Capital económico, vileza humana
crítica ★★★ de Después de nosotros (L'économie du couple, Joachim Lafosse, Bélgica, 2016).
Qué fácil habría sido abusar del sentimentalismo en una película que retrata la separación de un matrimonio antes convencional, y ahora tóxico. Qué de reacciones despertaría en el público un tratamiento explosivo, dedicado expresamente a poner énfasis en las discusiones y los golpes bajos —denominador común de las relaciones absolutamente rotas. Qué pobre habría resultado si Joachim Lafosse, en lugar de bañar su nuevo trabajo en un lago de agua helada, se hubiera dejado llevar por el ruido y la furia. Afortunadamente, nada de eso ocurre en Después de nosotros, una cinta dirigida con mano izquierda y suavidad, pero sin alejarse de la contundencia. Suena (y es) sumamente complicado simplificar lo destructiva que se torna una pareja cuando las diferencias dejan de ser anecdóticas, pasando a un estadio de importancia suprema —el fracaso económico-profesional de una de las partes, la hiperresponsabilidad de la otra y el amor que se desvanece en una guerra fría doméstica—, sin caer en la exageración. Sin embargo, el director de Los caballeros blancos demuestra una capacidad apabullante para acentuar el drama con una tensión casi sorda, con imágenes de una convivencia forzada mientras suenan las primeras notas de Doctor Gradus Ad Parnassum (Mathieu Boutin) como cuchillas que se clavan en el alma. Por supuesto que existe el momento de calma, pero este se reduce a un impasse nocturno en mitad de la batalla, donde la rabia se llora bailando y la mente, por contraste, se inclina a firmar la paz entre las sábanas. Porque el corazón ya dijo hace tiempo su última palabra. Solo queda esperar. Justo encima de una acción tan banal como recurrir al sexo —metáfora romántica de dos boxeadores que recurren al abrazo rogando por que suene la campana— está la razón de ser de este tour de force dramático: el ser humano en su versión orgullosa y dañina, desde la que se empeña en hacer todo más difícil, en provocar miedo y asco donde antes hubo caricias y templanza. Sí, sigue habiendo derechos y obligaciones, pero bajo el régimen del rencor y la codicia.
Lafosse se apoya en la música para subrayar que entre María y Boris ya no media la impostura, sino la franqueza. Allí donde incidía la armonía de Boutin, emerge cuarenta minutos después, y en forma de giro sutil de los acontecimientos, la Sonata Nº3 para piano de Frederic Chopin interpretada por Artur Rubenstein. Melancolía —como el reflejo sintomático de la situación familiar— que el semblante de Bérénice Bejo eleva hasta la incorrección política en tantos planos que la platea no sabe si aplaudir, mirar con rencor o, directamente, llorar. Un detalle que para nada es casual, pues en su personaje se comprime el trabajo del director; sabedor de que sus contradicciones fomentan la coherencia narrativa de una vida ya descompuesta, preparada para nuevas aventuras, la historia señala con vehemencia que el único obstáculo es el dinero. A este respecto, situar el foco de presión en los intereses (económicos) de ambos subraya la cotidianidad con la que Lafosse quiere sorprender. No en vano, es un objeto que, bien pensado, resulta inevitablemente paradójico —la rutina es como la magia de quien hace desaparecer las cosas. Quizás la costumbre no nos permita ver el cielo, pero ahí está, tras las nubes grises, vigilando cada uno de nuestros movimientos. Por tanto, que el motivo de la violencia (verbal) resida en los bienes es llamativo, pero no definitorio porque no sabemos qué ha pasado para que su todo sentimental se haya tornado oscuro y detestable —en realidad no importa, ni si quiera se menciona; si bien existe un contrapunto en la preocupación por las hijas, ya no sólo es necesario debatir ligeramente sobre la custodia de estas, sino que hay que repartir equitativamente el capital invertido. Porque sin dinero, no hay préstamo, y sin préstamo no somos nada. Ni siquiera para nuestros pequeños. Es triste, pero esos rostros que alguna vez sonrieron juntos, ahora se gritan como mudos, buscando la superioridad moral para minar la voluntad del otro. Después de nosotros ahonda en el dolor que nace del silencio, en la monetización de las relaciones personales y, en último término, en el pegamento innato que son los niños para dos padres con ambiciones muy distintas.
«Esa sobriedad para contener los impulsos de sus personajes durante los dos primeros actos, se pierde en un último tramo donde, simplemente, aparece la viva imagen de la autodestrucción, pero sin emoción alguna».
Tras el diseño teatral —suplemento en pos del nudo en el estómago— para operar en una única localización, la película esconde varias lecturas sociales —la relación de poder, las tácticas emocionales o la educación capitalista— que confirman a Lafosse como un cineasta de matices, que maneja cada plano con una intensidad casi insoportable. Empero, esa sobriedad para contener los impulsos de sus personajes durante los dos primeros actos, se pierde en un último tramo donde, simplemente, aparece la viva imagen de la autodestrucción, pero sin emoción alguna. Era previsible que el director optase por un cliché —formal, el contexto no tiene nada que ver con una realidad factible— para dar la última puntada y terminar de coser el relato. No obstante y tras ver su consecuencia, la acción se revela como un anticlímax que no consigue trascender. Han cedido. ¿Por sus hijas? Quizás, pero todos los carteles señalan hacia el egoísmo, hacia el no sufrimiento. Si en Perder la razón Lafosse puso en liza el peligro de la dependencia, en Después de nosotros hace exactamente lo mismo. En ambas los giros vitales tienen lugar, y en ambas es latente la intención del director por retratar la vileza humana. Que para llegar hasta ese punto muestre —como lo hacía John Dos Passos en sus novelas o Roman Polanski en su última etapa— una inclinación por los diálogos, no indica absolutamente nada más que, a su juicio, la solución a los problemas está en la conversación. Hasta ahora, solo nos habíamos limitado a observar —deje que también compete, en algunas ocasiones, al director— cómo dos personas desafiaban su paciencia. Pero resulta que, más allá del valor económico, el principal obstáculo es que su vínculo emocional eran las niñas. Ellos, ni por un breve instante, deseaban estar juntos. Se ruegan clemencia, pero no la conceden. Hasta que ya no pueden más. Quizás Después de nosotros sea dura, pero así es la vida, y así somos todos, mal que nos pese.
Mario Álvarez de Luna Costumero
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Bélgica, 2016. Título original: L’economie du couple. Director: Joachim Lafosse. Guion: Fanny Burdino, Joachim Lafosse, Mazarine Pingeot, Thomas van Zuylen. Productoras: Les Films du Worso / Versus Production. Distribuidora en Francia: Le Pacte. Distribuidora en España: Karma Films. Presentación oficial: Festival de Cannes. Montaje: Yann Dedet. Diseño de producción: Olivier Radot. Diseño de vestuario: Pascaline Chavanne. Fotografía: Jean-François Hensgens. Reparto: Bérénice Bejo, Marthe Keller, Catherine Salée, Cédric Kahn, Tibo Vandenborre, Philippe Jeusette, Annick Johnson, Jade Soentjens, Pascal Rogard, Margaux Soentjens, Ariane Rousseau, Francesco Italiano. Duración: 100 minutos. PÓSTER ESPAÑOL de DESPUÉS DE NOSOTROS.