Maria-Victoria Dragus, Lia Bugnar, Malina Manovici, Vlad Ivanov, Rares Andrici. Duración: 128 minutos. PÓSTER OFICIAL EN CASTELLANO.