Sexo, drogas y salsas variadas
crítica ★★★★ de La fiesta de las salchichas (Sausage Party, Conrad Vernon, Greg Tiernan, EE.UU., 2016).
Que los seres humanos somos egoístas, destructivos y crueles con el resto de criaturas con las que compartimos planeta es una triste y dura realidad que, a la manera de la influyente fábula distópica de George Orwell Rebelión en la granja, acabaron descubriendo encantadores animales de la fauna cinematográfica como el cochinillo parlante de Babe, el cerdito valiente (Chris Noonan, 1995) o las gallinas destinadas a convertirse en pastel de Chicken Run: Evasión en la granja (Nick Park, Peter Lord, 2000). Las gamberras mentes de Seth Rogen, Evan Goldberg y Jonah Hill se han atrevido a ir un paso más allá en este subgénero de rebeliones contra la tiranía humana, a través de la historia de La fiesta de las salchichas (2016), ya que su premisa es la de dotar de voz y alma a todo tipo de alimentos, víctimas inocentes de la insaciable gula de las personas. En esta ocasión, estamos ante una sátira animada que sigue a rajatabla las coordenadas escatológicas e irreverentes de ese subgénero de comedia grosera que la pandilla de amiguetes (conformada por James Franco, Paul Rudd, Michael Cera y compañía) lleva cultivando con gran éxito en la última década, con títulos como Supersalidos (Greg Mottola, 2007) o Juerga hasta el fin (Evan Goldberg, Seth Rogen, 2013) como abanderados. Ni que decir tiene que este es el tipo de película de la que hay que mantener alejado al público infantil, con unos diálogos cargados de palabras malsonantes, ingentes cantidades de drogas y alusiones sexuales y un sentido del humor muy adulto y políticamente incorrecto, más cercana al espíritu destroyer de South Park que a las bienintencionadas aventuras para toda la familia de grandes estudios como Pixar. Sin embargo, sus guionistas copian con descaro el esquema argumental de algunas de las obras más populares de estos últimos para edificar su traviesa broma. Así, al igual que los juguetes de Toy Story (John Lasseter, 1995) o los animales de compañía de Mascotas (Chris Renaud, Warrow Cheney, 2016), los inertes habitantes de las estanterías de una tienda cobran vida y adoptan comportamientos y actitudes humanas cuando las personas se dan la vuelta y les dejan en soledad.
La fiesta de las salchichas centra su protagonismo en un paquete de salchichas y otro de panecillos que comparten balda en un supermercado. Al igual que el resto de alimentos que coexisten en el lugar, su sueño es ser “adoptados” por compradores misericordiosos, a los que consideran, con fe ciega, dioses que les llevarían a una vida mejor en el “Gran Más Allá!, una especie de Tierra Prometida que acabaría con su miedo a ser eliminados por ese malvado empleado del mes que controla que los productos estén en buen estado. Una de las salchichas –Frank (Seth Rogen)– y uno de los bollitos –Brenda (Kristen Wiig)– viven una historia de amor que esperan consumar cuando el primero se encuentre en el interior de la segunda para siempre –las metáfora sexuales no destacan por su sutileza, sobre todo en los chistes acerca del tamaño y el grosor de una de las (defectuosas) salchichas del pack de Frank, a la que pone voz Michael Cera– , algo que parece que está cercano a hacerse realidad cuando una clienta agarra sus respectivos envases y los coloca en su carrito de la compra. A partir de ahí, comienza un viaje repleto de peligros, horribles descubrimientos y, cómo no, nacimientos de insospechadas amistades entre alimentos tan desiguales como Teresa (Salma Hayek), una taco mexicano lesbiana; un lavash llamado Kareen o el bagel judío Sammy Bagel, Jr. (Edward Norton emulando a Woody Allen) –estos dos últimos personajes sirven para representar, de forma humorística, los tópicos sobre el eterno conflicto entre palestinos e israelíes, con un mensaje bastante conciliador de fondo–. Rogen y Goldman aciertan de lleno a la hora de construir un universo colorista, vivaz y muy multicultural, toda una representación del mundo exterior en donde cada uno de los pasillos del establecimiento adquiere su propia personalidad. De este modo, tenemos un campamento indio liderado por el sabio líder Aguardiente (en perpetuo colocón de opiáceos); una sección de salsas alemanas gobernada por un bote inspirado en el mismísimo Hitler o un saloon que parece sacado del Viejo Oeste, poblado de burritos y tacos mejicanos.
«Una eficiente máquina de hacer reír ingeniosa, mordaz y visualmente atractiva, con más apuntes metafísicos de los que cabría esperar a simple vista».
La fiesta de las salchichas es una brillante comedia que no da tregua al espectador desde el primer minuto, bombardeándolo con continuos gags, chistes pasados de rosca y guiños cinéfilos a cintas como Terminator 2 (James Cameron, 1991) o Cincuenta sombras de Grey (Sam Taylor-Wood, 2015). El show se abre con un hilarante número musical, ese que cada día precede a la apertura de puertas de la tienda y que es toda una declaración de intenciones –tiene su gracia que Alan Menken, artífice de muchas de las bandas sonoras más recordadas de Disney, se haya prestado a una canción tan soez–, para, a continuación hacernos una rápida presentación de los personajes principales, entre los que también destaca, por su mala baba, Douche, un bote de gel íntimo femenino que se convertirá en el villano antagonista de la historia, caracterizado por sus instintos violadores. La película, lejos de agotar sus recursos con facilidad, brinda algunas escenas para el recuerdo, crueles en su humor negro y violento, como el desastre en el carrito de la compra (con unas imágenes de destrucción y muerte que remiten al cine bélico); la primera "masacre" de comida en la cocina de la compradora, o el pasaje en casa del drogadicto (James Franco, como no podría ser de otro modo) –algo así como una suerte de La parada de los monstruos (Tod Browning, 1932) donde hacen acto de presencia nuevas incorporaciones secundarias tan imaginativas como un rollo de papel higiénico parlante o el chicle masticado de Stephen Hawking, con su correspondiente silla de ruedas–. Pero es en su explosivo acto final en el que los creadores de La fiesta de las salchichas han tirado la casa por la ventana a la hora de llevar su propuesta hasta las últimas consecuencias, mostrando una (sangrienta) revancha de los alimentos contra los humanos, y una descacharrante orgía gastronómica /sexual (que no entiende de razas, géneros o número de participantes) que, a su vez, es un acto de catarsis y liberación. En definitiva, una eficiente máquina de hacer reír ingeniosa, mordaz y visualmente atractiva, con más apuntes metafísicos de los que cabría esperar a simple vista, que supone la cita más divertida con el cine de animación desde que La Lego película (Phil Lord, Christopher Miller, 2014) aterrizara en las salas comerciales.
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2016. Título original: Sausage Party. Directores: Conrad Vernon, Greg Tiernan. Guion: Evan Goldberg, Kyle Hunter, Seth Rogen, Ariel Shaffir (Historia: Seth Rogen, Evan Goldberg, Jonah Hill). Productores: Megan Ellison, Evan Goldberg, Seth Rogen, Conrad Vernon. Productoras: Annapurna Pictures / Nitrogen Studios Canada / Point Grey Pictures. Música: Christopher Lennertz, Alan Menken. Montaje: Kevin Pavlovik. Dirección artística: Kyle McQueen. Voces: Seth Rogen, Kristen Wiig, Edward Norton, James Franco, Michael Cera, Jonah Hill, Salma Hayek, Paul Rudd, Bill Hader.