Alucinación nuclear
Krakatit (Otakar Vávra, 1948).
El ingeniero químico Prokop ha sufrido un terrible accidente en su laboratorio. Ha perdido la memoria y por su enfebrecida mente se suceden acontecimientos presentes y pasados conformando un puzle borroso donde todo se entremezcla sin orden, una nube confusa por la que se enmaraña con mirada alucinada dejándose guiar por impulsos básicos cercanos a la locura. Solo llega a saber que ha creado un poderoso explosivo, la krakatita, capaz de destruir una ciudad, una región, una nación entera si se lo propone, y que ha dejado sus manos destrozadas, marcadas por profundos surcos que vienen a sumarse a los que ya desfiguraban su rostro. Su vida misma se ha descompuesto como si hubiera reventado en una alucinación nuclear. El escritor checoslovaco Karel Čapek (1890-1938) inicia de esta magistral y desquiciada manera su novela La krakatita. Una fantasía nuclear (Krakatit, 1924). Čapek escribió obras de teatro, poesía, artículos periodísticos, ensayos, relatos y varias novelas. De toda su producción, lo más recordado son sus incursiones en el género de la ciencia ficción, tanto el libreto teatral RUR (Robots Universales Rossum) (R.U.R. (Rossumovi Univerzální Roboti) , 1920), conocido por aparecer en él por primera vez la palabra robot si bien no fue creación suya sino, como él mismo no tendría ningún apuro en reconocer, de su hermano Josef, como su novela La guerra de las salamandras (Válka s mloky, 1936), una obra maestra arrolladora y genial en la cual nos narra la invasión de la Tierra por los anfibios del título provocada casi más por la propia estupidez humana que por la capacidad bélica de los primeros. En La krakatita, Čapek vaticinaba el horror nuclear, si bien este vendría dado en la vida real por el uso de la física y no el de la química que domina Prokop. Este posee una capacidad casi sobrehumana: solo con tener ante sí un objeto, sustancia o fluido es capaz de ver descompuestos los elementos que lo conforman y extraer su capacidad explosiva. ¡Puede crear una bomba con cualquier cosa! Y como un niño que cada vez que extiende su mano tuviera un juguete nuevo, Prokop tampoco puede parar de jugar creándolas. Pronto será objetivo de una potencia beligerante que lo raptará y le exigirá que haga para ellos más krakatita, pues quien la posea tendrá la llave de la dominación mundial.
El también checoslovaco (nacido en Bohemia en 1911, Austria-Hungría, antes de la formación de la República Checa) director de cine Otakar Vávra realiza una adaptación de esta novela de Čapek en 1948 con el mismo título, Krakatit. Vávra fue un autor que supo sobrevivir a los diferentes vaivenes políticos que se fueron abatiendo sobre su cambiante país adaptando su cine a los dictados oficiales de cada sucesivo régimen sin demasiados problemas, desde el nazi al posterior comunista, llegando también a formar parte con algunas películas de la hornada de revolucionarios directores de la Nueva Ola Checoslovaca a finales de los años 60 y primeros 70. Lejos de los densos frescos históricos que dirigiría posteriormente, Krakatit es una película fascinante que hace honor a la gran novela en que se basa. Para transmitir la locura permanente y la desquiciada noción de realidad que es la vida en el cerebro de Prokop, algo que tal y como está descrito en el libro resultaría imposible, Vávra recurre a teñir de irrealidad sus imágenes, trasladando el delirio permanente del primero a un tono onírico y surreal que roza la perfección. Prokop resulta así un personaje más amable y blando que el original, pero a cambio el filme se tiñe de una penumbra poética en la que a través de diversos flashbacks se reconstruye lo que le ha sucedido a Prokop, al cual han encontrado desnudo sin sentido tras vagar por los campos. Las sombras cambiantes, fluctuantes como si reflejaran el piélago marino que dominan muchos planos crean un poderoso efecto ensoñador que nos lleva de la mano por donde apenas si se logra poner el pie. Un trabajo soberbio del director de fotografía Václav Hanus que consigue en todo momento mantener ese aire de delirio visionario perfecto para el relato. Más sobresaliente si cabe aún es la música de Jirí Srnka, que emerge sobrenatural y extraña convirtiendo el más leve gesto cotidiano en un preludio de la pesadilla por venir. Era tarea titánica mantener todos los aspectos de la excesiva novela, y en particular del inabarcable personaje de Prokop, una creación absolutamente única y demoledora, en concreto su carácter asalvajado guiado solo por sus pasiones más básicas e inmediatas, o su citada capacidad de desentrañar los compuestos explosivos de cualquier objeto. Ambas cosas están apuntadas en la película: la primera, en sus continuos intentos de fuga de la fábrica de Belttin donde ha sido confinado tras su secuestro, o los diferentes e inmediatos enamoramientos que sufre uno tras otro sin mediar apenas tiempo; la segunda, en esa secuencia espléndida donde Prokop promete a la princesa Wilhelmina para seducirla que fabricará un explosivo utilizando solo los polvos de su maquillaje, a lo cual ella responderá excitada y arrobada, una inaudita propuesta que, por descontado, Prokop cumplirá. Vávra recurre además a imaginativos recursos visuales para mantener el tono alucinatorio del filme, como la escena en la cual Prokop habla con el reflejo de la mujer del velo en un espejo, para al volverse a mirarla descubrir que no está allí aunque pueda continuar hablando con ella… ¡si no deja de mirar el espejo!, o aquella otra en la que nuestro desquiciado químico se asoma a una ventana y se ve a sí mismo corriendo colina arriba hacia su solitario laboratorio para en el plano siguiente, sin mediación temporal ni espacial alguna, trasladar la acción a su interior.
Krakatit permanece en el recuerdo extraña y etérea, ella misma un sueño sufrido por el espectador que despierta a su término con la retina invadida por el blanco cegador de una explosión nuclear.
Krakatit es también una metáfora de la carrera armamentística imparable, de la inconsciencia humana por repetir sus destructivos errores, la locura de la guerra y un lamento por la paz imposible en una humanidad que camina a ciegas guiada tan solo por el poder y los intereses económicos. Todas las facciones políticas y gubernamentales enfrentadas en lucha desenfrenada por adquirir el arma definitiva que hará doblegar la rodilla al contrario, o quizá peor aún, enterrarlo bajo toneladas de tierra negra y marchita. Tal vez la escena más delirante sea aquella en la que los poderosos de todas las naciones, reunidos en conciliábulo secreto dispuestos a exterminar a toda la población salvo a ellos mismos, los auto elegidos seres superiores de la creación, se lanzan como animales a recoger del suelo la krakatita que Prokop ha preferido tirar a sus pies antes que revelarles su fórmula. Película teñida de una absorbente atmósfera de mal sueño contado en voz baja producto de la fiebre, menos trepidante y extremada que la novela gracias también en gran parte a la excelente y medida actuación de Karel Höver en el papel de Prokop, Krakatit permanece en el recuerdo extraña y etérea, ella misma es un ejercicio de hipnosis sufrido por el espectador que despierta a su término con la retina invadida por el blanco cegador de una explosión nuclear.
José Luis Forte
© Revista EAM / Mérida
Ficha técnica
Checoslovaquia, 1948. Título original: Krakatit. Director: Otakar Vávra. Guion: Otakar Vávra y Jaroslav Vávra, basado en la novela de Karel Čapek. Productora: Ceskoslovenská Filmová Spolecnost. Estreno: 9 de abril de 1948. Fotografía: Václav Hanus. Música: Jirí Srnka. Montaje: Antonín Zelenka. Dirección artística: Jan Zázvorka. Intérpretes: Karel Höger, Florence Marly, Eduard Linkers, Jirí Plachý, Natasa Tanská, Frantisek Smolík, Miroslav Homola, Vlasta Fabiánová, Jaroslav Prucha, Jirina Petrovická, Jaroslav Zrotal, Bedrich Vrbský, Bohus Hradil, Frantisek Vnoucek, Karel Dostal, Vítezslav Bocek, Daniela Olaha.