Last Action Hero
crítica ★★★★ de Sully (Clint Eastwood, Estados Unidos, 2016).
En pie frente a una gran ventana, Chesley Sullenberger, Sully, contempla abstraído la inmensidad vertical de la arquitectura neoyorquina. Incapaz de emitir sonido o articular movimiento alguno, avista horrorizado cómo un enorme avión se cuela entre los edificios y se estrella sin remedio en la fachada de un rascacielos. Son los estragos del “nine-elevenismo” jugando cruelmente con la memoria de un veterano, pensamos, pero en la mirada de ese hombre hay más historia reciente que nostalgia. Entonces despierta y recuerda que no está donde debería, en Carolina del Norte comiéndose un filete a la parrilla con su segundo de a bordo, el piloto Jeff Skiles, sino que sigue en Nueva York porque, en algún momento cercano al despegue, una bandada de pájaros impactó contra los motores de su avión y lo hizo enfrentarse a su identidad oculta. Amantes del minimalismo artístico y la independencia productiva, olvídense de austeridades innecesarias y de historias contadas con modestia por una voz temblorosa y difusa condicionada por el fuerte shock post-traumático. Aquí hemos venido a presenciar la hazaña de un héroe, un relato hagiográfico que recurrirá al énfasis y la pirotecnia narrativa que sean necesarios con el propósito de rendir justo homenaje al último titán en pie. Y si hay alguien en el panorama cinematográfico que entienda y conozca la figura del héroe, ése es Clint Eastwood, un realizador capaz de desarticular los mecanismos de la lógica social, la esencia humana, y ponerlos al servicio de sus directrices para evidenciar que, por mucho que nos cueste admitirlo, en ocasiones, la suerte de la humanidad recae sobre una sola persona, un hombre sin capa y sin una fuerza descomunal, pero que es capaz de trasladar por los aires a 155 personas y hacerles poner los pies en la tierra tras descender en caída libre durante 208 segundos.
Es precisamente ese número lo único que ha permanecido intacto en la memoria de Sully entre el aluvión de confusos datos mediáticos, una cifra que le devolvió la lucidez al piloto, justo en el instante adecuado, para evitar que por culpa de un error de apreciación estadístico, perdiera el crédito y el honor que se había ganado de pleno derecho. Un avión, 150 pasajeros, cinco miembros de la tripulación, dos motores rotos y una única pista despejada para aterrizar: el río Hudson. El protagonista tuvo que tomar la decisión más importante de su vida y, contra todo pronóstico, 155 personas salieron con vida de esa aeronave gracias a la pericia de un piloto con más de 40 años de experiencia. ¿Podría existir algún escenario más idóneo? Pues, para la aerolínea y las empresas aseguradoras, no hay ninguna duda de que sí. De repente, la pesadilla aérea de Sully da paso a otra burocrática, y mientras la opinión popular lo encumbra de manera unánime como una representación mesiánica del nuevo milenio, los expertos en negligencias laborales se empeñan en rebatir los hechos y las pruebas fehacientes —o vivientes—, con absurdos datos y algoritmos, dejando que una pregunta comience a expandirse como un virus sin control: ¿héroe salvador o temerario incompetente? Eastwood establece la estructura narrativa de la película según una hibridación genérica que combina el drama real con algo cuyos patrones conoce de memoria: el western.
«Eastwood construye la narración con todos los detalles necesarios, extraídos del manual de la hazaña épica, que hacen de un simple libreto una verdadera historia».
Como elemento negativo y antagónico a ese ídolo indiscutible surge la imagen del villano, sobre la que se proyecta la oposición moral y furibunda cuyo único objetivo fílmico consiste en la derrota y la destrucción —descrédito en este caso— del protagonista. Una junta de expertos en siniestros retará implícita y explícitamente al protagonista para probar que su actuación en el, ya popularizado, milagro del Hudson, fue fruto de una actitud imprudente que puso en peligro la vida de todos los pasajeros. Sólo la determinante participación de la suerte logró impedir el desastre. El villano desafía al héroe haciendo alarde de una frialdad impermeable a toda esa euforia generalizada que se ha extendido por la ciudad de Nueva York a consecuencia de la aparición de su nuevo ángel de la guarda. Se produce en este punto un claro contraste, entre la alegría popular y la suspicacia institucional, que mina la confianza de Sully, quien se verá obligado a sacar a relucir su elocuencia y su carácter más resolutivo para escapar de esa situación límite donde ha sido arrastrado por el antihéroe. Además, conocemos gracias a fases puntuales de guion —conversaciones telefónicas con su mujer—, que dicha posición no sólo pone en peligro su cómoda rutina, sino también su propia vida y la de su familia, al enfrentarse a la pérdida de su prestigio y su casa debido a la mala prensa que tratan de verter sobre su persona, y las consecuencias económicas de ello. Así, el gran poder destructivo del villano obliga al superhombre a prevalecer y a aceptar el reto. Como ocurre en el cine del Oeste, el malo de la película tendrá tanta importancia argumental como el bueno, por lo que la cinta se hace igualmente impensable sin cualquiera de las dos figuras. Las escenas en las que se aprecia una hostilidad exacerbada hacia el piloto, funcionan como componente premonitorio del inevitable duelo, que queda establecido, mediante el uso de miradas acusadoras, sin la necesidad de emitir palabra alguna como forma de poner el punto álgido a un desenlace que se anuncia “turbulento”.
El director introduce los hechos de forma desordenada y no lineal. En primer lugar presenta al protagonista como portada de todos los periódicos, ya convertido en héroe y, al mismo tiempo, puesto en tela de juicio por la flemática presión de ese malvado corporativo. Posteriormente, y gracias a la entrada del primer flashback, Eastwood comienza entonces a construir la narración con todos los detalles necesarios, extraídos del manual de la hazaña épica, que hacen de un simple libreto una verdadera historia: los pasajeros que casi llegan tarde al embarque y tienen que sentarse separados en el avión —truco que incrementa la claustrofobia de la situación por la incertidumbre de no conocer el estado de su familiar durante el accidente—, la madre con su bebé recién nacido —indicador de vulnerabilidad #1—, la adorable anciana de movilidad reducida —indicador de vulnerabilidad #2—… con esta contextualización se va desarrollando el punto de vista del pasajero. Una vez hemos presenciado la escena, la historia proseguirá en el presente fílmico para continuar exponiendo las dificultades afrontadas por Sully y, subsiguientemente, volverá de nuevo al flashback número uno, pero ahora desde la óptica de la tripulación. De esta forma, el espectador consigue una perspectiva preferente y casi omnisciente que terminará de completar el proceso empático con el protagonista gracias a otras analepsis —número dos (inicios) y tres (experiencia bélica)— que ahondan en el pasado y su experiencia como piloto.
«Clint Eastwood se erige con Sully como el único y verdadero “Last Action Hero”, un realizador capaz de plasmar como nadie, con un talento y una pericia asombrosos, la verdadera idiosincrasia y el romanticismo que rodea a la siempre trágica figura del héroe».
El uso de la expresión verbal como elemento característico del protagonista destaca por sus grandes limitaciones. Se presenta a un hombre de apariencia honesta e íntegra que no pierde el tiempo con explicaciones o muestras de indignación para construir su defensa. Tom Hanks, con su falsa modestia y su impecable actuación, se apodera de la película desde el primer minuto como un ser lacónico y meditativo que sólo romperá su estado de calma y mutismo para enarbolar el ataque definitivo, algo que coincidirá con ese duelo que anticipábamos. Un duelo que se emplaza en la sala de un tribunal y que dará inicio con una clara inferioridad numérica. La cámara, al igual que ocurría en los míticos primeros planos pivotantes de El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966), irá cambiando el objeto de encuadre para mostrar las reacciones de los personajes implicados. El primero en atacar será el villano, con un vergonzoso intento de mancillar el honor de su adversario, un indecente y vil truco que despertará por completo a Sully y lo pondrá en guardia con una defensa inapelable y brillante: una frase antológica que nos hace, por un momento, sustituir el amable y bonachón semblante de Hanks por el gesto hermético y la helada mirada del propio Eastwood: “bueno, ¿podemos empezar a hablar en serio de una vez?”. A pesar de que el mensaje es claramente chovinista, el director siempre tiene a bien regalarnos intervalos inolvidables de inconformismo con los estatutos oficiales que rigen las normas sobre las que los ciudadanos tendrán que aprender a caminar. La moraleja es, quizá, demasiado obvia y patriótica, estableciendo una base de confianza en Estados Unidos y en la buena voluntad y actuación general de su departamento de seguridad, un mensaje que viene a decir que, si estás envuelto en un desastre de la magnitud de un accidente aéreo, más te valdría acabar en Nueva York —“Jamás me he sentido más contento de estar en Nueva York”—. Una visión que nos lleva a pensar si se trata de un retrato romántico y edulcorado producto de un patriota enamorado de su país, o un estudio subjetivo que, con los datos en la mano y recurriendo a odiosas y escabrosas comparaciones, determina que entre terminar en Nueva York, con un comandante de a bordo que se asegura tantas veces como sea necesario que no queda nadie en su nave antes de salir por la puerta; o naufragar en la costa de la Toscana italiana con un capitán que se abre paso a empujones para salvar su vida sin pensar en quién deja atrás, creo que la decisión está bien clara. Clint Eastwood se erige con Sully como el único y verdadero “Last Action Hero”, un realizador capaz de plasmar como nadie, con un talento y una pericia asombrosos, la verdadera idiosincrasia y el romanticismo que rodea a la siempre trágica figura del héroe. | ★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / Dublín
Ficha técnica
Estados Unidos, 2016. Título original: Sully. Director: Clint Eastwood. Guion: Todd Komarnicki (Libro: Chelsey Sullenberg, Jeffrey Zaslow). Fotografía: Tom Stern. Duración: 96 minutos. Productora: Warner Bros. Pictures / Village Roadshow / Malpaso / Flashlight Films. Montaje: Blu Murray. Diseño de vestuario: Deborah Hopper. Diseño de producción: James J. Murakami. Intérpretes: Tom Hanks, Aaron Eckhart, Laura Linney, Anna Gunn, Autumn Reeser, Sam Huntington, Jerry Ferrara, Jeff Kober, Chris Bauer, Holt McCallany, Carla Shinall, Lynn Marocola, Max Adler, Valerie Mahaffey, Ashley Austin Morris. Presentación oficial: Festival de Telluride 2016. PÓSTER OFICIAL de SULLY.