Me caigo y me levanto
crítica ★★★ de La madre (Alberto Morais, España, 2016).
¿Cómo ha de realizarse un acercamiento al tema del fracaso? La deconstrucción de la derrota como núcleo discursivo ha encontrado en la cinematografía uno de los más generosos entornos artísticos. La percepción cognitiva, la imaginación y la interpretación del receptor no necesitan estar especialmente desarrolladas cuando se trata de reconocer las carencias del personaje en uno mismo. Las curvas narrativas presentan a unos protagonistas al borde de un abismo del que se arrojarán voluntariamente o no, según el caso, mientras el espectador se deja llevar de la mano, sufriendo en carne propia aquello que más teme, pero resguardado por el suave confort de la cuarta pared. Aquel descenso en ocasiones comienza a ya a mitad de camino o directamente en la oscuridad del abismo. Decía el genial Julio Cortázar en uno de sus “Greatest Hits” —¡Ah, La literatura! Aquel soporte donde las miserias humanas se prodigan tan desmedidamente— “¿Cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído / si por la mañana estamos tan bien / tan café con leche / y no podemos medir hasta dónde hemos recaído en el sueño / o en la ducha”. Y esta recaída resuena transversalmente en la obra de Chaplin, en Frank Capra, en Vittorio de Sica y, de cierta manera, también en Wes Anderson, entre una lista interminable. Sin embargo, y a pesar de los icónicos y tiernos perdedores de Aki Kaurismäki, es en el maestro Ken Loach donde el director Alberto Morais (Valladolid, 1976) busca reflejarse en su filme más reciente.
La madre (2016) no apela directamente a la alineación dentro de la categoría “social”, adjetivo que algún sector de la crítica utiliza más o menos con sorna —recuérdese que todo el cine es social, incluso en aquellos esfuerzos más negacionistas—. Por lo tanto, elude de manera muy consciente algunos términos-clave como “crisis”, “exclusión” o “desahuciado”. Su premisa narra la vida cotidiana del adolescente Miguel (Javier Mendo), quien, tras la jornada del colegio, ha de encargarse de proveer el sustento para sí mismo y su madre (Laia Marull), inmersa en una espiral de inmovilismo pesimista. En esta dinámica cotidiana, el modelo de autoridad se encuentra fracturado e invertido en un clima ambiguo, que se aproxima de manera más bien tímida al concepto del denominado Complejo de Edipo freudiano —muy lejos, eso sí, del cine de Xavier Dolan—. La parquedad en los diálogos presenta el espacio y los personajes a través de su observación. La cámara en mano de Diego Dussuel busca no la floritura estética sino la transmisión de una sensibilidad omitida expresamente. Como decíamos unas líneas más arriba, el espectador construye sin demasiada dificultad el marco socioeconómico en que se desarrolla la acción. La más potente imagen del naufragio es la exhibición de una madre incapaz de cumplir su función biológica más básica. El viaje por el abismo se enrarece a partir del momento en que los servicios sociales hacen acto de presencia y reclaman al adolescente, quien huye con lo puesto hacia lo más parecido a un remanente de figura paterna, una relación anterior marcada por el desprecio y el escarnio. El trayecto de Miguel, que bascula entre su rol de padre/proveedor y la preocupación por su propia integridad física, es el viaje por el camino de la derrota de su progenitora, lo cual prácticamente garantiza una doble recaída. Lo acompaña además la imposibilidad de situarse en una sucesión de etapas vitales y ritos de paso, privilegios que sus compañeros del colegio sí han podido disfrutar, debiendo renunciar al fútbol y los pasatiempos infantiles —hecho que, sin embargo, le genera una vergüenza no muy difícil de explicar—.
Esta película contiene numerosos elementos sumamente interesantes. La sombra de Ken Loach en el retrato de la gente humilde con una elevadísima tolerancia a la frustración se percibe constantemente en este retrato de la crisis económica, del fracaso personal como consecuencia del factor social. Sin embargo, el resultado global dista de tan brillantes premisas. La omisión de los diálogos se tambalea en la muy delgada línea entre la sutileza y la carencia accidental, provocando una empatía a medias con estos personajes cuyas, angustias son las nuestras propias, desde luego, pero cuyos opacos rostros obstaculizan el sufrimiento compartido. La austeridad de andamiaje no lleva per se al minimalismo, así como la omisión a la que hacemos referencia no lleva necesariamente a lo críptico. En la misma tónica, la banda sonora ofrece un resultado similar, hallándose momentos de bien lograda sincronía y también —lamentablemente— interferencias entre los dos lenguajes presentados en pantalla. Esto no quiere decir que nos encontremos ante una película fallida; tal vez lo que se echa en falta es aquello que podría haber sido y, sin embargo, no ha llegado a ser. Una catarsis narrativa al final del metraje resuelve atropelladamente el conflicto originado al principio del filme. Tal situación confirma unos resultados ligeramente decepcionantes. Y he aquí la valentía y el mayor acierto de La madre: aspirar a la brillantez a pesar de no llegar a tocarla; buscar una máxima expresión en lo minimalista, a pesar de quedarse a medio camino.
Luis Enrique Forero Varela
© Revista EAM / Berlín
*Poema de Julio Cortázar
Ficha técnica
España, Francia, Rumania. 2016. Título original: La madre. Director: Alberto Morais. Guión: Alberto Morais, Verónica García, Ignacio Guriérrez Solana. Fotografía: Diego Dussuel. Música: Vincent Barrière, Xema Fuertes. Duración: 89 minutos. Productora: Institut Valenciã de Cinematografia (IVAC) / Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA) / Elamedia. Montaje: Julia Juaniz. Diseño de producción: Vincent Mateu Ferreur. Intérpretes: Laia Marull, Nieve de Medina, Sergio Caballero, Ovidiu Crisan, Alexandru Stanciu, María Albiñana, Javier Mendo. Presentación Oficial: Valladolid Film Festival, 2016. Póster oficial.