La identidad, esa gran desconocida
Crónica de la segunda jornada de la 49ª edición del Festival de Sitges.
Siempre amanece demasiado pronto cuando la primera película del día es a las 08.30 y la última termina a las 4 de la madrugada. Y si debido a la organización del festival uno ha de levantarse a las 7 de la mañana para reservar su asiento en alguno de los pases deseados que sea con público (los llamados "Pase con Ticket"), qué les voy a contar. Así pues, coloquialmente hablando, "sin ser persona todavía" nos dispusimos a seguir nuestra búsqueda de la identidad propia de un Festival de Sitges que parece haber cimentado su programación en la recogida de obras destacadas de la temporada festivalera y que cada vez ve con menos miedo la apertura de sus fronteras genéricas, hasta el punto de la indignación del espectador más puritano. El día pareció querer premiar la falta de sueño con calidad, gracias a dos películas que, aun separadas por miles de kilómetros, exploraban el peso de la sociedad en la conformación de la identidad del individuo. La americana Always Shine ofrece en clave de thriller psicológico un agudo análisis de la influencia del rol de género. Un océano hacia el Este, la española La propera pell (75 de 100) narra con gran sensibilidad las dificultades de integración personal, familiar y social de un niño perdido que ya no lo es tanto. Tras estos dos ejercicios autorales de enjundia, llegó la decepción importante que supuso Here Alone, un thriller con zombies que busca analizar con pretensiones la soledad pero demuestra tener un importante vacío de personalidad. Algo que reencontramos en la última película: el Proyecto Lázaro, que emana valentía y ambición pese a su condición de filme irregular que no logra aprovechar todo el potencial de su difícil propuesta. Con el trabajo de Mateo Gil llegó la lluvia y un merecido aplauso.
Always Shine (Sophia Takal, EE.UU.) [Noves Visions - One]
En la primera escena, una chica rubia de ojos azules mira a cámara sobre un fondo blanco mientras deduce entre preguntas y sollozos que sus interlocutores quieren aprovecharse de ella sexualmente. Es una audición en la que, a mitad de la misma, descubriremos que las intenciones de sus interlocutores reales no distan de las de sus secuestradores ficticios. Ella se llama Beth y es una joven actriz. Beth cede con la ternura de un cervatillo que asume su final en la boca del lobo. Poco después, la película parece recomenzar: una chica rubia de ojos azules mira a cámara sobre un fondo blanco mientras deduce entre preguntas e improperios que su interlocutor quiere aprovecharse de ella económicamente. Es un taller de coches donde se discuten costes de reparación no firmados. Ella se llama Anna y también es una joven actriz. Aunque no lo parezca. Anna no cede y carga con la fiereza de un jabalí ante la acometida del lobo. Beth y Anna son, respectivamente, la cara A y la B del sueño de ser actriz. Desde muy pronto, la cinta se convierte en una batería de cañones que hace saltar por los aires la alfombra roja y saca a la luz el infierno en el que viven muchas actrices, las cuales se ven indirectamente forzadas a desnudarse en pantalla y a cumplir un determinado canon de belleza si quieren empezar a vivir de ello. Un mundo donde el talento y la capacidad interpretativa se encuentran totalmente supeditados a la explotación de la imagen y la sexualidad. Pero, ante todo, Anna y Beth son viejas amigas y van a tomarse tres días de asueto juntas en la sierra. Durante el viaje se empiezan a entretejer varias imágenes en un montaje muy dinámico. Algo claramente extraño pasa. Ahora sí, da verdadero comienzo Always Shine. Welcome to The Jungle. La joven actriz Sophia Takal va a dar guerra detrás de las cámaras. Las buenas sensaciones mostradas en su debut, Green, obra que la situó como una de las grandes promesas del cine independiente americano, se ven superadas en su segundo largometraje. Always Shine comparte cimientos con Green; toma la forma de thriller psicológico estructurado en base a la relación de dos personajes femeninos, y tiene por objetivo principal establecer un estudio profundo de la mujer. En este caso, su particular vis a vis se perfila a partir de un mundo que ella conoce bien. Un infierno extremadamente competitivo donde la obsesión por alcanzar un sueño, la envidia y la injusticia hacen balancear el hacha de guerra. Ambas son buenas actrices pero solo Beth disfruta de un éxito del que Anna está muy lejos. Una relación similar a la que se produce respecto a los hombres. Sophia Takal entra en el cuarto de los espejos (rotos) haciendo uso de las herramientas clásicas del género para mostrar la infinitud de su juego de máscaras. ¿Qué sucede cuando una actriz quiere ser otra actriz? ¿Cómo de verdadera puede ser una amistad entre dos personas capaces de convertirse en otra persona? Anna y Beth demuestran ser buenas actrices. Mackenzie Davis (premiada como mejor actriz en el Festival de Tribeca) y Caitlin FiztGerald demuestran ser todavía mejores. Pues ellas logran reflejar el verdadero rostro de Always Shine, aquel que miramos y no vemos. Aquel que la sociedad ha ocultado con la capa de la normalidad. Always Shine es un notable lienzo del peso del sexo en la sociedad. El cervatillo y el jabalí, decíamos. Beth y Anna. Anna y Beth. Ambas condenadas frente a la manada de lobos de una forma u otra. Eso es lo que da verdadero miedo. (70 de 100)
Here Alone (Rod Blackhurst, EE.UU.) [Noves Visions - One]
Mediante un montaje en paralelo, que combina mediante flashbacks la detallada rutina de una mujer, conocemos la vida de Ann, que huyó al bosque con su marido y su bebé y que ahora, en soledad, sobrevive eficazmente en un mundo asolado por una epidemia zombie. La lentitud con la que se forma el puzle nos retrotrae a la notable The Road (John Hillcoat, 2008) para dar esperanzas a un público expectante. A continuación, Ann rescata a Olivia, una pequeña adolescente y a Chris, su joven padrastro. El filme va mostrando algo de esperanza vital, puesto que comienza a aparecer gente; pero, al mismo tiempo, el espectador va abandonando las suyas por encontrar algo estimulante, ya que empieza a asistir a una película que ya ha visto muchas veces. La soledad da paso a la intimidad y la cercanía, a historias que rápidamente terminan con el misterio y completan un pasado. Un contrapunto que no casa con la lentitud de la melodía principal. Los flashbacks pierden el ritmo del baile y empiezan a chirriar. La danza se hace demasiado previsible para resultar un gran entretenimiento y le falta complejidad para dejar poso. Es una canción que el aficionado al género ya ha bailado antes y siempre funciona, así lo demuestra su premio del público en el ya mentado Festival de Tribeca. La música popular siempre suena bien aunque fallen los altavoces. Los debutantes Rod Blackhurst en la dirección y David Ebeltoft en el guion demuestran tener tablas y ser buenos ejecutores. Pero eso sólo no vale para hacerse un nombre. Para ello, por elemental que suene, hay que demostrar personalidad. Algo que Here Alone no termina de encontrar, pese a que sus compases iniciales hacían presagiar lo contrario. Seguiremos, pues, la moraleja principal del filme que dice que todo el mundo merece una segunda oportunidad. (30 de 100)
Proyecto Lázaro (Mateo Gil, España) [S.O. Fantástic]
Son escasos los proyectos cinematográficos de ciencia ficción en España. ¿Cuántos recuerdan en el último lustro? ¿Cuántos han visto a lo largo de toda su vida? La respuesta es desalentadora. Un peso pesado del cine español como Mateo Gil, ganador de dos Goyas y guionista habitual de Alejandro Amenábar, ha tardado casi ocho años en sacar su Proyecto Lázaro adelante tras rondarle la idea por la cabeza durante quince. A tal ambición y tesón solo podía hacerle justicia una película igual de ambiciosa en su propuesta y medios: Proyecto Lázaro convierte en una cuestión de ciencia el sagrado milagro que obró Jesucristo según el Nuevo Testamento a la voz de "Lázaro, levántate y anda". En este caso, el afortunado se llama Marc, un chico que tras ser diagnosticado de un severo tumor cerebral a los 32 años, decide criogenizar su cuerpo con la esperanza puesta en el futuro, la esperanza y todo su dinero de exitoso chico de clase alta. Hay milagros que están más cerca de unos que de otros. Así ha sido toda la vida. Proyecto Lázaro dividida en varios capítulos, echa a andar apoyándose en una forma muy complicada de hacer cine: monólogos segismundianos al son de un montaje que busca emular el dinamismo de los recuerdos, se combinan con las dificultades y descubrimientos que realiza Marc en su (nuevo) presente en 2086. A las imágenes, pese a la buena fotografía de Pau Esteve, les falta potencia para que el espectador las retenga en su memoria. Sin embargo, el principal problema de Proyecto Lázaro es una enfermedad propia del género fantástico y de ciencia ficción y que los detallados avances medicinales que presenta Mateo Gil tampoco logran curar. Puede que suene adolescente, pero esta enfermedad es la del amor, algo tan extendido que hasta el gran David Fincher sucumbió a ella con El curioso caso de Benjamin Button. En Proyecto Lázaro, al igual que en la aclamada película de David Fincher, el potencial de las reflexiones vitales que pueden nacer de un resucitado o un hombre que vive el tiempo al revés, queda totalmente subordinado a una historia de amor. Una eterna historia de amor. Como si el amor (verdadero) necesitara que se quebraran los relojes del tiempo para demostrar su eternidad e importancia. Como si lo extraordinario del amor no se mostrase hasta en las costuras más ordinarias. Ello emborrona las interesantes, aunque de sobra conocidas, ideas sobre la vida, el tiempo y la moralidad de la ciencia que la película logra bocetar. Sea como fuere, y pese a su irregularidad, Proyecto Lázaro es una propuesta a aplaudir, de sólida manufactura en todos sus niveles. Encomiables la ambición y la personalidad de un Mateo Gil que dirige y escribe una película que ojalá resucite a nivel de industria y público un género muerto por falta, sobre todo, de rentabilidad económica. Porque en 2016 todavía sigue siendo ciencia ficción hacer cine de género en España. Esperemos que en 2086 las cosas, al menos en ese punto, hayan cambiado. (50 de 100)