La parada de los monstruos
crítica ★★★ de La alta sociedad (Ma Loute, Bruno Dumont, Francia, 2016).
Estaba claro que Bruno Dumont quería de alguna manera reinventarse si tomamos como ejemplo el camino emprendido en la excelente El pequeño Quinquin. El giro copernicano del drama a la comedia más drástica comienza en la brillante serie que dirige para el canal de televisión Arte, y continúa ahora en La alta sociedad, significando un interesante nuevo acercamiento estético a las obsesiones e intereses del Dumont autor. La variopinta familia Van Peteghem veranea en una lujosa mansión en la costa del norte de Francia. Una serie de desapariciones están ocurriendo en el lugar en extrañas circunstancias. Los sospechosos son una familia de pescadores que practican el canibalismo con algunos de los turistas que visitan la zona. Con este punto de partida tan dumontiano, la principal virtud del filme reside en las excavaciones que el director hace del género de la comedia, elevando por momentos los trazos ya esgrimidos en su mentado anterior trabajo del gag puramente visual, muy característico del slapstick. La bufonada ilustra ahora mismo el sentido artístico de Dumont, dejando que el humor despegue las vías de sus habituales mecanismos de exploración del mal y sus infinitas posibilidades. El mal que provenía del viento incesante de El pequeño Quinquin resuena con menor fuerza en La alta sociedad, pero, sin embargo, notamos el sibilante sonido de su irrefutable locura y las maldades que adoptan naturaleza y paisajes rurales.
“El hombre es por naturaleza malo”, subrayaba Inmanuel Kant en La religión dentro de los límites de la mera razón. Asimismo, afirmaba que “nuestra sensibilidad, tanto animal, como social, nos constituye para el bien”. Dumont establece una clara distinción de clases y estratos sociales mostrando a una decadente y endogámica burguesía frente a los trabajadores empobrecidos que viven de los recursos exclusivos de la tierra y del esfuerzo. La familia Van Peteghem representa lo social, una crítica a la grotesca burguesía francesa de principios de siglo XX, dibujándolos como personas excéntricas y estúpidas; mientras los pescadores, la familia de Ma Loute, simbolizan lo animal. Mantienen clara su posición hegemónica en la bahía comiéndose literalmente a los intrusos, que en realidad, suponen una constante amenaza a su status quo. Por si fuera poco, Ma Loute y su padre ganan dinero transportando a turistas, en brazos o en una pequeña barca, de una orilla a otra (metáfora de la pirámide social). Esta deliberada partición le sirve al realizador para, con inteligencia, arrastrar una mordiente crítica a la condición humana y al sistema putrefacto de clases. Dumont no reduce el sentido de la maravilla a la mera consecución de chistes o de gags físicos sino que plasmará en las imágenes de la película un hermoso corolario de resonancias cinematográficas. De las más evidentes, los espacios dedicados con tesón al basto mapa del rostro, parándose en las fisionomías siempre particulares y extravagantes de sus personajes, hasta las más imaginativas donde cierta proximidad temática a la fantasía lo comunica directamente con cineastas cargados de virtuosismo como Aki Kaurismäki o Jacques Demy, primando de ellos esa manera de obviar la realidad. En palabras del crítico Santos Zunzunegui: “Si algo comparten Demy y Kaurismäki es la similar desconfianza ante el hecho de que baste con enfrentarse a las cosas tal y como parecen ser”. Señalamos estos dos iconos, figuras cien por cien autorales, por la que La alta sociedad cuaja, en primer lugar, atinados paralelismos con la fantasía musical de Demy, y, en segundo término, con la expresión pictórica de Kaurismäki, filmando cada plano como si de un cuadro viviente se tratara. Los colores primarios, amarillo, azul, rojo, y una creciente musicalidad en la puesta en escena (los mejores instantes de comedia tienen el movimiento, como reflejo), convierten el global en un brillante crisol de ideas y sensaciones. Una sinfonía movediza constantemente en la cuerda floja.
«La bahía es una película disfrutable, ahora bien, su problema radica en el exceso. Un exceso que responde, al menos en parte, al barroquismo típico de Dumont, pero que parece quedarse a medio gas en su discurso».
El humor grotesco de la película produce un efecto siniestro en el que sí vemos el Dumont más cruel. La imagen de la familia antropófaga rompe distancias en favor de una construcción de aspectos formales exquisitos en la cual Dumont filma la cara misma del miedo. Por otro lado, señala personajes con un reconocible acento proveniente del lenguaje cómic: una curiosa pareja de policías, claro guiño a los Hernández y Fernández de Hergé; la patosa Isabelle Von Peteghem (Valeria Bruni Tedeschi), impagable su vuelo a lo Mary Poppins; el jorobado y despistado André (Fabrice Luchini); o la cantarina e histriónica Aude (irreconocible Juliette Binoche en su faceta cómica). Pero son curiosamente Ma Loute Brufort (Brandon Lavieville), esa cara particular que mencionábamos antes; un rostro feo, algo pasoliniano; y Billie Von Peteghem (Raph), la joven andrógina fruto de un incesto familiar, los que centren la mirada absoluta del relato. Parece por tanto evidente cuáles serán a partir de ahora las áreas habitadas por el director de Hors Satán, tomándole el pulso, cuerpo a cuerpo, a la comedia mutante y señalando con énfasis un contexto surreal que crece con cada nueva obra. Porque La alta sociedad es la lógica continuación natural de El pequeño Quinquin aunque desplace su misterio y prefigure una interpretación plena y loca de los estilemas anteriores. Yendo de menos a más, el carrusel resulta imparable, consumiendo una narrativa mucho más alocada y ligera, quizás porque su autor ya no tantea un género, sino que camufla su cine en pos del mero espectáculo de feria. La escena final, sin ir más lejos, es una declaración de intenciones en el actual torbellino del cineasta; una catarsis narrativa que subleve las líneas de la comedia clásica y puedan permitirle, en un futuro cercano, una explosión genérica mucho más revolucionaria. La alta sociedad es una película disfrutable, ahora bien, su problema radica en el exceso. Un exceso que responde, al menos en parte, al barroquismo típico de Dumont, pero que parece quedarse a medio gas en su discurso. La reflexión carece del magnetismo y la desolación de su trabajo previo. También es cierto que se trataba de una miniserie para televisión y contaba con mayor tiempo a la hora de exponer y desarrollar sus inquietudes, profundizando en tramas paralelas y sorprendiendo en el tono (sinceramente nadie podía imaginar que el Dumont de Camille Claudel 1915 fuese capaz de orquestar algunas de las secuencias más hilarantes de la comedia moderna). Pero, en definitiva, La alta sociedad no cala igual de hondo. Hay planos magníficos, como la entrada en off del personaje de la Binoche, canturreando antes de aparecer visible en el encuadre; las excéntricas salidas de tono; o, sobre todo, la especial historia de amor imposible entre Ma Loute y Billie, un delirante y precioso juego de identidades y géneros que pedía mayor protagonismo. Muescas que aúpan un conjunto sugerente pero muy irregular. Aun con sus deslices, la calidad y genio de un cineasta como Dumont queda perfectamente retratados a expensas de conocer hasta dónde, cómo y cuánto dilatará próximamente los dispositivos de la comedia. | ★★★ |
David Tejero
© Revista EAM / XIII Festival de Sevilla
Ficha técnica
Francia, Alemania, 2016. Título original: «Ma Loute». Director: Bruno Dumont. Guion: Bruno Dumont. Productoras: 3B Productions / Arte France Cinéma / Scope Pictures / Twenty Twenty Vision Filmproduktion. Presentación oficial: Festival de Cannes, Sección Oficial. Fotografía: Guillaume Deffontaines. Reparto: Fabrice Luchini, Juliette Binoche, Valeria Bruni Tedeschi, Jean-Luc Vincent, Brandon Lavieville, Raph, Didier Després, Cyril Rigaux, Laura Dupré, Thierry Lavieville, Caroline Carbonnier, Manon Royère, Lauréna Thellier, Maya Sarac, Noah Noulard, Julian Teiten. Duración: 122 minutos. PÓSTER OFICIAL de MA LOUTE.