No profanar el sueño de los muertos
crítica ★★★ de Ouija: El origen del mal (Ouija: Origin of Evil, Mike Flanagan, EE.UU., 2016).
La posibilidad de comunicarse con las almas de personas fallecidas siempre ha sido un tema que ha apasionado al ser humano, llevando a grupos ocultistas, de procedencia europea, a arrasar con fuerza en Estados Unidos con sus prácticas espiritistas durante el siglo XIX. Aquellos tableros provistos de letras y números, con los que, supuestamente, se podía mantener conversaciones con los difuntos, pasaron a formar parte de numerosos hogares después de que Parker Brothers se hiciese con su patente en la década de los sesenta y comenzase a comercializarlos en tiendas como si de un juego preguntas y respuestas más se tratase. Pese a su entusiasta aceptación popular –más de dos millones de tablas vendidas solo en 1967–, la ouija siempre ha estado rodeada de polémica, tanto por frecuentes noticias en los periódicos sobre crímenes en los que sus autores aseguraban haber actuado bajo el control de la tabla; como por la visión peligrosa que de ella se daba en películas como El exorcista (William Friedklin, 1973) –Regan departía mediante el tablero con un tal capitán Howdy antes de ser poseída por una entidad diabólica– o Witchboard (Kevin Tenney, 1988), pequeño clásico de los videoclubs. Ouija (Styles White, 2014) ha sido uno de los últimos exponentes que con más explicitud se han acercado a la temática, y, si bien cosechó unas críticas nefastas, hizo que sus productores se frotaran las manos ante la rentabilidad de un producto que conquistó más de cien millones de dólares en las taquillas de todo el mundo, contando con un modesto presupuesto de cinco, circunstancia que aseguraba la continuidad de la franquicia, ya fuese a modo de secuela, precuela o reboot. Para esta segunda incursión, sus responsables –artífices de Paranormal Activity, Insidious o The Purge– han procurado enmendar los errores de la historia inaugural –un grupo de amigos que comenzaba a padecer una auténtica pesadilla después de tratar de ponerse en contacto con su amiga fallecida, a través de una tabla de ouija–, sentando en la silla de director a Mike Flanagan, uno de los nombres más respetado del género de los últimos años, gracias a Absentia (2011), Oculus: el espejo del mal (2013) o Hush (2016).
Desde el primer momento, el realizador y Jeff Howard –su coguionista en varios de sus éxitos– demuestran su intención de desvincularse (casi) por completo de lo narrado en la anterior cinta, proponiendo una precuela ambientada en la misma casa de Los Ángeles que sirviera de escenario a aquella, durante los años 60, con una sociedad americana que tenía puestos sus ojos en el cercano instante en que el hombre pusiera su pie en la Luna. Allí encontramos al único personaje que repite del otro libreto, Lisa Zander –si en la primera Ouija era interpretada por la veterana Lin Shaye, aquí toma la pelirroja belleza de Annalise Baso en su etapa juvenil–, que sobrelleva como puede el reciente asesinato de su padre, en compañía de una madre, Alice, que se gana la vida estafando a pobres incautos que asisten a sus consultas convencidos de sus (inexistentes) poderes como vidente, y su hermana pequeña Doris. En un intento de adaptarse a las nuevas modas, la familia añade a sus montajes una de esas tablas de ouija que hacen furor entre los ciudadanos, sin imaginar que su mala utilización –existen tres reglas básicas que no se pueden romper: nunca jugar solo, jamás hacerlo en un cementerio y siempre hay que despedir al espíritu tras acabar la comunicación– provocará que una entidad maligna se apodere de Doris, por ser el miembro de la familia más débil y abierto al contacto con la dimensión de los muertos, abriendo una puerta con el más allá que será imposible de volver a cerrar. El filme de Flanagan, de entrada, tiene ese atractivo añadido de una conseguida ambientación de época –algo que tiene en común con las dos magníficas entregas de Expediente Warren, de James Wan–, respaldada por una esmerada labor de Michael Fimognari en la fotografía, que imprime a cada fotograma un llamativo colorismo entre sesentero y otoñal, y una dirección artística más que competente pese a las limitaciones propias de un presupuesto que no supera los 9 millones de dólares. Ouija: El origen del mal sabe tomarse su tiempo en la presentación de sus personajes, dibujándolos con detalle (y evidente cariño) y mostrándonos sus circunstancias, conflictos internos y complicadas relaciones existentes entre ellos, algo que beneficia mucho a la película a la hora de alcanzar una adecuada dimensión dramática que haga que el espectador empatice con sus personajes.
❝Flanagan se muestra más cómodo en la dirección de actores y en la creación de una atractiva atmósfera esotérica, que a la hora de satisfacer las necesidades comerciales de un tren de la bruja repleto de sustos facilones y proliferación de efectos especiales un tanto irrisorios en su tramo final.❞
Así tenemos en Alice a una madre coraje –estupenda Elizabeth Raser– incapaz de superar la pérdida de su marido y obsesionada con la idea de volver a contactar con él, que no duda en fingir tener la capacidad como médium de sus antepasadas para sacar a su familia adelante. Lisa es la típica estudiante adolescente que está empezando a fumar marihuana y a relacionarse con chicos, por lo que toma una actitud rebelde y algo distanciada de su madre y su hermana. Esta última, Doris (inquietante Lulu Wilson), es una niña de rostro angelical y sensibilidad a flor de piel, que sufre las burlas y el acoso de sus compañeros de colegio, al tiempo que empieza a manifestar preocupantes cambios de conducta a raíz de las primeras sesiones con la ouija. El filme se abre con una de estas sesiones (por su puesto, pura puesta en escena), en las que asistimos al modus operandi de las tres protagonistas femeninas en su empresa de sacar el dinero a sus víctimas, para, a continuación, entrar suavemente en la cotidianeidad de sus días. Una primera mitad de relato que destaca por una sobriedad encomiable a la hora de dosificar los fogonazos terroríficos, los cuales se van colando en la trama con cada vez mayor virulencia hasta desembocar en un segundo acto mucho más previsible y efectista. Flanagan se muestra más cómodo en la dirección de actores –también tenemos a un convincente Henry Thomas en el papel de cura atormentado por su pasado y con cierta tensión sexual con Alice, muy deudor del sacerdote encarnado por Jason Miller en El exorcista, cinta a la que se rinde tributo con respeto– y en la creación de una atractiva atmósfera esotérica –con interesantes descubrimientos acerca de los turbulentos acontecimientos que acontecieron entre las cuatro paredes de la casa, años atrás–, que a la hora de satisfacer las necesidades comerciales de un tren de la bruja (detrás está Michael Bay como productor, no lo olvidemos) repleto de sustos facilones y proliferación de efectos especiales un tanto irrisorios en su tramo final. Ouija: El origen del mal, pese a sus concesiones de última hora, se consolida como una secuela que supera con creces los logros alcanzados por la obra original; cumplidora, con buenos personajes y correctas interpretaciones, que maneja con singular gracia la mezcolanza entre dos subgéneros como los de casas encantadas y posesiones demoníacas. A Flanagan aún le queda un largo camino para llegar a ser James Wan pero tiene aptitudes. | ★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2016. Título original: Ouija: Origin of Devil. Director: Mike Flanagan. Guion: Mike Flanagan, Jeff Howard. Productores: Michael Bay, Jason Blum, Stephen Davis, Andrew Form, Bradley Fuller, Brian Goldner. Productoras: Blumhouse Productions. Fotografía: Michael Fimognari. Música: The Newton Brothers. Montaje: Mike Flanagan. Diseño de producción: Patricio M. Farrell. Reparto: Elizabeth Reaser, Annalise Basso, Lulu Wilson, Henry Thomas, Parker Mack, Doug Jones, Sam Anderson, Kate Siegel. PÓSTER OFICIAL de OUIJA: EL ORIGEN DEL MAL.