Floreat fraternitas
crítica ★★★ de Indignation (James Schamus, Estados Unidos, 2016).
Durante el primer tercio de la novela Indignation (Philip Roth, 2009), se produce uno de los trucos narrativos más hábiles que hemos podido contemplar en la literatura norteamericana contemporánea. Roth, mediante la revelación de un suceso determinado, da un giro trepidante a los acontecimientos, no por el impacto general de lo acaecido en sí, sino porque obliga al lector a cambiar su apreciación por completo y, al mismo tiempo, el propio narrador, que permanece inalterable a como lo conocimos en el relato, abandona su posición protagonista (aunque seguirá siéndolo de la historia) para pasar a conformar un narrador objetivo. Todo este proceso se consigue, como hemos dicho, sin cambiar un ápice el estado de ese personaje, sino únicamente la percepción que el espectador tiene de él. En la adaptación a la gran pantalla de esta novela, que supone el debut en la dirección de James Schamus, el realizador trata de mantener este acertado recurso; de hecho, Schamus ha sabido ser fiel al libreto original durante casi todo el metraje, tratando de alterar la historia lo justo y necesario para que la sintaxis de una se ajuste al montaje de la otra. Pero, por circunstancias que no llegamos a entender, sí decide retrasar la aparición de este truco hasta casi el comienzo del desenlace, lo que altera irremediablemente todo el entramado de tensiones fluctuantes y cambios de incógnita que se suceden. La mencionada secuencia —que no podemos desvelar porque, pese a ser un pasaje preliminar del libro, sí representa un spoiler significativo para la película—, condicionaba la empatía del lector, pues le hacía creer que dicho cambio de estado del protagonista estaba, de algún modo, relacionado con el encuentro sexual entre él y una compañera de clase. La lectura quedará pues, a lo largo del segundo tercio, condicionada y dirigida a encontrar las razones por las cuales, un escarceo sexual sin mayor trascendencia, pudo determinar esta circunstancia taxativa.
La trama sigue los pasos de Marcus, un joven judío y gran promesa estudiantil —a quien precede la unanimidad de sobresalientes en sus notas—, durante su proceso de independización como estudiante universitario en Ohio, lejos de su residencia en Newark, Nueva Jersey. El brillante alumno decidió inscribirse en dicha facultad para huir del reciente cambio en el estado mental de su padre quien, influido por los estragos de la Guerra de Corea, parece haber adoptado una posición obsesiva hacia la integridad de su hijo, pues cree que se encuentra en constante peligro mortal. La película consigue captar muy bien, tanto la apariencia de los personajes, como su interacción con el entorno, los diálogos se desarrollan con precisión y la presentación de los hechos resulta ejemplar. Schamus realiza un gran trabajo en la dirección, no así tanto en la adaptación del guion, pues en el necesario proceso de síntesis, decide mantener algunas citas literales obviando, no obstante, su contexto previo, por lo que hay momentos retóricos inexplicables o faltos de sentido. Por ejemplo, en una conversación con el decano de la universidad, Marcus justifica su falta de interés por el espíritu deportivo diciendo: “No creo que tenga el nivel suficiente para entrar en el equipo de béisbol de la universidad, y sostener el bate alto, no me ayudará ahora.” La última parte de la frase queda sin sentido al suprimir una referencia previa, en la que el entrenador del instituto de Newark, explicaba a Marcus que empuñando el bate un poco más alto, ganaba precisión a la hora de golpear la bola. En esta misma tónica, la escena más importante de la película: ese interrogatorio del decano Caudwell a Marcus, se produce a consecuencia de una serie de desacuerdos que obligan al protagonista a cambiar de aires, dejando su primera universidad y trasladándose a Ohio primero, y posteriormente pidiendo que lo cambien dos veces de habitación por conflictos con sus compañeros. En la película, este exhaustivo interrogatorio se desata tras el primer y único cambio de habitación, y sin el precedente permutativo de universidades, por lo que resulta una medida disciplinar poco verosímil.
«A falta de una transposición algo más elaborada, la cinta acierta al contagiar al espectador con el propósito fundamental de su mensaje. Esto se hace posible gracias a una determinante y precisa distribución de los personajes, y la eficaz aparición de los mismos en pantalla».
Pese a este déficit acotativo, o a falta de una transposición algo más elaborada, la cinta acierta al contagiar al espectador con el propósito fundamental de su mensaje, aquello que da título a ambas obras —literaria y cinematográfica—, y que resonaba en la cabeza de Marcus, como una canción ineludible, mientras atendía a las barbaridades que imperaban en el régimen americano institucionalizado de los años cincuenta: la indignación. Esto se hace posible gracias a una determinante y precisa distribución de los personajes, y la eficaz aparición de los mismos en pantalla. Así conocemos el sistema de fraternidades, que funciona como un mecanismo muy preciso de exclusión y segregación racial. El escaso número de alumnos judíos que admite la universidad tendrá que conformarse con pertenecer a la única de las 50 fraternidades, cortadas por el modelo hegemónico de masculinidad norteamericano, que acepta a los miembros de su condición y tradición hebraica, por supuesto regida y fundada por estudiantes judíos. Lamentablemente, para alguien como Marcus que pretende, no ya ocultar sus raíces, sino evitar que estas se conviertan en un condicionante de su libertad, ni tan siquiera el hecho de ser ateo lo exime de tener que asistir a servicio religioso —católico por supuesto—, 40 veces durante el curso lectivo, ni de ser perseguido por los apolíneos representantes de la fraternidad semita para que se decida a formar parte de ella como única forma de socialización posible. Sony, el presidente de esa hermandad, era tachado en la novela como el segundo responsable de ese misterioso cambio en el protagonista que comentábamos al principio. No obstante, la película también obviará este detalle y, con una estructura narrativa que juega a alterar de manera deliberadamente confusa los acontecimientos lineales que suceden en el relato, no señalará a más culpables que al único y verdadero, aquel que siempre estuvo frente al protagonista, aguardando su caída con una sonrisa de superioridad en los labios, para proceder al fusilamiento oportuno cuando dejara de ser un recurso válido para el sistema.
«'Indignación' no es sólo una canción sediciosa que suena en la mente de un joven interrogado de forma impertinente, sino un término ceremonial y casi iniciático, que certifica que no hay más culpable en toda esta trama que el fanatismo devoto...».
Esta es otra de las grandes virtudes del guion, la destreza para señalar la hipocresía de la humanidad —al margen de cualquier distinción social—, al negar siempre la ayuda al necesitado. Algo que queda muy bien representado en la figura materna, quien prefiere pasar el resto de su vida condenada a la compañía de un marido al que odia, antes que enfrentarse a los tradicionalismos ortodoxos, y permitir que su hijo trate de ayudar a una necesitada, más por lo que su comunidad pueda pensar de su familia, que por una genuina preocupación por el adolescente. Y aquí es donde vuelve a cobrar importancia el título. Porque indignación no es sólo una canción sediciosa que suena en la mente de un joven interrogado de forma impertinente, sino un término ceremonial y casi iniciático, que certifica que no hay más culpable en toda esta trama que el fanatismo devoto, dos extremos que se juntan en un punto de radicalidad inmanente, y que tratan de enderezar a los jóvenes con un exceso de disciplina intolerable, para dejarles a la mínima oportunidad abandonados a su suerte, en medio de una cruenta guerra que no representa otra cosa que el amenazante mundo exterior. Un entorno tan imprevisible y nocivo como puede ser un campo de batalla para quienes han aprendido a vivir protegidos por unas normas de convivencia opresivas y sin la capacidad de libre elección. Como trasfondo dramático, sobrevive una historia de amor imposible y vocaciones frustradas entre Olivia, que añade, gracias a un prólogo y un epilogo contextualizados en el presente fílmico, información nueva y complementaria sobre su situación tras el desarrollo de los acontecimientos, y Marcus, un prometedor abogado en ciernes que sucumbió al pecado original —más explícito que simbólico— y se dejó arrastrar por la contundencia orgásmica a través de un desconocido universo de sentimientos capaces de dejar cicatrices imperecederas. | ★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / Dublín
Ficha técnica
Estados Unidos, 2016. Título original: Indignation. Director: James Schamus. Guion: James Schamus (Novela: Philip Roth). Fotografía: Christopher Blauvelt. Duración: 110 minutos. Productora: Bing Feng Bao Entertainment / Likely Story / RT Features. Montaje: Andrew Marcus. Diseño de vestuario: Amy Roth. Diseño de producción: Inbal Weinberg. Intérpretes: Logan Lerman, Sarah Gadon, Tracy Letts, Ben Rosenfield, Linda Emond, Margo Kazaryan, Noah Robbins, Doris McCarthy, Melanie Blake Roth, Pico Alexander, Danny Burstein, Joanne Baron, Philip Ettinger, Andrew S. Thompson, Susan Varon. Presentación oficial: Festival de Sundance 2016. PÓSTER OFICIAL de INDIGNATION.