Kurzel sucumbe al recuerdo
crítica ⚪⚪⚪⚪⚫ de Assassin’s Creed (Justin Kurzel, Estados Unidos, 2016).
Michael Fassbender no es ni mucho menos un hispanohablante nativo. Entre sus cuantiosas virtudes como actor y ciudadano del mundo no se haya, que yo sepa, el natural conocimiento de este buen idioma que, en términos económicos y políticos, tiene ya el mismo peso que un extra en Juego de tronos. Y, sin embargo, en Assassin's Creed Fassbender interpreta a un reo (norte)americano que a través de su recuerdos —y previa conexión al programa Animus— logra revivir escenas del pasado remoto; concretamente, las peripecias como assassin de un ancestro suyo llamado Aguilar, quien habitó en la Andalucía de finales del siglo XV. Con ese nombre, y perteneciendo él a una organización tan ilustre y distinguida de asesinos, cabría pensar que en su traslación genética Fassbender adquiriese también el don del habla castellana, y por tanto que cuando abriera la boca no pareciera un alemán recién aterrizado en Barajas que se ha aprendido fonéticamente una serie de líneas para intentar salvar, mal que bien, el apuro de la verosimilitud. Pero no. Si por algún caso decide usted ver esta película en versión original, comprobará que hay dos o tres secuencias en las que el actor, hasta el cuello de polvo en el brete con la Santa Inquisición de Torquemada (Javier Gutiérrez), pronuncia con su voz —mascando burdamente los fonemas— unas frases que producen sonrojo por su inhábil dicción; por ser él quien es y por ser nosotros quienes somos (y escuchamos): hispanohablantes sometidos al imperio de unos angloparlantes, Kurzel y su equipo, que respetan más la arquitectura del Vicente Calderón (aquí tienen los colchoneros su guiño casi póstumo filmado con el oropel digital que ubica la sede de la organización assassin a orillas del Manzanares y que muestra algunos planos aéreos de la zona encendiendo incluso las luces del estadio, vacío como el estómago de un fantasma por la noche) que al espectador en este caso madrileño.
Salvada pues esa concertina de producción, inequívocamente ociosa, debemos adentrarnos en el ecosistema de una fábula cuya línea argumental tiende sin circunloquios un puente entre Baja California y Madrid, primero, y entre la capital española y Londres, después. En esta segunda ciudad despierta o resucita Cal Lynch tras haber sido condenado a muerte con inyección letal. Kurzel ha decidido abrir la película con una toma aparcera de la profusa animática de Ubisoft, no en vano la compañía desarrolladora del videojuego que adapta el filme, en donde la cámara planea sobre unas lomas aprovechando el vuelo de un águila que se acerca elegante a un muchacho en bici, el propio Cal cuando todavía es un angelito ingenuo y no el asesino, según dicen, en que se convertirá más tarde. Pronto comprobamos que la historia adolece de un desarrollo grisáceo y más bien simplón, casi desprovisto podríamos decir del imán con que Kurzel atrajo hace no mucho a un público exigente como era el de Macbeth o incluso el de su lacerante ópera prima, Snowtown. La nueva película del director australiano fracasa justo donde Macbeth situaba el cebo de la enajenación: en el ritmo sincopado, en la cadencia espectral de unas imágenes imbuidas de la más sobrecogedora épica shakespeariana. Así, donde ésta exigía la bocanada de humo teñida siempre de azules y amarillos y carmesíes fatídicamente infernales, quizás a modo de respuesta simbólica a la cadencia de unas imágenes por lo demás oníricas, plásticas, sublimes, Assassin's Creed fracasa groseramente. Y es que el humo que envuelve aquí a los templarios y clérigos resabiados actúa no ya como gasa cegadora, sino también —debido a la coreografía visual, y en definitiva a la forma en que el montaje interno dispone las contiendas en exteriores— como ardid estético para tapar ciertos agujeros de producción. No estaría de más, por tanto, retomar una cuestión que a menudo parece olvidada o excluida ya de nuestras competencias: ¿hasta qué punto o de qué forma puede realmente la adaptación cinematográfica de un videojuego satisfacer el apetito tanto del jugador como del espectador medios, asumiendo que la narrativa de los videojuegos ha adquirido en la última década una profundidad dramática y una complejidad técnica similar, si no mayor que la que ofrecen hoy muchos blockbusters? ¿Acaso la inclusión de planos subjetivos, en primera persona, no significa también una suerte de rendición gramatical por parte de Justin Kurzel? Y si la «fidelidad» que tanto anhelan los seguidores de Assassin's Creed, al parecer una serie carbonizada desde hace ya algún tiempo, consistiera únicamente en trasladar los códigos de un medio al otro, una industria —la del cine— cada vez menos trascendente en términos culturales, ¿qué aportaría entonces una película así?
«Y es que el humo que envuelve aquí a los templarios y clérigos resabiados actúa no ya como gasa cegadora, sino también —debido a la coreografía visual, y en definitiva a la forma en que el montaje interno dispone las contiendas en exteriores— como ardid estético para tapar ciertos agujeros de producción».
Poco y nada importa que amaguen con golosinas publicitarias, o con la supuesta garantía de calidad que supone la presencia de Michael Fassbender (el ideólogo que insistió en sacar adelante este proyecto), Marion Cotillard, o un Jeremy Irons que gravita siempre alrededor de su propia estrella, anquilosado en una pose fatua que invita a pensar en habitaciones con moqueta roja. Tanto da el barniz con que se nos presente. Los cimientos están podridos. Ni tan siquiera las muy esporádicas apariciones de Charlotte Rampling elevan el mediocre nivel general de una película que no seduce ni como subproducto de ciencia-ficción, pues en su ADN transporta deseos más elevados, a saber: pretensión de artesanía y tanto más descaro para decirte que «esto» no «es todo, amigos». Porque no ha hecho más que empezar, salvo que ustedes espectadores cuestionen la rentabilidad de un cine anodino, sin espíritu ni épica. Sin asidero al que aferrarse cuando el Ojeda de turno (solvente, a pesar de todo, Hovik Keuchkerian) embiste furioso para recuperar la manzana de la discordia. La misma manzana, acaso, de los jardines renacentistas y el conocimiento puro. | ⚪⚪⚪⚪⚫ |
Juan José Ontiveros
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos, 2016. Assasin's Creed. Director: Justin Kurzel. Guión: Adam Cooper, Bill Collage, Michael Lesslie. Fotografía: Adam Arkapaw. Música: Jed Kurzel. Reparto: Michael Fassbender, Marion Cotillard, Ariane Labed, Jeremy Irons, Brendan Gleeson, Michael Kenneth Williams, Charlotte Rampling, Brian Gleeson, Carlos Bardem, Hovik Keuchkerian, Matias Varela, Denis Ménochet, Mohammed Ali,Javier Gutiérrez. Distribuidora: 20th Century Fox. PÓSTER OFICIAL.