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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Nocturama

    Nocturama

    La revolución era una fiesta

    crítica ★★★★ de Nocturama (Bertrand Bonello, Francia, 2016).

    Una hilera de televisores, dispuestos en fila simétrica, muestran en pantalla panorámica y HD las imágenes en directo de varios enclaves emblemáticos de París en llamas. El Ministerio del Interior, la estatua ecuestre de Juana de Arco en la Place des Pyramides, el edificio de la Bolsa y los pisos altos de un rascacielos en la Defénse. Las bombas que los han hecho arder manifiestan el rechazo, acumulado hasta (literalmente) el estallido, contra los poderes políticos y económicos (modernos y tradicionales, franceses y globales) que simbolizan. Un rechazo que ha espoleado, por parte de su grupo de jóvenes protagonistas, el acto de rebeldía violenta que mueve el relato de Nocturama. O si lo prefieren, el atentado. Pero estén avisados: el efecto inquietante de la cinta que nos ocupa consiste en poner en cuarentena los automatismos y etiquetas que utilizamos ante el que quizá sea el tema más incómodo sobre el que filmar en los tiempos que corren. El terrorismo. No en vano, la nueva película de Bertrand Bonello se dio a conocer por la controversia que desató su no inclusión en el pasado festival de Cannes. Apenas medio año después de los atentados yihadistas que sufrió París y con una nación aún conmocionada, es inevitable pensar en la falta de atrevimiento por parte de la organización del certamen. Pero Nocturama, un proyecto que el cineasta galo ya tenía ya ideado hace cuatro años, trasciende con mucho su condición de obra provocadora para elaborar un retrato, necesariamente complejo, de las relaciones entre política, revolución y juventud en el siglo de las pantallas y el consumo de masas.

    «Flipas cuando lo ves de verdad», dice uno de los protagonistas ante las imágenes televisadas que describíamos al comienzo del texto. La línea de guión explicita con especial tino esta cuestión de fondo que apuntamos. Porque lo que muestran las imágenes es el resultado de la propia acción de ese personaje. Un chaval que acaba de volar un edificio ve más verdad en la imagen mediada que en su propia experiencia activa. Las numerosas pantallas que pueblan los planos de Nocturama no pueden ser más relevantes al respecto del retrato de una joven generación definida por su anestesiamiento ante la violencia normalizada por los videojuegos, los telediarios o el mismo cine. La primera mitad del metraje avanza junto al movimiento acompasado, sincrónico, del grupo protagonista moviéndose por París hacia sus objetivos. Pero es la segunda mitad, en la que las subtramas paralelas y el avance físico dan paso al encierro de todos ellos en un centro comercial (que usan como escondrijo nocturno tras haber perpetrado los ataques), donde esta desconexión entre acción personal y realidad objetiva aparece con toda su potencia. El escenario escogido, una colección de escaparates minimalistas entre paredes insonorizadas, es en su uso normalizado un pequeño paraíso del consumo, ajeno a lo que ocurre fuera de sus límites. Que este entorno de manifiesta artificialidad, fuente cotidiana de desconexión de la realidad, sea en este caso una desconexión del propio acto violento crea una asociación muy potente entre la cultura del consumo y la concepción indiferente de la violencia.

    Nocturama

    «Su forma simétrica de encuadrar los planos y el uso de una iluminación artificiosa imitan las disposiciones de los escaparates del centro comercial. Así como su uso de las repeticiones de los momentos de acción remite directamente al lenguaje del espectáculo televisivo. Tanto estos recursos como la utilización del sonido despiertan la fascinación instintiva hacia sus imágenes».


    Bonello, por otra parte, dibuja un panorama en el que el fenómeno de la contracultura ha terminado por vaciar de sentido a sus dos primeras sílabas. Los chavales protagonistas reaccionan contra un fenómeno muy viejo como es la existencia de injusticias sociales: si bien se deja en elipsis cuál es su motivación exacta, se hacen vagas alusiones a unos despidos masivos del banco HSBC (de hecho, su presidente es uno de los objetivos de los atentados). Pero el lugar desde el que nacen sus actos de rebelión no es la marginalidad. Lejos de las barricadas y la banlieue, todos ellos están plenamente integrados en el sistema capitalista. Son actores de la revolución que llaman a la revuelta envueltos en ropa de marca, sofás confortables y equipos a toda pastilla que escupen hits de pop y techno. El uso del sonido, por cierto, resulta especialmente elocuente. Tanto en la banda sonora (obra del propio cineasta, músico de formación) como en las canciones que escuchan los protagonistas hay una presencia invasiva del techno, melodía por excelencia del escapismo festivo. También es elocuente el contagio visual que propone el estilo de Bonello de ese espíritu evasivo. Su forma simétrica de encuadrar los planos y el uso de una iluminación artificiosa imitan las disposiciones de los escaparates del centro comercial. Así como su uso de las repeticiones de los momentos de acción remite directamente al lenguaje del espectáculo televisivo. Tanto estos recursos como la utilización del sonido despiertan la fascinación instintiva hacia sus imágenes. Pero a la vez, imprimen una distancia respecto a los actos en principio más definitorios de sus protagonistas que termina por ser eficaz en su perturbación. Desde este contagio, en fin, Bonello habla de la integración de la sublevación política en el hedonismo de masas. ¿O es al revés? Escarbando en ello, la cuestión no puede ser más actual. ¿Es posible canalizar el descontento contra el sistema desde dentro del mismo? Siguiendo la lógica de un mundo virtualizado e invadido por la multiplicidad de pantallas y la inflación de la novedad, este descontento acumulado parece condenado a poco más que el estallido puntual. A los quince minutos de fama con la esperanza de agitar, llamas mediante, las conciencias. De desmontar los pilotos automáticos del juicio: ¿es terrorismo si contra lo que reacciona es una injusticia reconocida por (casi) toda una sociedad? «En algún momento tenía que pasar», afirma una chica cualquiera comentando los atentados tras haber visto las imágenes televisivas. Piensen en ello. Si se trasciende el rechazo reflejo que provoca la sospecha de terrorismo, ¿es una reflexión tan descabellada?

    Nocturama

    «En un primer vistazo, estos protagonistas se asemejan a soldados implacables, seguros en sus pasos enérgicos y sus movimientos convencidos por los túneles del metro y las calles parisinas. Bonello lo transmite mediante un recurso magistral al montaje alterno y los travellings de seguimiento, con lo que consigue ligar el avance narrativo al avance físico y con ello subrayar la sensación de control de sus personajes». 


    En su estructura bipartita, otro de los aciertos capitales de Nocturama está en hacer desaparecer, tras su consumación, al cabecilla de los atentados. Dejando al grupo de jóvenes protagonistas huérfanos de líder y a su espectador de explicaciones. El encierro en el centro comercial le sirve para desmontar, de cara al espectador, su percepción original. En un primer vistazo, estos protagonistas se asemejan a soldados implacables, seguros en sus pasos enérgicos y sus movimientos convencidos por los túneles del metro y las calles parisinas. Bonello lo transmite mediante un recurso magistral al montaje alterno y los travellings de seguimiento, con lo que consigue ligar el avance narrativo al avance físico y con ello subrayar la sensación de control de sus personajes. Pero, como decíamos, el encierro en el centro comercial les priva de objetivo y de guía. Al parar su movimiento intencional, los activistas de porte cuasi militar se desvelan como lo que realmente son. Jóvenes hedonistas corrientes entre asustados y aburridos, pero nunca demasiado conscientes de las implicaciones éticas de sus actos. Hay incluso una pequeña subtrama de autodescubrimiento en el personaje de Yacine (Hamza Meziani) provocada por su estancia en el centro comercial. Tras encontrarse con el maniquí de una tienda que lleva exactamente la misma ropa que él (una de las escenas más emblemáticas), Bonello se detiene en una serie de planos en los que Yacine realiza una especie de juego de disfraces parodiando los rituales lujosos de la clase alta, una miniexploración epicureísta de su identidad que culmina en un número musical al ritmo de My Way donde la mezcla que propone la película entre hedonismo, escapismo y violencia subyacente alcanza su cumbre más arrebatada. Se trata, en fin, de mirar a un grupo de jóvenes agitadores (visto lo visto, sólo nos atrevemos a poner la palabra terroristas entre interrogaciones) desde una familiaridad desprejuiciada, que provoca una incomodidad que va en aumento al revertir la percepción de indefensión en el relato. Esto es, en el planteamiento, un plano aéreo sobre París y el mentado montaje alterno de los movimientos orquestados de sus protagonistas sugieren que la indefensa es la ciudad ante los actos que van a cometer. Pero su desenlace, tras la maniobra de acercamiento que disipa la apariencia de implacabilidad del grupo de muchachos, la sensación es muy distinta. Evitando spoilers, digamos que la idea es que mientras que el acto revolucionario es movido por lo pasional (el rechazo a la injusticia, en este caso), los mecanismos que el sistema emplea para erradicar las anomalías son de pura frialdad racional. Pero ambos comparten el recurso a la violencia como forma de alcanzar sus fines. El empresario que recorta puestos (que no deja de ser violencia en su acepción más amplia) y el policía que dispara sin vacilar son, en este sentido, mecanismos de funcionamiento estándar. Que Bonello logre generar dudas sobre si esta violencia institucional es plenamente justificable frente a la violencia agitadora ya entraña un mérito indudable. Que lo haga además en la época más inapropiada para plantear estas ambigüedades es un ejercicio de valentía pura. Nocturama es una de esas películas que definen con puntería una época a base de meter el dedo en sus llagas y hurgar hasta lo más profundo.


    Miguel Muñoz Garnica
    © Revista EAM / 64º Festival de San Sebastián


    Ficha técnica
    Francia, Bélgica, Alemania; 2016. Nocturama. Director: Bertrand Bonello. Guión: Bertrand Bonello. Productoras: Pandora Filmproduktion, Scope Pictures, Wild Bunch, Rectangle Productions, WDR/Arte, Arte France, My New Picture. Presentación oficial: Festival de San Sebastián 2016. Productores: Alice Girard, Edouard Weil; coproductores: Bertrand Bonello, Christoph Friedel, Genevieve Lemal, Olivier Père, Claudia Steffen. Fotografía: Léo Hinstin. Música: Bertrand Bonello. Montaje: Fabrice Rouaud. Vestuario: Anaïs Romand. Diseño de producción: Katia Wyszkop. Reparto: Vincent Rottiers, Finnegan Oldfield, Jamil McCraven, Hamza Meziani, Manal Issa, Laure Valentinelli, Adèle Haenel, Luis Rego, Hermine Karagheuz. Duración: 130 minutos. PÓSTER OFICIAL de NOCTURAMA.

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