Desde su fundación en 1976, el Festival de Toronto se ha consolidado poco a poco como uno de los eventos cinematográficos más influyentes del globo. Asimismo, su posición estratégica a mediados de septiembre lo ha bautizado como el pistoletazo de salida de la temporada de premios. Y, claro está, conforme los grandes estudios se han percatado de ello, mayor ha sido el interés por formar parte del certamen, lo que explica que entre los pasados 8 y 18 de septiembre casi todos los grandes títulos del 2016 hayan pasado por tierras canadienses, bien para ver la luz por primera vez, bien para consolidar su reputación. De hecho, el premio principal de este festival —que, a diferencia de Berlín, Cannes o Venecia, cuenta con un jurado que siempre tiene la razón: el espectador— es por méritos propios uno de los entorchados cinematográficos más anhelados. No en vano, de los últimos ocho receptores del Premio del Público más prestigioso del mundo, tan sólo ¿Y ahora adónde vamos? (2011) se quedó fuera de la lucha por el Óscar a mejor película; y sólo porque mucho tiene que llover para que una pequeña cinta libanesa llame la atención de la Academia. La conclusión es, por tanto, clara: todo filme de “factura oscarizable” que vence en Toronto tiene asegurada su plaza en los galardones más cotizados de la industria, lo que convierte al musical La La Land de Damien Chazelle en el primer gran favorito de la Oscar Race, además de impulsar las posibilidades de las dos finalistas: el Lion de Garth Davis y la Queen of Katwe de Mira Nair, apuestas respectivas de unos todopoderosos Weinstein Company y Walt Disney Pictures que aprovecharán el sentimentalismo para atraer a espectadores y académicos por igual, si bien no necesariamente a la crítica especializada.
De hecho, a diferencia de La La Land, que ha enamorado hasta a los más escépticos allá donde se ha proyectado (gracias en especial a una radiante Emma Stone que fue laureada en Venecia), los dos filmes recién aludidos cuentan con pocas garantías, sobre todo considerando la aclamación generalizada que han recibido obras más arriesgadas como Norman: The Moderate Rise and Tragic Fall of a New York Fixer, de Joseph Cedar; Paterson, de Jim Jarmusch; Manchester frente al mar, de Kenneth Lonergan; Jackie, de Pablo Larraín —receptor del Platform Prize—; Nocturnal Animals, de Tom Ford o Arrival, de Denis Villeneuve. Parece que la deliciosa Amy Adams se verá las caras consigo misma durante la temporada de premios al protagonizar las dos últimas producciones mencionadas; Richard Gere, Adam Driver, Casey Affleck y Natalie Portman han salido a su vez reforzados. Pero si algo ha confirmado la 41ª edición del TIFF es que este año no será en absoluto “still so white”. Así, Loving, de Jeff Nichols; A United Kingdom, de Amma Asante; El nacimiento de una nación, de Nate Parker y, sobre todo, Moonlight, de Barry Jenkins, han asegurado su lugar entre los trabajos más destacados del año, contando este último con la posibilidad de matar dos pájaros de un tiro en lo que a minorías se refiere al narrar el descubrimiento de la homosexualidad por parte de un joven afroamericano. Por desgracia, la escasez de nombres propios jugará en contra de todos ellos, si bien la presión ejercida por una comunidad harta de sentirse apartada de los titulares no pasará desapercibida. Más allá del universo anglosajón, Elle de Paul Verhoeven, Toni Erdmann de Maren Ade, Sieranevada de Cristi Puiu, Julieta de Pedro Almodóvar y The Salesman de Asghar Farhadi han dado un nuevo paso en una carrera hacia el Óscar foráneo que dio comienzo por todo lo alto en Cannes y se confirmó con una preselección por parte de sus países de origen a la que el TIFF ha dado el visto bueno por aclamación popular.
Por otro lado, y como ya es tristemente habitual, Toronto ha vuelto a echar por tierra los esfuerzos de San Sebastián por encontrar su lugar entre los grandes, ofreciendo la posibilidad de ver (y juzgar) media Sección Oficial con una semana de ventaja. De hecho, la recepción de la Concha de Oro por parte del I Am Not Madame Bovary de Feng Xiaogang no es tan sorprendente atendiendo al Premio FIPRESCI Special Presentations que obtuvo apenas unos días antes por encima, tanto de gran parte de los mismos filmes con los que competía en el certamen donostiarra, como incluso sobre “Perlas” como El porvenir de Mia Hansen-Løve, Frantz, de François Ozon, o Yo, Daniel Blake, de Ken Loach. Del mismo modo, la maravillosa In Between, que granjearía a la palestina Maysaloun Hamoud hasta tres galardones en el Zinemaldia, llegó al mismo con el Premio NETPAC a mejor filme asiático del TIFF bajo el brazo. Completando el interesante palmarés, I Am Not Your Negro de Raoul Peck se llevó el premio a mejor documental, Free Fire de Ben Wheatley, definido por Variety como “cómicamente excesiva”, triunfó en la categoría “Midnight Madness” y Those Who Make Revolutions Half Way Only Dig Their Own Graves de Mathieu Denis y Simon Lavoie fue designado como mejor filme canadiense (distinción necesaria considerando que el Premio del Público no cae en casa desde El declive del imperio americano, 1986). En la otra cara de la moneda, los prometedores nuevos trabajos de Rob Reiner (LBJ), James Franco (In Dubious Battle), Ewan McGregor (Pastoral Americana), Rebecca Zlotowski (Planetarium), Terry George (The Promise), Werner Herzog (Salt and Fire), Oliver Stone (Snowden) y Terrence Malick (quien, como siempre, ha dividido a la audiencia con su ambiciosa Voyage of Time) han sufrido un duro revés del que difícilmente se recuperarán. Y es que enfrentarse al veredicto conjunto de crítica y público en una plataforma tan masificada como el TIFF tiene sus riesgos. Pero quien no arriesga no gana.