La elegancia hecha cine
Madame de... (Max Ophüls, Francia, 1953).
En el cine de época no son pocas las Madame que nos han seducido gracias a su exquisita fachada y sus amores imposibles. Suelen ser damas refinadas y de porte aristocrático, aunque sus orígenes puedan ser más humildes, como los de la desdichada Emma Bovary, una de las Madame más populares y adaptadas al cinematógrafo. La que aquí nos ocupa, no muy alejada del mítico personaje de Flaubert en algunos aspectos, es una criatura fascinante. Una mujer que encandila a todo aquel que se acerca a esta obra maestra de Max Ophüls (1905-1957). En ella contemplamos atónitos hasta qué punto al director alemán le interesaba potenciar el envoltorio de sus películas, consideradas auténticos placeres para la vista. Escribe Guillermo Cabrera Infante en Cine o sardina, un libro de cabecera para todo cinéfilo: “Una impronta suave marcaba en Hollywood a George Cukor como un director de mujeres. Otros directores (como el elegante y epiceno Mitchell Leisen, un Max Ophüls loco por la cámara o el titiritero de Marlene Dietrich, Joseph Von Sternberg) merecían mejor este epíteto”. El cubano estaba en lo cierto en dos puntos. En efecto, Ophüls además de ser muy barroco en lo visual (especialmente en su última etapa francesa) era un artista a la hora de mover la cámara. Es famoso por sus elaborados planos de seguimiento, filmados con una fluidez deslumbrante, los cuales llegaron a provocar una rendida admiración en algunos miembros de la Nouvelle Vague, así como en cineastas con fama de perfeccionistas natos como Stanley Kubrick o Paul Thomas Anderson.
Tampoco osaremos llevar la contraria a Cabrera Infante cuando se refiere a la maestría del alemán como director de mujeres. Si echamos un vistazo a su filmografía veremos que está repleta de personajes femeninos. De estas damas, mujeres de la calle, madres abnegadas… llegamos a conocer sus pasiones secretas, frustraciones y lamentos. Ahí están por citar algunas de las más representativas: Liza Berndle, protagonista de su más exitosa incursión en Hollywood, Carta de una desconocida (Letter from an unknown woman, 1948), Lucia Harper, la incansable madre que interpreta Joan Bennett en Almas desnudas (The reckless moment, 1949) o la inclasificable Lola Montes (Lola Montès, 1955) con la que culmina su producción cinematográfica. Todas ellas son personajes ricos en matices que van evolucionando a medida que la vida les va dando golpes. Liza es al principio una joven ingenua que acabará resignada ante un amor no correspondido; Lucia Harper, una mujer con una buena posición familiar que debido a un contratiempo se cuestionará muchos de sus sentimientos; Lola, un animal del escándalo, una seductora libre e independiente que paradójicamente acaba en un circo.
Los malditos pendientes
En el cine de Ophüls el destino es a menudo fatalista. Para muchos de sus personajes, es casi una misión imposible escapar de un azar trágico y tormentoso. Como en el cine negro, las cartas ya están echadas y no auguran finales felices. Pero a pesar de ello, en varias de sus películas encontramos una especie de concepción romántica de la muerte. De este modo, no son pocos los personajes que fallecen logrando alcanzar una gran paz interior, una satisfacción que la vida les había negado. En Madame de también ocurre. Aquí el causante de la desdicha son unos pendientes. «Probablemente nada hubiera ocurrido de no haber sido por esas joyas». Cierto, porque la Louise (Daniell Darrieux) del inicio, tal y como se dice en los rótulos, «parecía destinada a una agradable existencia sin problemas». La película comienza con un plano secuencia en el que merece la pena detenerse. Ophüls se adentra en la lujosa habitación de Madame de, de la cual nunca llegaremos a saber su nombre completo. Aún no conocemos su rostro pero la oímos canturrear despreocupadamente el vals vienés que luego se repetirá una y otra vez, y que será el tema central de su historia de amor con el diplomático italiano Fabrizio (Vittorio de Sica). Siguiendo con el plano, la vemos abrir su armario y ojear sus magníficas posesiones: vestidos, visones, sombreros, bolsos… La cámara la sigue en su búsqueda mientras se cae una Biblia de un estante superior. Nada sucede al azar. Acto seguido, por fin contemplamos su reflejo en el espejo de su cómoda, mientras se ajusta un tocado y se prueba diferentes joyas. Decide guardar en su bolsito de terciopelo unos pendientes y se dice para sí misma: «Al fin y al cabo son míos». Sale del dormitorio y baja las escaleras (la cámara de Ophüls se recrea en ese intervalo como solo él sabía hacer). Se despide del servicio y se marcha apresuradamente. Este formidable inicio quizás parezca trivial pero será decisivo para todo lo que acontezca después. La elección de esos pendientes y su posterior venta al joyero Remy, un tipo sin escrúpulos, marcará la vida de los tres personajes principales: un triángulo amoroso con el que el director alemán critica —entre otros temas— la hipocresía que reinaba en las clases más pudientes. Condes, damas de la aristocracia, diplomáticos o generales, todos viven de cara a la galería y han de participar en una vida social disipada y llena de falsedad. Está aceptado que se tengan pretendientes (en el caso de ellas) y aventuras extramatrimoniales (en el caso de ellos), pero más vale no traspasar ciertos límites “morales”, sobre todo si eres una mujer. El desdichado final de Madame de da cuenta de la importancia de la honra y el prestigio de un caballero. En contraposición a la clase alta también encontramos a los sirvientes, aquellos que trabajan para los ricos. Ellos aportan en este filme los instantes y líneas de diálogo más cómicos y mundanos. Es magistral la secuencia en donde Louise finge haber perdido en la ópera los dichosos pendientes, y cómo el servicio ha de levantarse una y otra vez para abrirle la puerta al marido, quien no para de buscarlos.
«La elección de esos pendientes y su posterior venta al joyero Remy, un tipo sin escrúpulos, marcará la vida de los tres personajes principales: un triángulo amoroso con el que el director alemán critica —entre otros temas— la hipocresía que reinaba en las clases más pudientes».
Una de las cosas que al espectador le resultará más fascinante de este clásico es el devenir de los pendientes. Como si fuesen un objeto maldito, van pasando de mano en mano y llegan a ser revendidos al mismo dueño (el esposo de Louise) hasta en tres ocasiones. Este objeto describe la evolución que se da en la protagonista al conocer el amor. En un principio, no significan nada pues los asocia a André, con quien tiene una relación fría, cordial y ventajosa por ambas partes. Él le aporta a ella una buena posición y ella a él belleza y juventud. “Nuestra felicidad conyugal está hecha a nuestra imagen. Es solo superficialmente superficial”, llega a decir el marido. Pero ya se sabe que el valor de un objeto depende mucho de quien lo regale, y todo cambiará cuando sea su amado Fabrizio el que le obsequie con ellos. En ese momento, los acariciará y se aferrará a ellos como símbolo de su amor puro y pasional. Esta relación redimirá de algún modo a Louise de una existencia frívola y vanidosa, pero como todo romance imposible, también la hará una completa desdichada. Hay varias escenas encargadas de narrar esta historia de amor que son de una técnica y belleza formal apabullantes. Una de las más llamativas es la que transcurre en un baile donde suena el vals al que antes nos referíamos. Todo transcurre con una cadencia sobresaliente pero sabemos por algunos detalles (los diferentes vestidos de ella) que ya han bailado varias noches. Una elipsis temporal que explica el enamoramiento de ambos y cómo han de camuflar esos sentimientos en sociedad. La película termina cerrando un círculo. Los pendientes tienen nueva dueña, una virgen a la que nuestra protagonista solía rezar para sus plegarias más vacuas. El destino de nuevo se muestra de lo más juguetón en esta joya de Max Ophüls.
María José Agudo
© Revista EAM / Badajoz
Ficha técnica
Francia, 1953. Titulo original: Madame de (también llamada The earrings of Madame de). Director: Max Ophüls. Guion: Max Ophüls, Marcel Achard, Annette Wademant, basado en la novela de Louise de Vilmorin. Diálogos: Marcel Achard. Coproducción Francia-Italia; Franco-London Films, Indusfilm y Rizzoli film. Estreno: 16 de septiembre de 1953. Fotografía: Christian Matra. Música: George Van Parys, Oscar Strauss. Diseño de producción: Jean d'Eaubonne. Reparto: Charles Boyer, Danielle Darrieux, Vittorio De Sica, Jean Debucourt, Jean Galland, Mireille Perrey, Paul Azaïs, Josselin, Hubert Noel. CARTEL JAPONÉS de MADAME DE...: LINK.