El hotel de los líos
crítica ★★★★ de Crisis en seis escenas (Crisis in Six Scenes).
Amazon Studios | Estados Unidos, 2016. 1 temporada/6 episodios. Creador: Woody Allen. Director: Woody Allen. Guion: Woody Allen. Fotografía: Eigil Bryld. Montaje: Alisa Lepselter. Reparto: Woody Allen, Miley Cyrus, Elaine May, John Magaro, Rachel Brosnahan, Joy Behar, Mary Boyer, Marylouise Burke, Margaret Goodman, Julie Halston, Sondra James, Margaret Ladd, Rebecca Schull, Mary Shultz, Barbara Singer.
Woody Allen ha ficcionalizado su persona o, cuando menos, a iconografiado la imagen que nos quiere mostrar de ella. Sus personajes parecen responder a diferentes voces de su propia conciencia que se amontonan sobre sus hombros como espectros en miniatura y, a codazos, se arrebatan el turno de palabra mientras debaten sin orden ni concierto sobre la existencia humana. El extremista, el razonable, el inseguro, el triunfador, el hipócrita… todos parecen tener algo que decir, mientras el bueno de Woody les presta atención e intenta comprender las motivaciones e inquietudes de cada uno, sin éxito, claro está. Porque en estos tiempos que corren no existe la utópica unanimidad ideológica, ni tan siquiera en sectores de pensamiento afines donde todo tiende a sub-dividirse en unidades cada vez más pequeñas, buscando un punto discordante que nos haga diferir de lo establecido originalmente, y en caso de que tal punto no existiera, inventarlo, todo sea por el bien de la confusión. Estamos ante la pérdida de la fraternidad y el comienzo del individualismo idealista; nadie da un paso al frente por defender a un camarada, puesto que de los errores de nuestros colegas ya no surgen posibles soluciones, sino formas de representación completamente nuevas, contradictorias y desligadas por completo de ese error con el objetivo de ser los líderes de un partido, o una religión, sin votantes ni feligreses. Crisis en seis escenas nos da exactamente lo que su título promete aunque, a pesar de lo que la trayectoria y la reputación de su creador puedan sugerirnos, no se trata de una de sus recurrentes crisis sobre las relaciones humanas. No podemos afirmar que, en la serie de televisión creada por Allen, estas disputas pasionales vayan a brillar por su ausencia, todo lo contrario, seguirán siendo el contexto en el que se represente el mar de inseguridades genéricas y sexuales —valga la distinción léxica— como inevitables disyuntivas sentimentales en determinadas parejas; sin embargo, esta crisis cardinal se dibuja en esta ocasión sobre un entorno mucho más político que social.
El guion deja claras indicaciones de este posicionamiento en uno de los primeros diálogos sobre el tema de la revolución armada.
—Todos estamos en contra de la guerra. Todos queremos un cambio social.
—Sí, ¿y qué hacemos al respecto? En serio, siempre nos quejamos de la guerra, de la falta de igualdad racial… pero ¿qué hacemos realmente?
—Bueno, ¿quieres que te conteste a esa pregunta? Desde luego no ponemos una bomba. Nos levantamos un domingo y vamos a un colegio electoral a depositar nuestro voto. ¡Nosotros votamos!
Aunque es de destacar que este mensaje tan políticamente correcto, y tan bien argumentado como irrefutable punto axiomático, capaz de zanjar, sin lugar a réplicas, cualquier discusión extremista sobre los grupos terroristas de fuerte raigambre política, también tiene su parte contradictoria —y dolorosamente cómica—.
—Pero si ni siquiera estás registrado. Llevas sin votar desde las últimas 6 elecciones.
—Cierto, pero ¿qué sentido tiene? Si no importa quién esté al poder, va a seguir fastidiando a los negros, haciendo a los ricos más ricos y las guerras persistirán.
El diálogo es interrumpido en ese momento por un timbre inoportuno que nos hará quedarnos con las ganas de saber cuál era el siguiente razonamiento de Sidney J. Munsinger, un escritor frustrado que, tragándose su orgullo y sus esperanzas de erigirse en el nuevo J.D. Salinger, busca que una cadena de televisión acepte su guion para una nueva serie. Como podemos ver, el planteamiento del genio neoyorquino sigue siendo tan autobiográfico como autoparódico. Estableciendo una clara conexión antitética entre Munsinger y Salinger, ambos escritores eremitas, el primero, por necesidad, por falta de talento y de oportunidades que frustran sus esfuerzos y sus ansias de llegar a ser un autor que cambie la literatura estadounidense, y el segundo por voluntad propia, por no desear la desorbitada fama que obtuvo con su única novela. Durante estas seis escenas, que corresponden a cada uno de los seis capítulos que componen esta primera y única temporada, Allen da buena cuenta de su talento como escritor de diálogos. Las escenas, o capítulos, quedan separadas como si fueran los actos de una obra teatral. Todo sigue una lógica lineal y casi sin saltos temporales. Cada final de escena será retomado con el principio de la siguiente, mientras los protagonistas dan claras muestras de un estilo interpretativo excesivamente dramático, como se puede comprobar, de manera un tanto heterodoxa, gracias a referencias y citas explícitas de este diálogo que se pronuncian con naturalidad y acentuados cambios de intensidad vocal. Se propone una estructuración en unidades narrativas específicas, como díadas, que reproducen situaciones de confrontación irónicas y disparatadas. Todos los personajes quedan obligados a definir sus acciones y sus pensamientos con incesantes explicaciones y excusas, donde las tentativas de aclaraciones suelen terminar en enredos más profundos que los de partida, ofreciendo un sinfín de secuencias cotidianas que se yuxtaponen a teorías filosóficas exacerbadas con el propósito de generar la risa y el desconcierto del espectador.
❝Una cinta de este director se vuelve tan necesaria como un relato de Borges: un estimulante cerebral sin prescripción que nos permite mantener el contacto con nuestras neuronas y nos demuestra que somos capaces de reír por algo diferente a un tropiezo o una mujer con cara de Chewaka.❞
Sidney y Kay son una pareja en edad de jubilación cuyos intereses intelectuales y políticos no pasan del grupo de literatura de ella y los esfuerzos de convertirse en guionista televisivo de él. Para romper con esta rutina, aparecerá en sus vidas Lennie, una joven cuya madre era amiga de Kay, y que les pide refugio, pues parece que es una fugitiva perseguida por un atentado terrorista. Lennie, cuyo personaje es irritante hasta el hartazgo, pero su gran interpretación nos ha hecho cambiar la percepción que teníamos de la mediática Miley Cyrus, pronto pondrá las vidas de Sidney y de quienes lo rodean, del revés. Los esfuerzos del escritor por deshacerse de la prófuga chocarán con la fuerte convicción de Kay, quien opina que deben protegerla al ser una inocente que sólo busca un método efectivo de expresar su indignación con la situación actual del país. Allen entonces sacará su lado más dramático y paródico para caricaturizar todos los problemas que surjan, siempre anteponiendo su reciente pérdida de comodidad a otros problemas que parecen de mayor trascendencia. En este punto, el protagonista equipara ser una fugitiva, una terrorista, con estar comiéndose el pollo que tenía reservado para su cena del viernes. El director utiliza aquí un recurso equitativo de circunstancias cuya gravedad no podría ser más dispar. Intensifica un problema en apariencia absurdo, y al mismo tiempo devalúa otro de gran importancia para así evidenciar el aburguesamiento de la clase alta, siempre defendiendo que sus problemas son tan importantes como los del resto, aunque lo que realmente quiere expresar Allen es que el capitalismo escapa de cualquier comparación con otro sistema de gobierno, ya que los problemas del primer mundo son incomparables a los del tercero, y el correcto statu quo de uno depende del mal funcionamiento del otro.
En sus ataques de pánico habituales, Sidney tiende a disparatar y a enlazar ideas en apariencia inconexas con la particularidad de que, si escuchamos con atención, entenderemos que la mayoría de ellas poseen una gran lógica y precisión política. Como el hecho de sacar a relucir a Joseph Conrad en un instante de tensión, originado por una visita inesperada y rutinaria de la policía mientras ocultan a una fugitiva, y decirle al agente que es la ahijada de su mujer, cuyos padres murieron a causa de un tifón… “¡ah, Tifón! como la novela de Conrad.”, sentencia Allen. Un autor obstinado en resaltar la hipócrita fachada humanitaria del hombre, ya que en el fondo, sus esfuerzos altruistas esconden sentimientos egoístas. Sus obras, además, solían tratar temas políticos como el anarquismo (Lennie, personaje interpretado por Miley Cyrus), el espionaje (Obsesión de Sidney de estar siendo constantemente monitorizado) o el terrorismo (debate moral de toda la serie). Cada capítulo conforma una entidad semántica propia, sobre la que se erigen las bases del cine alleniano por antonomasia: esa forma de expresión filosófica tan crítica como romántica. Puede que en este caso concreto se hagan parcialmente válidas las constantes —y fáciles— críticas que acusan a Allen de escribir sobre una misma plantilla, que sus chistes son versiones de una misma broma, pero por muy ciertas que sean esas acusaciones —que la mayoría de veces no lo son—, en este mundo brutalizado, donde el único producto efectivo para alejarnos del dramatismo omnipresente parece ser la ingesta indiscriminada de productos adrenalínicos y vigoréxicos, desde luego es de agradecer que una película de Woody Allen nos saque, ya sea durante una hora y media o 20 minutos, de tanta mediocridad y violencia. Una cinta de este director se vuelve tan necesaria como un relato de Borges: un estimulante cerebral sin prescripción que nos permite mantener el contacto con nuestras neuronas y nos demuestra que somos capaces de reír por algo diferente a un tropiezo o una mujer con cara de Chewaka. Un hombre que desmitificó el sexo, lo rescató del ignominioso baúl de lo tabú y habló abiertamente de él y de la infelicidad que conlleva evitarlo; amante del cine y del arte, nos vuelve a transportar con esta serie a las puertas del existencialismo urbano, situándonos en medio de una contienda entre el academicismo y el vulgarismo para que seamos capaces de reírnos de ambos, sin tener que elegir a la fuerza entre un bando u otro, simplemente disfrutando de la histérica naturalidad del momento. El mayor problema de Crisis en seis escenas es, que no tenga una séptima. | ★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / Dublín