Como única arma, una biblia
crítica ★★★★ de Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge, Mel Gibson, Estados Unidos, 2016).
Se confirma: hemos recuperado a Mel Gibson. Tras años condenado por la industria de Hollywood a purgar por sus pecados, siendo confinado a artefactos tan poco relevantes como Machete Kills (Robert Rodriguez, 2013) o Los mercenarios 3 (Patrick Hughes, 2014), en los que desempeñó las funciones de villano más bien secundario, parece que 2016 le ha devuelto a la estrella venida a menos gran parte del crédito perdido en el camino, tanto como actor –Blood Father (Jean François Richet)– como en su faceta como director, aquella en la que, con solo cinco títulos hasta la fecha, ha demostrado desenvolverse con excelencia. Veintitrés años han pasado desde que Mel se pusiera por primera vez detrás de las cámaras en El hombre sin rostro (1993), un drama sensible e íntimo que le reportó estupendas críticas. Sería su épica y emocionante visión de la cruzada del escocés William Wallace contra la ocupación inglesa en Braveheart (1995) la que elevara al realizador a los altares, consiguiendo 5 Oscars entre los que estaban los de mejor película y mejor director. Después de aquel gran éxito, lejos de dormirse en los laureles, demostró su capacidad para asumir retos y levantó dos proyectos tan suicidas y polémicos como la ultraviolenta cinta religiosa La pasión de Cristo (2004) –rodada íntegramente en latín, hebreo y arameo, algo que no impidió que recaudara 612 millones de dólares en todo el mundo– y Apocalypto (2006), su monumental e hiperrealista aventura ambientada en la época del imperio maya y hablada en aquella lengua. Diez años ha tardado desde entonces en decidirse a volver a dirigir. Diez años de silencio como cineasta que llegan a su fin con el estreno de Hasta el último hombre (2016), una ambiciosa producción bélica basada en la inspiradora historia real de Desmond Doss, un joven médico militar que se convirtió en uno de los héroes de la Batalla de Okinawa, durante la Segunda Guerra Mundial, al salvar la vida de setenta y cinco soldados sin necesidad de disparar ni una sola bala, ya que sus férreas creencias religiosas (además de respetar, como miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, su sabbat) le impedían matar a otra persona.
"En paz, los hijos entierran a sus padres; en guerra, los padres entierran a sus hijos". Esta dolorosa reflexión salida de la boca de uno de los jóvenes soldados de la nueva película de Gibson describe a la perfección las terribles consecuencias de toda contienda bélica, en la que no hay ni ganadores ni perdedores, sino muertos y supervivientes que tienen que aprender a vivir con los horrores vividos. Desmond lo ha sufrido de manera indirecta, a través de la figura de su padre (magnífico Hugo Weaving), un veterano de guerra transformado en un hombre violento y alcoholizado después de volver de su misión, que propina constantes palizas a su esposa (Rachel Griffiths desprendiendo calidez maternal) e hijos. Durante una pelea con su hermano que casi acaba en tragedia, el joven toma la decisión de no utilizar nunca más la violencia, algo que no le impedirá alistarse en el ejército, empujado por su vena patriótica, con la intención de salvar todas las vidas posibles durante la acción bélica pero sin empuñar un arma. La primera mitad de Hasta el último hombre sorprende, más que por su clasicismo de la escuela Eastwood, por cierto maniqueísmo a la hora de presentar a los personajes. El Desmond Doss de Andrew Garfield abusa de candor y sonrisas bobaliconas y su romance con la guapa enfermera Dorothy (encantadora Teresa Palmer) no dista demasiado de la ñoñería del de la vilipendiada Pearl Harbor (Michael Bay, 2001), cayendo en todos los tópicos y lugares comunes –su manera de conocerse en el hospital o la cita en el cine son momentos que hemos visto con anterioridad en multitud de títulos similares–, enfatizados por una música de Rupert Gregson-Williams de lo más melosa. Tampoco escapan del arquetipo los compañeros a los que Desmond conoce en la academia, desde ese macarra Smitty Ryker (estupendo Luke Bracey) que ejerce de gallo del corral poniéndole las cosas difíciles al protagonista, pero que acaba siendo su mejor amigo, al gordito gracioso de turno, pasando por el guaperas que teme destrozar su precioso rostro con el que se lleva de calle a las jovencitas, el soldado de ascendencia india o el italoamericano bajito y con malas pulgas. Los superiores, el Capitán Glover (un Sam Worthington más inspirado que de costumbre) y el malhablado Sargento Howell (excelente Vince Vaughn, el mejor del reparto) –una especie de versión buenrollista de El sargento de hierro (Clint Eastwood, 1986)–, sorprendidos por la negativa del objetor de conciencia a usar armas, tratarán, en principio, de hacerle la estancia imposible en el cuartel, pero acabarán ganados por sus valores y espíritu fuerte y bondadoso.
«Gibson nos ha regalado una obra bellísima, emocionante y aleccionadora, utilizando un lenguaje, el de la violencia extrema (gore, incluso), que puede parecer contradictorio con el mensaje antibelicista del filme, pero, a la postre, funciona de forma contundente para entender el sinsentido de la guerra en toda su magnitud».
Si nos ceñimos a ese primer acto de Hasta el último hombre, estaríamos ante un drama bélico pulcramente realizado, interpretado y fotografiado, pero que no realiza aportaciones importantes al género, más allá de la historia del soldado Doss que, sin duda alguna, era merecedora de ser plasmada en el celuloide. En este cómodo terreno se quedó Angelina Jolie cuando rodó Invencible (2014), otro biopic sobre un héroe de guerra como el corredor olímpico Louis Zamperini. Sin embargo, nada más llegar el pelotón al campo de batalla en Okinawa, Mel Gibson saca esa agresividad como cineasta nada sutil que le caracteriza y su filme gana muchos enteros hasta emerger como uno de los acercamientos más brutales y desgarradores a los horrores de la guerra. No se podía esperar menos de un hombre que provocó desmayos con su visión del calvario de Jesucristo, tan explícita y sangrienta que rozaba el sadismo. En esta ocasión, las imágenes desagradables están del todo justificadas, como recurso expresivo para exaltar la pesadilla de unos muchachos empujados a matar por su país, de la noche a la mañana. Por todas partes, cuerpos mutilados, reducidos a indistinguibles amasijos de carne; cadáveres devorados por enormes ratas negras; hombres que se revuelven pastos del fuego de los lanzallamas. La guerra debe ser lo más parecido a lo que el director nos ofrece en sus secuencias bélicas, las más realistas y mejor rodadas desde que Spielberg recreara el desembarco de Normandía en su obra maestra Salvar al soldado Ryan (1998). Es entonces cuando Hasta el último hombre marca, al fin, la diferencia entre buen y gran cine. La coreografía de las escenas de acción está medida al detalle, en un vibrante festival de destrucción y caos que se graba a fuego en la retina del espectador, mientras que la (antes lánguida) banda sonora se torna en espectacular y épica al mismo tiempo que el personaje de Andrew Garfield evoluciona con convicción y transmuta su sempiterna sonrisa por una mirada mucho más torturada que consigue que, esta vez sí, nos creamos al actor, más allá de esas carreras entre explosiones y balas que silban a su alrededor, cargando sobre sus hombros a los heridos hasta el borde de la escarpa de 400 metros de Maeda, al desesperado grito a Dios de "por favor, ayúdame a salvar a uno más", guiado por ese altruismo desinteresado cercano al del Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994) de Tom Hanks. Gibson nos ha regalado una obra bellísima, emocionante y aleccionadora, utilizando un lenguaje, el de la violencia extrema (gore, incluso), que puede parecer contradictorio con el mensaje antibelicista del filme, pero, a la postre, funciona de forma contundente para entender el sinsentido de la guerra en toda su magnitud. Una ocasión ideal para que nos reconciliemos con uno de los realizadores más valientes de los últimos tiempos, dueño de una filmografía coherente y sin altibajos. | ★★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2016. Título original: Hacksaw Ridge. Director: Mel Gibson. Guion: Robert Schenkkan, Randall Wallace, Andrew Knight. Productores: Terry Benedict, Paul Currie, Bruce Davey, William D. Johnson, Bill Mechanic, Brian Oliver, David Permut. Productoras: Lionsgate / Pandemonium Films / Permut Productions / Vendian Entertainment / Kylin Pictures. Fotografía: Simon Duggan. Música: Rupert Gregson-Williams. Montaje: John Gilbert. Dirección artística: Jacinta Leong, Mark Robins. Reparto: Andrew Garfield, Teresa Palmer, Hugo Weaving, Rachel Griffiths, Vince Vaughn, Sam Worthington, Luke Bracey, Luke Pegler, Richard Roxburgh, Ryan Corr, Robert Morgan, Milo Gibson. PÓSTER OFICIAL.