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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Florence Foster Jenkins

    Florence Foster Jenkins

    Afinado canto a la perseverancia

    crítica de Florence Foster Jenkins (Stephen Frears, Reino Unido, 2016).

    Qué decir a estas alturas de la capacidad interpretativa de Meryl Streep. A sus 67 años tiene el honor de ser la estrella que más veces ha estado nominada al Óscar (19 nada menos), ganándolo en tres ocasiones; ha demostrado que no hay papel o género que se le resista y puede presumir de ser una de las pocas actrices a las que la entrada en la madurez no le supuso un inconveniente a la hora de seguir recibiendo todo tipo de guiones interesantes y continuar ejerciendo de principal reclamo de sus películas. Pese a que durante mucho tiempo, su nombre estuvo relacionado al drama, la artista se mostró igual de efectiva cuando se decidió a explotar su vis cómica y unas dotes cantarinas más discutibles (pero resueltas con gracia), a través de títulos como La muerte os sienta tan bien (Robert Zemeckis, 1992), ¡Mamma Mia! (Phyllida Lloyd, 2008), Into the Woods (Rob Marshall, 2014) o la rockera Ricki (Jonathan Demme, 2015). Con semejantes antecedentes, estaba claro que meterse en la piel de un personaje real tan extravagante como el de la desastrosa soprano Florence Foster Jenkins sería un nueva oportunidad para dar rienda suelta a sus inagotables registros, esos que nunca han dejado de sorprendernos desde que se asomara por primera vez a la gran pantalla, hace casi cuatro décadas. La película de Stephen Frears –que vuelve a incidir en el biopic musical de tintes cómicos que tan buenos resultados le dio en Mrs. Henderson presenta (2005), que también contaba con una protagonista excéntrica y entregada al arte– llega a las salas de cine tan solo un año después de la francesa Madame Marguerite (Xavier Gianolli, 2015), muy libremente inspirada en la vida de Florence, pero trasladada al París de los años 20, que recibió buenas críticas y 4 Premios César, incluyendo el de mejor actriz para una espléndida Catherine Frot.

    Florence Foster Jenkins, versión Frears, nos presenta a la particular diva en la etapa final de su vida, muy debilitada por esa sífilis que contrajo durante su luna de miel con su primer marido, pero sin cejar en su empeño de mejorar día a día como intérprete de ópera, destrozando los repertorios de Mozart, Verdi o Strauss. En su juventud, pese a que no contó con la aprobación de sus adinerados padres cuando dejó claro que quería dedicarse a esta faceta artística, Florence salió adelante dando clases de piano a niños, hasta que, a la muerte de su progenitor, heredó ese dinero que necesitaba para emprender su carrera musical, fundando el Verdi Club y tomando lecciones de canto. Pese a que no poseía oído, su voz era terrible y no tenía el más mínimo sentido del ritmo –algo que despertaba las risas y burlas entre el público asistente a sus recitales–, la cantante se hizo, a base de carisma, muy popular en el Nueva York de principios del siglo XX, vendiendo muchísimas copias de sus discos. Sostenido sobre una personalidad tan singular como esta, el filme tenía todas las papeletas para convertirse en un nuevo exclusivo vehículo de lucimiento diseñado para que Streep pueda optar a su vigésima estatuilla dorada –algo así como lo fue la menos lucida La dama de hierro (Phyllida Lloyd, 2011), donde personificó a una senil Margaret Thatcher–, pero termina revelándose como una espléndida comedia satírica mucho más coral de lo que cabría esperar, en donde hay lugar para que los secundarios brillen. Así las cosas, poco sorprende que la actriz esté impecable encarnando a la peor cantante de ópera de la Historia, dotándola de todas sus exasperantes manías y egocentrismo, su absoluta falta de ridículo y ese loco autoconvencimiento de que canta como los ángeles. Sus escenas musicales son tan hilarantes como desbordantes de humanidad las más intimistas, apoyados estos en la inestimable contribución de la mejor versión de Hugh Grant que hayamos conocido hasta ahora. El galán inglés por excelencia de la comedia romántica de los noventa hace gala de una sorprendente madurez interpretativa dando vida a St. Clair Bayfield, abnegado y comprensivo esposo de Florence, constantemente pendiente de que esta viva en su burbuja de engaño y felicidad, aunque para ello se viese obligado a sobornar a los críticos musicales de los principales rotativos de la ciudad.

    Florence Foster Jenkins

    «El guion de Nicholas Martin ama a sus personajes, por lo que no carga en exceso las tintas en la frivolidad de algunas de sus actitudes y sus sombras –incluso se justifica (y edulcora) la relación adúltera de Bayfield–, haciendo que estos terminen resultando encantadores y entrañables de cara a la galería».


    Así como sorprende mucho la química que establecen Streep y Grant –la pareja alcanza momentos de genuina emoción contenida, sin llegar a romper nunca la ligereza del tono de la cinta–, cabe destacar, de igual manera, el divertido dúo cómico que forma Grant junto al tercer vértice del triángulo protagonista de Florence Foster Jenkins, un inspirado Simon Helberg acometiendo el rol de Cosmé McMoon, el joven pianista que acompañó a la artista en sus conciertos. La elegante dirección de Frears, con una dirección artística maravillosa que nos traslada, con toda riqueza de detalles, a la alta sociedad neoyorquina de la década de los cuarenta, y la excelente aportación musical de Alexandre Desplat, hacen de la película un auténtico placer para la vista y los oídos (gorgoritos de Florence aparte). El guion de Nicholas Martin ama a sus personajes, por lo que no carga en exceso las tintas en la frivolidad de algunas de sus actitudes y sus sombras –incluso se justifica (y edulcora) la relación adúltera de Bayfield–, haciendo que estos terminen resultando encantadores y entrañables de cara a la galería. Y es que estamos, por encima de cualquier interés biográfico o histórico, ante un notable entretenimiento cargado de escenas que invitan a la carcajada –las lecciones de canto de la soprano ante un Cosmé que no da crédito a lo que oye–, y que tiene su apoteosis en el "célebre" concierto que la ya septuagenaria estrella ofreció en el Carnegie Hall, el 25 de octubre de 1944 (pocos meses antes de su muerte), que agotó todas las entradas con semanas de antelación pero fue masacrada por la crítica. Al final, de lo que habla Florence Foster Jenkins es de perseverancia y de la persecución de los sueños a toda costa, aun cuando no acompañan las circunstancias ni las aptitudes para poder alcanzarlos. «La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir nunca que no canté». Esta frase de Florence define a la perfección su talante optimista y soñador, potenciado por un círculo social que le seguía la corriente compasivamente. | ★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Reino Unido. 2016. Título original: Florence Foster Jenkins. Director: Stephen Frears. Guion: Nicholas Martin. Productores: Michael Kuhn, Tracey Seaward. Productoras: Qwerty Films / Pathé / BBC Films. Fotografía: Danny Cohen. Música: Alexandre Desplat. Montaje: Valerio Bonelli. Dirección artística: Gareth Cousins, Christopher Wyatt. Vestuario: Consolata Boyle. Reparto: Meryl Streep, Hugh Grant, Rebecca Ferguson, Simon Helberg, Nina Arianda, Stanley Townsend, Allan Corduner, Christian McKay. PÓSTER de FLORENCE FOSTER JENKINS: LINK.

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