Una vez más... con sentimiento
Crónica de la sexta jornada de la 73ª edición de la Mostra de Venecia.
La mañana de hoy ha comenzado devastadora en el Lido. En One more time with feeling (80/100), Andrew Dominik nos abría el alma de Nick Cave a través de sus nuevas canciones y las reflexiones emitidas por el propio músico en torno al acto de creación, la mutación personal tras la muerte de un ser querido y el peligro de dejarte devorar por el trauma para alimentar el clímax creativo. Son poco menos de dos horas de sesiones de estudio en las que el compositor, entre grabaciones, deambulares y viajes en coche, se cuestiona a sí mismo y sus actos. Desvela la propia inseguridad surgida a raíz de la muerte de su hijo y asume, no sin pesar, que el Nick Cave pretérito poco tiene que ver con el del presente. Todo su Yo ha cambiado, incluso su percepción de la música. Ha dejado de creer en la narración lineal de las historias, tan seguras como ilusorias, para reafirmarse en la fragmentación del tiempo, en la abstracción de pensamientos para él más reales. «Es como lo veo ahora. Es en lo que creo ahora», comenta mientras desvía la mirada. El cambio de actitud que Dominik registra en One more time with feeling es muy distinto del que Iain Forsyth y Jane Pollard reflejaron en el 2014 con 20.000 días en la tierra. La vitalidad que esta transmitía ha desaparecido, y, para Cave, la vida poco tiene que ver con esta película. La desgraciada coyuntura ha convertido estos dos retratos en una obra espejo indisoluble que dibuja un antes y un después en la vida del autor aussie. La aparente contención emocional del cantante se quiebra en unas secuencias musicales donde su voz rota se alza temblorosa en mitad de unas letras anhelantes, dueñas de una melancolía que pocas veces ha sido tan fuerte y poderosa en los discos del grupo. En estas escenas es donde Dominik despliega con mayor lucidez el uso del formato tridimensional, sabiendo aprovechar el espacio del estudio, recreándose en pasillos y escaleras mientras, en el centro, Warren Ellis, Cave y el resto tocan el tema de turno; tracks todos ellos de una emoción devastadora que completan un disco redondo, complementado en el filme por una autorreflexión que devora y desgasta a un espectador trasladado a las fronteras de la oscuridad.
Esta oscuridad ha generado que la propuesta italiana que le seguía fuera recibida como el sediento al agua. Piuma (70/100) es una comedia familiar que, a partir de un embarazo adolescente, le da un giro a la tragedia, riéndose de esta a la manera desaforada, histérica y apasionada del país. Las diferencias entre las familias de ambos adolescentes, y las actitudes infantiles de sus padres, marcan las pautas cómicas en enfrentamientos que, a golpe de continuos gritos, arrancan la sonrisa (y alguna que otra carcajada) del público, cautivado por la ligereza de este lienzo costumbrista sobre el carácter italiano. La luz positivista y el toque de realismo mágico de algunas escenas, tan impropio de la senda dramática de un evento de estas características, han supuesto el contrapunto perfecto al día (y al programa de la sección oficial). Estamos ante taquillazo en ciernes. La trayectoria del director y los sonoros aplausos al comienzo de la proyección ratifican la veneración del público transalpino por Roan Johnson. La buena sensación general que ha dejado este sexto día en la capital del Véneto la ha coronado Stéphane Brizé con Una vida (Une vie) (70/100), adaptación de la primera novela escrita por Guy de Maupassant en 1884 sobre la existencia mediocre de una mujer cualquiera, condicionada por un conservadurismo social que engullía cualquier atisbo de independencia para sus homólogas. Jeanne, la protagonista, es enfocada con la aparente indiferencia de un personaje que pretende servir de identificador universal para las mujeres de entonces y, desde esa posición, Brizé encuadra a su actriz en un formato de 4:3, fotografiándola al estilo deudor de directoras como Sofia Coppola o Jane Campion, en busca del rostro en letargo de quien ve pasar su vida sin formar nunca parte activa de la misma. Jeanne es el reverso de las heroínas de Jane Austen o las hermanas Brönte, dueñas de una disposición contrasocial anacrónica. La excelente labor de Judith Chemla y el tratamiento honesto de Brizé consiguen que Jeanne importe, pese a su displicencia, pese a su desesperanza. Un retrato universal elegante sobre el ser humano corriente. Un buen cierre para una jornada de pequeñas historias que dejan huella.
Gonzalo Hernández Espinosa
© Revista EAM / 73ª Mostra de Venecia