Italia enferma
crítica ★★★★ de Locas de alegría (La pazza gioia, Paolo Virzì, Italia, 2016).
En la urgencia de la ficción radica la voluntad de proyectar vivencias de una memoria colectiva, vivencias que surgen de imágenes del pasado depositadas en virtud de una tolerante modernidad. El cineasta Paolo Virzì emerge como reflejo prosaico, no necesariamente desabrido o vulgar, de una Italia moderna, de una Italia que debe entroncar con su historia, la del cine, que es la historia de muchos asuntos importantes que de alguna u otra manera van formando la estructura de un país. De esa misma historia está impregnado el carácter principal de Locas de alegría (La Pazza Gioia, 2016), del recuerdo de una Italia abnegada, rota por la descomposición y por el drama de un modelo económico y político decadente, del que es imposible emigrar. El director renuncia sin embargo a cualquier conato de clasicismo a la hora de filmar un relato nervioso, de puesta en escena vigorosa, muy contemporánea, en el que prima la intención crítica por encima del sentimiento de aceptación típicamente italiano. Virzì sigue los pasos de anteriores obras de su filmografía para enumerar las constantes primitivas del buen cinema italiano: una corriente de emoción que desata a través de la ficción de sus personajes una reflexión profunda y concisa de su cinematografía. Pero lejos de medirse o codearse con sus modelos o resonancias más representativas el autor elige una interesante postura neutral que impida caer de lleno en lo nostálgico o, peor aún, en una sucesión de remanentes estéticos que empañen su mirada autentica. La aventura de Beatrice (Valeria Bruni Tedeschi), y Donatella (Micaela Ramazzotti), dos internas de la institución psiquiátrica Villa Biondi, simboliza, en el sentido antagónico de sus personajes, los dos polos opuestos de una Italia que se mueve entre lo clásico, la tardoburguesía, y lo moderno, la terrible situación de las clases populares. Este abismo infranqueable entre los dominados y los dominantes adquiere un tono burlesco en el cual la locura, y toda la dimensión que esta enfermedad puede alcanzar, marcan, con claridad, el discurso de Virzì tanto en lo sentimental, como en lo teórico.
Recordar que en algún que otro momento se ha tildado al cine de Virzì como heredero natural de alguno de los mejores directores del cine italiano de los sesenta o setenta, puede que sea una simple y porque no perezosa referencia, pero si es cierto que tanto en esta película como en por ejemplo la excelente La prima cosa bella (2010), su estilo se parece bastante al del gran Ettore Scola. En la olvidada Maccheroni (1985), Scola partía de una ficción para elaborar en bello retrato de amistad entre dos hombres en principio incompatibles. Enfrascado en un delirante y casi poético halo de realismo mágico imponía servirse de las mentiras de un provinciano (Marcelo Mastroianni) para atraer de vuelta, casi cuarenta años después, al antiguo novio de su hermana (Jack Lemmon), un soldado americano destinado en Nápoles durante la Segunda Guerra Mundial. Estas dos figuras narrativas contribuyen, en una reescritura casual, o aproximativa, a reforzar un fortuito paralelismo con el de las dos mujeres de Locas de alegría, en cuanto comparten esas dicotomías antes mencionadas (distintas clases sociales, cultura o educaciones contrapuestas), como registro de una amistad que va creciendo poco a poco, respirando, pese a las diferencias, el aire final de un mundo idéntico. La escena que reúne por primera vez a Beatrice y Donatella está sujeta a la mirada, un precioso detalle furtivo de conexión entre la distancia. Paramos, y volveremos una vez acabada la cinta, a recordar ese primer contacto visual, debido a todo lo que sugiere estando aún por descubrir las motivaciones personales de cada una de las protagonistas.
«El director cuestiona las tautologías expresivas en beneficio de la frescura y entrega de sus intérpretes principales. Envueltos en la tristeza, en la locura transitoria de ellas, espectadores y filme abrazan la reconciliación, mirando finalmente de frente sin reproches al hijo, a la criatura de cualquier futuro posible todavía capaz de enmendar una herencia contaminada».
Articulado bajo un dispositivo de cámara portátil, de planos de seguimiento, y de constante dinamismo la cinta recurre al punto de vista excéntrico y fantasioso de Beatrice. No hay lugar para la tregua, toda la película supone una constante fuga. Lástima que las mínimas grietas de la narración floten alrededor de un flashback discontinuo que nos adelanta, previsible, el oscuro secreto que pesa sobre Donatella. No obstante, no serían estos los logros principales de la película, al menos los que queremos subrayar, destacando un Virzì que ubica en fuera de cuadro la pregnante herencia europea en términos artísticos, históricos, psicológicos, ausentándose, sobre todo en los primeros tres cuartos de película, de permanecer sumido a un legado, a un testamento escrito. Curiosamente el realizador culpa, no exento de ironías, tanto a madres/padres como a hijos del problema sistémico de su país. Las madres, condenan a sus hijas pese a que estas son resultado de sus irresponsabilidades, mientras las hijas aceptan, sumidas en el fracaso, un patrimonio moral envenenado. Locas de alegría alberga la posibilidad, aunque solo sea remota, de fabricar un nuevo cuerpo, una nueva generación que soporte y olvide todas y cada una de esas herencias. Significativo, la escena, brillante por cierto, en donde la madre de Beatrice le dice a Donatella como las deudas de su hija han consumido el patrimonio familiar hasta el punto de tener que alquilar la mansión a la gente del cine. Metáfora, otra vez, de la reconstrucción especular de la memoria en el espejo del séptimo arte. El director cuestiona las tautologías expresivas en beneficio de la frescura, y entrega, de sus intérpretes principales. Envueltos en la tristeza, en la locura transitoria de ellas, espectadores y filme abrazan la reconciliación, mirando finalmente de frente sin reproches al hijo, a la criatura de cualquier futuro posible todavía capaz de enmendar una herencia contaminada.
Los gestos formales delatan una exquisita construcción de fondo siquiera como buen ejemplo de la capacidad de Virzì para sugerir un manejo elegante de la cámara y el encuadre. Apenas concede primerísimos planos quizás para remarcar el aire necesario que ubique cada silueta en el paisaje, fundamental que estas mujeres se encuentren constantemente señaladas en un entorno o continente. Abre el plano aprovechando el formato 2:35 para darle verdadero espacio a la escena. Por otro lado, nada de rodar una Toscana llena de luminosidad o de postales turísticas de diseño, más bien potencia la veleidosa mirada de una región inestable, algo oscura en determinados momentos. Los tonos tierra de las escenas diurnas la acercan a ese pequeño coqueteo con la road movie, pero sin alejarse del tono realista, el color también realza en numerosas ocasiones el estado emocional de las chicas: el último y bellísimo plano teñido de azul. Un cine que apunta directamente a la conciliación, a la inexcusable esperanza, por más que su conciencia ponga en clara evidencia las fisuras sociales y desestabilizadoras del país y por extensión la naturaleza presente (ocaso) de la nueva Europa. Histérica cuando debe serlo pero contenida Locas de alegría (abrimos paréntesis para señalar un del todo inadecuado título en español en tanto que cambia y altera el significado real de la película), describe el profundo diálogo del director de El capital humano (2014) con el valor espontáneo del mejor cine tradicional italiano pero comprometiéndose a una evolución necesaria que cierre las puertas, de momento, a un engañoso y hueco continuismo.
David Tejero
© Revista EAM / Badajoz
Ficha técnica
Italia. 2016. Título original: La Pazza Gioia. Director: Paolo Virzì. Intérpretes: Valeria Bruni-Tedeschi, Micaela Ramazzotti, Valentina Carnelutti, Tomasso Ragno, Bob Messini, Sergio Albelli, Anna Galiena, Marisa Berini. Guion: Francesca Archibugi, Paolo Virzì. Productores: Marco Belardi, Philippe Gompel, Birgit Kemmer. Productoras: Lotus Productions / Manny Films. Fotografía: Vladan Radovic. Música: Carlo Virzì. Montaje: Cecilia Zanuso. Dirección artística: Benedetta Brentan. Diseño de Vestuario: Katia Dottori. Duración: 111 minutos. PÓSTER OFICIAL.