Dio el campanazo el realizador Nicolas Pesce con su ópera prima The Eyes of My Mother en la última edición del Festival de Sitges, donde fue unánimemente aclamada por una crítica que no dudó en calificarla como instantánea pieza de culto. Llegaba precedida de los aplausos recibidos en Sundance y en Fantastic Fest de Austin, y, desde luego, no defraudó con su arriesgada apuesta por una atmósfera onírica, propia del mejor cuento de horror gótico –en la línea de La noche del cazador (Charles Laughton, 1955)–, apuntalada con una extraordinaria fotografía en blanco y negro de Zach Kuperstein, que convierte cada fotograma de sus escuetos 76 minutos de metraje en un verdadero poema visual. La historia, de ritmo contemplativo y con escasez de diálogos –en inglés y portugués–, nos traslada a una solitaria granja en la que vive la pequeña Francisca (encarnada de forma excelente por Olivia Bond y Kika Magalhaes en sus etapas infantil y adulta, respectivamente) en compañía de sus padres portugueses, siendo especialmente estrecha su relación con la madre, una cirujana que le enseña a conocer las interioridades del cuerpo humano. La llegada de un misterioso forastero golpea esta tranquila vida en el campo de forma violenta, dejando a Francisca huérfana de madre, algo que la sume en una soledad inaguantable y la convierte en su ser enfermo de cariño, que esconde tras su imagen sosegada e imperturbable una ira contenida que la hace actuar de manera letal. El magnífico tráiler, a ritmo de fado, ya nos sumerge, en pequeñas píldoras, en el interior de la perturbada psique de su protagonista femenina, convertida, desde ya, en uno de los monstruos cinematográficos del año. Su estreno En Estados Unidos, de carácter limitado –hablamos de una obra cercana al arte y ensayo–, está previsto para el próximo 18 de noviembre, antes de ser lanzada en plataformas digitales el 2 de diciembre.
PÓSTER OFICIAL DE THE EYES OF MY MOTHER.